martes, 13 de agosto de 2002

Capítulo 5: –Fritz te presento al coronel Klimoff –

dijo la mujer joven vestida de verde con el pelo de un tono rojizo. Fritz saludó al oficial ruso, que era un hombre ya entrado en años, y luego se dirigió a la señora:
–Y usted es Doris Fischer de Halle. Hace ya muchos años que tuve el placer de conocerla.
–Tienes una memoria fabulosa– contestó la señora.
–He recordado bastante tiempo nuestra conversación de hace casi diez años. También mi padre me ha comunicado que usted vive otra vez en Halle.
Sus visitantes le habían encontrado en medio de su trabajo. Fritz estuvo ayudando a un grupo de mujeres jóvenes a mover una carretilla cargada de gravilla. Después de haber arrancado los rieles de la vía, trataron de conservar todo para su posible reutilización.
“¿Qué querrán estos visitantes?“, se preguntó Fritz.

Fritz no podía ofrecerles nada. Por eso, después de haberse apartado un poco, ellos fueron al grano:
–Fritz– comenzaba Doris Fischer–, el coronel está buscando colaboradores cualificados para la “Wismuth SA“ que se encuentra en “Aue en el Erzgebirge “(Las Montañas Minerales).
Tú sabes, tal vez, que esta empresa ahora es una Sociedad Soviética. El trabajo que realiza esta empresa goza de máxima prioridad desde todo lo alto. Tú sabes lo que esto quiere decir. Me imagino que este trabajo aquí no sea de tu agrado.
La sorpresa fue grande. Fritz no sabía qué decir.
–Es una empresa de minería– contestaba–,tengo poca experiencia en esta clase de obras.
–Nosotros sabemos que usted ha estado trabajando en toda esta área en toda clase de trabajos y construcciones bajo tierra. Esto era en tiempos de Hitler.
El coronel había dicho “Guitler“. Hablaba alemán perfectamente, pero a los rusos les cuesta pronunciar la letra H.
–Estamos buscando gente que sabe trabajar y se interesa por hacer cosas nuevas.
El coronel miraba a Fritz atentamente.
–¿Qué se produce allí?– preguntaba Fritz.
–Minerales– contestaba Klimoff–.Ud no tiene nada que ver con la elaboración. Lo suyo es la excavación, nada más.
Fritz se puso en alerta. Se acordaba de los rumores que había oído: trabajadores forzados y criminales nazi trabajando allí.
¿Querían estos visitantes verdaderamente que él se fuera a un lugar así, donde otros trabajaban sólo porque estaban forzados? ¿Qué riesgos había allí?
–Las condiciones de trabajo son óptimas– continuaba el coronel–. Es un veradero premio poder trabajar bajo las condiciones que ofrecemos.
Y contemplando la triste escena en su alrededor:
–Esto aquí no es para una persona que se deja valer.
Doris Fischer observó la mirada escéptica de Fritz:
–Fritz, todavía no te has sometido a ninguna prueba.Hemos recibido tu solicitud para formar parte de la élite de la clase obrera. No te hemos olvidado en ningún momento. Hemos tenido una reunión para estudiar tu caso con atención. Y te comunico nuestra decisión: exigimos que entregues tu fuerza de trabajo para bien de los pueblos de la Unión Soviética. Acepta este compromiso que te propone el coronel y danos la prueba de que tú tienes una intención realmente seria de formar parte de nuestro partido.
Después de una larga pausa Fritz contestó:
–Quince años antes, me ofrecisteis colaborar en el comité directivo y ahora queréis mandarme a las minas.
–Los tiempos cambian, querido Fritz– dijo ella.
–Las relaciones de poder han cambiado– replicó Fritz.
–Así es– contestaron ambos visitantes, casi al unísono.
–¡No entiendas esto mal!– continuó Doris–, eres libre a tomar la decisión que tú quieras. Pero pensamos que tienes una cuenta pendiente con tu clase, la clase obrera. Tú perteneces a los nuestros, eres parte de nuestro fundamento. Debes recompensar algo y reparar algo de tu pasado.
No me vayas a decir que no cometiste errores. Pero dejemos esto. Ahora tienes la oportunidad de rectificar.
–Yo pensaba que todas las personas de buena voluntad serían los invitados.
Fritz se sentía muy incómodo. La escena se había convertido en un tribunal.
–Sí, así era hasta hace un año. La vanguardia del proletariado debe ser muy cuidadosa. No todos los que creen que son comunistas, realmente lo son. El partido de Lenin no es para todos. El Oeste prepara la división y la confrontación. Tenemos que armarnos.

