“Los
hombres no suelen obedecer al imperativo moral. Se acomodan en el
arte de sobrevivir. Traicionan sus principios y escapan a una
definición clara.“
(
Cora Stephan )
Era
otoño del año 1921 cuando Fritz se despidió de sus padres. Aún
no podía suponer que esto sería para tanto tiempo. A su madre le
decía:
–Halle
no está lejos. Es práctico vivir tan cerca del lugar del trabajo.
Puedo dormir en una barraca allí mismo.
De
su padre se despidió con solemnidad. Comprendía que se trataba de
un momento decisivo en la vida familiar:
–El
bolchevismo es la nueva teología–dijo
el padre–.
Ya ha cambiado el mundo y terminará por cambiar también a los
hombres. ¡No
olvides esto, hijo!
Lo
había leido en un ensayo del artista Max Beckmann y quiso dedicar
la sentencia a Fritz en el momento de la despedida.
Fritz
contestó que sí; pero ya pensó en el trabajo que le estaba
esperando.
En
realidad, tenía dudas de si era capaz de hacer lo que se esperaba
de él. La empresa Balken de Halle era una constructora mediana.
Había obtenido el encargo para realizar una construcción
importante: sentar los fundamentos para un puente sobre el río
Saale. Un trabajo realmente arriesgado para la empresa, ya que
dependía totalmente de la fianciación oficial. Había aumentado
la plantilla de los trabajadores y había hecho inversiones
importantes adquiriendo maquinaria, y ahora no se sabía si el Reich
sería capaz de financiar sus compromisos. La vida económica del
país se debatía entre la vida y la muerte. Las durísimas
condiciones del Tratado de Versalles y la mostruosa deuda interna,
debida a la Guerra, ahogaban la lenta recuperación de la economía.
El resultado fue la hiperinflación galopante que tuvo un efecto
devastador sobre la estructura social y el orden político del
Reich. Este proceso ponía en duda los resultados de la
democratización reciente y la integración del país en el orden
europeo. Ante estas circunstancias, la empresa Balken no podía
estar segura de sobrevivir.
Fritz
pronto consiguió un puesto de confianza entre los compañeros y el
director ingeniero.
Se
adaptó bien y aprendió rápidamente.
Trabajaban
en el fondo de una enorme caja metálica que se levantaba en el
centro del río donde se colocaría el pilar principal para el
puente. Un día el
ingeniero
mandó reunir a todos los trabajadores y les explicó el problema
que ya todos conocían y que había acompañado el trabajo desde
el comienzo:
El
Reich estaba imposibilitado de efectuar pagos y los bancos no
atendían la solicitud de créditos.
–Eso
no es nada nuevo– contestó uno de los trabajadores–. Nos han
pagado hace tiempo en dinero que cada día vale menos.
–Yo
sé que ustedes ganan ahora menos de la mitad que hace unos años.
A mí me pasa lo mismo–, contestó el ingeniero–. Pero ahora la
situación es más grave aún. El conflicto en el Ruhr, tras la
ocupación de los franceses, consume todas las reservas del Reich.
No hay otra alternativa que retrasar el pago de los sueldos hasta que
haya dinero nuevamente o abandonar el trabajo que se está haciendo
a un tiempo indefinido. El jefe naturalmente quiere seguir con el
trabajo.
Después
de una acalorada discusión estaban de acuerdo en que el abandono
del trabajo era imposible porque echarían a perder todo lo que
habían hecho hasta ahora. El problema sería, ¿cómo vivir sin
cobrar sus sueldos? Entonces el jefe mismo intervino y prometió
poner a disposición un fondo especial para aliviar problemas
severos. Además prometió suministrar alimentos.
Al
terminar el trabajo los obreros solían discutir la situación
política del Reich. Un día llegó uno diciendo:
–Han
fusilado a Schlageter.
El
caso Schlageter atrajo la atención de los medios durante meses. Las
tropas de los Aliados, principalmente franceses, habían ocupado la
zona del Ruhr para cobrar directamente los pagos que el Reich se
declaraba incapaz de hacer, cumpliendo así las leoninas condiciones
de la Paz de Versalles. Los obreros del Ruhr habían reaccionado con
una oposición decidida, con huelgas y sabotajes. El Reich
financiaba estas actividades generosamente, arriesgándose así a
una confrontación militar con los Aliados Occidentales. Por su
parte, la joven Unión Soviética no paraba de ofrecerse como
posible aliada contra “los abusos del capitalismo mundial“. El
viejo Peter siempre había puesto su mirada hacia el Este, diciendo
“juntos seríamos invencibles“. Sin embargo, la política
oficial del gobierno alemán, consistía en establecer el orden
democrático, social y liberal, proclamado en la constitución de
Weimar.
Schlageter
pertenecía a uno de los muchos grupos o sectas ultranacionalistas
que surgieron en esta situación de extrema tensión. Había
participado en acciones terroristas, fue condenado a muerte por un
tribunal militar francés y ejecutado. Esos sucesos le transformaron
en un mártir de la causa nacionalista y revisionista. Entre los
numerosos grupos y sectas de la Ultraderecha se había constituido
el pequeño Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, dirigido por
un excabo de la Guerra, Adolf Hitler. Este grupito que en un
principio sólo era conocido en Múnich, sería diez años más
tarde la fuerza unificadora del ultranacionalismo alemán.
–A
mí no me importa nada un individuo como este Schlageter– decía
Fritz.
Se
acordaba de lo que había sucedido en su casa. Eran estos golpistas
y reaccionarios los que habían hecho pedazos los muebles de su casa
poniendo fin a la experiencia socialista en la región.
–No
Fritz, estás equvocado– le contestó un compañero mejor
informado– .Tenemos que reflexionar y corregir nuestros conceptos.
Lee este artículo de “La Bandera Roja“: “¡Luchemos juntos
contra el capitalismo explotador francés!“
–El
nacionalismo de nuestros compañeros es otra forma de la lucha de
clase.
–¿Quieres
decir, que tenemos que buscar la unión con ellos, porque tenemos un
enemigo común? preguntaba Fritz.
Fritz
no podía imaginarse que esto podía ser practicable. Se acordaba
de la experiencia que casi le había costado la vida. Pensaba hablar
con su padre para aclararse.
Mientras
tanto se mantenía a distancia de los comunistas que le rodeaban en
Halle. Además, si era una teología como le había dicho su
padre, su espíritu práctico y técnico se resistía a someterse
a una doctrina que cada vez más parecía que fuera creada e
interpretada en el lejano Kremlin.
Debido
a la decisión tomada conjuntamente por los obreros y la dirección,
el trabajo podía continuar. En esas circunstancias Fritz conoció
a la hija del patrón. Como no se les pagaba, frecuentemente
Katharina la hija del jefe les llevó comida preparada por ella
misma. En situaciones normales, antes de la Guerra, un acercamiento
de un obrero a la hija de un burgués, hubiera sido imposible. Pero
las estructuras sociales habían sido fracturadas en el curso de esa
guerra y el proceso de nivelación social se había hecho
irrevocable.
Parece
que la iniciativa no partió de Fritz, e incluso los compañeros de
trabajo le habían advertido:
–¡Anda
con cuidado, que la hija del jefe quiere algo de ti!
A
consecuencia de este encuentro en Fritz se despertó el deseo de una
mejor formación profesional y de estudios. En Halle existía una
escuela de formación técnica y Fritz logró terminar como
técnico, maestro en obras de excavación . Era lo máximo que
podía alcanzar una persona sin haber aprobado estudios de
bachillerato.Por su parte Katharina Balken tampoco poseía estudios
universitarios. Su madre hace años que había muerto. Su hermano
era un estudiante muy aventajado de la universidad de Marburg. Hans
estudiaba economía. Pertenecía a los organizadores de la afamado
reunión de estudiantes nacionalistas en Würzburg. Dicho grupo en
Marburg había sido prohibido por el gobierno socialdemocrático
prusiano por su carácter nacionalista y antisemita. Sin embargo, en
la universidad de Würzburg, situada
en
Baviera, un movimiento de esta característica encontraba más
aceptación. Al señor Balken no le gustaban estas actividades de
su hijo Hans:
–Hans,
no te metas en política– le decía– ¡Primero y antes que
nada, la empresa! Deja esto para otros que no hacen más que
malgastar el dinero de sus familias.
Hans
respondía recordando el tema que más le interesaba:
–Tú
no querrás dejarte gobernar por los judíos. La juventud alemana
tiene la obligación de impedirlo.
El
señor Balken le ponía el ejemplo del doctor Lengefeld, el abogado
judío y amigo de la familia durante largos años. Había sacado a
la empresa de más de un apuro cuando esta era más pequeña
todavía y había tenido que enfrentarse a duras crisis.
Por
eso preguntó a Hans:
–¿Qué
están haciendo los judíos en las universidades para merecer el
desprecio de los estudiantes alemanes?
La
cara de Hans se puso roja de ira:
–No
es por lo que hacen, es por lo que no hacen. ¿Cómo podrá renacer
Alemania y sanear, si dejamos que nos gobiernen los forasteros?
Luchamos contra el espíritu antialemán que tienen ellos–
–¿Y
cómo lucháis contra este espíritu antialemán de que hablas?
–preguntó el padre.
