“Durante
las guerras pasadas la enemistad rara vez ha sido absoluta: actos de
violencia alternaron con relaciones de completa normalidad“
(Cora Stephan, ¿Qué es el Bien?)1
“Bajo
el signo de la eternidad, somos seres imperfectos. ¿Cómo encontrar
la perfección?-- Sólo la muerte nos abre esta posibilidad.“
(
Ernst Jünger, Octubre 15 de 1942 )2
Durante
el año 1942 columnas gigantescas de tanques alemanes invadieron el
inmenso espacio de Rusia. Un año antes, sus puntas habían llegado
casi a Moscú.
Casi
habían logrado su objetivo. Pero, la caida del Imperio Soviético,
contra todos los pronósticos de “El Furor“, no se había
producido. La resistencia del enemigo soviético sobre el propio
terreno era fuerte e inesperado. El soldado de la unidad de pioneros
Friedrich Peter formaba parte del ejército de invasión desde la
primera hora. Fritz no había esperado esta evolución de su destino;
como millones de alemanes más no podían creer lo que sus ojos
veían, después del pacto entre Stalin y Hitler:
La
preparación del ataque contra la Unión Soviética.
Las
pérdidas territoriales de Alemania después de la Primera Guerra ya
habían sido ampliamente recuperadas. Así, el elemento revanchista,
representado por un sector del régimen, podía considerarse
plenamente satisfecho: Alemania había recuperado lo que había
perdido en 1918. Sin embargo, las intenciones de un grupo reducido
alrededor de Hitler iban mucho más lejos de lo alcanzado.
Hitler,
en su libro “Mein Kampf“ había descrito este proyecto
ideológico: la conquista de “Lebensraum im Osten“ ( espacio
vital en el Este para un gran imperio ario, destinado al predominio
sobre el mundo durante los próximos mil años). Esta ideología
extravagante tenía antecedentes en los sueños imperialistas de los
nacionalistas alemanes, sueños que fueron proclamados ya antes de la
Primera Guerra. Algunos sectores de la población, que habían visto
frustrados sus delirios imperiales por el resultado negativo de la
Primera Guerra, creían lograr estos objetivos ahora bajo el gobierno
nazi. La reacción de la población,que se encontraba ciega ante los
éxitos deslumbrantes de la política nazi, fue de asombro e
incredulidad.
Los
historiadores están de acuerdo al considerar que la decisión de
atacar la Unión Soviética en plena vigencia del tratado de
cooperación y amistad fue tomada en la cumbre de un reducido numero
de personas, de los altos mandos políticos, militares y algunos
dirigentes de la economía. La voluntad de Hitler fue decisiva.
El
régimen se había establecido firmemente a través de los éxitos
espectaculares, y sus métodos sofisticados de represión habían
logrado el control total de la sociedad. Por eso, la oposición
interna no tuvo ninguna posibilidad de intervenir e impedir esta
agresión, que terminó como una ópera wagneriana, en “el ocaso de
los dioses“, no sólo nazi, sino de todo el pueblo alemán. Todo
acabaría en una caida al precipicio que según Joachim Fest no tiene
parecido en la historia moderna. La invasión de la Unión Soviética
era el paso decisivo en este camino de la destrucción.
A
pesar de las victorias iniciales, el ejército alemán pronto llegaba
a los límites físicos y materiales impuestos por un escenario de la
guerra, cuya inmensidad geográfica y cuyas condiciones climáticas
no habían sido suficientemente volarodas por los expertos militares.
Es
cierto, que dentro de este ejército, con anterioridad a estos
hechos, habian empezado a moverse tendencias de oposición contra una
política imperialista y descabezada, destinada al fracaso y al
suicidio. Sin embargo, para realizar su proyecto de eliminar al
dictador, se enfrentaron a numerosos problemas: Hitler y su
movimiento parecían invulnerables, protegidos por un escudo
impenetrable de socios, admiradores y aduladores.
Las
potencias extranjeras occidentales solían identificar el régimen
nazi con Alemania entera y rechazaron todo contacto con la oposición
alemana. La opinión del público europeo mostró una actitud de
sometimiento a la voluntad nazi e incluso una admiración similar a
los alemanes mismos.
Los
síntomas de la crisis, económica y social, eran parecidos y la
búsqueda de un remedio
era
general. La creación de un estado fuerte, competente en cuestiones
de economía, era considerado el objetivo principal de la política.
Gran parte de la prensa europea difundía la imagen de una Alemania
que había logrado realizar eso. Las violaciones masivas de los
Derechos Humanos, el obsesivo antisemitismo del régimen nazi fueron
callados o considerados como males menores.
