Era muy temprano por la mañana, las calles lucían
limpias y vacías mientras me dirigía hacia la estación de trenes. Comparé la
hora indicada por el reloj de torre
cercana con mi reloj y me di cuenta de que ya era mucho más tarde de lo que yo
pensaba. Tuve que acelerar mis pasos. Al descubrir mi retraso, me invadió tanto la ansiedad que dudé cuál
sería el camino directo.
Aún no conocía bien esta ciudad; menos mal ahí estaba
un agente de orden público. Corrí hacia él y casi sin aliento le pregunté por
el camino que debía tomar.
El hombre sonrió y dijo:
--¿Quieres que yo te diga el camino?
--Sí –contesté yo—ya que sé que por mí mismo no lo
podré encontrar.
--¡Olvídalo…olvídalo! – dijo, dio una vuelta grande
como hace la gente cuando quiere reír a escondidas.
El caminante
Franz Kafka siempre pisa terrenos inseguros. Así sucede en esa corta narración:
Ir a la estación cercana para coger el tren se vuelve una tarea complicada. Es
la mente la que diseña el laberinto. Un solo momento de inseguridad, un lapso
de olvido, una mirada equivocada y ya está ahí el susto personal ante la
realidad:
¿Dónde estoy?
pregunta ¿a dónde voy?
Y ese “Schutzmann”, ese “hombre de protección”
– así es la traducción literal – ¿es realmente un hombre que protege al
desorientado, a quien por inseguridad y con vergüenza pierde el camino?
No, no es el
protector necesitado en este momento, su uniforme y su actitud anuncian
autoridad, distancia.
No le indica el
camino a coger para llegar a la estación, se declara incompetente; no se niega,
simplemente le vuelve la espalda.
Para reírse de
mí! confirma el observador, sus ojos pueden mirar a través de este cuerpo
volteado, que esconde una risa burlona.
Tal vez, la
estación estaba ahí mismo, a tres pasos; tal vez la pregunta haya sido absurda;
tal vez no le diese la gana de hablar tan temprano en la mañana.
Especulemos más:
Tal vez no le
haya gustado la cara de quien le pregunta; tal vez le haya detectado este
perfil semítico que odian los antisemitas; tal vez no le haya preguntado en el
idioma correcto, en alemán o en checo – todas
son variables importantes-. Discriminar es un deporte activado por los
nacionalistas de turno ya en tiempos de Kafka, por supuesto.
¿O se trata de
algo más?
Tal vez este
hombre sea tan extraño como él mismo y nada sepa de nada.
Tal vez sea un
ser caído del más allá, un nuncio profético.
¿Es la
encarnación personificada del abandono? Entonces ninguna protección podría
esperar quien acude a su protección y busque amparo.
¡Solo estás y
solo te quedarás!
¡Confirmada está
tu soledad!
¡Nadie te
ayudará!
Y la Soledad soltaría una discreta carcajada:
“¡Olvídalo∫!” y
no preguntes más.
¿Aun no sabías
que el mundo es para sufrirlo?
friedrichmpeter noviembre 2016
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