Desde
la lejanía le llegaban ruidos. Así que no estaba en una región
totalmente despoblada.
Al
salir del pinar a un claro del bosque, miraba hacia abajo:
–¡Maldito
uniforme!– dijo y tiró la gorra militar.
Más
adelante se abría el bosque y allí había una choza. Era una cabaña
que con frecuencia se encuentra en las zonas boscosas para uso y
servicio de los trabajadores. Se sentó detrás de un saúco para
observar lo que pasaba en la cabaña. Para aliviar la sed se dedicaba
a mascar las flores del arbusto. Parecía que detrás de la casa
había un huerto. Las patatas todavía no podían estar para
cogerlas, pero el puerro sí sobrevive al invierno. La boca se le
hacía agua.
La
cabaña tenía una chiminea y de ella salía un chorrito de humo:
–Hay
gente–, decía.
Después
vió a una mujer. La mujer tenía el pelo blanco y caminaba con
dificultad sirviéndos de un bastón. No podía distinguir las
facciones de su cara.
–Más
vale seguir adelante– se decía
Después
pensó en el huerto, y se quedó esperando a que llegara la noche.
Ahora
veía que el techo de la cabaña estaba recien hecho. Además se
veían los impactos de tiros en la pared blanca.
–Por
aquí ha pasado la guerra– pensaba–. Mejor, me voy de aquí–.
Pero se quedó...
Se
imaginaba que podría comer rábanos, puerros lechugas, tal vez apio.
Desgraciadamente
los días eran largos. Anochecía tarde y además había luna.
–Pero
los de la cabaña dormirían pronto– pensaba y no se darán cuenta.
Por
fin, llegó la hora. No se había equivocado. Y pronto se vio echado
en el suelo masticando puerro con placer y gusto.
–Delicioso–,--------pensaba.
Y
en este momento se le echó encima ... un perro grande. No lo había
visto al observar la cabaña durante el día. Fritz se mantuvo quieto
y el perro -- cortésmente -- no le mordió, pero ladrando
terriblemente despertaba a cualquiera.
–¿Qué
es lo que ud busca en mi jardín de noche, señor?– preguntaba una
voz femenina.
Ella
repitió la misma frase después de liberarlo del acoso del perro.
Fritz había entendido. Se levantó y contestó en polaco:
–Lo
siento, tengo hambre, no soy ningún ladrón.–
Le
extrañaba el hecho de que supiera contestar en el idioma de su
madre, pues había practicado poco durante tantos años.
Y
ahora se levantó y se encontró en frente de la señora, dueña del
huerto, bajo la luz de la luna, metido en su uniforme alemán; era un
hombre sucio y barbudo, un vagabundo.
Fritz
se dio cuenta del impacto que causaba su presencia. La señora
pareció perder el equilibrio.
–No
me tenga miedo,– se atrevió a decir Fritz.
No
sabemos cómo pasaba que finalmente Fritz se sentó a la mesa dentro
de la cabaña. Se había quitado la chaqueta del uniforme y se había
podido asear un poco por lo que se presentó ahora con un aspecto más
o menos civil.
Su
anfitriona estaba sentada a la otra punta de la mesa, junto al perro
que no dejaba de mirar a Fritz con desconfianza. Este comió y bebió
con gusto, lo que su anfitriona le puso: Pan y un vaso de leche, que
hace tiempo no había probado. Fritz observaba a la señora. Se daba
cuenta, de que no era una mujer campesina, como cabía esperar en
esta choza primitiva. Los rasgos de la cara finos y las manos
delgadas, contrastaban con la sencilla ropa de hechura rústica.
Sentía
extrañeza ante esta situación. Ella le preguntó sobre las
circunstancias de su inesperada aparición. Y Fritz contó como
podía, expresándose más mal que bien. Pero resultaba posible una
conversación sobre su profesión civil, familia y lugar de orígen.
La señora conocía los lugares que Fritz mencionaba. Pero a Fritz le
costaba trabajo encontrar las palabras. A ratos creía que estaba
hablando con su madre y entonces resucitaban términos que parecían
perdidos.
Sin
embargo, se cansaba y surgía un largo silencio.
Entonces
su anfitriona - Fritz no se había enterado de su nombre - sonreía
por primera vez y decía:
“Ich
bitte Dich, lass mich mit Deutschland in Frieden!
Du
musst mich nicht plagen mit ewigen Fragen!“4
–Pero,
ud. sabe alemán– Fritz se levantó de la silla.
–Sí–
le contestó ella–, el idioma de Heinrich Heine, pero no el de
Heinrich Himmler.
Fritz
comprendía el sentido de la comparación. No era lector de poemas
como su padre. Pero se acordaba de un fragmento de un poema de Heine
que su padre había citado con frecuencia, y contestaba:
“Denk
ich an Deutschland in der Nacht,So bin ich um den Schlaf gebracht.“5
No
conozco los versos siguientes.– Fritz se callaba.