–Hemos
tomado la decisión de que en las organizaciones estudiantiles no
deberán ser admitidos estudiantes más que descendientes de
alemanes .–
El
padre sacudió la cabeza:
–Los
judíos que yo conozco son todos alemanes, no hablan más que
alemán. Han sido soldados durante la guerra. ¿Qué más
queréis?
–Ajá,
eso se conoce, se disfrazan; es el arte que dominan para que nadie
sospeche de ellos.
Hans
estaba furioso.
–¿Y
esto?– preguntó el padre señalando hacia una inscripción en
la pared del edificio de enfrente:
“¡Matad
a Walther Rathenau, este cerdo judío!“
–¿Es este el resultado de vuestras decisiones para salvar la nación?
–¿Es este el resultado de vuestras decisiones para salvar la nación?
Sólo
unos días antes de esta conversación, Walther Rathenau, ministro
de Exteriores del gobierno de coalición y representante auténtico
del espíritu de la República de Weimar había sido asesinado por
un grupo de fanáticos.
Rathenau
había sido el autor del Tratado de Rapallo que significaba el
acercamiento a la Unión Soviética. Pues el Reich debería buscar
una alianza para contrarrestar la presión insoportable que
ejercían los Aliados Occidentales. Su política pragmática nada
tenía que ver con los insultos de antisemitismo y antibolchevismo
que le escupían sus enemigos políticos.
Hans
rechazó que él tuviera algo que ver con estos métodos violentos
y empezó a dar explicaciones sobre su posición antisemita:
–No
se trata de prejuicios, sino de un análisis con fundamentos
históricos y étnicos.
–¡Déjame
de teorías!– le contestó Balken–. Yo te pido que respetes los
intereses de la empresa. El gobierno que tú detestas nos está
dando trabajo.
–¡Sí,
un gobierno de traidores, criminales y judíos!– le espetó Hans.
No
cabía duda, Hans estaba impregnado de la ideología
antirrepublicana de su época. Su opinión era algo común y
corriente en las universidades alemanas, la compartían profesores y
un número creciente de estudiantes.
Finalmente
había sido revocada aquella decisión discriminatoria que Hans
defendía. El gobierno intervino ante el temor de desprestigio de la
universidad alemana en el mundo. En el fondo, no solamente se trataba
de una pérdida de calidad. Era la renuncia al espíritu libre y
humanista representado por quienes habían puesto los pilares de la
Universidad Alemana cien años antes, los hermanos Humboldt.
El
ambiente cosmopolita y tolerante había sido reemplazado por una
mentalidad de mediocre provincianismo con un aire de agresividad y
chovinismo.
Sin
embargo, el ambiente de resentimiento y odio se apoderó
paulatinamente de toda la sociedad alemana.
¿Cómo
podía explicarse la declaración del cardenal Faulhaber
reprochando a los fundadores de la República de Weimar el crimen de
alta traición y de perjurio?
Los
obispos protestantes iban más lejos todavía: Condenaron el
asesinato del ministro Rathenau, indicando al mismo tiempo que los
verdaderos responsables no habían sido los asesinos alemanes sino
las potencias extranjeras que habían impuesto a Alemania una paz
injusta y humillante:
-El
que siembra el odio, pone el arma en la mano del asesino– dijeron.
Hans
no paraba de enviar artículos de la prensa a su casa. Tenía la
costumbre de subrayar las palabras : “traición“, “perjurio“,
“humillación“, “crimen“, etc.
La
oposición nacional, como se definía la política reaccionaria
que estaba dividida en un sinfín de pequeños partidos, hacía
creer al público alemán que estaba viviendo bajo el peor de los
gobiernos. Bajo la influencia del magnate de prensa Alfred Hugenberg,
esa opinión se hacía un eco cada vez mayor entre la población.
El credo antiliberal, nacionalista y antisemita estaba a la orden del
día; era moderno y sobre todo, había encontrado numerosos adictos
entre la juventud burguesa.
Fritz
y Hans se encontraron por primera vez cuando fue inaugurado el pilar
que finalmente la empresa Balken había logrado sentar en el centro
del río Saale. Ahora los constructores del puente podían
continuar los trabajos. Se hizo una pequeña fiesta. Hans conocía
la historia del puente. Sabía que los obreros se habían
comportado con un extraordinario sentido de la responsabilidad.
Había oído que su hermana mantenía cierta relación con uno de
ellos. Reaccionó con una sonrisa irónica.
–¡Ajá!–
dijo cuando se encontraron–. Es usted el hombre que vino de
Bitterfeld, ese nido de rojos. ¿Cómo ha hecho para elevarse a un
espíritu tan patriótico, tan altruista?
Fritz
no contestó. Sabía que Hans despreciaba a los que ganaban el pan
con el trabajo de sus manos. Sin embargo, esto no era del todo
cierto, Hans admiraba el orgullo y la organización de la clase
obrera.
–Tenemos
que ganarlos para nuestra causa– decía. La causa era la idea del
Renacimiento del Reich, con las características de un estado
autocrático e imperialista.
–Siempre
tienes que molestar con tus tonterías políticas– dijo Katharina
y se llevó a Fritz hacia el buffet–.No le eches mucha cuenta a
este– le susurró a Fritz–. Él se cree el redentor de
Alemania. Se parece mucho a su madre. Ella era una perfecta pietista
de aquí de Halle.
–Entonces,
él es un pietista político– contestó Fritz.
–Exactamente,
y un fanático. Esto lo dice también papá. Papá siempre vive
preocupado por la empresa. Claro, es el primero de su familia que ha
logrado tanto.
La
empresa de la familia Balken antes era mucho más modesta.
Desde
el fondo del grupo de los invitados a la fiesta se oyeron voces:
–¡Abajo
Poincaré, abajo Cuno!– Era la voz de Hans que entre risas había
pronunciado ese brindis.
Poincaré
era el Primer Ministro francés y Cuno el Canciller alemán.
–¡Abajo
los Criminales de Noviembre! – se dejó oir una voz chillona: Era
el doctor Veit de la “Bitterfelder“ que se encontraba entre los
invitados. Había pronunciado el insulto más corriente en contra
de los demócratas de la República de Weimar. Fritz enseguida
reconoció al médico. Pero el encuentro con él había sido tan
breve que no había peligro de que el hombre se acordara de él.
Entonces,
el señor Balken tomó la palabra y destacó algunos puntos
positivos sobre la actividad del gobierno del Reich. Entre los
invitados estaba presente un representante de la Comisión de Obras
Públicas del gobierno, y no le gustaba que en su presencia se
pronunciara el insulto de los “Criminales de Noviembre“. Un
insulto que el demagogo Adolf Hitler difundía a gritos por toda
esta República odiada y detestada por él.
Junto
al médico se encontraba una señora de pelo rojo que llevaba una
falda larga y negra.
Siempre
se presentaba así:
–Ruth Schnabel, artista y bolchevique nacionalista.
–Ruth Schnabel, artista y bolchevique nacionalista.
–Ella
es así– explicó Katharina–. Es hermana del famoso director de
la orquesta filarmónica de Leipzig. La presencia de ella es
indispensable en todos los eventos sociales de Halle.
En
realidad, era la persona que representaba algo así como el
barómetro social del momento:
La
gente apreciaba a la “loca Ruth“. Su voz alta y extrema formaba
el coro donde se movían todos los demás.
Fritz
se sentía incomodísimo en medio de unas personas que le parecían
histéricas. El entusiasmo y las emociones eran generales. El
resentimiento se había apoderado del ambiente. Se hablaba de
humillaciones y sufrimientos que ninguno de los presentes nunca
había sufrido. La exageración retórica era considerada la
norma. El mensaje era sencillo y contundente: Francia era culpable
del deshonor que sufría la humillada Germania. Fritz empezaba a
sentir asco de este ambiente y se acordaba de cómo su padre había
pronosticado que el mundo cambiaría y se convertiría en un mundo
mejor.
–Habrá
pensado en otras personas– dijo Fritz –. No conoce estas gentes.
El
padre, aunque creyera en la lucha de clases, nunca había odiado a
nadie. Tampoco conocía el orgullo nacional ni el desprecio de otras
culturas y costumbres. Fritz recordaba de su casa, cuando su madre
les preparaba algo de comer que recordaba su orígen polaco y como
les había gustado.
¿Qué
les había pasado a toda esta gente para que estuvieran llenos de
odio y rencor?
Después
de ese encuentro, Fritz decidió dedicarse al trabajo, a la labor de
técnico. La técnica, así pensaba, estaba libre de esta
ideología confusa.
–Sólo
estamos en el comienzo. Unas fuerzas gigantes han comenzado a cambiar
el mundo. Con el tiempo será positivo. Todo ha de cambiar– decía
Fritz.
Le
fascinó la idea. Siempre buscaba ver las cosas por su lado
positivo.
Finalmente
en 1923 se pudo estabilizar la economía y con ello también, la
política de la República de Weimar. Millones de personas habían
perdido sus ahorros. Pero la empresa Balken y Fritz no sufrieron
ninguna desventaja. La empresa había quedado libre de todas sus
deudas. Fritz y su familia no tenían ahorros que pudieran haber
perdido.
El
corte drástico había liberado al Reich de todas sus obligaciones
internas y había creado un gravísimo problema social.4
Sólo
Hans proclamaba “el crimen que han cometido los Aliados y sus
compinches alemanes contra el pueblo alemán“.