En
Alemania, la GeStaPo, la red de supervigilancia policial, casi
funcionaba a la perfección.
El
nazismo y el estalinismo intercambiaban métodos y estrategias de
opresión de forma continua a través de la observación mutua y de
la copia de sus instrumentos del terror ( purgas de los mismos
camaradas combatientes, campos de concentración, manipulación de la
opinión pública, etc.). Finalmente, las virtudes principales del
ejército prusiano, la Wehrmacht, fueron el servicio y la obediencia.
Rebelión y desobediencia eran términos desconocidos. En toda su
historia el ejército prusiano ha conocido un solo caso de rebelión.3
Al soldado le obligaba el juramento y el honor. A los oficiales
prusianos les era muy difícil apartarse de estos principios. Esto,
en gran parte, explica la resistencia espartana de un ejército desde
una inferioridad numérica impresionante, que sabía que su causa
estaba perdida. En esta situación se encontraba la Wehrmacht a
partir de 1943, tras sufrir la derrota en Stalingrado y después de
la exitosa invasión en Normandía de los Aliados.
Además,
el ejército había cubierto y en parte cometido crímenes que no
tienen disculpa ante la humanidad y han ensuciado para siempre el
nombre de Alemania. Detrás de las columnas de tanques y de las
líneas de infantería aparecían los comandos de la SS y otros
grupos especiales. Ellos se dedicaban a implantar el nuevo orden
marcado por la ideología nazi sobre los territorios conquistados.
Claro, la tropa tenía que haberse enterado de lo que pasaba detrás:
los secuestros, fusilamientos y asesinatos de la población judía y
de otros grupos. Estas acciones criminales hicieron imposible una
pacificación de aquellas regiones conquistadas en el Este.
Los
soldados tenían conocimiento de esto de forma directa o indirecta.
La consecuencia era una situación psicológica excepcional: un
siquiatra diría de neurotismo colectivo. Bajo el peso de una tensión
extrema, los individuos pierden su identidad. Dejan de ser personas y
actúan como máquinas. Fritz era uno de aquellos soldados, casi
anulados bajo el peso de sus experiencias.
Su
persona, su vida ahora eran parte de este enorme aparato agresor que
extendió tentáculos como un pulpo gigante sobre los campos, pueblos
y ciudades de Rusia.
Formaba
parte del sector del ejército, Grupo Sur, bajo el mando del mariscal
Von Bock, que en otoño de 1942 había llegado al río Don. Para
lograr esto, había tenido que emplear las últimas reservas
disponibles. Las enormes distancias y la escasez de suministros, la
falta de gasolina para mover las máquinas y de recambios para
reemplazar las grandes pérdidas materiales, habían agotado el
ejército. Avanzaban, pero cada vez más lentamente. Después de cada
batalla ganada se hacía más apremiante este problema. El ejército
soviético oponía una resistencia tenaz y creciente. El intenso frío
del invierno pasado, las lluvias en primavera y otoño habían
causado numerosas bajas por enfermedad que se sumaban a los caídos y
heridos en los combates. En el mismo sector, más al Sur, se estaba
preparando el drama de Stalingrado.
El
que había huido hacia adelante para evitar el deterioro de su
existencia y la constante confrontación con las autoridades, se
encontraba ahora en una situación desesperada. Se había hundido en
este mar de penas con miles de hombres más, enfrentados a
aniquilarse mutuamente sin compasión.
La
infantería alemana había abierto una cabeza de puente al otro lado
del río Don. Los pioneros habían comenzado a colocar los
fundamentos de un puente de pontones para hacer posible el paso de
los carros armados y de la artillería. Los adversarios libraban una
batalla sin contemplar las pérdidas enormes de hombres y materiales.
Estaba claro que se trataba de un momento decisivo para el destino de
la campaña, pues el cruce sobre el río Don abría el camino a
Moscú.
Por
eso, los pioneros eran asistidos por prisioneros rusos y civiles
reclutados a la fuerza en las cercanías. Bajo el fuego de la
artillería rusa y ante la repentina aparición de aviones enemigos,
los pioneros pusieron los fundamentos de aquel puente.El cansancio y
la extenuación habían producido esa indiferencia ante el dolor y el
sufrimiento, que es característica de las situaciones límite de
experiencias traumáticas. Durante los descansos breves, los soldados
se quedaban dormidos profundamente. A veces ni tocaban las raciones
de comida enviadas desde atrás. Los ayudantes rusos esperaban este
momento porque ellos no recibían absolutamente nada. La población
civil rusa de esta zona de combate había huido.
