viernes, 30 de agosto de 2002

Capítulo 1: Parte 3

Durante las guerras pasadas la enemistad rara vez ha sido absoluta: actos de violencia alternaron con relaciones de completa normalidad“ (Cora Stephan, ¿Qué es el Bien?)1

Bajo el signo de la eternidad, somos seres imperfectos. ¿Cómo encontrar la perfección?-- Sólo la muerte nos abre esta posibilidad.“
( Ernst Jünger, Octubre 15 de 1942 )2 
 
Durante el año 1942 columnas gigantescas de tanques alemanes invadieron el inmenso espacio de Rusia. Un año antes, sus puntas habían llegado casi a Moscú.
Casi habían logrado su objetivo. Pero, la caida del Imperio Soviético, contra todos los pronósticos de “El Furor“, no se había producido. La resistencia del enemigo soviético sobre el propio terreno era fuerte e inesperado. El soldado de la unidad de pioneros Friedrich Peter formaba parte del ejército de invasión desde la primera hora. Fritz no había esperado esta evolución de su destino; como millones de alemanes más no podían creer lo que sus ojos veían, después del pacto entre Stalin y Hitler:
La preparación del ataque contra la Unión Soviética.
Las pérdidas territoriales de Alemania después de la Primera Guerra ya habían sido ampliamente recuperadas. Así, el elemento revanchista, representado por un sector del régimen, podía considerarse plenamente satisfecho: Alemania había recuperado lo que había perdido en 1918. Sin embargo, las intenciones de un grupo reducido alrededor de Hitler iban mucho más lejos de lo alcanzado.
Hitler, en su libro “Mein Kampf“ había descrito este proyecto ideológico: la conquista de “Lebensraum im Osten“ ( espacio vital en el Este para un gran imperio ario, destinado al predominio sobre el mundo durante los próximos mil años). Esta ideología extravagante tenía antecedentes en los sueños imperialistas de los nacionalistas alemanes, sueños que fueron proclamados ya antes de la Primera Guerra. Algunos sectores de la población, que habían visto frustrados sus delirios imperiales por el resultado negativo de la Primera Guerra, creían lograr estos objetivos ahora bajo el gobierno nazi. La reacción de la población,que se encontraba ciega ante los éxitos deslumbrantes de la política nazi, fue de asombro e incredulidad.
Los historiadores están de acuerdo al considerar que la decisión de atacar la Unión Soviética en plena vigencia del tratado de cooperación y amistad fue tomada en la cumbre de un reducido numero de personas, de los altos mandos políticos, militares y algunos dirigentes de la economía. La voluntad de Hitler fue decisiva.
El régimen se había establecido firmemente a través de los éxitos espectaculares, y sus métodos sofisticados de represión habían logrado el control total de la sociedad. Por eso, la oposición interna no tuvo ninguna posibilidad de intervenir e impedir esta agresión, que terminó como una ópera wagneriana, en “el ocaso de los dioses“, no sólo nazi, sino de todo el pueblo alemán. Todo acabaría en una caida al precipicio que según Joachim Fest no tiene parecido en la historia moderna. La invasión de la Unión Soviética era el paso decisivo en este camino de la destrucción.
A pesar de las victorias iniciales, el ejército alemán pronto llegaba a los límites físicos y materiales impuestos por un escenario de la guerra, cuya inmensidad geográfica y cuyas condiciones climáticas no habían sido suficientemente volarodas por los expertos militares.
Es cierto, que dentro de este ejército, con anterioridad a estos hechos, habian empezado a moverse tendencias de oposición contra una política imperialista y descabezada, destinada al fracaso y al suicidio. Sin embargo, para realizar su proyecto de eliminar al dictador, se enfrentaron a numerosos problemas: Hitler y su movimiento parecían invulnerables, protegidos por un escudo impenetrable de socios, admiradores y aduladores.
Las potencias extranjeras occidentales solían identificar el régimen nazi con Alemania entera y rechazaron todo contacto con la oposición alemana. La opinión del público europeo mostró una actitud de sometimiento a la voluntad nazi e incluso una admiración similar a los alemanes mismos.
Los síntomas de la crisis, económica y social, eran parecidos y la búsqueda de un remedio
era general. La creación de un estado fuerte, competente en cuestiones de economía, era considerado el objetivo principal de la política. Gran parte de la prensa europea difundía la imagen de una Alemania que había logrado realizar eso. Las violaciones masivas de los Derechos Humanos, el obsesivo antisemitismo del régimen nazi fueron callados o considerados como males menores.
En Alemania, la GeStaPo, la red de supervigilancia policial, casi funcionaba a la perfección.
El nazismo y el estalinismo intercambiaban métodos y estrategias de opresión de forma continua a través de la observación mutua y de la copia de sus instrumentos del terror ( purgas de los mismos camaradas combatientes, campos de concentración, manipulación de la opinión pública, etc.). Finalmente, las virtudes principales del ejército prusiano, la Wehrmacht, fueron el servicio y la obediencia. Rebelión y desobediencia eran términos desconocidos. En toda su historia el ejército prusiano ha conocido un solo caso de rebelión.3 Al soldado le obligaba el juramento y el honor. A los oficiales prusianos les era muy difícil apartarse de estos principios. Esto, en gran parte, explica la resistencia espartana de un ejército desde una inferioridad numérica impresionante, que sabía que su causa estaba perdida. En esta situación se encontraba la Wehrmacht a partir de 1943, tras sufrir la derrota en Stalingrado y después de la exitosa invasión en Normandía de los Aliados.
Además, el ejército había cubierto y en parte cometido crímenes que no tienen disculpa ante la humanidad y han ensuciado para siempre el nombre de Alemania. Detrás de las columnas de tanques y de las líneas de infantería aparecían los comandos de la SS y otros grupos especiales. Ellos se dedicaban a implantar el nuevo orden marcado por la ideología nazi sobre los territorios conquistados. Claro, la tropa tenía que haberse enterado de lo que pasaba detrás: los secuestros, fusilamientos y asesinatos de la población judía y de otros grupos. Estas acciones criminales hicieron imposible una pacificación de aquellas regiones conquistadas en el Este.
Los soldados tenían conocimiento de esto de forma directa o indirecta. La consecuencia era una situación psicológica excepcional: un siquiatra diría de neurotismo colectivo. Bajo el peso de una tensión extrema, los individuos pierden su identidad. Dejan de ser personas y actúan como máquinas. Fritz era uno de aquellos soldados, casi anulados bajo el peso de sus experiencias.
Su persona, su vida ahora eran parte de este enorme aparato agresor que extendió tentáculos como un pulpo gigante sobre los campos, pueblos y ciudades de Rusia.
Formaba parte del sector del ejército, Grupo Sur, bajo el mando del mariscal Von Bock, que en otoño de 1942 había llegado al río Don. Para lograr esto, había tenido que emplear las últimas reservas disponibles. Las enormes distancias y la escasez de suministros, la falta de gasolina para mover las máquinas y de recambios para reemplazar las grandes pérdidas materiales, habían agotado el ejército. Avanzaban, pero cada vez más lentamente. Después de cada batalla ganada se hacía más apremiante este problema. El ejército soviético oponía una resistencia tenaz y creciente. El intenso frío del invierno pasado, las lluvias en primavera y otoño habían causado numerosas bajas por enfermedad que se sumaban a los caídos y heridos en los combates. En el mismo sector, más al Sur, se estaba preparando el drama de Stalingrado.