Sin
embargo, el padre de Hans ahora podía aumentarle el cheque mensual.
Así, por lo menos Hans Balken no debería haberse considerado
victima del “dictado de Versalles“. Pero, la realidad objetiva es
lo que menos interesa a las personas, cuando sienten la necesidad de
ver y vivir en la que ellos han inventado y la que toman por la
verdadera. La verdad era, que los aliados vencedores no eran los
causantes de la hiperinflación. Era el precio que había que pagar
por la montaña de deudas que el Reich había acumulado a través
de la Gran Guerra y este precio lo pagaban los más débiles.
Fritz
progresaba. Tres años más tarde ya lo vemos como director de
obras por toda la región.
La
hija de su jefe se había enamorado de él. No conocemos las
circunstancias que hicieron posible la formalización de su
relación con Katharina o Kaethe como solía llamarse.
En
realidad, las diferencias de carácter y formación personal eran
extremas. El proletario Fritz, que se podía considerar un muchacho
con talento y con suerte, no estaba enamorado perdidamente de la
joven y tímida Kaethe que no era, precisamente, una belleza, y que
carecía de talentos notables. Ante las dificultades de la vida
diaria, Kaethe solía refugiarse en la enfermedad. Sufría de
jaqueca, de la verdadera y la imaginada.
Fritz
necesitaba la acción profesional. En medio del ruido y de los
movimientos de la obra en construcción se sentía feliz. Parece
que durante muchos años no hablaron de matrimonio. El padre de
Katharina nunca se opuso a este noviazgo. Por contra al hermano Hans
no le gustaba esta relación de su
hermana
con un intruso. Siempre veía en Fritz un enemigo de clase, tanto
social como político. Además, el trabajo realizado por Fritz en
beneficio de la empresa, era para él motivo de envidia y aumento de
desconfianza.
¿Qué
pensarían los padres de Fritz sobre esta novia de su hijo? No se
sabe. Para el viejo Peter no era una cuestión de mucho interés.
Tomó como una cosa completamente normal que un hijo suyo supiera
defenderse bien en la vida. Nunca consideró que otra cosa fuera
posible. Que estuvieran trabajando en lo que les gustara, era su
criterio principal. El rango social y la respectiva etiqueta no le
interesaban. Se movía en todos los medios con soltura natural.
Carecía de complejos.
Esta
crónica reune todos los elementos para terminar en un final feliz:
Un pobre muchacho, hábil e inteligente se abre camino en la vida.
Hace fortuna y se casa bien y termina su vida en bienestar y
felicidad. Quizá, así podría haber sido la vida de Fritz al
otro lado del Océano Atlántico.
Pero
Europa y muy especialmente Alemania no permitían un desarrollo de
una biografía recta y linear.
Se
acercaba el año 1933 y las condiciones de vida para la gran
mayoría de los alemanes cambiaron dramáticamente. No era
solamente una de tantas crisis más que la vida económica, social
y política del Reich durante la República de Weimar logró
superar con relativo éxito. Ahora se trataba de una crisis de mayor
alcance:
Alfred
Döblin escribió las siguientes líneas durante este año
aciago:
“Existe
una disposición en el carácter humano para abandonar la historia
real y buscar la perfección definitiva. En ciertas situaciones
históricas nacen las intenciones para ello como resultado de un
cansancio catastrófico, de la perturbación y de un encierro
mentales. La voluntad humana parece entonces como si sufriera
descargas eléctricas. Entonces los hombres se alejan de la
política tradicional y buscan proyectos cargados de grandes
promesas que satisfacen el corazón“5
Eso
era la luz que iluminaba al viejo Peter y su proyección persiguió
a Fritz durante toda la vida.
Este
factor fue definitivo para motivar decisiones y explicar errores. Una
característica de la pasión utópica es que puede manifestarse
en formas muy diferenciadas en el campo político.
Sus
resultados serán contemplados por el mundo con extrañeza y
asombro. Alemania, siempre ha sido diferente, como observó su
crítico Friedrich Nietzsche.
–Fritz,
esto se acabó.
El
señor Balken se dirigía a Fritz. Estaban reunidos en la oficina:
Hans, Kaethe, el ingeniero jefe y Fritz–. No hay ni trabajo ni
créditos, no podemos continuar. Hay que liquidar la empresa.
–Todavía
estoy esperando a que lleguen algunas cositas– dijo Fritz –. Hay
trabajos pendientes. Hemos tenido situaciones así otras veces.
–Esta
vez es diferente– contestó Balken–. El Crash de los bancos nos
arrastra a todos.
–El
Canciller Brüning regresó de Londres con las manos vacías–
observó Hans.
–Este
programa de austeridad no es ahorro, trae la muerte económica–
dijo Fritz–. Nuestro gobierno solamente acepta créditos a corto
plazo. Este dinero no presta ningún servicio aquí. porque
enseguida es transferido a Francia para pagar las cuotas por
Reparaciones.
–Está
claro– contestó Hans–. Primero hay que eliminar Versalles6 .
Hay que quitar la mentira de que nosotros fuimos los culpables de la
Guerra.
–¿Y
qué tiene esto que ver con la bancarrota que sufrimos nosotros y
tantos más?– preguntó Fritz–. La gente puede trabajar y
quiere trabajar. Pero no hay inversiones para poder trabajar. No soy
economista como tú, pero entiendo que esta política es absurda.
Si pudieramos producir, ganaríamos para ni siquiera temer los pagos
por Reparaciones.
Hans
se puso pálido de ira:
–Una
consciencia apátrida como esta no la esperaba yo encontrar aquí
en la empresa. La plutocracia internacional de los judíos nada más
está esperando meterse Alemania entera en el saco.
–A
ustedes les gusta sentirse víctimas– contestó Fritz–. Para la
gente como tú, toda la culpa la tienen los otros ¿Habéis pensado
alguna vez en vuestra propia responsabilidad?
–¿Y
qué puedo yo hacer? ¡Díganme!– dijo Balken.
–¡Alemania
para los alemanes!– gritó Hans–.¡Productos alemanes, trabajo
alemán!
–Esto
se llama autarquía, si no estoy mal informado– contestó Fritz
con ironía–. Volvamos a los tiempos prehistóricos, a la era de
las migraciones germánicas. ¿Es esto la economía del siglo XX ?
Fritz,con
la clara visión del técnico, había dado en el clavo. La élite
política en Alemania no era capaz de ver el problema deflacionista
en sus reales dimensiones. Los conceptos vigentes durante la gran
Guerra continuaban. En
consecuencia
no se tomaron las medidas necesarias para estabilizar la República.
Hans
salió enfadado a la calle.
–A esto hemos tenido que llegar– dijo Kaethe–.¿Adónde irá?
–A esto hemos tenido que llegar– dijo Kaethe–.¿Adónde irá?
–Seguramente
se marchará a Bad Harzburg, donde se reúnen todos los grupos y
grupitos de la Derecha– dijo Fritz que conocía las actividades de
este sector creciente y dirigiéndose a Kaethe y al Sr. Balken:
–Hans
no quiere ver el mundo como es, sino como él lo interpreta.
Efectivamente,
parecía que una incapacidad de apreciar la realidad se había
apoderado de las mentes y que por eso buscaban el refugio bajo el
manto de las diferentes ideologías, y el nazismo era la más
prometedora.
Finalmente,
una vez más pudieron salvarse gracias a otra medida de emergencia
del gobierno de Berlín. El país se encontraba en la situación
de un enfermo tirado en la cama en la sección de cuidados
intensivos: Su pronóstico era gravísimo y desesperado. Sufría
varias enfermedades consideradas mortales y se veía rodeado de
falsos doctores que utilizaban veneno en lugar de medicina.
En
estos días, Fritz recibió una carta de su padre. Con su pequeña
letra clara y legible, Peter le contaba que había cogido la pluma,
ya que sus hijos no le visitaban. Se alegraba de que todos tuvieran
trabajo cuando eso parecía que era excepcional. Tan mal no lo
habrían hecho en casa, si todos ahora se defendían bien, sobre
todo Fritz.
–¿Qué
quiere tu padre?– preguntó Kaethe. Ella no quería que Fritz
tuviera contacto con aquel ambiente que le infundía desconfianza y
aversión.
Fritz
leyó:
“Si
me hubiera dicho alguien hace más de diez años que esta
República nos traería justicia social, yo habría contestado:
-No, esto no lo va poder hacer-. No posee ni la voluntad ni la
capacidad de hacerlo. Pero, si alguien me hubiera dicho que esta
República abriría el camino a un régimen peor que el anterior,
peor que la autocracia imperialista, yo habría contestado: -No,
esto no puede ser-.
Me
he equivocado: El Príncipe Heredero acaba de desfilar en uniforme
nazi por el centro de Bad Harzburg. ¿Cuándo vendrá a romperme la
casa? La esvástica ondea sobre miles de banderas.
¿Dónde
están el
negro, rojo y gualda de
la República? Cierto, la República no era mía, yo quería
otra. Pero ahora está desapareciendo, se disuelve sola. No se opone
nadie a ello.
Fritz,
si pudiera, saldría de Alemania. Y tú, ¡piénsalo! ¡Véte,
todavía estás a tiempo! Que nadie se haga ilusiones sobre lo que
va a venir ahora: lo prometen todo y nada cumplirán.“
Kaethe
interrumpió la lectura:
–Típico
de tu padre, el viejo comunista. Si fuera por él, viviríamos en
una República Soviética.–
–¡Cállate!–
contestó Fritz –tú no entiendes.
En
este momento oyeron voces desde la calle.
–Una formación de la SA. Están cantando– dijo Kaethe.
–Una formación de la SA. Están cantando– dijo Kaethe.
“SA
marschiert, die Reihen fest geschlossen!“
(SA
en marcha.¡Cerrad las filas!)
–Ellos
triunfan, y tú hermano andará por medio– dijo Fritz.
Se
oyeron unos pasos de botas. Entró el doctor Veit, el médico de
Bitterfeld vestido de uniforme marrón, comandante de la SA, la
formación paramilitar del Partido Nacional Socialista Obrero
Alemán (NSDAP):
–De
paso por aquí, quería saludar a los amigos. Hoy es un gran día,
un día memorable.
De
abajo sonaba el coro:“!Deutschland,
erwache!“ (¡Despierta,
Alemania!)
–Sí–
dijo el doctor– Alemania ha despertado hoy. No he visto a Hans.
Aquí hay sitio para él. Este uniforme lo cubre todo. ¡Que se
afilie ya! Puede ser que llegue tarde.
Y
así ,como había llegado, pisando fuerte con las botas,
desapareció en el mismo modo como llegó.
–Abajo
desfila el tiempo nuevo– observó Fritz
–SA
en marcha. ¡Cerrad las filas!– sonó la respuesta de la calle.
–Oye este estribillo imposible:“Los
que fueron nuestros enemigos y cayeron en combate,
ahora
son camaradas nuestros desfilando al mismo compás“7
Fritz
se acordaba de Beesenstedt:
–Si
me hubieran matado, ahora estaría desfilando con ellos: ¡Qué
delirios de omnipotencia!
Qué
prepotencia tan absurda! Mi padre tiene razón. En Alemania se
están apagando las luces, la luz de la razón.
–¿Comienzas
ahora a hablar a solas? Salgamos, hay un desfile con antorchas–
dijo Kaethe.
“Deutschland
erwache!“ sonaba
el coro.
–Fritz,están
ocurriendo cosas grandes– dijoel el señor Balken después de
entrar corriendo en la oficina.
–¿Trabajo
para nosotros?– preguntó Fritz.
–No,
nada de nogocios, ahora. Me lo han dicho con garantías. Las cosas
se van a arreglar en Alemania. Habrá un gobierno de concentración
nacional. Por fin se acabará este caos.
–¿Quién
dirigirá el gobierno?– preguntó Fritz.
–Nuestro hombre, Franz von Papen, Hindenburg lo apoya.
–¿Este caballero andante?– preguntaba Fritz –.¿Cuánto tiempo durará esto?
–Nuestro hombre, Franz von Papen, Hindenburg lo apoya.
–¿Este caballero andante?– preguntaba Fritz –.¿Cuánto tiempo durará esto?
–Hasta
que llegue el nuevo hombre– una voz sonaba desde el corredor.
Hans
entró. Gracias a la intervención de Kaethe se le había pasado
el enfado con Fritz. Ya sabía que Fritz era un caso incurable. Los
rojos no solían cambiar. En el círculo de sus amigos no hablaron
más que de la necesidad de utilizar el potencial de la izquierda.
Sin este potencial sería imposible intentar la revisión de los
resultados de la Guerra. Habría que rehacer el ambiente de Agosto
de 1914, cuando la nación había actuado como una sola persona.
Para esto se necesitaba al hombre, el hombre pródigo, el gran
profeta activo y activador que viniera con sus dones mágicos.
–¿Quién
es este nuevo hombre?– preguntó Balken. –Nuestro hombre, Adolf
Hitler– contestó Hans.
–¿Por
qué nuestro hombre?
–Soy
miembro del NSDAP. No me afilié porque esté de moda hacerlo.
Estoy convencido de que también es bueno para la empresa. Hay que
llegar a tiempo, para no perder el tren. Me recomendó el Dr. Veit.
–¿Se
necesita ahora una recomendación?– preguntó Fritz.
–Claro
que sí, ¿qué se creen ustedes? Desde que se sabe que su Alteza
el Príncipe es miembro también, todos hacen cola y piden permisos
para entrar.
Y
dirgiéndose a Fritz con ironía:
–A
nuestra estrella roja también se lo recomiendo. De los comunistas
ahora se están pasando por millares a nosotros. Buena raza se
impone, dice el doctor Veit.–
–¡Venga,
cállate, eres un oportunista, nada más!– contestó Fritz con
calma.
–Y
¿qué?, y ¿por qué no? ¡Dame una alternativa! ¿Alemania
Soviética, nos gustaría eso?
Este
régimen corrompido se acabó. Se ha muerto solo. ¿Quién ha
llorado?
Fritz
y todos se callaron. Efectivamente durante el gobierno del centrista
Brüning la legislativa, el Reichstag había perdido su función
totalmente. El medio para gobernar era el decreto de emergencia
respaldado por el anciano presidente von Hindenburg. La República
se había transformado en una seudomonarquía .
–Verás
como prenderán fuego a Alemania para calentarse en él– dijo
Fritz. –Hay que ser de los vencedores– contestó Hans.
Kaethe intervino muy preocupada:
–¿Otra vez estáis peleando?–
Kaethe intervino muy preocupada:
–¿Otra vez estáis peleando?–
–No–
dijo Fritz –tu hermano dice que mañana lloverán esvásticas y
nuevos trabajos.
Él
ya se ha puesto una cruz gamada. A mi me corresponderán los
trabajos.
El
trabajo era el refugio para Fritz. Las calles de Halle, como en casi
todas las ciudades alemanas, se veían invadidas de permanentes
desfiles de la SA que con sus cantos marciales, banderas y bandas de
música, salmodiando el eterno y estúpido “¡Heil!“8
lograban transformar el país en un escenario de opereta. Cuando no
desfilaban ellos, entonces marchaban los comunistas exhibiendo toda
la parafernalia y retórica de la lucha de clases.
Por
eso, Fritz pasaba los días y gran parte de las noches en la oficina
preparando proyectos. Los técnicos y él estaban ilusionados con
la idea de la
construcción
de un prototipo de autovía que todavía no existía. Entre un
grupo de ingenieros habían desarrollado un anteproyecto que ahora
reposaba en alguna de las oficinas del Ministerio de Obras Públicas.
Por el momento no existía ninguna probabilidad de su realización.
Los gobiernos vivían bajo la ley del estricto ahorro para demostrar
al mundo entero la injusticia de las condiciones de paz impuestas por
los Aliados.
Fritz
quería que todo el mundo lo dejara en paz.
Parece
que aquel día esto no fue posible. Le anunciaron la visita de una
señora Doris Fischer que tenía que hablar con Fritz sobre un tema
importante.
–¿Fischer?–
decía Fritz.–¿No será del grupo Fischer - Maslow de los
comunistas?
–No,
ella no es. Soy Doris y no Ruth. Ella es mi hermana. Pero no estás
equivocado del todo, camarada.
Fritz
estaba sorprendido. No conocía a esta mujer. Lo había saludado
como a un viejo compañero. Siempre se había mantenido en la
antesala de ese proyecto familiar que era el comunismo. Desde que
formaba parte de la empresa Balken, compartiendo la vida familiar
burguesa, había suspendido todos los contactos con su hogar
político original. Rara vez había visitado a sus padres. No
había buscado más el camino de regreso. Mühlbeck no se
encontraba lejos de Halle. Con el coche que ahora tenía a su
disposición, habría sido cuestión de media hora.
Fritz
ofreció una silla a la mujer joven que vestía como un hombre y
llevaba el peinado masculino a la moda. Doris fumaba y ofreció un
cigarrillo a Fritz. ¡Cómo han cambiado las costumbres durante
estos últimos años! pensó Fritz.
La
mujer le miraba de frente y dijo:
–Fritz,
sin rodeos, dime si todavía eres de los nuestros o no. Conocemos a
tu padre. Pero tú estabas perdido durante estos años. A pesar de
esto te consideramos un veterano. Estuviste con el grupo de Max Hölz
y saliste con vida.
–He
tenido suerte, nada más– contestó Fritz.
Fritz
se sentía muy incómodo. Él temía esta pregunta. Había
tratado de no reflexionar sobre ella.
¿Quién
le había mandado a esta mujer? Habrá sido el padre, se dijo.
Estaría desconfiado por la larga ausencia del hijo y le
preocuparía lo que habría sido de él. Se alegraba por el éxito
que tenía su hijo, pero temía por él. Sabía que aquel
ambiente estaba lleno de tentaciones.
Fritz
permaneció callado durante un tiempo y luego dijo:
–¿Qué
iba yo a hacer? Todo se ha acabado ¿o no?
–Entonces
estás equivocado– contestó Doris–. El radicalismo es la
enfermedad de niñez de la clase obrera. Hay algunos que lo toman
por la verdadera revolución. Hoy es diferente.–
–¿Y
cuál es la diferencia? ¿El centralismo democrático?– anticipó
Fritz.
–Exactamente.
Hoy estamos organizados. Precisamente aquí en Halle estamos bien
organizados.
Yo
y otros más representamos la organización y, de pronto, tú
también.
–¡Vaya
oferta que me hacen! Ya me amenazaron con hacerme socio de los nazis
y ahora esto.
Fritz
se retiró un poco.
–No
te amenazamos. Simplemente te lo proponemos. Tu sano criterio
político decidirá. ¡Mira a tu alrededor! ¿Qué te queda? ¿No
te habrás hecho un “Sozi“ por el éxito profesional que
tienes?–
–Son
muchas preguntas a un mismo tiempo. Tengo que pensarlo– contestó–
.Pero yo también quiero preguntar cosas:¿No es cierto que nuestros
enemigos son los nazis ...? ¿Entonces, por qué estas acciones
comunes con ellos, el plebiscito contra el gobierno
socialdemocrático de Prusia, por ejemplo?
–¡No,
no no! Así no es. No caminamos juntos. Puede ser que casualmente
vayamos en la misma dirección–. Doris se puso nerviosa–. La
respuesta es fundamental: el gobierno prusiano que se llama social y
democrático ha renunciado a la revolución socialista, es
reaccionario. Nosotros somos un partido revolucionario en una época
de regresión y estancamiento. Hay que calentar el hierro antes de
ponerlo en el yunque.
–¿Y
creen que para esto les sirven los nazis? Son gente que tienen el
fusil y la bota militar y la tienen puesta ya sobre nuestra nuca.
Además, ¿eso lo comprenderán los obreros?– Fritz se volvió
atrás.
–El
enemigo que más odiamos es la sinrazón de las masas...... Somos
una organización de masas. Pero lo que importa son los cuadros. La
vanguardia del proletariado debe tener la rienda con mano firme.
Doris
le miraba firmemente:
–Los
nazis, querido Fritz, son el sinónimo de la estupidez. Nos pueden
ser útiles, útiles como idiotas que son. Pueden ser útiles para
destruir la sociedad burguesa.
–¡Ajá!–
exclamó Fritz–, el camarada Stalin nos manda saludos. Somos
alemanes y no somos rusos.
–Lo
que insinúas, no es cierto. La Revolución en la Unión
Soviética triunfó. Nosotros, querido hermano, hemos perdido, bien
lo sabes. No hemos olvidado Bitterfeld y Beesenstedt.
–¿Por
qué no me dejan a mí y se dirigen a mi padre?
–Fritz,
tu padre es un comunista soñador. No sirve como organizador en
estos tiempos confusos.
–Para
esto se necesita el grupo Fischer - Maslow, ¿verdad?– preguntó
Fritz. –Así es, y te necesitamos a ti. No te invitamos a una
aventura. ¡Venceremos! Doris levantó el puño en alto.
En
este momento, Kaethe se asomó por la puerta. –¿Molesto?
–No, señorita, yo ya me voy–. Le entregó una tarjeta a Fritz: –¡Llama pronto! No queda mucho tiempo.
Cuando se había ido, Kaethe preguntó:
–¿Quién es esa?
–Tú no entiendes– contestó Fritz.
–No, señorita, yo ya me voy–. Le entregó una tarjeta a Fritz: –¡Llama pronto! No queda mucho tiempo.
Cuando se había ido, Kaethe preguntó:
–¿Quién es esa?
–Tú no entiendes– contestó Fritz.
La
visita de la joven comunista preocupó a Fritz durante mucho tiempo.
¿Era correcto lo que estaba haciendo? En el fondo se había
asociado con el enemigo reaccionario. ¿Qué harían personas como
Hans Balken cuando tuvieran el poder en sus manos? Había que hacer
todo para impedirlo.
Pero¿merecía
confianza el grupo Fischer - Maslow?
Frecuentemente
el almuerzo con Kaethe no le gustaba. Se acordaba también de la
gente que todos los días llegaban en busca de empleo y él no
tenía más remedio que decirles que no había. Se acordaba del
caso de un hombre, padre de familia, viejo conocido de Mühlbeck. En
lugar de un puesto de trabajo le había ofrecido algo de dinero para
ayudarle. El hombre había tirado los billetes al suelo y le había
escupido a la cara.
¿No
debería aceptar lo que Doris Fischer le había propuesto? ¿No
viviría entonces de acuerdo con su identidad personal? ¿No era
cobarde, retirarse a la función de un técnico? ¿Dependía
realmente tanto de él como pretendían los que mandaron llamarle?
Además,
se veía claramente que estaban teledirigidos desde la Unión
Soviética. Por eso sobre todo le invadieron las dudas. Se acordó
del dicho de
Clara
Zetkin que había sucedido a Rosa Luxemburg sin tener la talla
personal e intelectual para ello: “El analfabetismo de las masas
había favorecido el éxito de la Revolución de Octubre.“ Así,
la Revolución no tenía que ocuparse de la tarea de eliminar la
carga cultural del pasado. Por eso, los aparatchiks modernos no
podían integrar una figura como el viejo Friedrich Wilhelm Peter.
¿Habían ido en busca del hijo Fritz, porque su juventud y su
oficio de técnico indicaban que era hombre de acción? Hombres
activos podían ser útiles. Los intelectuales y los utópicos
soñadores decoraban los procesos para conseguir y mantener el
control del poder, pero estorbaban.
Aquello
era demasiado complicado y Fritz decidió no rendirse ante el arte
seductor político de Doris Fischer:
–Voy
a quedarme en la antesala y con más razón, mientras la Unión
Soviética habita en ella.–
–¿De
qué sala me estás hablando?– preguntó Kaethe. –No es nada–
contestó Fritz.
Fritz
seguía trabajando,pero escuchaba
las
voces que desde el fondo irrumpieron en su biografía. Aunque se
resistía a oírlas no podía reprimir la sensibilidad y la
intuición, herencia del viejo Peter.
La
primera voz furiosa era la de Adolf Hitler. El sonido estridente
acompañaba los gestos dramáticos del orador desde el escenario de
la Ópera Kroll en Berlín. El Reichstag había sido destruido por
un incendio feroz. Los bomberos no lograron dominarlo. Así, la
cúpula en llamas del parlamento de la República Alemana era fanal
y farol de un mensaje siniestro: la muerte de la Democracia Alemana.
Pocos
días después, el 23 de Marzo de 1933, Adolfo Hitler, que era
canciller de un gobierno de coalición, pidió el voto de los
miembros restantes del parlamento (los comunistas habían sido ya
expulsados, muchos demócratas detenidos o impedidos de asistir)
para aprobar la Ley de Autorización al Gobierno. Esta ley daría a
todos los decretos del gobierno el carácter de leyes. Además,
suspendía la vigencia de los derechos fundamentales de los
ciudadanos. Así se construía el fundamento de la dictadura nazi:
“Señores,
ha llegado el momento decisivo (dirigiéndose a los
Socialdemócratas), aquí nadie los necesita. Solamente porque
respetamos la necesidad de la vida nacional apelamos al Reichstag
para aprobar lo que de todos modos nos habríamos tomado. (largo
aplauso, muchas veces repetido)“9
Suena
la segunda voz. Es la voz ronca y cínica del Presidente del
Reichstag, Hermann Göring:
“El
resultado de la votación es el siguiente: Han sido entregados 535
papeletas. Han votado
No
94 y Sí 441 diputados. ( aplauso, la mayoría de los diputados en
pie, cantando)“
La
tercera voz es de Josef Goebbels, Ministro de Propaganda:
“Ahora
somos los dueños del Reich, todo legalmente.“
Muchas
personas de la generación de Fritz hacían como él: dedicarse a
sus asuntos personales y privados. Sin embargo, no faltaban las voces
de admiración y de justificación dentro y fuera de Alemania. Una
vez más, las universidades se presentaban como entidades para
justificar este proceso de toma de poder en abierta contradicción
con la tradición que comprometía a la Universidad en la defensa
de la verdad y del derecho humano.
Carl
Schmitt, jurista e ilustre sabio de leyes, cercano al filósofo
Heidegger, dejó oír su voz de aprobación:
“Con
esta votación ha sido superado el concepto de ley del estado
constitucional. Esta nueva ley es la expresión de la victoria de la
Revolución Nacional.“
Fritz,
a pesar de no querer ni saber ni oír nada, se sintió perseguido
por estas visiones y voces. Siempre aparecían cuando sucedían
cosas importantes en su vida. Por primera vez le había pasado en
Beesenstedt. Así fue en el mismo momento cuando se hundió en el
abismo del peligro de muerte. Subieron del subconsciente como
fantasmas, sombras que aparecían y cambiaban de silueta y color.
Había pisado el umbral de la muerte sin haber sentido miedo ni
dolor. Era como una visión que le daba seguridad y optimismo. De
pronto le había invadido la seguridad de que nada tenía que
temer.
–La
voluntad siempre es optimista– se dijo Fritz mientras se decidía
a salir a la calle para dar una vuelta.
Pero
su deseo fue interrumpido por el sonido del teléfono. Era la voz de
una mujer, Doris Fischer. Le dijo que había cambiado la situación,
que olvidara su visita y que eliminara la tarjeta que ella le había
dado. Decía que “se iba de viaje“ y con una voz temblorosa
agregó:
–Creo
que nos hemos equivocado todos y ahora es tarde para rectificar.
