jueves, 15 de agosto de 2002

Capítulo 3: –¡Anda, Fritz, firma el formulario!–

dijo el padre y le pasó los papeles que él mismo había rellenado ya con anterioridad. Habían conversado sobre ello, tanto en la casa como en el ayuntamiento:
–¡Solicítalo, hazte miembro del partido.
El partido era SED : el Partido Socialista Unificado Alemán. Comunistas y Socialdemócratas habían decidido cerrar la brecha histórica que los separaba y fundir sus organizaciones. Esto había sucedido bajo la fuerte presión de la Unión Soviética, y solamente se podía realizar en la zona de su ocupación.
La unión había sido manipulada: pues sólo una minoría estaba detrás de este supuesto deseo de superar las diferencias del pasado. Tanto de un lado como del otro, siguieron el recelo y la desconfianza.
La Socialdemocracia alemana había sido la fundadora de la Democracia Parlamentaria en Alemania. Y tanto los comunistas como el movimiento nazi habían declarado la guerra al sistema parlamentario. Por supuesto, no conjuntamente, pero bien separados y cada uno por su lado habían atacado el enemigo común.


En la pared del ayuntamiento lucían en letras rojas las letras que el padre ya había escrito en la carta que había llegado el fin del “Hitler-Faschismus“. Para el padre esto representaba una satisfacción indescriptible. Eso significaba que no habían sido en vano sus esfuerzos y sus sacrificios. Desde ahora, haría todo lo posible para hacer las cosas bien, de modo que no se repitiera la derrota.
Muchos camaradas habían desaparecido en este pequeño pueblo. Entre ellos también aquel muchacho que Fritz había conocido como preso de la SS del campo de Buchenwald.
–No volvió más– dijo el padre.
Fritz discutía con su padre. El padre defendía la necesidad de la lucha común contra las fuerzas del pasado. No se sabía todavía, si la batalla estaba ganada. Después de la Primera Guerra él se lo había creído también, y todo había pasado de otra manera:
–Tenemos que enterrar estas diferencias entre socialistas y comunistas– decía.
–Además, la unión nueva nos hará más abiertos y atractivos para gente que nos trata con prejuicios.
El SED, el partido nuevo de la unión, será un partido marxista, pero no será una copia del modelo soviético. Servirá como modelo para la organización de la clase obrera en toda Alemania, un modelo de acuerdo con nuestras propias tradiciones y reglas.–
Él sabía que el partido tenía que hacer compromisos con la socialdemocracia para ganar el apoyo de un importante sector social. Él personalmente no se apartaría jamás de su base que era el comunismo. Pensaba que a largo plazo el partido conseguiría su fin último, la Revolución. Sin embargo, había que tener paciencia con la gente que todavía no estaba preparada para compartir ese proyecto político. Sobre todo, había que mantener las riendas firmemente y no dejarse apartar del poder conseguido como resultado de la derrota del “Hitler-Faschismus“.
–A mí todos me han conocido, nunca he escondido mi convicción. Hasta los nazis lo sabían– decía y levantaba la voz.
–Pero yo siempre sabía que si no me ha pasado nada, ha sido debido a tus relaciones especiales, hijo mío–. Se aceró más a Fritz y bajó la voz mirando hacia la ventana:
–Me habéis protegido y gracias a ello yo podía proteger a algunos de los nuestros. Inclusive podíamos mantenernos en activo. Hasta en Moscú llegaron a saber de mi existencia. He recibido las felicitaciones del coronel soviético en Halle. La condecoración no me importa.
El viejo hizo una pausa y contempló a su hijo. Le había costado trabajo decir eso.

–Sí– contestó Fritz–, Hans Balken tenía un puesto importante. Yo sé que a mí también me ha sacado varias veces de un apuro. Él me dijo que había impedido que te detuvieran. Era mi cuñado y trabajábamos juntos siempre peleando. No sé qué decir. No quiero juzgar a nadie. Pero se había hecho uno de lo gordos en el cuerpo de la SS. Siempre pensé que era más oportunista que fanático.
El padre y el hijo no se entendían. Al final no se hablaban.
–¿Qué habrá sido de él?
–Ha desaparecido, pero lo estamos buscando– contestó el padre–.A pesar de todo, es un criminal. Hay que juzgarlo. No le debemos nada.–
– ¿Y yo, padre, sabes que en Rusia estuve metido en la guerra contra los partisanos? ¿Sabes lo que eso era? No puedo hablar de eso, tú y nadie se lo puede imaginar si no lo habéis vivido.
El viejo abrazó a su hijo y dijo:
–Hijo mío, no queremos saber nada de lo que hiciste en la guerra.Yo también fui soldado. Ahora serás uno de los nuestros.
Al observar que Fritz se mantenía serio y pensativo:
–Pero, ¿qué pasa, firmas esta solicitud o no?– Y siguió explicando:
–Primero, serás candidato, por un año normalmente. Tienes que participar en cursos y entrenamientos. Te encargarán trabajos especiales. Estarás de prueba. Tendrás que hacer algo a cambio de la confianza del partido. Bajo los nazis te ha ido bien, colaboraste con ellos.
Fritz seguía callado y con gesto titubeante.
–¡Anda, firma!
Fritz cogió la pluma que el padre le pasaba:
–¿Eso de la unidad, de verdad no te molesta, a ti que eres de la vieja guardia de la Revolución?
–Sí, claro, me molesta, porque no es sincero. No queremos mejorar la sociedad tradicional. Aquí en Alemania ya no existe la sociedad burguesa de antes. La guerra ha demolido la sociedad en lo más profundo. Es la hora de crear una Alemania diferente. Yo ya soy viejo y no quiero decir “esta o aquella reformita la he conseguido yo“.
–¿Y a pesar de esto proclamas la unión?
–Sí. Porque he aprendido del pasado. Tenemos que ser listos y usar la razón en nuestro favor.
–¿Un engaño de la razón?– preguntó Fritz.
–No nececitamos engañar. Ese es nuestro tiempo. Nos ha llegado la hora.
–No olvidemos a los amigos de Moscú, que así lo habrán querido– dijo Fritz y al fin firmó el formulario con letras grandes.
A partir de este momento podía considerarse “candidato a la candidatura del partido SED“.

Ahora se acordó de aquella joven comunista que había tratado de ganarle para lo mismo hace tantos años.
–¿Fischer?– decía–,creo que se llama Doris–, ¿vive todavía?
–Sí– contestó el padre–, sobrevivió en el exilio en Moscú. Es parte del cuadro directivo en Halle. Ella ya preguntó por ti. Sabía que ibas a venir.
–¿Quién se lo ha dicho?
–Yo, naturalmente.

Finalmente, con el recibo de haberse dado de alta y con la cartilla de racionamiento en la mano, Fritz se encontró delante del pequeño lago en el centro del pueblo. Ahí nadaron algunos patos. Cuando era niño, frecuentemente había tirado piedrecitas para hacerlas saltar sobre el agua.
Ahora trató de hacer lo mismo. Unos niños le contemplaban con curiosidad. Pero todos los intentos fracasaron. Las piedras se hundieron.
–Bueno– dijo–al menos estoy en casa.

No era cierto del todo. Todavía no estuvo en su casa, porque Kaethe - en la cercana ciudad de Halle - todavía estaba esperando que llegara y que la sacara de la situación miserable donde se hallaba.
Fritz no servía como Príncipe Azul, pero conocía su responsabilidad y la liberó. Encontró trabajo en la “VEB1 Bau“, una empresa estatal, sucesora de diferentes empresas privadas, o de lo que había quedado de ellas después de los bombardeos. Una de ellas era la empresa Balken, que ahora no era más que un nostálgico recuerdo.
Por medio de la empresa consiguieron una vivienda cerca de Halle, en un lugar llamado Brehna.
Al comienzo del invierno de 1946 la vida de Friedrich Peter y de su mujer Kaethe había empezado de nuevo.

1 VEB =Volkseigener Betrieb ( empresa del pueblo)

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