El que había huido hacia adelante para evitar el deterioro de su existencia y la constante confrontación con las autoridades, se encontraba ahora en una situación desesperada. Se había hundido en este mar de penas con miles de hombres más, enfrentados a aniquilarse mutuamente sin compasión.
La infantería alemana había abierto una cabeza de puente al otro lado del río Don. Los pioneros habían comenzado a colocar los fundamentos de un puente de pontones para hacer posible el paso de los carros armados y de la artillería. Los adversarios libraban una batalla sin contemplar las pérdidas enormes de hombres y materiales. Estaba claro que se trataba de un momento decisivo para el destino de la campaña, pues el cruce sobre el río Don abría el camino a Moscú.
Por eso, los pioneros eran asistidos por prisioneros rusos y civiles reclutados a la fuerza en las cercanías. Bajo el fuego de la artillería rusa y ante la repentina aparición de aviones enemigos, los pioneros pusieron los fundamentos de aquel puente.El cansancio y la extenuación habían producido esa indiferencia ante el dolor y el sufrimiento, que es característica de las situaciones límite de experiencias traumáticas. Durante los descansos breves, los soldados se quedaban dormidos profundamente. A veces ni tocaban las raciones de comida enviadas desde atrás. Los ayudantes rusos esperaban este momento porque ellos no recibían absolutamente nada. La población civil rusa de esta zona de combate había huido.
Las escenas de horror que pasaban delante de los ojos de Fritz superaban lo que una persona civilizada puede imaginarse. La agresividad de los ejércitos alemanes era de una crueldad tan amarga que el observador Ernst Jünger no encontraba palabras para describirlo. La doctrina racista de los nazis consideraba a los eslavos como seres infrahumanos y ahora tenía sus consecuencias prácticas.
La respuesta de los soldados soviéticos no se dejaba esperar ante la violación de su patria por agresores que con frecuencia se portaban como verdugos y asesinos.
Ernst Jünger describe cómo la señal de la Cruz Roja servía de blanco fácil para los artilleros de ambos lados. La práctica del suicidio era frecuente para no caer vivo en manos del enemigo.
Ambas partes ofrecían premios por traer a un soldado enemigo con vida para interrogarlo.
¿Y Fritz? ¿Cuál era su reacción en los momentos de descanso y de reflexión?
No compartía la ideología nazi de esta guerra y no se identificaba con el ejército del Führer. En el fondo sentía simpatía para los que estaban al otro lado del frente. Pensaba que muchos de entre ellos habían ido por un camino similar al suyo. No había olvidado los comentarios de su padre, que siempre hablaba de respeto y admiración del pueblo ruso.
Sin embargo, lo que predominaba en estos instantes, era el sentido de la supervivencia, un sentido animal, el instinto de querer conservar la vida.
Parece que nunca pensó seriamente en pasarse al otro lado. La línea del frente era muy irregular y se encontraba en constante movimiento. Habría sido fácil alejarse del grupo. Los que se iban, por regla general se perdían y a veces fueron encontrados asesinados.
Esta guerra era de los perturbados y de los desesperados, practicada por nihilistas éticos sin ningún código moral. Bajo el pretexto de la lucha contra la guerrilla, los “Partisanos“, se justificaba el asesinato de colectivos inocentes. La actividad repugnante de las unidades de la SS bajo el apoyo o la tolerancia del ejército era frecuente.
¿Qué sentía Fritz? Se había enterando de estos sucesos. ¿Se había acostumbrado a ellos?
Es cierto que los pioneros iban en primera línea. Tenían pocas oportunidades de mirar hacia atrás.
Sin embargo, el grado de desesperación era obvio. Su hoja de servicio militar lo demuestra:


Encontramos a Fritz, soldado del batallón de pioneros, delante de un tribunal de guerra convocado para juzgarle. Se le acusaba de resistencia, de negarse a cumplir una orden y de agredir a un superior.
El tribunal improvisado de la división se había reunido. Estaba compuesto por tres oficiales y un teniente encargado de la defensa. Deliberaron durante cinco minutos aproximadamente. La sentencia fue unánime: Fusilamiento por rebelión.

¿Qué había pasado?
Los hechos eran bien claros: Se habían producido durante un breve descanso en la retaguardia. Un alto oficial, recien llegado desde el Reich, había encontrado al grupo de pioneros bebiendo y emborrachándose. Le disgustó la escena y la falta de respeto que le mostró el grupo.
Había dado orden de regreso inmediato al frente:
–Ahí delante arde todo, y aquí se emborrachan estos tipos.–
A Fritz le habría parecido esto una burla y un desprecio. Se levantó y se enfrentó al oficial. En el curso de una discusión acalorada, el oficial sacó la pistola. Fritz se la arrancó, le pegó con ella y lo tiró al suelo.
El caso era claro y no permitía otra sentencia a la vista de la situación desesperada que se vivía en el frente. El teniente defensor destacó los méritos del soldado, que hasta ahora no había dado causa de ninguna queja. Esto no alteró la votación. Pero se decidió trasladar la decisión al Mariscal Von Bock .
Fritz había escrito ya la carta de despedida a Kaethe, cuando llegó la decisión inmediata de permutar la sentencia. En estos tiempos voraces en destruir vidas, los soldados eran valiosos.
Friedrich Peter fue trasladado al batallón de castigo de la división. Bajo las circunstancias de esta guerra, eso era la forma más segura de ejecutar una sentencia de muerte.
Era la forma común, con la que la división se liberaba de elementos indeseados.
–El camino derecho al cielo– como decían los soldados con ironía.
Durante esta guerra, en el ejército alemán, muchos miles de hombres caminaron por este sendero del batallón de castigo.
La acción de rebelión de Fritz había nacido de la desesperación. No fue un acto de simple indisciplina. Tal vez había querido poner punto y final a una existencia, que no era más que un infierno en vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario