dijo la mujer joven
vestida de verde con el pelo de un tono rojizo. Fritz saludó al
oficial ruso, que era un hombre ya entrado en años, y luego se
dirigió a la señora:
–Y usted es Doris
Fischer de Halle. Hace ya muchos años que tuve el placer de
conocerla.
–Tienes una memoria
fabulosa– contestó la señora.
–He recordado bastante
tiempo nuestra conversación de hace casi diez años. También mi
padre me ha comunicado que usted vive otra vez en Halle.
Sus visitantes le habían
encontrado en medio de su trabajo. Fritz estuvo ayudando a un grupo
de mujeres jóvenes a mover una carretilla cargada de gravilla.
Después de haber arrancado los rieles de la vía, trataron de
conservar todo para su posible reutilización.
“¿Qué querrán estos
visitantes?“, se preguntó Fritz.
Fritz no podía ofrecerles
nada. Por eso, después de haberse apartado un poco, ellos fueron al
grano:
–Fritz– comenzaba
Doris Fischer–, el coronel está buscando colaboradores
cualificados para la “Wismuth SA“ que se encuentra en “Aue en
el Erzgebirge “(Las Montañas Minerales).
Tú sabes, tal vez, que
esta empresa ahora es una Sociedad Soviética. El trabajo que realiza
esta empresa goza de máxima prioridad desde todo lo alto. Tú sabes
lo que esto quiere decir. Me imagino que este trabajo aquí no sea de
tu agrado.
La sorpresa fue grande.
Fritz no sabía qué decir.
–Es una empresa de
minería– contestaba–,tengo poca experiencia en esta clase de
obras.
–Nosotros sabemos que
usted ha estado trabajando en toda esta área en toda clase de
trabajos y construcciones bajo tierra. Esto era en tiempos de Hitler.
El coronel había dicho
“Guitler“. Hablaba alemán perfectamente, pero a los rusos les
cuesta pronunciar la letra H.
–Estamos buscando gente
que sabe trabajar y se interesa por hacer cosas nuevas.
El coronel miraba a Fritz
atentamente.
–¿Qué se produce
allí?– preguntaba Fritz.
–Minerales– contestaba
Klimoff–.Ud no tiene nada que ver con la elaboración. Lo suyo es
la excavación, nada más.
Fritz se puso en alerta.
Se acordaba de los rumores que había oído: trabajadores forzados y
criminales nazi trabajando allí.
¿Querían estos
visitantes verdaderamente que él se fuera a un lugar así, donde
otros trabajaban sólo porque estaban forzados? ¿Qué riesgos había
allí?
–Las condiciones de
trabajo son óptimas– continuaba el coronel–. Es un veradero
premio poder trabajar bajo las condiciones que ofrecemos.
Y contemplando la triste
escena en su alrededor:
–Esto aquí no es para
una persona que se deja valer.
Doris Fischer observó la
mirada escéptica de Fritz:
–Fritz, todavía no te
has sometido a ninguna prueba.Hemos recibido tu solicitud para formar
parte de la élite de la clase obrera. No te hemos olvidado en ningún
momento. Hemos tenido una reunión para estudiar tu caso con
atención. Y te comunico nuestra decisión: exigimos que entregues tu
fuerza de trabajo para bien de los pueblos de la Unión Soviética.
Acepta este compromiso que te propone el coronel y danos la prueba de
que tú tienes una intención realmente seria de formar parte de
nuestro partido.
Después de una larga
pausa Fritz contestó:
–Quince años antes, me
ofrecisteis colaborar en el comité directivo y ahora queréis
mandarme a las minas.
–Los tiempos cambian,
querido Fritz– dijo ella.
–Las relaciones de poder
han cambiado– replicó Fritz.
–Así es– contestaron
ambos visitantes, casi al unísono.
–¡No entiendas esto
mal!– continuó Doris–, eres libre a tomar la decisión que tú
quieras. Pero pensamos que tienes una cuenta pendiente con tu clase,
la clase obrera. Tú perteneces a los nuestros, eres parte de nuestro
fundamento. Debes recompensar algo y reparar algo de tu pasado.
No me vayas a decir que no
cometiste errores. Pero dejemos esto. Ahora tienes la oportunidad de
rectificar.
–Yo pensaba que todas
las personas de buena voluntad serían los invitados.
Fritz se sentía muy
incómodo. La escena se había convertido en un tribunal.
–Sí, así era hasta
hace un año. La vanguardia del proletariado debe ser muy cuidadosa.