Pero
ella continuuóve la poesíar y con voz temblante citó:
“Ich
kann nicht mehr die Augen schließen
Und
meine heißen Tränen fließen.“6
Está
sacado de los Pensamientos Nocturnos de Heine que parecen haber
inspirado al pianista Chopin. Le honra señor Peter que usted se
acuerde de estos versos. Heine ya hace tiempo se ha vuelto un poeta
maldito en Alemania.
Fritz
se encontraba tan sumamente confundido que no sabía contestar nada.
En este momento se sintió transportado a un mundo civilizado, que
había abandonado ya hace tiempo. Estaba pisando los caminos de un
siglo bárbaro. Había olvidado, como eran los seres que poseían
cultura humana. No era solamente su aspecto sucio y vulgar. Vulgar y
sucio era todo este siglo. Todos los que vestían este uniforme,
llamado “traje de honor del Führer“, habían perdido su alma
humana.
Por
eso no era raro que no preguntara a su anfitriona por el destino que
ella había tenido en estos tiempos violentos de guerra. Ni siquiera
le había preguntado por su nombre y por el paradero de su familia.
¿No era extraño que ella viviera sola en esta choza? ¿O había
otra casa cercana desconocida?
Fritz
se sintió cansado, y antes de quedarse dormido con la cabeza echada
sobre la mesa, se dijo que mañana sería otro día.
Se
repetía aquí en la lejana Polonia el drama de otro bárbaro
violento, el de Parceval, caballero medieval, personaje principal de
la obra escrita por Wolfram von Eschenbach.
Debería
de haber preguntado:
–¿Qué
le ha sucedido mi señora? ¿Qué clase de desgracia le ha tocado
vivir?
Parceval,
el bárbaro medieval, tampoco había sido capaz de formular esta
pregunta, viendo el dolor que sufría su anfitrión. Como cristiano
habría sido obligado a hacerlo, por amor al prójimo:
No
por curiosidad, sino para manifestar un interés vivo por el otro, el
prójimo. La convivencia con el dolor ajeno, la compasión, la
misericordia es la única documentación de cultura humana en todos
los tiempos. Esta sencilla verdad, Fritz la había olvidado. Pero,
todo este siglo entregado al progreso, el siglo XX, había abandonado
la cultura del humanismo para dedicarse plenamente a la barbarie.
¿No
le había insinuado su anfitriona a poner la pregunta decisiva?
¿No
era convincente su gesto de invitar al forastero, de convidar al
enemigo?
Parece
que es característico de los bárbaros modernos, no entender
insinuaciones y gestos callados.
Fritz
cansado se quedó dormido.
¿Qué
podía haber escuchado, si hubiera podido poner atención?
Ella
comenzó a hablarle, mientras Fritz se dormía, y sólo el perro
levantaba la cabeza; era como si lo entendiera:
– Fue
un día de otoño, más brillante que otros días de esta época. En
tiempos de paz, un día así era festivo. Llegaron montados en dos
camiones. Entraron en el patio de la finca. A todos nosotros nos
hicieron subir a un camión. Ibamos todos: mi padre, mi madre y todos
los criados y criadas. Este perro corrió detrás del camión. Mi
marido era soldado y ha desaparecido. Ellos querían la casa para
usarla para los altos mandos de la SS. Nos llevaron a este bosque
delante de esta cabaña.
Así
pasó. La élite polaca sería eliminada, así nos habían llegado
rumores. Enseguida los tiros. Yo he sobrevivido con balas incrustadas
en la cadera. El perro también ha sobrevivido. Lo sacaron de la
línea de fuego. Son amigos de los animales.
A
su vez los soldados soviéticos incendiaron la casa y la finca
entera, cuando vinieron para celebrar su victoria sobre los alemanes.
Te
lo cuento y te perdono. Pero tú no me escuchas, Fritz.
Fritz
dormía el sueño de Parzeval. Un bárbaro, que tiene que hacer un
largo camino para transformarse en un ser humano.
Cuando
despertó por la mañana del sueño profundo y se levantó de la
postura tan incómoda, la señora y el perro habían desaparecido. Se
encontraba solo. Fuera, en el huerto tampoco había nadie.
Luego
encontraba el paquete: Pan y un traje completo.
– No
conozco ni su nombre– dijo.
Se
vistió rápido con la ropa civil y salió afuera. La pared de la
choza estaba agujereada de impactos de tiros.
–¿Aquí,
qué pasó?– decía–, debería haberle preguntado.
Y
entonces levantaba la voz y se dirigía hacia el bosque:
–¿Qué
ha pasado?– gritaba en alemán y en polaco. Pero sólo le respondía
el eco su propia voz.
Entonces
cogió el paquete con el pan y se puso en marcha. Sólo le
acompañaban las urracas y los grajos con sus gritos que parecían
risotadas que se burlaban de él.
