exclamó
su nuevo compañero.
Fritz
había compartido con él los elementos imprescindibles: el hoyo
cavado en la tierra, la lona contra las lluvias y la ametralladora.
Pasaron
verdaderas fortalezas de acero a su lado.
–Son
los nuevos tanques Tiger, los que esperábamos.–
La
superioridad numérica del enemigo había destrozado una y otra vez
las defensas alemanas. Los restos siempre se reagrupaban y
encontraban formas nuevas para retener la marea de los tanques T34
soviéticos.
El
ejército soviético sufrió un desgaste similar al alemán
anteriormente. Pero tenía suficientes reservas para reemplazar estas
pérdidas. El precio para derrocar el nazismo alemán fue
elevadísimo.
Todo
se ha documentado y todo se ha investigado sobre esta guerra. La
estadística de los aliados sobre sus propias pérdidas demuestra un
hecho insólito: el 60% de los carros de combate se perdió debido a
la actividad de la infantería alemana o en otros términos, la
capacidad de infligir pérdidas al enemigo de la tropa alemana era
50% superior a la del otro lado. Pero esa estatística no significa
nada para los que estaban metidos en ese drama.
Por
eso dejemos a un lado la investigación histórica militar y volvamos
a la historia de Fritz:
¿Se
había preguntado Fritz por qué oponía resistencia al avance
soviético? ¿No se daba cuenta que esto prolongaba la existencia del
régimen nazi ? ¿Por qué se oponían a aceptar la derrota de
Alemania?
Desde
el punto de vista histórico se puede contestar fácilmente a estas
preguntas:
Habría
sido sensato deponer las armas lo más pronto posible. La propaganda
soviética no paraba de solicitar a los soldados alemanes que lo
hicieran, pero no tuvo éxito. Sin embargo, la ideología nazi no
había penetrado tan profundamente en el ejército para explicar este
hecho. Romper la lealtad con el propio grupo o con el camarada al
lado, con la patria y el juramento representaban el obstáculo más
difícil de superar. La gran masa de los soldados no eran tan
solidarios con el nazismo como suponían sus vencedores.
Así
, Fritz se alegró como todos los otros, cuando aparecieron los
carros de combate Tiger alemanes sobre el campo de batalla. Cuando
estos cruzaron las frágiles líneas de la infantería fueron
vitoreados:
–¡Fantástico,
maravilloso!–
Muchos
creían que un cambio del destino todavía era posible. El frente se
encontraba ahora junto a la frontera oriental del Reich. Era
previsible que las cuñas de ataque soviéticas alcanzarían en pocas
semanas la capital. La última reserva alemana logró detener el
avance de los soviéticos, justo en el momento en el que la oposición
militar contra Hitler intentó el golpe de estado, y nuevamente la
suerte acompañó al régimen nazi.
El
atentado contra Hitler falló, y el ejército no siguió el grupo de
los sublevados.
Pero,
en pocas semanas, pasó la euforia traida por los nuevos tanques: la
avalancha de las tropas soviéticas se abría camino hacia el centro
de Europa. Ahora le tocaba sufrir a la población civil alemana lo
que pueblos y ciudades en Rusia habían tenido que soportar
anteriormente.
La
soldadesca rusa llegó con la intención de venganza por lo que
habían sufrido y visto en su propio país. Han sido descritas las
escenas dantescas a través de miles de testimonios, y Fritz
presenció algunas de ellas cuando lograron recuperar un pueblo que
había sido tomado por los rusos anteriormente. El nihilismo activo y
la perversión moral parecían haberse adueñado de las almas.
Volvieron las escenas de pillaje y sadismo, comparable con los
eventos de la Guerra de los Treinta Años.
Fritz
y otros aguantaron el duro y humillante final, tratando de cubrir la
huida de la población civil alemana hacia el Oeste. Esperaban que
allí, donde avanzaban americanos e ingleses, su integridad física
sería respetada. A última hora, para la defensa de Berlin,
aparecían niños soldados para rellenar las filas mermadas de la
infantería. Todos ellos habían sido educados bajo los principios
nazis en sus colegios. No estaban preparados para enfrentarse a la
dureza de esta guerra.
La
mayoría sólo había llegado para dejar su vida, a un lado u otro
del río Oder. Allí, a sólo 80 km de Berlin, el régimen logró
montar su último bastión de defensa.
Allí
estaba Fritz. Había sobrevivido a muchas situaciones que podían
haberle costado la vida. Era de los pocos que habían participado en
la guerra de Rusia desde el primer día y habían sobrevivido hasta
casi el final de ella.
El
ataque final de los soviéticos se abrió con un golpe de artillería
pesada de miles de cañones.
Los
testigos hablan de un terremoto que sacudía los fundamentos de lo
que había sido Prusia.
Después,
miles de tanques avanzaban a través de un paisaje desértico,
quemado físicamente.
Parece
increíble que para ocupar esta zona devastada, todavía decenas de
miles de soldados soviéticos perdían la vida. Los muertos alemanes
nunca fueron contados.
Entonces,
y en medio de humo, gritos y explosiones, fue sacado el soldado Fritz
de su hoyo bajo tierra. Había perdido la audición y la visión. No
sabía quién era. Se imaginaba oír una voz que decía:
–Fritz,
se acabó, la guerra ha terminado.
Pero,
alguien lo apoyaba y lo llevaba. Le parecía que en este momento le
invadiera una oración, sin palabras, y ahí estaba su hermanito
Walter que decía:
–No
se acabó nada, no hay ningún fin, hermano Fritz.
Y
le parecía que su abrigo militar se abriera y le levantara sobre el
suelo y como un halcón volara entre las nubes.
Y
ahora oyó la voz, la voz que decía:
–¡Dawai,
dawai!–
Y
olió el tabaco ruso que conocía.
Era
un soldado ruso, quien le apoyaba y decía:
No hay comentarios:
Publicar un comentario