No todos los que creen que son comunistas, realmente lo son. El
partido de Lenin no es para todos. El Oeste prepara la división y la
confrontación. Tenemos que armarnos.
Fritz prometía pensarlo y
pidió que le dejaran tiempo para ello.
–¡No tarde demasiado!–
dijo el coronel.
–¿Por qué no me tratas
de tú, Fritz?– y Doris le dio la mano.
En este momento Fritz aun
no sabía, que se trataba de acelerar la producción de uranio a
través de la empresa Wismuth SA. En las montañas fronerizas entre
Checoeslovaquia y Alemania se encontraban los yacimientos más
importantes del continente Europeo. Desde la alta Edad Media se
habían explotado estas “Montañas Metálicas“ en busca de cobre,
plomo y plata. Las minas, mucho más productivas de Perú habían
acabado con esta actividad. Pero el uranio, la base para la
fabricación de plutonio, hacía crecer la importancia de esta
minería. La Unión Soviética no disponía de reservas propias. Pero
había comenzado la carrera armamentística entre las dos potencias,
que habían salido triunfantes de la guerra. La sombra de la bomba
atómica había alcanzado Alemania.
También cambiaba el
destino de Fritz.
Fritz sabía que se
transformaría en persona non grata, si rechazaba la “oferta“ que
se le había hecho.Sabía que le pagarían bien. Se acabaría la vida
precaria que llevaban. Sobre todo Kaethe sería beneficiada. Por un
lado sabía que su vida sería vigilada y dejaría de ser privada.
–Aquello será una
cárcel dorada y los que trabajarán bajo mi mando serán
prisioneros.
Volverán los viejos
tiempos como antes de la guerra, cuando se había visto obligado a
trabajar con prisioneros del campo de concentración de Buchenwald–
pensó.
Sabía también que el
trabajo en aquellas tierras era muy insano. Desde siglos atrás se
sabía que los mineros allá no tenían larga vida.Todavía no se
conocían las causas. Por el otro lado:
–¿Y aquí, casi no
puedo aguantar más?– se dijo.
Tomó la decisión de
esperar un tiempo más y de aguantar lo que pudiera:
–Alguna vez tienen que
terminar las reparaciones, cuando ya no haya más nada que llevarse.
Cuando llegó a casa y
encontró a Kaethe con jaqueca decidió no decirle nada.
La situación política
comenzó a ponerse tensa. Cada vez se veía más, que el conflicto
entre las potencias dividiría Alemania. Entre la población alemana,
esta evolución se tomaba con un sentido de resignación e
indiferencia. Después de haber causado un mar de tragedias, la
nación alemana se despidió del escenario de la política. No era el
resultado de una decisión consciente. Era la expresión de un hastío
sufrido, de una sobrecarga de dudosas ideas e ideales. Total, el
público alemán vivía practicando el regreso a lo privado. Tenían
ganas de trabajar para ganar y vivir, elementos básicos de la vida,
que habían sido suprimidos durante generaciones; y que se abrían
paso creando este llamado pequeño milagro de bienestar alemán.
Alemania había vivido una fase parecida, después de las Guerras
Napoleónicas. Entonces se llamaba Biedermeyer. Ahora parecía
repetirse: alejados de las convulsiones y terremotos de una era
volcánica, todo parecía decir: ¡déjennos en paz y tranquilidad!
–Nos estamos acercando a
un “nuevo Biedermeyer“– advirtieron unos intelectuales
críticos.
–¿Y a mí que me
importa?– contestó una generación casi al unísono–, cierro mi
casa, cierro mi coche - cuando lo tenga - y en el mundo, a partir de
hoy, sólo me verán como turista con mi máquina de fotografiar y
punto.
Naturalmente, Fritz no se
escapaba de este espíritu de su tiempo. En el Este, la Zona
Soviética, se hacía más difícil vivir este ideal, pero existía.
Lo demuestra el inmenso número de las casitas llamadas “dachas“
que cubren el país. La única función de ellas era ir el fin de
semana o en vacaciones cortas para cerrar la puerta y decir: “Adiós,
mundo cruel!“
El ambiente era
estrictamente privado. Nunca se celebraban fiestas donde pudieran
aparecer gente desconocida.
Poco a poco Fritz empezaba
a olvidar aquel encuentro y el plazo que le habían dado para tomar
una decisión. Sin embargo, antes de lo esperado, los sucesos le
liberaban de tener que tomarla.
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