Las
escenas de horror que pasaban delante de los ojos de Fritz superaban
lo que una persona civilizada puede imaginarse. La agresividad de los
ejércitos alemanes era de una crueldad tan amarga que el observador
Ernst Jünger no encontraba palabras para describirlo. La doctrina
racista de los nazis consideraba a los eslavos como seres
infrahumanos y ahora tenía sus consecuencias prácticas.
La
respuesta de los soldados soviéticos no se dejaba esperar ante la
violación de su patria por agresores que con frecuencia se portaban
como verdugos y asesinos.
Ernst
Jünger describe cómo la señal de la Cruz Roja servía de blanco
fácil para los artilleros de ambos lados. La práctica del suicidio
era frecuente para no caer vivo en manos del enemigo.
Ambas
partes ofrecían premios por traer a un soldado enemigo con vida para
interrogarlo.
¿Y
Fritz? ¿Cuál era su reacción en los momentos de descanso y de
reflexión?
No
compartía la ideología nazi de esta guerra y no se identificaba con
el ejército del Führer. En el fondo sentía simpatía para los que
estaban al otro lado del frente. Pensaba que muchos de entre ellos
habían ido por un camino similar al suyo. No había olvidado los
comentarios de su padre, que siempre hablaba de respeto y admiración
del pueblo ruso.
Sin
embargo, lo que predominaba en estos instantes, era el sentido de la
supervivencia, un sentido animal, el instinto de querer conservar la
vida.
Parece
que nunca pensó seriamente en pasarse al otro lado. La línea del
frente era muy irregular y se encontraba en constante movimiento.
Habría sido fácil alejarse del grupo. Los que se iban, por regla
general se perdían y a veces fueron encontrados asesinados.
Esta
guerra era de los perturbados y de los desesperados, practicada por
nihilistas éticos sin ningún código moral. Bajo el pretexto de la
lucha contra la guerrilla, los “Partisanos“, se justificaba el
asesinato de colectivos inocentes. La actividad repugnante de las
unidades de la SS bajo el apoyo o la tolerancia del ejército era
frecuente.
¿Qué
sentía Fritz? Se había enterando de estos sucesos. ¿Se había
acostumbrado a ellos?
Es
cierto que los pioneros iban en primera línea. Tenían pocas
oportunidades de mirar hacia atrás.
Sin
embargo, el grado de desesperación era obvio. Su hoja de servicio
militar lo demuestra:
Encontramos
a Fritz, soldado del batallón de pioneros, delante de un tribunal de
guerra convocado para juzgarle. Se le acusaba de resistencia, de
negarse a cumplir una orden y de agredir a un superior.
El
tribunal improvisado de la división se había reunido. Estaba
compuesto por tres oficiales y un teniente encargado de la defensa.
Deliberaron durante cinco minutos aproximadamente. La sentencia fue
unánime: Fusilamiento por rebelión.
¿Qué
había pasado?
Los
hechos eran bien claros: Se habían producido durante un breve
descanso en la retaguardia. Un alto oficial, recien llegado desde el
Reich, había encontrado al grupo de pioneros bebiendo y
emborrachándose. Le disgustó la escena y la falta de respeto que le
mostró el grupo.
Había
dado orden de regreso inmediato al frente:
–Ahí
delante arde todo, y aquí se emborrachan estos tipos.–
A
Fritz le habría parecido esto una burla y un desprecio. Se levantó
y se enfrentó al oficial. En el curso de una discusión acalorada,
el oficial sacó la pistola. Fritz se la arrancó, le pegó con ella
y lo tiró al suelo.
El
caso era claro y no permitía otra sentencia a la vista de la
situación desesperada que se vivía en el frente. El teniente
defensor destacó los méritos del soldado, que hasta ahora no había
dado causa de ninguna queja. Esto no alteró la votación. Pero se
decidió trasladar la decisión al Mariscal Von Bock .
Fritz
había escrito ya la carta de despedida a Kaethe, cuando llegó la
decisión inmediata de permutar la sentencia. En estos tiempos
voraces en destruir vidas, los soldados eran valiosos.
Friedrich
Peter fue trasladado al batallón de castigo de la división. Bajo
las circunstancias de esta guerra, eso era la forma más segura de
ejecutar una sentencia de muerte.
Era
la forma común, con la que la división se liberaba de elementos
indeseados.
–El
camino derecho al cielo– como decían los soldados con ironía.
Durante
esta guerra, en el ejército alemán, muchos miles de hombres
caminaron por este sendero del batallón de castigo.
La
acción de rebelión de Fritz había nacido de la desesperación. No
fue un acto de simple indisciplina. Tal vez había querido poner
punto y final a una existencia, que no era más que un infierno en
vida.
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