Y
Fritz vestido de civil caminó hacia el Oeste, hacia la puesta del
sol. Era sencillo seguir en la dirección correcta. El poblado más
cercano se llamaba Bielkowo; una señal lo indicaba. Y Fritz se
acordaba del lugar situado cerca de la ciudad de Byalistok en el
extremo Oriente de Polonia. Desde aquí había comenzado la invasión
de Rusia cuatro años antes.
–Por
aquí he pasado ya dos veces– se decía–, y con esta son tres.
Pensaba
también en la retirada, en el largo camino sangriento que había
hecho entre la infantería alemana un año antes.
–Esos
verdes bosques deben de estar repletos de los restos de aquellas
batallas–. Fritz se acordó de un batallón formado por voluntarios
de la “Juventud de Hitler (HJ)“ dispuestos a retener la avalancha
de los soviéticos al lado de la infantería de la Wehrmacht. Casi
todos los muchachos murieron.
“Por
las tardes armas mortíferas
hacen
sonar los bosques de otoño,
las
llanuras doradas y lagos azules.
Cuando
el sol se esconde,
la
noche se llena de supiros y gritos
de
los que se están muriendo.“7
Georg
Trakl, soldado de la Primera Guerra, había ecrito esto treinta años
antes y el poema lo llamaba “Grodek“.
Ahora Fritz leía una señal al lado del camino:“Grodek -20Km“ .
Ahora sabía donde estaba. El escenario de dos guerras estaba
cubierto de una vegetación exuberante.
Después
de este encuentro que le quedó grabado en la memoria, se puso en el
camino con cierto optimismo. No estaba muy contento con la ropa que
llevaba. Vestido con un traje de verano con una camisa blanca y las
botas militares puestas, no representaba el típico campesino polaco
que quería parecer:
–Demasiado
llamativo– se decía.
El
camino que había cogido, le condujo finalmente a una carretera que
parecía totalmente vacía. Con frecuencia encontraba agua en las
fuentes numerosas que había y solía dormir, metido en montones
hechos para secar hierba, heno, que los campesinos necesitaban para
alimentar el ganado durante el invierno, cuando durante meses las
praderas desaparecen bajo un grueso manto de nieve.
Después
de unos días de marcha, pudo cambiar su camisa blanca por otra de
color marrón que había visto en un tendedero para secarse.
Simplemente la cambió por la blanca que llevaba.
Con
que hacía calor, llevaba la chaqueta al brazo. Acostumbraba caminar
por la noche y en la madrugada, cuando no había nadie enel campo.
Pensaba que la milicia o los controles soviéticos no se presentarían
a estas horas del día. De vez en cuanto, se encontraba con un
vehículo soviético. Entonces procuraba pasar inadvertido. Rodeaba
los pueblos, y siempre encontraba algo para comer en los huertos.
Al
esconderse bajo el heno, se sentía contento. Había caminado un buen
trayecto. Pero sabía que las dificultades comenzarían, cuando se
acercara a regiones más pobladas de la parte occidental del país.
Todavía no se había enterado de la inmensa transformación del mapa
político de Europa oriental.
La
Unión Soviética había mantenido su trozo de Polonia conquistado
debido al pacto con Hitler. Como recompensa y para debilitar Alemania
en el futuro, Stalin había logrado en las conferencias de Yalta y
Potsdam, que Polonia fuera recompensada con la adquisición de
algunas provincias alemanas.
Fritz
tampoco sabía que esto significó la emigración de millones de
personas que fueron trasladados a la fuerza de sus hogares por ser de
étnia alemana o polaca. El nazismo había sido derrotado, pero la
ideología etnocéntrica proclamada por los nazis, ahora era cumplida
fielmente por los vencedores soviéticos bajo aprobación de los
Aliados occidentales.
¡Qué
triunfo “post
mortem“
de la purificación étnica de Europa, proclamada por Hitler en “Mein
Kampf“!
Sin
embargo, para el solitario caminante Friedrich Peter, esta situación
ofrecía cierta facilidad, al pasar inadvertido entre los que se iban
y los que venían. Durante años la Europa del Centro y del Este se
parecía a un hormiguero. Recordaba aquel juego de niños, en el que
todos se levantan y buscan un asiento nuevamente. Algunos tienen que
quedarse de pie porque había sido reducido el número de sillas por
unas manos misteriosas.
Fritz
tampoco había encontrado todavía a los supervivientes de los campos
de concentración nazi.
En
el Este de Polonia, la SS había logrado evacuar estos lugares y
esconder las fechorías cometidas, y el campo de Auschwitz quedaba
lejos.
El
destino del campo de Auschwitz ( Oswiecim) era diferente. El avance
soviético había sido tan rápido, que a la SS no le había dado
tiempo suficiente de borrar las huellas del crimen.Por eso el mundo
pudo conocer el horror y las dimensiones de la barbarie nazi.
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