sábado, 17 de agosto de 2002

Capítulo 7: Fritz calculaba

que tarde o temprano se encontraría con un control soviético. Llegado el caso, esperaba que la suerte le acompañara y así sucedió:
Este día se había retrasado. No había encontrado el refugio idóneo. Y así estaba todavía en el camino cuando comenzaban a llenarse las vías públicas.
Fritz caminaba por una vía lateral, cuando sintió que unas miradas se dirigían hacia él. Debajo de unos árboles había un coche militar soviético.Allí staba estacionado y sus ocupantes sentados y tendidos sobre la hierba. Estaban descansando de un trabajo poco efectivo: Buscar soldados alemanes y desertores soviéticos, que se encontraban escondidos todavía en los densos bosques. Fritz no pudo evitar el encuentro, saludó y pasó de largo, sin acelerar el paso. Pero ahora oyó que el motor arrancaba, y que el coche lentamente se ponía en marcha y le seguía.

¿Habían notado algo raro en él? ¿Se habían fijado en sus botas? Ahora estas botas las llevaba mucha gente en el campo. Le habían notado algo que indicaba que era soldado. Los soldados se reconocen mútuamente. Su corazón latía fuertemente y se esforzaba por caminar despacio.
Entonces se le presentó la posible salvación:
Al otro lado del camino, detrás de un pequeño arroyo, una campesina segaba hierba. A su lado había un pequeño carro con un caballo y un perrito completaba la escena.
Fritz tomó una decisión: retrocedió unos pasos, corrió y saltó al otro lado del arroyo y con los brazos abiertos se acercó a la mujer. Ella, toda asustada, dejó caer la guadaña. Fritz, sin decir palabra, la abrazó fuertemente, de lo que a la mujer no le quedó aliento para dar un grito.
El perrito saltaba a lo alto para acompañar a la pareja que se mantenía abrazada.
Fritz miró al otro lado del arroyo y vio cinco caras sonrientes.
El coche continuó su camino. Entonces Fritz soltó a la mujer y recibió una monumental bofetada. También el perrito comenzó a distanciarse y empezó a ladrar violentamente.
Fritz trató de explicar: que estaba en camino a su casa, que no tenía papeles y que eso era la causa de su miedo a los rusos de los que ella le había salvado.
Y ahora era ella la que preguntó de dónde era él. Pues no era polaco por lo mal que lo hablaba.
Fritz contestó que era de Silesia “mitad alemán y mitad polaco“, lo que no era mentira del todo.
No dijo nada más, cogió la guadaña y empezó a segar hierba, cosa que desde niño había practicado. Después llenaron el carro.
La mujer se había calmado. Fritz la miraba. Era de mediana edad. Un pañuelo tapaba casi todo el pelo rubio. Fritz colocó la guadaña y el rastrillo encima de la hierba. Ella montó y cogió la rienda. Fritz le dijo:
–¡Perdón y muchas gracias, Adios!– y corrió y saltó al otro lado del arroyo.
Entonces ella le llamó:
–¿Cómo te llamas?
–Fritz y ¿tú?
–Marija. Eres un alemán, ya lo sabía yo– contestó ella.
–¿Tienes hambre?
–Sí, claro– dijo Fritz.
Ella tardó en continuar la conversación. Y después de un largo rato dijo:
–¡Ven a mi casa, pero espera la noche, es por la gente! y le explicó cómo podía encontrar la casa.

Fritz no sabía qué hacer. Una comida era una tentación muy grande. Pero también aumentaba el riesgo.Quizá ella no estuviera sola.
De modo que pasó lo que tenía que pasar.
La casa de los campesinos era pequeña. Con la señora Marija vivían los viejos padres de ella, el perro, el caballo, cuatro vacas, dos cerdos y un gran número de gansos, patos y gallinas. Además había varios gatos. El esposo de Marija era soldado y probablemente prisionero en Alemania. La familia no había tenido nunca noticias de él.
Fritz, por primera vez, después de mucho tiempo, comía a gusto. Estaba sólo en la mesa. Sus anfitriones le contemplaban. Los viejos estaban atrás en la oscuridad. La bombilla iluminaba sólo la mesa. Si sus miradas hubieran hablado, habrían dicho:
– Ojalá que este se vaya pronto a su casa.
Fritz durmió en el establo con los animales. Quería irse a la noche siguiente. Pero había que hacer, reparar y componer muchas cosas en la casa. Faltaba el hombre de la casa. Pero ahí también estaba la mujer, que no sabía si debería considerarse viuda o no. En fin, Fritz se quedó más días y más noches. Al principio ellos pensaban, que los vecinos no se habían dado cuenta, de que en la casa se encontraba un forastero. Se trataba de una familia honrada de un pueblo pequeño.Y Marija parecía dispuesta a no soltar tan fácil a un hombre que le gustaba.
Sólo los viejos bajaban las miradas cuando iban a misa y se enfrentaban con las risotadas de los vecinos. Entonces llegó la carta que Fritz había esperado. Marija la abrió y se puso pálida.
Aquella noche, sin decir nada, Fritz se fue. Durante el día se encontraba con muchos hombres. Todos eran pálidos, pero alegres y caminaban rápidos y decididos.
Fritz también iba decidido y rápido. Ahora hablaba mejor polaco y empezaba a silbar la melodía de una canción que frecuentemente había cantado con su madre.
Había llegado el otoño y se encontraba cerca de la ciudad de Krakau. En esta ciudad deberían vivir familiares de su madre. Pero no los conocía ni sabía nada de ellos. Durante todo este camino había admirado la generosidad y la humanidad de los campesinos. Había comenzado por decir al principio de cada nuevo encuentro quién era y adónde iba. Frecuentemente encontraba aversión y distanciamiento, pero confiaba que sus anfitriones no le entregaran ni lo denunciaran. Sabía que cada familia tenía que lamentar la muerte o desaparición de uno o varios familiares, debido al terrorismo de la ocupación nazi. Ahora, cerca de la antigua frontera alemana, se daba cuenta de lo difícil que sería continuar el camino directamente a Alemania. En los nuevos territorios administrados por Polonia, la presencia de controles sería general e inevitable. La milicia polaca y el ejército ruso trabajaban mano a mano para buscar a los alemanes que todavía habían quedado para expulsarlos. Sus casas estaban previstas para recibir a los nuevos pobladores polacos, que serían trasladados desde los territorios que ahora pertenecían a la Unión Soviética por el soberano derecho del vencedor.
¿No habían formado la coalición antialemana para hacer valer los derechos humanos contra los abusos nazi? ¿No habían firmado solemnemente la Carta Atlántica en 1942?
Ahora desataron las furias de la venganza contra la población civil e indefensa alemana. Todos aprovecharon para reordenar el concierto de los poderes en Europa, una vez que Alemania se encontraba fuera del juego. Todavía era vigente lo que Catón había proclamado más de dos mil años atrás: “Ceterum censeo Cartaginem esse delendam“ .... Había que destruir Cartago, no importaba, quien estaba gobernando allí.
Además, esta vez a los vencedores les sobraban razones para ello. El nazismo les había servido los argumentos en bandeja. Con razón Alemania era el país más odiado en el mundo.
Fritz se encontraba como un grano de trigo en el molino de su tiempo. Él había comprendido que la victoria sobre Alemania no terminaría con los conflictos. La paz quedaría desplazada a un lugar muy lejano.
¿Qué iba a hacer?

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