Al
salir a la calle, Fritz se encontró con el tiempo propio de marzo:
lluvia fina y fría, neblina de una luz del día que pronto se
acabaría. Una columna de SA salía de una calle para meterse en
otra. La nube de banderas rojas que llevaba era como el anuncio de
una falsa primavera. La cocina popular instalada en la vecindad no
estaba abierta todavía. Había gente formando cola para recibir la
sopa regalada a la masa de hambrientos. Cuando pasaron las banderas,
algunas manos se levantaron y se oyeron los gritos del ritual:
“Heil“
Los
había escuchado tantas veces en la calle, pero ahora le parecía
que iban dirigidos hacia él:
“Heil“.
¿Qué
significado tenía para él esa palabra? Era una palabra mágica
de falsa y dudosa esperanza, de un deseo utópico de un triunfo
definitivo y final. El nazismo había encontrado la fórmula para
expresar esta magia. Una auténtica arma psicológica.
Ahora,
entre las sombras tristes de la calle, en todos los rincones parecía
retumbar el eco de este
“Heil“;
y todos podían acogerlo para darle el sentido que sus deseos y
necesidades le daban.
“Heil“
significaba para el hambriento pan y para el desempleado trabajo;
para el enfermo, salud; para el político resentido y frustrado,
plenitud del poder. Y para todos, el fin de las frustraciones.
“Heil“:
¿Qué
significaba para Fritz? que caminaba entre la lluvia y la niebla.
Poco a poco el agua le caló por el cuello y entró por la espalda.
Las ramas de los castaños se dibujaban como imensos brazos de
fantasmas. Entonces podía oir un murmullo de voces que le decían:
“Heil“
a tí Fritz, que serás un rey de la construcción.
“Heil“ a tí Fritz, que allanarás montañas y rellenarás valles.
“Heil“ a tí Fritz, que perforarás la tierra y construirás viaductos y túneles. “Heil“ a tí, Fritz, que andarás sobre carreteras que tú mismo construirás. –Tonterías– decía–, me estoy poniendo raro y chiflado.
“Heil“ a tí Fritz, que allanarás montañas y rellenarás valles.
“Heil“ a tí Fritz, que perforarás la tierra y construirás viaductos y túneles. “Heil“ a tí, Fritz, que andarás sobre carreteras que tú mismo construirás. –Tonterías– decía–, me estoy poniendo raro y chiflado.
Se
pasaba la mano por la cara y decidía regresar. Sentía que el
paseo le había hecho bien, y al entrar a la oficina comenzaba a
silbar. Le había invadido un raro sentimiento de felicidad aunque
el momento era el menos oportuno para ello:
Alemania
había dado un paso más hacia el totalitarismo nazi.
En
la oficina se encontró con Hans y Kaethe:
–Ven
a casa– dijo Kaethe–, te estamos esperando. Papá ha vuelto de
Berlín con un hombre del Ministerio de Obras Públicas.
–Sí–
continuó Hans–, y tráete el proyecto de la autovía. –Estarás
contento– contestó Fritz–, ya tenéis lo que queríais.
–Todo
legalmente– contestó Hans–.¡Dejadnos ahora! El Führer
prometió: Que nos juzguen dentro de cinco años, nadie va
reconocer más a Alemania.–
–Desde
luego que no, ya habéis empezado a encerrar a quienes se oponen a
vuestros proyectos–
le
espetó Fritz.
–¿Otra vez vais a pelear?– intervino Kaethe.
–¿Otra vez vais a pelear?– intervino Kaethe.
–Nada
de esto– dijo Hans –. Tu estrella roja debería estar contento y
quietecito. A su viejo no lo hemos encerrado. Tampoco somos tan
malos. Y tú, cuídale mucho para que no abra tanto esta boca; pues
puede que venga alguien y se la cierre.
–Eres
un cerdo– espetó Fritz.
–Fritz,
ahora nos pondremos en marcha–
exclamó el Sr Balken cuando Fritz entró por la puerta e hizo las presentaciones: –El señor Schalck del Ministerio de Obras Públicas–. Fritz hizo su reverencia.
exclamó el Sr Balken cuando Fritz entró por la puerta e hizo las presentaciones: –El señor Schalck del Ministerio de Obras Públicas–. Fritz hizo su reverencia.
–Ahora
nuestro esfuerzo y nuestra visión serán recompensados. Este
proyecto en el que hemos tenido la oportunidad de colaborar y que nos
ha costado tanto esfuerzo y dinero, por fin, lo están estudiando
seriamente. Ya lo habíamos dado por perdido. Pero aquí, Fritz, el
soñador nos ha estimulado siempre–. Y abrazó a Fritz.
–Pero,
¿va en serio?– preguntó Fritz.
–Asi es– contestó el señor Schalck– y sin demora.
–Asi es– contestó el señor Schalck– y sin demora.
–¿Y
la financiación?– preguntó Fritz–. Todo el mundo dice que el
Reich no tiene medios para ello.
–Nuestro
señor Schacht, director del Banco del Reich, lo hará posible–
exclamó Balken–. Donde hay buena voluntad, se encontrará un
camino. El señor
Schacht
es un gran patriota y ha resuelto ya otros problemas, como todos
sabemos.
–Este
camino suele ser el papel moneda– contestó Fritz con
escepticismo.
–Está
usted equivocado mi joven amigo, el valor del trabajo alemán es
garantía de todo. Este valor inapreciable lo cubre todo. No hay
moneda más firme que ésta– contestó el señor Schalck.
–No
se preocupen, el nuevo gobierno garantiza crédito. Dinero no
faltará. Este proyecto tiene la preferencia conseguida en lo más
alto. Ustedes saben lo que esto significa y me entienden. Queremos un
resultado óptimo, inmejorable. Todos deben envidiarnos.
Y
así fue. Pronto se encontró Fritz en medio de columnas de
trabajadores en mangas de camisa y pantalones bombachos que cavaban
la tierra con picos y palas.
“¿Para
qué queréis máquinas? Ahí tenéis un ejército de parados
que podrán manejar una pala y mover carretillas.“ Fue la
respuesta que recibió Fritz cuando iba en busca de mejoras
técnicas para su trabajo.
Así,
con los medios técnicos de los siglos pasados, una masa de
trabajadores allanaba montes y rellenaba valles. Fritz se extrañaba
viendo el buen humor de la gente. Muchos de ellos habían aprendido
otros oficios. Pocos estaban acostumbrados a este trabajo tan duro.
Pero había un optimismo contagioso a pesar de los sueldos tan
miserablemente bajos que apenas superaban la ayuda social para el
desempleo. El valor del marco alemán en los mercados
internacionales perdió drásticamente toda reputación. La deuda
externa creció como un alud. Pero el público alemán parecía
sufrir un ataque de euforia.
–Parecen
borrachos de optimismo– se decía Fritz.
Los
hombres a veces cantaban trabajando. Hacía tiempo que no se había
visto una cosa así y aunque durante el descanso los hombres no
tenían para comer más que pan seco, se oían risas y se contaban
chistes. Preguntado por el motivo de su buen ánimo, uno de ellos
contestaba:
–Ahora
se ve que hay movimiento, se está haciendo algo.
Fritz
estuvo ocupado con el trabajo durante todo ese verano, de modo que
poco a poco olvidaba las pesadillas que le habían acosado durante
el mes de marzo de 1933.
Todo
parecía un sueño: un brujo había salido de un bosque encantado
para soltar maldiciones y retirarse nuevamente a su escondida
residencia. El camino a la casa era precioso. Las montañas de
Turingia parecían mecerse bajo la brisa suave del verano. Los
pueblos relucían con sus tejados cubiertos de pizarra negra.
Manadas de gansos blancos cubrían los lagos y arroyos, engordando
para el festín de los asados en otoño. El corazón verde de
Alemania
se mecía bajo un manto falso de felicidad. Durante meses no se
habló de política.
Fritz,
como el Fausto, deseaba que pudiera retener estos momentos y
recordaba el texto que había recitado su padre y que había sido
escrito en Turingia:
“¡Permanece,
oh instante feliz!“
Pero
el brujo no permanecía recluido en su castillo encantado. Sus
maldiciones se hicieron realidad.
Esta
vez, cuando Fritz regresaba a la casa, se había dado cuenta ya que
algo estaba sucediendo. Desde los diferentes lugares donde se
realizaban las obras para un nuevo tramo de la autovía tenía que
pasar por numerosos pueblos para regresar a su casa en Halle. Allí
se encontraba también la sede de la empresa que Fritz ahora pisaba
pocas veces.
Al
cruzar los pueblos de Turingia había observado columnas de la SA
que rodeaban comercios, tiendas y almacenes. Había leido lo que
estaba escrito sobre las pancartas que exhibieron :
“¡Alemanes,
no compren nada a los judios!“
En
la Avenida de Dessau en Halle donde se encontraba la sede de la
empresa Balken, había una pequeña tienda de comestibles. Fritz
hacía tiempo compraba allí la leche o un paquete de puros. A
veces conversaba con el dueño. El Sr. Zeitelmann era amable y
servicial. También conocía al viejo Peter. Esta vez, cuando Fritz
bajó del coche, vio la aglomeración de gente. Se acercó y vio
lo que estaba escrito sobre la pared de la casa con pintura negra:
“Yo
soy el judío Zeitelmann, robo y engaño a todo el mundo“
Delante
de la tienda estaba parado un joven en uniforme marrón de la SA,
con las piernas abiertas y las manos colocadas al cinturón. Con la
boca apretada y la visera del gorro casi tapándole los ojos.