Fritz prometía pensarlo y pidió que le dejaran tiempo para ello.
–¡No tarde demasiado!– dijo el coronel.
–¿Por qué no me tratas de tú, Fritz?– y Doris le dio la mano.


En este momento Fritz aun no sabía, que se trataba de acelerar la producción de uranio a través de la empresa Wismuth SA. En las montañas fronerizas entre Checoeslovaquia y Alemania se encontraban los yacimientos más importantes del continente Europeo. Desde la alta Edad Media se habían explotado estas “Montañas Metálicas“ en busca de cobre, plomo y plata. Las minas, mucho más productivas de Perú habían acabado con esta actividad. Pero el uranio, la base para la fabricación de plutonio, hacía crecer la importancia de esta minería. La Unión Soviética no disponía de reservas propias. Pero había comenzado la carrera armamentística entre las dos potencias, que habían salido triunfantes de la guerra. La sombra de la bomba atómica había alcanzado Alemania.
También cambiaba el destino de Fritz.

Fritz sabía que se transformaría en persona non grata, si rechazaba la “oferta“ que se le había hecho.Sabía que le pagarían bien. Se acabaría la vida precaria que llevaban. Sobre todo Kaethe sería beneficiada. Por un lado sabía que su vida sería vigilada y dejaría de ser privada.
–Aquello será una cárcel dorada y los que trabajarán bajo mi mando serán prisioneros.
Volverán los viejos tiempos como antes de la guerra, cuando se había visto obligado a trabajar con prisioneros del campo de concentración de Buchenwald– pensó.
Sabía también que el trabajo en aquellas tierras era muy insano. Desde siglos atrás se sabía que los mineros allá no tenían larga vida.Todavía no se conocían las causas. Por el otro lado:
–¿Y aquí, casi no puedo aguantar más?– se dijo.
Tomó la decisión de esperar un tiempo más y de aguantar lo que pudiera:
–Alguna vez tienen que terminar las reparaciones, cuando ya no haya más nada que llevarse.
Cuando llegó a casa y encontró a Kaethe con jaqueca decidió no decirle nada.

La situación política comenzó a ponerse tensa. Cada vez se veía más, que el conflicto entre las potencias dividiría Alemania. Entre la población alemana, esta evolución se tomaba con un sentido de resignación e indiferencia. Después de haber causado un mar de tragedias, la nación alemana se despidió del escenario de la política. No era el resultado de una decisión consciente. Era la expresión de un hastío sufrido, de una sobrecarga de dudosas ideas e ideales. Total, el público alemán vivía practicando el regreso a lo privado. Tenían ganas de trabajar para ganar y vivir, elementos básicos de la vida, que habían sido suprimidos durante generaciones; y que se abrían paso creando este llamado pequeño milagro de bienestar alemán. Alemania había vivido una fase parecida, después de las Guerras Napoleónicas. Entonces se llamaba Biedermeyer. Ahora parecía repetirse: alejados de las convulsiones y terremotos de una era volcánica, todo parecía decir: ¡déjennos en paz y tranquilidad!
–Nos estamos acercando a un “nuevo Biedermeyer“– advirtieron unos intelectuales críticos.
–¿Y a mí que me importa?– contestó una generación casi al unísono–, cierro mi casa, cierro mi coche - cuando lo tenga - y en el mundo, a partir de hoy, sólo me verán como turista con mi máquina de fotografiar y punto.

Naturalmente, Fritz no se escapaba de este espíritu de su tiempo. En el Este, la Zona Soviética, se hacía más difícil vivir este ideal, pero existía. Lo demuestra el inmenso número de las casitas llamadas “dachas“ que cubren el país. La única función de ellas era ir el fin de semana o en vacaciones cortas para cerrar la puerta y decir: “Adiós, mundo cruel!“
El ambiente era estrictamente privado. Nunca se celebraban fiestas donde pudieran aparecer gente desconocida.

Poco a poco Fritz empezaba a olvidar aquel encuentro y el plazo que le habían dado para tomar una decisión. Sin embargo, antes de lo esperado, los sucesos le liberaban de tener que tomarla.

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