martes, 22 de noviembre de 2016

Der Steuermann – El Timonel

de Franz Kafka




“¿No soy yo el Timonel?” exclamé.
“¿Tu?” preguntó el hombre alto moreno, y se pasó la mano por los ojos como quien espanta un sueño.


Yo estuve ahí parado y pegado al timón del barco. Encima de mi cabeza brillaba la tenue luz de una linterna. Y ahora llegó este hombre tratando de quitarme de en medio. Pero yo no quise ceder; entonces colocó su pie encima de mi pecho y poco a poco me aplastó. Yo seguí agarrándome a los palos del timón.
Cuando finalmente caí al suelo logré doblar el timón bruscamente. El hombre cogió la rueda, la enderezó y a mi me echó a fuera.
Yo, todo alarmado, corrí hacia el portón por donde se baja hacia la tripulación. Y grité: “¡Tripulantes, compañeros, venid, salid rápido; un hombre extraño me ha quitado del timón!”
Entonces, muy lentamente venían subiendo la escalera, hombres cansados, gruesos, imponentes.
“¿Soy yo vuestro timonel?” pregunté, y ellos afirmativamente movieron  sus cabezas. Sin embargo sólo tuvieron miradas para este hombre extraño. Le rodearon en semicírculo mirándole hasta que se volviera a ellos diciendo: “¡No me molesten!”
Entonces volvieron reunidos, me saludaron e iban bajando la escalera otra vez.

¿Qué gentes son estas?
¿Están ellos conscientes de lo que pasa o solamente pasan arrastrando los pies sobre esta tierra?

--He tenido un sueño – diría Franz Kafka si lográramos interrogarle.
--Sí, un sueño de estos que suelen perseguirnos en noches de insomnio. Nos lesionan, nos causan daño, porque comenzamos a temer de quedarnos dormidos.
--¿Y por qué nos inquietan?
--Porque somos vulnerables, la realidad nos causa lesiones.
Somos seres vivos que todos llevamos algún tipo de timón, cargamos con responsabilidad familiar, social, a veces política. Nos estresa manejar el timón que nos tocó llevar,  pero no lo soltamos con facilidad; cargar con el timón forma nuestra identidad.
Dos veces en el texto se repite la pregunta: “¿No Soy yo el timonel, soy vuestro timonel?” y se espera una respuesta afirmativa. El hombre alto moreno y fuerte no responde, le arranca el timón de las manos, lo tira al suelo, lo humilla, le manifiesta superioridad y desprecio.
Los compañeros, callados, tristes y malhumorados le abandonan, ni le dirigen la palabra. Conformes están con el cambio que no les afecta: El timón no se ha quedado solo, el barco no está a la deriva.
--Podemos ir a dormir tranquilos, la suerte del timonel estaba echado. No sirvió, le relevaron del puesto.
El nuevo manda sin dar explicaciones, quiere que no le molesten. Es ley de vida, los fuertes se imponen a los débiles, argumentos sobran.

Kafka diseña en brevedad una parábola de la banalidad del poder. El relevo obedece a un mecanismo arcaico.
¿Cualquier relevo?
Pienso que sí; los triunfos suelen obedecer a fuentes banales, el que sabe, el vivo no necesita instrucción. Su instinto elabora el programa y su intelecto le allana el camino.  Los métodos siempre son los mismos:
¡Impón tus reglas, mantén la firmeza, no temas rivales!
La masa humana cansada e indiferente no se opondrá.
¡No tengas escrúpulos, el timón importa!
El resto es el silencio , ya se conformarán.
¿Vigencia actual?

friedrichmanfredpeter   noviembre  2016

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