Este
día se había retrasado. No había encontrado el refugio idóneo. Y
así estaba todavía en el camino cuando comenzaban a llenarse las
vías públicas.
Fritz
caminaba por una vía lateral, cuando sintió que unas miradas se
dirigían hacia él. Debajo de unos árboles había un coche militar
soviético.Allí staba estacionado y sus ocupantes sentados y
tendidos sobre la hierba. Estaban descansando de un trabajo poco
efectivo: Buscar soldados alemanes y desertores soviéticos, que se
encontraban escondidos todavía en los densos bosques. Fritz no pudo
evitar el encuentro, saludó y pasó de largo, sin acelerar el paso.
Pero ahora oyó que el motor arrancaba, y que el coche lentamente se
ponía en marcha y le seguía.
¿Habían
notado algo raro en él? ¿Se habían fijado en sus botas? Ahora
estas botas las llevaba mucha gente en el campo. Le habían notado
algo que indicaba que era soldado. Los soldados se reconocen
mútuamente. Su corazón latía fuertemente y se esforzaba por
caminar despacio.
Entonces
se le presentó la posible salvación:
Al
otro lado del camino, detrás de un pequeño arroyo, una campesina
segaba hierba. A su lado había un pequeño carro con un caballo y un
perrito completaba la escena.
Fritz
tomó una decisión: retrocedió unos pasos, corrió y saltó al otro
lado del arroyo y con los brazos abiertos se acercó a la mujer.
Ella, toda asustada, dejó caer la guadaña. Fritz, sin decir
palabra, la abrazó fuertemente, de lo que a la mujer no le quedó
aliento para dar un grito.
El
perrito saltaba a lo alto para acompañar a la pareja que se mantenía
abrazada.
Fritz
miró al otro lado del arroyo y vio cinco caras sonrientes.
El
coche continuó su camino. Entonces Fritz soltó a la mujer y recibió
una monumental bofetada. También el perrito comenzó a distanciarse
y empezó a ladrar violentamente.
Fritz
trató de explicar: que estaba en camino a su casa, que no tenía
papeles y que eso era la causa de su miedo a los rusos de los que
ella le había salvado.
Y
ahora era ella la que preguntó de dónde era él. Pues no era polaco
por lo mal que lo hablaba.
Fritz
contestó que era de Silesia “mitad alemán y mitad polaco“, lo
que no era mentira del todo.
No
dijo nada más, cogió la guadaña y empezó a segar hierba, cosa que
desde niño había practicado. Después llenaron el carro.
La
mujer se había calmado. Fritz la miraba. Era de mediana edad. Un
pañuelo tapaba casi todo el pelo rubio. Fritz colocó la guadaña y
el rastrillo encima de la hierba. Ella montó y cogió la rienda.
Fritz le dijo:
–¡Perdón
y muchas gracias, Adios!– y corrió y saltó al otro lado del
arroyo.
Entonces
ella le llamó:
–¿Cómo
te llamas?
–Fritz
y ¿tú?
–Marija.
Eres un alemán, ya lo sabía yo– contestó ella.
–¿Tienes
hambre?
–Sí,
claro– dijo Fritz.
Ella
tardó en continuar la conversación. Y después de un largo rato
dijo:
–¡Ven
a mi casa, pero espera la noche, es por la gente! y le explicó cómo
podía encontrar la casa.
Fritz
no sabía qué hacer. Una comida era una tentación muy grande. Pero
también aumentaba el riesgo.Quizá ella no estuviera sola.
De
modo que pasó lo que tenía que pasar.
La
casa de los campesinos era pequeña. Con la señora Marija vivían
los viejos padres de ella, el perro, el caballo, cuatro vacas, dos
cerdos y un gran número de gansos, patos y gallinas. Además había
varios gatos. El esposo de Marija era soldado y probablemente
prisionero en Alemania. La familia no había tenido nunca noticias de
él.
Fritz,
por primera vez, después de mucho tiempo, comía a gusto. Estaba
sólo en la mesa. Sus anfitriones le contemplaban. Los viejos estaban
atrás en la oscuridad. La bombilla iluminaba sólo la mesa. Si sus
miradas hubieran hablado, habrían dicho:
– Ojalá
que este se vaya pronto a su casa.
Fritz
durmió en el establo con los animales. Quería irse a la noche
siguiente. Pero había que hacer, reparar y componer muchas cosas en
la casa. Faltaba el hombre de la casa. Pero ahí también estaba la
mujer, que no sabía si debería considerarse viuda o no. En fin,
Fritz se quedó más días y más noches. Al principio ellos
pensaban, que los vecinos no se habían dado cuenta, de que en la
casa se encontraba un forastero. Se trataba de una familia honrada de
un pueblo pequeño.Y Marija parecía dispuesta a no soltar tan fácil
a un hombre que le gustaba.
Sólo
los viejos bajaban las miradas cuando iban a misa y se enfrentaban
con las risotadas de los vecinos. Entonces llegó la carta que Fritz
había esperado. Marija la abrió y se puso pálida.
Aquella
noche, sin decir nada, Fritz se fue. Durante el día se encontraba
con muchos hombres. Todos eran pálidos, pero alegres y caminaban
rápidos y decididos.
Fritz
también iba decidido y rápido. Ahora hablaba mejor polaco y
empezaba a silbar la melodía de una canción que frecuentemente
había cantado con su madre.
Había
llegado el otoño y se encontraba cerca de la ciudad de Krakau. En
esta ciudad deberían vivir familiares de su madre. Pero no los
conocía ni sabía nada de ellos. Durante todo este camino había
admirado la generosidad y la humanidad de los campesinos. Había
comenzado por decir al principio de cada nuevo encuentro quién era y
adónde iba. Frecuentemente encontraba aversión y distanciamiento,
pero confiaba que sus anfitriones no le entregaran ni lo denunciaran.
Sabía que cada familia tenía que lamentar la muerte o desaparición
de uno o varios familiares, debido al terrorismo de la ocupación
nazi. Ahora, cerca de la antigua frontera alemana, se daba cuenta de
lo difícil que sería continuar el camino directamente a Alemania.
En los nuevos territorios administrados por Polonia, la presencia de
controles sería general e inevitable. La milicia polaca y el
ejército ruso trabajaban mano a mano para buscar a los alemanes que
todavía habían quedado para expulsarlos. Sus casas estaban
previstas para recibir a los nuevos pobladores polacos, que serían
trasladados desde los territorios que ahora pertenecían a la Unión
Soviética por el soberano derecho del vencedor.
¿No
habían formado la coalición antialemana para hacer valer los
derechos humanos contra los abusos nazi? ¿No habían firmado
solemnemente la Carta Atlántica en 1942?
Ahora
desataron las furias de la venganza contra la población civil e
indefensa alemana. Todos aprovecharon para reordenar el concierto de
los poderes en Europa, una vez que Alemania se encontraba fuera del
juego. Todavía era vigente lo que Catón había proclamado más de
dos mil años atrás: “Ceterum
censeo Cartaginem esse delendam“
.... Había que destruir Cartago, no importaba, quien estaba
gobernando allí.
Además,
esta vez a los vencedores les sobraban razones para ello. El nazismo
les había servido los argumentos en bandeja. Con razón Alemania era
el país más odiado en el mundo.
Fritz
se encontraba como un grano de trigo en el molino de su tiempo. Él
había comprendido que la victoria sobre Alemania no terminaría con
los conflictos. La paz quedaría desplazada a un lugar muy lejano.
¿Qué
iba a hacer?
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