Los
que estaban delante, casi todos eran niños y jóvenes. Fritz no
veía a ningún vecino. En la casa de los Zeitelmann no se
observaba ningún movimiento. Fritz se imaginaba lo que les pasaría
a la pareja de ancianos que estaban solos en la casa.
Por
esto se dirigió al vigilante de la SA:
–¿Quién ha mandado hacer esto?– le preguntó.
El hombre no contestaba y dirigió su mirada a lo lejos.
–¿Quién ha mandado hacer esto?– le preguntó.
El hombre no contestaba y dirigió su mirada a lo lejos.
–Yo
soy vecino cerca de aquí . ¿Quién hizo esto? ¿No tiene usted un
superior quien le mande?–
Por
fin el uniformado espetó:
–¡Yo
no le debo explicaciones, váyase de aquí!–
Ahora
los jóvenes se acercaron. Parecía que algo interesante pudiera
suceder.
Entonces
se oyó la voz del gendarme. Fritz no lo había visto antes. Había
permanecido casi escondido en un rincón.
–No
se queden parados aquí, por favor– dijo el gendarme–. No están
autorizadas reuniones públicas.
Fritz
se volvió hacia él:
–Gendarme,
usted ve lo que yo veo. Entonces cumpla con su deber y termine este
espectáculo vergonzoso.
Mientras
sucedía esto, Kaethe que había salido de casa, lo agarró del
brazo y trató de llevárselo:
–¡Ven,
vámonos de aquí!
Ahora
los jóvenes empezaron a levantar voces gritando, mientras el de la
SA parecía despertar de su letargo artificial:
–Voy
a denunciar esto. Esto no se va quedar así. ¿Qué se han creído
que son? Ya se verá, quien pone orden aquí.–
El
gendarme intervino, poniéndose en medio:
–¡Váyase
todo el mundo! Aquí no ha pasado nada, nada.
–Por
fín– dijo Kaethe, cuando cerró la puerta detrás de ellos.
Fritz
estaba lleno de ira. Todo blanco se dejó caer en una silla.
Kaethe
no se atrevió a decir nada. Pero el día siguiente le advirtió:
–Fritz,
ten cuidado con lo que haces. Tú sabes que ya te tienen apuntado.
Mi hermano no puede intervenir siempre.
–Este
es Fritz,siempre trabajando–
dijo
Balken señalando hacia Fritz que estaba empujando una carreta
cargada de guijarros. La lluvia había transformado el lugar de la
obra en un lodazal.
–Estos
señores desean hablar contigo– dijo Balken señalando a dos
hombres vestidos con chubasquero oscuro y sombrero.
–¿Es
usted el director de la obra?– preguntaron.
–Sí–
contestó Fritz– ¿y quiénes son ustedes?
No
recibió respuesta.
–Nosotros
buscamos personas que están trabajando aquí sin tener permiso.
¡Mire esta lista!
Fritz
estaba prevenido y esperaba que llegaría el día de este
encuentro. Sabía que había comenzado a funcionar una nueva
organización, la GeStaPo - la policía secreta del estado. El jefe
de esta organización era Heinrich Himmler que a su vez dirigía el
cuerpo paramilitar de la SS.
Pero
estos dos podían ser también simples policías vestidos de
civil. Nunca se sabía. Era uno de los misterios del nuevo régimen,
jugar al escondite con la sociedad.
–¿Qué
puedo yo hacer con esta lista? Aquí trabajan cientos de hombres.
Ustedes no esperarán que interrumpamos el trabajo, formemos filas
para buscar ahora a los que no debieran estar aquí.
–Cuestión
suya, cómo lo hace– le contestó uno.
–No,
señores, esto no es un cuartel ni una cárcel. Tenemos el tiempo
justo para terminar lo que nos hemos propuesto. Yo soy el director de
la obra y ningún carcelero.
El
señor Balken se puso pálido y Fritz agarró firmemente la pala
que llevaba en la mano.
Ambos
hombres se miraron uno al otro y después dieron media vuelta y se
fueron sin hablar. Ni siquiera miraron hacia atrás. Si hubiesen
echado una mirada de despedida habrían podido tomar nota de otro
episodio más del comportamiento nihilista del sujeto Friedrich
Peter. Fritz había cogido la pala y con una explosión de rabia la
había estrellado contra el suelo en que habían estado los
representantes de la nueva autoridad. La pala saltó en pedazos.
–¡Fritz!–
exclamó Balken– ¿Qué haces?–, y se marchó nervioso y
pálido.
–Mi
padre habria hecho lo mismo que yo, si hubiera estado aquí– dijo
Fritz ya tranquilo.
Naturalmente
la GeStaPo o los que fueran, encontraron a los que habían venido a
buscar.
Pocos
días después los de la lista faltaban al trabajo. A los judíos
les estaba prohibido trabajar. Fritz se acordaba del señor
Liebermann que era maestro y ahora no podía dar clases. Trabajaba
en la obra aquí. Pensaba que pasaría inadvertido entre esos
trabajadores humildes, que no hacían otra cosa que mover el lodo y
las piedras de Alemania de un lado para otro. Algunos años
después,
en el campo de concentración de Ravensbrueck, el señor Liebermann
tendría que hacer lo mismo como un esclavo de la SS: mover el lodo
y las piedras del Reich bajo la vigilancia de la SS hasta la muerte.
.
¿Qué
pasó con Fritz? ¿No tendría consecuencias el hecho de oponerse a
una orden expresa de una autoridad que ni siquiera había presentado
documentación?
Un
día se comentaba en la casa que había sido detenido el vecino
judío, el señor Zeitelmann.
El
señor Balken no hablaba. Hans que había tomado practicamente la
dirección de la empresa, sólo le hablaba lo más imprescindible.
¿Y Kaethe? Kaethe sufría de jaqueca. Desde el evento que
oficialmente fue declarado como “la rebelión del jefe de la SA
Roehm“ parecía que las cosas habían cambiado. Esta depuración
de la SA había costado muchas vidas. En realidad, se trataba de una
purga política realizada sin escrúpulos:
Con
el pretexto de haber organizado la contrarrevolución, el brujo
capitán había mandado a matar cinco mil colaboradores de su lucha
por el poder. Ahora ya no eran necesarios y a los muertos no se les
recompensaba los méritos del pasado. Otro brujo, en la lejana
Moscú, no tardó en imitar este gran golpe, multiplicando sus
víctimas por mil. Era así de fácil: El revolver reemplazaba la
ley.
¿Y
el público alemán? .... Callado. Algunos se habrían alegrado.
Hans
que era muy cuidadoso, colgó el uniforme de la SA hasta que se
aclarara la función que iba a tener este cuerpo revolucionario
dentro del estado totalitario nazi. Mientras tanto se dedicaba a la
empresa que no paraba de crecer gracias al programa de autovías
favorecido por el nuevo gobierno.
Por
su parte, Fritz sacó otra conclusión:
–Ya
tienen bastante ahora con sus propios problemas. A mí me habrán
olvidado.
Efectivamente,
mucha gente que no era amiga del nuevo régimen, pensaba lo mismo:
–Ya
se cansarán. Con el tiempo esto se normalizará. “Todos los
guisos calientes con el tiempo se enfrían“, dice un proverbio
alemán.
Eran
pocos los que querían permanecer en el estado de oposición. Era
más cómodo y ventajoso pertenecer a los vencedores.
–Todo
con el tiempo se normaliza– dijeron también los trabajadores
todos.
Los
opositores alemanes empezaban a acomodarse y a arreglarse con lo
irremediable.
El
señor Zeitelmann apareció otra vez, se le veía cambiado. No
miraba más a nadie. La tienda permaneció cerrada. La señora no
salió más de casa. Un día amaneció el escaparate roto y
tapado con tablas. Meses más tarde los Zeitelmann habían
desaparecido. Se dijo que habían logrado emigrar. Y otro mes más
tarde, un nuevo propietario, “ario“ como anunciaba el diario
regional, abría la tienda. Era curioso, como la prensa se hacía
eco de la nueva ideología: la palabra “ario“, que antes no la
conocía casi nadie y nadie sabía qué significaba, ahora había
reemplazado a la palabra “alemán“. Los vecinos no hablaban ni
preguntaban, cómo había sido el traspaso de la tienda. Todos
sabían que era un acto criminal cometido entre todos y aprobado por
una ley perversa.
Fritz
decidió comprar la leche y los puros en otra parte y comenzó a
olvidar totalmente estos episodios.
Pero,
otra vez inesperadamente se encontró con dos hombres, vestidos de
civil, cuando salió de la barraca para observar los trabajos. Con
cortesía le pidieron si podían hablar con él. Fritz les indicó
que el mejor lugar sería la barraca. Allí les ofreció café, –
auténtico–, decía, que en Alemania entonces era una rareza.
Los
visitantes esta vez se presentaron y mostraron sus tarjetas de
identificación. Fritz no entendió sus nombres.
–Lamentamos–
dijo uno–, que usted sea causa de numerosas quejas. Y empezaron a
explicarle entre los dos lo siguiente:
Estaban
informados sobre los datos más importantes de su biografía y
manifestaban su gran satisfacción por el trabajo y la colaboración
que Fritz prestaba a un asunto tan importante como la construcción
de carreteras para una Alemania que resucitaba.
