lunes, 19 de agosto de 2002

Capítulo 6: –¿Dónde estoy ahora?–

Desde la lejanía le llegaban ruidos. Así que no estaba en una región totalmente despoblada.
Al salir del pinar a un claro del bosque, miraba hacia abajo:
–¡Maldito uniforme!– dijo y tiró la gorra militar.
Más adelante se abría el bosque y allí había una choza. Era una cabaña que con frecuencia se encuentra en las zonas boscosas para uso y servicio de los trabajadores. Se sentó detrás de un saúco para observar lo que pasaba en la cabaña. Para aliviar la sed se dedicaba a mascar las flores del arbusto. Parecía que detrás de la casa había un huerto. Las patatas todavía no podían estar para cogerlas, pero el puerro sí sobrevive al invierno. La boca se le hacía agua.
La cabaña tenía una chiminea y de ella salía un chorrito de humo:
–Hay gente–, decía.
Después vió a una mujer. La mujer tenía el pelo blanco y caminaba con dificultad sirviéndos de un bastón. No podía distinguir las facciones de su cara.
–Más vale seguir adelante– se decía
Después pensó en el huerto, y se quedó esperando a que llegara la noche.
Ahora veía que el techo de la cabaña estaba recien hecho. Además se veían los impactos de tiros en la pared blanca.
–Por aquí ha pasado la guerra– pensaba–. Mejor, me voy de aquí–. Pero se quedó...
Se imaginaba que podría comer rábanos, puerros lechugas, tal vez apio.
Desgraciadamente los días eran largos. Anochecía tarde y además había luna.
–Pero los de la cabaña dormirían pronto– pensaba y no se darán cuenta.


Por fin, llegó la hora. No se había equivocado. Y pronto se vio echado en el suelo masticando puerro con placer y gusto.
–Delicioso–,--------pensaba.
Y en este momento se le echó encima ... un perro grande. No lo había visto al observar la cabaña durante el día. Fritz se mantuvo quieto y el perro -- cortésmente -- no le mordió, pero ladrando terriblemente despertaba a cualquiera.

–¿Qué es lo que ud busca en mi jardín de noche, señor?– preguntaba una voz femenina.
Ella repitió la misma frase después de liberarlo del acoso del perro. Fritz había entendido. Se levantó y contestó en polaco:
–Lo siento, tengo hambre, no soy ningún ladrón.–
Le extrañaba el hecho de que supiera contestar en el idioma de su madre, pues había practicado poco durante tantos años.
Y ahora se levantó y se encontró en frente de la señora, dueña del huerto, bajo la luz de la luna, metido en su uniforme alemán; era un hombre sucio y barbudo, un vagabundo.
Fritz se dio cuenta del impacto que causaba su presencia. La señora pareció perder el equilibrio.
–No me tenga miedo,– se atrevió a decir Fritz.

