Franz Kafka, Der Aufbruch
LA PARTIDA
Di la
orden de sacar mi caballo del establo.
El mozo no me entendió. Yo mismo me fui al establo, ensillé al caballo y lo
monté. Desde la lejanía escuché el sonido de una trompeta, le pregunté al mozo
si sabía qué significaba la voz de la trompeta. Él no sabía de nada y nada
había escuchado. Junto a la puerta me retuvo y me preguntó:
“¿Hacia dónde
cabalga el señor?”
“Yo no lo
sé”, le contesté, “salir de aquí, sólo
salir de aquí, siempre salir de aquí; solamente así puedo alcanzar mi meta”.
“¿Entonces
conoces la meta a dónde vas?” me
preguntó.
“Sí”, le
contesté, “ya te lo he dicho, salir de aquí. ¡Esto es mi meta!”
Los
personajes de este mini relato no tienen nombre. No se conoce lugar y tiempo,
las circunstancias también se ignoran. Son el señor y el mozo de
caballerías pero no se entienden, no se
comunican. Una cosa queda clara: el señor quiere salir, escuchó el sonido de
una trompeta desde la lejanía. El criado nada sabe, nada escuchó. El señor no
sabe adónde va montado en su caballo y el mozo en vano trata de interrogarle.
“Salir de aquí” es la respuesta, repetida varias veces. ¿Cuál es su meta? Pues
esta: “salir de aquí, siempre salir de aquí”.
¿Es
realmente un relato lo que Kafka, con voz de narrador en primera persona, nos
cuenta? Los relatos tienen principio y fin, describen motivación y carácter de
los personajes; la acción suele ser un evento (ein Ereignis) excepcional, digno
de narrar.
Nada de
eso en el caso de este breve texto que pareciera el fragmento de un relato.
Lo que
sucede es común y corriente, solamente la respuesta del narrador para quien salir es su meta rompe lo
insignificante del momento.
“AUFBRUCH”
es el título original y en efecto, literalmente traducido, se trata de una
rotura, algo inesperado irrumpe en el escenario. El personaje narrador rompe
con todo lo que le rodea: su casa ya no es su casa, su criado ya no es el suyo,
todo lo que le rodea se ha transformado en algo extraño. El señor se despide de
lo que le es ajeno. Sentirse extraño en lo propio, no pertenecer a ese lugar
definido por muchos como “mis raíces”, una pertenencia incompatible con la
sensación concentrada en el “salir de aquí”.
El criado lo tutea repentinamente, ya no se
dirige a él como “mi señor”. En un instante, todo cambió.
Franz
Kafka da imagen y palabra a esa sensación de extrañeza, de no pertenecer a
casa, tierra, patria, sin enfocar ningún
otro lugar. Una trompeta lejana provoca un deseo, pero… ¿es real o se trata de
un fantasma, una Fata Morgana? La soledad invade la escena, señor y criado
cambian el rol.
Con gran
sensibilidad Kafka crea una parábola antipatriótica. Igual que en la narración les sucede en la realidad histórica de su
momento a muchos conciudadanos, compatriotas, no sólo judíos, también alemanes,
ante el creciente auge del nacionalismo
checo que comienza a dominar en Praga. Se sienten extraños, forasteros en el
lugar donde nacieron. Así Franz Kafka, también.
¿Adónde
dirigir miradas y deseos? ¿a Palestina, a Viena, a Berlïn?
Opciones,
que Kafka enfocó y que rechazó todas.
Sabemos
que habría que morir montado sobre el caballo ensillado, dispuesto a partir
porque con su entorno ya había roto tiempo atrás.
Pero ahí
se quedó, sobre la silla de montar, un jinete amarrado a la puerta con su deseo
nunca realizado. Podría haber pensado con Fausto :“¡Escucho la trompeta del deseo, pero me falta la fe, la decisión!”
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