“¿No soy yo el
Timonel?” exclamé.
“¿Tu?” preguntó el
hombre alto moreno, y se pasó la mano por los ojos
como quien espanta un sueño.
Yo estuve ahí parado y pegado al
timón del barco. Encima de mi cabeza brillaba la tenue luz de una linterna. Y
ahora llegó este hombre tratando de quitarme de en medio. Pero yo no quise
ceder; entonces colocó su pie encima de mi pecho y poco a poco me aplastó. Yo
seguí agarrándome a los palos del timón.
Cuando finalmente caí al suelo
logré doblar el timón bruscamente. El hombre cogió la rueda, la enderezó y a mi
me echó a fuera.
Yo, todo alarmado, corrí hacia el
portón por donde se baja hacia la tripulación. Y grité: “¡Tripulantes,
compañeros, venid, salid rápido; un hombre extraño me ha quitado del timón!”
Entonces, muy lentamente venían
subiendo la escalera, hombres cansados, gruesos, imponentes.
“¿Soy yo vuestro timonel?”
pregunté, y ellos afirmativamente movieron
sus cabezas. Sin embargo sólo tuvieron miradas para este hombre extraño.
Le rodearon en semicírculo mirándole hasta que se volviera a ellos diciendo:
“¡No me molesten!”
Entonces volvieron reunidos, me
saludaron e iban bajando la escalera otra vez.
¿Qué gentes son
estas?
¿Están ellos
conscientes de lo que pasa o solamente pasan arrastrando los pies sobre esta
tierra?
--He
tenido un sueño – diría Franz Kafka si lográramos interrogarle.
--Sí, un
sueño de estos que suelen perseguirnos en noches de insomnio. Nos lesionan, nos
causan daño, porque comenzamos a temer de quedarnos dormidos.
--¿Y por
qué nos inquietan?
--Porque
somos vulnerables, la realidad nos causa lesiones.
Somos
seres vivos que todos llevamos algún tipo de timón, cargamos con
responsabilidad familiar, social, a veces política. Nos estresa manejar el
timón que nos tocó llevar, pero no lo
soltamos con facilidad; cargar con el timón forma nuestra identidad.
Dos
veces en el texto se repite la pregunta: “¿No Soy yo el timonel, soy vuestro
timonel?” y se espera una respuesta afirmativa. El hombre alto moreno y fuerte
no responde, le arranca el timón de las manos, lo tira al suelo, lo humilla, le
manifiesta superioridad y desprecio.
Los
compañeros, callados, tristes y malhumorados le abandonan, ni le dirigen la
palabra. Conformes están con el cambio que no les afecta: El timón no se ha
quedado solo, el barco no está a la deriva.
--Podemos
ir a dormir tranquilos, la suerte del timonel estaba echado. No sirvió, le
relevaron del puesto.
El nuevo
manda sin dar explicaciones, quiere que no le molesten. Es ley de vida, los
fuertes se imponen a los débiles, argumentos sobran.
Kafka
diseña en brevedad una parábola de la banalidad del poder. El relevo obedece a
un mecanismo arcaico.
¿Cualquier
relevo?
Pienso
que sí; los triunfos suelen obedecer a fuentes banales, el que sabe, el vivo no
necesita instrucción. Su instinto elabora el programa y su intelecto le allana
el camino. Los métodos siempre son los
mismos:
¡Impón
tus reglas, mantén la firmeza, no temas rivales!
La masa
humana cansada e indiferente no se opondrá.
¡No
tengas escrúpulos, el timón importa!
El resto
es el silencio , ya se conformarán.
¿Vigencia
actual?
friedrichmanfredpeter noviembre
2016
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