hasta
llegar al Oeste de Austria. Depués de la ciudad de Linz, comenzaba
la zona americana y detrás estaba Baviera. Pero no se fiaba de los
americanos. No sabía lo que podía pasar si caía en las manos de
ellos. No poseía papeles y estaba convencido de que lo entregarían
enseguida a los rusos. Sabía que los americanos tenían grandes
problemas con los prisioneros de guerra alemanes. No sabían qué
hacer con el gran número de ellos. Sólo los rusos sabían
aprovechar este material
humano.
A Fritz le habían contado verdaderas historias de horror. Los
testigos habían visto escenas de desesperación y de suicidio, de
aquellos que los americanos entregaban a los rusos. Esto sucedía
sobre todo en los casos de los voluntarios rusos, ucranianos o
bálticos que habían servido en los diferentes cuerpos del ejército
alemán. Ellos sabían, que no podían esperar perdón ni gracia de
los vencedores. Les esperaba una muerte segura. Fueron tratados peor
que los miembros de la SS, que fueron separados del resto de los
prisioneros con un destino desconocido. También Fritz sabía que el
hecho de pertenecer a una familia de viejos comunistas sólo podía
empeorar su situación. Sería tratado como traidor y no como
enemigo. Y los americanos temían a los comunistas tanto o más que a
los nazis Fritz tenía que esconderse y esperar mejor momento para
cruzar la frontera a Baviera.
No
le era difícil encontrar una solución a este problema. Como siempre
le asistió la casualidad o la suerte para encontrar trabajo y el pan
de cada día. Fritz sabía que solamente en la agricultura había lo
que buscaba. Ganar dinero no tenía importancia ninguna en esta
situación. Además, con dinero no podía comprarse casi nada. La
economía en Europa Central había regresado al estado del trueque
primitivo.Esta situación duraba ya varios años y la cartilla de
racionamiento introducida por los nazi tardó en desaparecer.
Por
eso Fritz se transformó en un trabajador del campo. No era un caso
aislado. Había profesores universitarios y escritores que estaban en
una situación similar.
La
ironía del destino quiso que Fritz se encontrara transformado en
criado de un campesino a pocos kilómetros de aquella casa de recreo
que su suegro había comprado en los Alpes de Baviera. Él mismo
había transformado la casa inmediatamente antes de estallar la
guerra.
Ahora
se encontraría ocupada por americanos, pensaba y eso era cierto.
Fritz
se había fijado en una finca, situada a cierta distancia del pueblo.
Se decidió a llamar y preguntó si el campesino tenía trabajo para
él.
–¿Sabes
reparar aquella bomba?– le preguntó éste y Fritz le contestó:
–Voy
a ver.
Se
puso a trabajar, y después de la bomba fue el tractor, y luego la
máquina trilladora que sólo servía cuando era movida por aquel
tractor. Para poner en marcha el tractor y la trilladora se
necesitaba gasoil, y gasoil se conseguía solamente a cambio de
cigarrillos americanos. Los cigarrillos había que cambiarlos por
mantequilla en el mercado negro. Había llegado el invierno, y Fritz
era necesario e imprescindible para el campesino Gruber. Por eso no
lo echó a la calle, como ameazó varias veces, cuando se levantaba
con mal humor. El hijo de Gruber estaba perdido. Probablemente
prisionero en Rusia.
–Mi
hijo es austriaco, somos austriacos, ¿qué tenemos que ver con los
alemanes del Reich?– decía y echaba una mirada de desprecio hacia
Fritz que estaba comiendo su sopa, sentado a la otra punta de la
mesa.
–Hemos
sido las primeros víctimas que han atacado estos nazis alemanes.
–Yo
siempre he sido un enemigo de este Hitler– continuaba.
Fritz
no decía nada. La ciudad de Braunau donde había nacido Adolf Hitler
se encontraba a pocos kilómetros de allí. Unos vecinos habían
contado a Fritz que los Gruber eran famliares de la madre de Hitler y
que el viejo se había mostrado siempre muy orgulloso de ello en
tiempos pasados. Pero esos tiempos habían pasado.
El
hijo, que no había servido para nada ni había hecho nada, de pronto
volvió hecho coronel, decían.
El
trabajo de Fritz era requerido también por estos vecinos. Así que
Gruber les prestó a su criado a cambio de regalos para él, pero no
para Fritz.
La
primavera del año 1946 ofrecía buenas condiciones para la siembra,
y después de realizar estos trabajos Fritz decía:
–Yo
todavía no tengo noticia de casa. Parece que el correo todavía no
funciona.
Hacía
tiempo que había intentado comunicarse con su mujer.
–No
te vayas de aquí– decía Gruber–¿Qué quieres hacer en
Alemania? Es peligroso para ti, ¡espera hasta que tenga noticias de
mi hijo!
Pero
Fritz se fue y se fue sin despedirse y esta vez no lo sintió.
Al
fin, después de un año, dos meses y diez días que había durado su
fuga, se encontraba delante de la puerta de la pequeña casa de su
hermano Alfred en las cercanías de Frankfurt, en la zona ocupada por
los americanos.Cuando su cuñada abrió la puerta le preguntó:
–¿Qué
desea usted?
No
lo había reconocido.
La
alegría del reencuentro fue grande; también para el autor de esta
crónica que era un muchacho que entonces había comenzado su primer
año de estudios en el Instituto de la cercana ciudad.
Alfred
el hortelano, hermano pequeño de Fritz, había sido soldado también:
en Italia y en Hungría y había regresado con mucha suerte. Del
hermano Kurt, sólo se sabía que había estado en el cuerpo de
expedicionarios de Rommel en África.
–¿Qué
piensas hacer ahora?– le preguntó su cuñada.
–Hablar
con Alfred y veremos– contestó Fritz.
Fritz
había llegado, pero todavía no se encontraba en casa. Había
sobrevivido como otros miembros de la familia Peter. Su destino y su
suerte habían sido excepcionales.
Continuará
friedrichmanfredpeter
agosto
de 2002
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