No sabemos cómo pasaba que finalmente Fritz se sentó a la mesa dentro de la cabaña. Se había quitado la chaqueta del uniforme y se había podido asear un poco por lo que se presentó ahora con un aspecto más o menos civil.
Su anfitriona estaba sentada a la otra punta de la mesa, junto al perro que no dejaba de mirar a Fritz con desconfianza. Este comió y bebió con gusto, lo que su anfitriona le puso: Pan y un vaso de leche, que hace tiempo no había probado. Fritz observaba a la señora. Se daba cuenta, de que no era una mujer campesina, como cabía esperar en esta choza primitiva. Los rasgos de la cara finos y las manos delgadas, contrastaban con la sencilla ropa de hechura rústica.
Sentía extrañeza ante esta situación. Ella le preguntó sobre las circunstancias de su inesperada aparición. Y Fritz contó como podía, expresándose más mal que bien. Pero resultaba posible una conversación sobre su profesión civil, familia y lugar de orígen. La señora conocía los lugares que Fritz mencionaba. Pero a Fritz le costaba trabajo encontrar las palabras. A ratos creía que estaba hablando con su madre y entonces resucitaban términos que parecían perdidos.
Sin embargo, se cansaba y surgía un largo silencio.
Entonces su anfitriona - Fritz no se había enterado de su nombre - sonreía por primera vez y decía:
Ich bitte Dich, lass mich mit Deutschland in Frieden!
Du musst mich nicht plagen mit ewigen Fragen!“4
–Pero, ud. sabe alemán– Fritz se levantó de la silla.
–Sí– le contestó ella–, el idioma de Heinrich Heine, pero no el de Heinrich Himmler.
Fritz comprendía el sentido de la comparación. No era lector de poemas como su padre. Pero se acordaba de un fragmento de un poema de Heine que su padre había citado con frecuencia, y contestaba:
Denk ich an Deutschland in der Nacht,So bin ich um den Schlaf gebracht.“5
No conozco los versos siguientes.– Fritz se callaba.
Pero ella continuuóve la poesíar y con voz temblante citó:
Ich kann nicht mehr die Augen schließen
Und meine heißen Tränen fließen.“6
Está sacado de los Pensamientos Nocturnos de Heine que parecen haber inspirado al pianista Chopin. Le honra señor Peter que usted se acuerde de estos versos. Heine ya hace tiempo se ha vuelto un poeta maldito en Alemania.
Fritz se encontraba tan sumamente confundido que no sabía contestar nada. En este momento se sintió transportado a un mundo civilizado, que había abandonado ya hace tiempo. Estaba pisando los caminos de un siglo bárbaro. Había olvidado, como eran los seres que poseían cultura humana. No era solamente su aspecto sucio y vulgar. Vulgar y sucio era todo este siglo. Todos los que vestían este uniforme, llamado “traje de honor del Führer“, habían perdido su alma humana.
Por eso no era raro que no preguntara a su anfitriona por el destino que ella había tenido en estos tiempos violentos de guerra. Ni siquiera le había preguntado por su nombre y por el paradero de su familia. ¿No era extraño que ella viviera sola en esta choza? ¿O había otra casa cercana desconocida?
Fritz se sintió cansado, y antes de quedarse dormido con la cabeza echada sobre la mesa, se dijo que mañana sería otro día.
Se repetía aquí en la lejana Polonia el drama de otro bárbaro violento, el de Parceval, caballero medieval, personaje principal de la obra escrita por Wolfram von Eschenbach.
Debería de haber preguntado:
–¿Qué le ha sucedido mi señora? ¿Qué clase de desgracia le ha tocado vivir?
Parceval, el bárbaro medieval, tampoco había sido capaz de formular esta pregunta, viendo el dolor que sufría su anfitrión. Como cristiano habría sido obligado a hacerlo, por amor al prójimo:
No por curiosidad, sino para manifestar un interés vivo por el otro, el prójimo. La convivencia con el dolor ajeno, la compasión, la misericordia es la única documentación de cultura humana en todos los tiempos. Esta sencilla verdad, Fritz la había olvidado. Pero, todo este siglo entregado al progreso, el siglo XX, había abandonado la cultura del humanismo para dedicarse plenamente a la barbarie.
¿No le había insinuado su anfitriona a poner la pregunta decisiva?
¿No era convincente su gesto de invitar al forastero, de convidar al enemigo?
Parece que es característico de los bárbaros modernos, no entender insinuaciones y gestos callados.

Fritz cansado se quedó dormido.
¿Qué podía haber escuchado, si hubiera podido poner atención?
Ella comenzó a hablarle, mientras Fritz se dormía, y sólo el perro levantaba la cabeza; era como si lo entendiera:

– Fue un día de otoño, más brillante que otros días de esta época. En tiempos de paz, un día así era festivo. Llegaron montados en dos camiones. Entraron en el patio de la finca. A todos nosotros nos hicieron subir a un camión. Ibamos todos: mi padre, mi madre y todos los criados y criadas. Este perro corrió detrás del camión. Mi marido era soldado y ha desaparecido. Ellos querían la casa para usarla para los altos mandos de la SS. Nos llevaron a este bosque delante de esta cabaña.
Así pasó. La élite polaca sería eliminada, así nos habían llegado rumores. Enseguida los tiros. Yo he sobrevivido con balas incrustadas en la cadera. El perro también ha sobrevivido. Lo sacaron de la línea de fuego. Son amigos de los animales.
A su vez los soldados soviéticos incendiaron la casa y la finca entera, cuando vinieron para celebrar su victoria sobre los alemanes.
Te lo cuento y te perdono. Pero tú no me escuchas, Fritz.

Fritz dormía el sueño de Parzeval. Un bárbaro, que tiene que hacer un largo camino para transformarse en un ser humano.
Cuando despertó por la mañana del sueño profundo y se levantó de la postura tan incómoda, la señora y el perro habían desaparecido. Se encontraba solo. Fuera, en el huerto tampoco había nadie.
Luego encontraba el paquete: Pan y un traje completo.
– No conozco ni su nombre– dijo.
Se vistió rápido con la ropa civil y salió afuera. La pared de la choza estaba agujereada de impactos de tiros.
–¿Aquí, qué pasó?– decía–, debería haberle preguntado.
Y entonces levantaba la voz y se dirigía hacia el bosque:
–¿Qué ha pasado?– gritaba en alemán y en polaco. Pero sólo le respondía el eco su propia voz.
Entonces cogió el paquete con el pan y se puso en marcha. Sólo le acompañaban las urracas y los grajos con sus gritos que parecían risotadas que se burlaban de él.
Y Fritz vestido de civil caminó hacia el Oeste, hacia la puesta del sol. Era sencillo seguir en la dirección correcta. El poblado más cercano se llamaba Bielkowo; una señal lo indicaba. Y Fritz se acordaba del lugar situado cerca de la ciudad de Byalistok en el extremo Oriente de Polonia. Desde aquí había comenzado la invasión de Rusia cuatro años antes.
–Por aquí he pasado ya dos veces– se decía–, y con esta son tres.
Pensaba también en la retirada, en el largo camino sangriento que había hecho entre la infantería alemana un año antes.
–Esos verdes bosques deben de estar repletos de los restos de aquellas batallas–. Fritz se acordó de un batallón formado por voluntarios de la “Juventud de Hitler (HJ)“ dispuestos a retener la avalancha de los soviéticos al lado de la infantería de la Wehrmacht. Casi todos los muchachos murieron.
Por las tardes armas mortíferas
hacen sonar los bosques de otoño,
las llanuras doradas y lagos azules.
Cuando el sol se esconde,
la noche se llena de supiros y gritos
de los que se están muriendo.“7
Georg Trakl, soldado de la Primera Guerra, había ecrito esto treinta años antes y el poema lo llamaba “Grodek“. Ahora Fritz leía una señal al lado del camino:“Grodek -20Km“ . Ahora sabía donde estaba. El escenario de dos guerras estaba cubierto de una vegetación exuberante.

Después de este encuentro que le quedó grabado en la memoria, se puso en el camino con cierto optimismo. No estaba muy contento con la ropa que llevaba. Vestido con un traje de verano con una camisa blanca y las botas militares puestas, no representaba el típico campesino polaco que quería parecer:
–Demasiado llamativo– se decía.
El camino que había cogido, le condujo finalmente a una carretera que parecía totalmente vacía. Con frecuencia encontraba agua en las fuentes numerosas que había y solía dormir, metido en montones hechos para secar hierba, heno, que los campesinos necesitaban para alimentar el ganado durante el invierno, cuando durante meses las praderas desaparecen bajo un grueso manto de nieve.
Después de unos días de marcha, pudo cambiar su camisa blanca por otra de color marrón que había visto en un tendedero para secarse. Simplemente la cambió por la blanca que llevaba.
Con que hacía calor, llevaba la chaqueta al brazo. Acostumbraba caminar por la noche y en la madrugada, cuando no había nadie enel campo. Pensaba que la milicia o los controles soviéticos no se presentarían a estas horas del día. De vez en cuanto, se encontraba con un vehículo soviético. Entonces procuraba pasar inadvertido. Rodeaba los pueblos, y siempre encontraba algo para comer en los huertos.
Al esconderse bajo el heno, se sentía contento. Había caminado un buen trayecto. Pero sabía que las dificultades comenzarían, cuando se acercara a regiones más pobladas de la parte occidental del país. Todavía no se había enterado de la inmensa transformación del mapa político de Europa oriental.
La Unión Soviética había mantenido su trozo de Polonia conquistado debido al pacto con Hitler. Como recompensa y para debilitar Alemania en el futuro, Stalin había logrado en las conferencias de Yalta y Potsdam, que Polonia fuera recompensada con la adquisición de algunas provincias alemanas.
Fritz tampoco sabía que esto significó la emigración de millones de personas que fueron trasladados a la fuerza de sus hogares por ser de étnia alemana o polaca. El nazismo había sido derrotado, pero la ideología etnocéntrica proclamada por los nazis, ahora era cumplida fielmente por los vencedores soviéticos bajo aprobación de los Aliados occidentales.
¡Qué triunfo “post mortem“ de la purificación étnica de Europa, proclamada por Hitler en “Mein Kampf“!
Sin embargo, para el solitario caminante Friedrich Peter, esta situación ofrecía cierta facilidad, al pasar inadvertido entre los que se iban y los que venían. Durante años la Europa del Centro y del Este se parecía a un hormiguero. Recordaba aquel juego de niños, en el que todos se levantan y buscan un asiento nuevamente. Algunos tienen que quedarse de pie porque había sido reducido el número de sillas por unas manos misteriosas.
Fritz tampoco había encontrado todavía a los supervivientes de los campos de concentración nazi.
En el Este de Polonia, la SS había logrado evacuar estos lugares y esconder las fechorías cometidas, y el campo de Auschwitz quedaba lejos.
El destino del campo de Auschwitz ( Oswiecim) era diferente. El avance soviético había sido tan rápido, que a la SS no le había dado tiempo suficiente de borrar las huellas del crimen.Por eso el mundo pudo conocer el horror y las dimensiones de la barbarie nazi.

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