Tampoco
era correcto, lo que muchos elementos hostiles propagaban por el
mundo, que la Revolución Alemana se estaba sirviendo de métodos
violentos. Todo se desarrollaba dentro de la más estricta
legalidad. Claro, que habían tenido que romper las reglas de un
sistema corrompido y antinacional. Por esto comprendían su
espíritu de rebeldía. Ahora bien, la Revolución Nacional
necesitaba la colaboración activa de todos los “Volksgenossen“
(camaradas étnicos, “arios“). Sobre todo, cuando una persona
como Friedrich Peter se encontraba en un puesto directivo de
responsabilidad.
Fritz
escuchó callado.
–No
queremos oir confesiones ni promesas– siguió el otro–. Sabemos
que usted no tiene carácter para eso. Lo que importa finalmente son
los hechos: las
palabras
no cuentan. Peligrosa es toda obstrucción, para no hablar de
sabotaje que desgraciadamente también se nos ha presentado ya.
En
casos así, no tardaríamos en aplicar todo el peso de la
autoridad. –Y esta no es pequeña– observó el otro con
sonrisa.
–Pero
el señor director técnico de una obra tan extensa e importante no
arriesgará la suerte de toda una familia ejemplar– dijo el
primero.
–Y
la empresa no es tan grande......– dijo el otro. –y en ciertas
circunstancias......– agregó el primero. –¡prescindible!–
continuaba el otro.
Fritz siguió callado...
Fritz siguió callado...
Se
levantaron después del último sorbo de café:
–¡Bueno de verdad! Hace tiempo que no pruebo café– dijo uno.
–¡Bueno de verdad! Hace tiempo que no pruebo café– dijo uno.
–La
Revolución Nacional sólo nos permite productos nacionales–
agregó–, y en el Reich no crece café.
–Lástima–
dijo el otro–, porque supongo que ya no tengamos que volver más,
¿no es cierto?
Fritz
los acompañó hasta el coche.
–Usted no se montaría en este vehículo– dijo uno....–,tan feo y viejo. –No, él tiene un Opel nuevo y flamante– dijo el otro–,y sólo para él. –Para la novia también, ¿verdad?– dijo el primero con una carcajada. –Fíjate, cómo están las cosas–, dijo el otro.
–Sí– contestaba Fritz–, no hay justicia en este mundo.
–Usted no se montaría en este vehículo– dijo uno....–,tan feo y viejo. –No, él tiene un Opel nuevo y flamante– dijo el otro–,y sólo para él. –Para la novia también, ¿verdad?– dijo el primero con una carcajada. –Fíjate, cómo están las cosas–, dijo el otro.
–Sí– contestaba Fritz–, no hay justicia en este mundo.
Cuando
Fritz regresó a casa encontró a todos alegres y contentos. Kaethe
no tenía jaqueca y preguntó enseguida:
–¿Qué tal el día?
–Como siempre– contestó Fritz.
–¿Qué tal el día?
–Como siempre– contestó Fritz.
Fritz
comprendió enseguida que lo que hoy había sucedido había sido
preparado por detrás de las cortinas. Balken y el hijo habían
tejido los hilos
para
eliminar las nubes que se acercaban a la empresa y a su colaborador
más importante.
Fritz
se levantó pronto de la mesa:
–No tengo mucho apetito hoy, voy a trabajar otro rato.
–No tengo mucho apetito hoy, voy a trabajar otro rato.
Fritz
colaboró y no quiso enterarse
de
muchas cosas. No sabía lo que les había pasado a los Zeitelmann.
Durante años los había saludado casi a diario. Juntos habían
conversado sobre el tiempo y los resultados de la liga de futbol.
Un
día cualquiera habían desaparecido y la gente decía que habían
emigrado. ¿Era cierto?
¿Qué
había pasado a tantos otros que habían desaparecido y jamás
regresaron al trabajo?
Muchas
otras cosas no quiso saber. Se dio cuenta del ascenso imparable del
personaje macabro Adolf Hitler, que el embajador francés había
caracterizado con el apodo de “el Furor“ (der Führer) en un
juego de palabra muy acertado.
“El
Furor“ tenía éxito, un éxito, que sólo unos años antes
nadie habría creído que fuera posible. Tenía éxito también
gracias a la colaboración de personas como Fritz. No hay duda de
ello.
Había
llegado el año 1938 y habían pasado los cinco años de plazo que
“el Furor“ había puesto como años de prueba. Y en efecto,
Alemania se había transformado tanto que ni la reconocerían sus
propios progenitores, si los hubiese tenido. Y durante este año
sucedió que las carreteras que habían surgido velozmente como por
obra de magia, tuvieron su primera gran prueba, su inauguración.
Ahora se comprendía, por qué habían sido construidas tan
aceleradamente, y por qué habían tenido esta máxima preferencia
desde todo lo alto, y por qué no se ahorraban costos ni esfuerzos
para construirlas cuando no había ni tráfico para llenarlas. Bajo
el beneplácito de las potencias occidentales que cedieron al
chantaje de “el Furor“ las columnas de tanques y camiones
cargados de soldados invadieron la república vecina Checoeslovaquia
o Bohemia como suelen llamarla los alemanes. Invadieron aquel país
para ocupar la zona de los Sudetes, territorio mayoritariamente
poblado por alemanes.10
Las
autovías eran flamantes. Por delante iban los tanques, detrás los
camiones y , aquí viene la sorpresa, al final, Fritz. No iba sólo
en el Opel. Había muchísimos coches más que querían hacer
acto de presencia en evento tan sensacional. Ante el público de
Europa y del mundo se había reformado el Tratado de Versalles a
favor de Alemania. El precio lo pagaron los checos.
Era
un triunfo más del “Furor“ , no sólo en el campo de la
política internacional sino en el estríctamente nacional o
nacionalista que habían compartido hasta los comunistas.
¿No
había logrado este régimen hacer realidad el sueño secular de
los alemanes:
la
autodeterminación?
Fritz
pasaba con su coche a través de pueblos que parecían físicamente
cubiertos de banderas rojas con la esvástica. En el lugar que
había sido la frontera, se celebró la fiesta de unificación que
continuaba hasta la ciudad cercana de Eger. Fritz iba acompañado de
Kaethe y de la familia de su hermano Alfred que había sido invitado
para participar en este viaje. Alfred con su mujer y el hijo pequeño
habían ido en tren desde Frankfurt donde vivían a Halle, para
reunirse con Fritz y Kaethe. Así sucedió que en medio del grupo,
se encontraba el autor de estas líneas, un niño con recuerdos muy
vivos de este evento.
La
ciudad de Eger (Cheb en checo) estaba desbordada de un ambiente
festivo. En las calles bailaba la gente. ¿Quién de nosotros podía
ver el engaño? Que los tanques no se quedarían allí, ocupando
los Sudetes como estaba acordado en el Tratado de Múnich, que “el
Furor“ iba a más y mucho más lejos. Pero de esto, más
adelante.
No
olvidemos a Fritz. Fritz estaba radiante de felicidad. A través de
su trabajo, había hecho cambiar el mundo. ¿Era esto un cambio a
mejor? Todos los que allí bailaban, serían expulsados y
deportados pocos años después, sencillamente por ser alemanes y
haber optado por el derecho de autodeterminación. Al final de la
Segunda Guerra, a partir de 1945 la rueda de la Historia se volvería
contra Alemania y contra todos los alemanes, que eufóricos en este
momento celebraban un triunfo que todos consideraban un derecho. El
“Decreto Benes“, proclamado por el Presidente de Checoeslovaquia,
Eduard Benes, en 1945, pondría fin a la presencia milenaria de la
comunidad alemana en Bohemia: tres millones y medio de personas
serían declaradas personas “non gratae“ y expulsadas de sus
hogares. En el fondo, el nazismo seguiría gobernando sobre las
mentes más allá de las fronteras alemanas. Pero de esto, más
adelante.
El
“Heil“ se había generalizado y universalizado tanto que lo
gritaban no sólo los alemanes sino también la gente en otras
naciones europeas. Un observador americano comentaba este hecho con
asombro, porque temía que la población pudiera sufrir calambres
en los brazos y deformaciones en las cuerdas bucales. Y no vamos a
hablar aquí de los Juegos Olímpicos de 1936.
Ante
el concierto de aduladores internacionales por los logros inauditos
de la Revolución Nacional Alemana, la represión interior
modificaba sus métodos. Ya que su causa había vencido, el
régimen ahora trataba de convencer con ayuda de métodos de
publicidad moderna muy americanos.
Muy
sabiamente “el Furor“ había lanzado el lema “a los enemigos,
o hay que destruirlos o convencerlos“ Ahora, después de tantos
logros nacionales e internacionales, había llegado la hora de
acordarse de los viejos resentidos y amargados, que habían
permanecido sentados detrás de las puertas de sus casas con las
frentes arrugadas y los puños cerrados.
Había
sido Hans, quien se había acordado de los viejos Peter, los padres
de su posible cuñado Fritz.
-Fritz,
¿porque no invitas a tus padres para que participen en el programa
“Kraft durch Freude“ KdF (La alegría da la fuerza)? La
organización KdF fue fundada con la misma intención que
manifestaba su nombre. Y Fritz le hacía caso. Tal vez quería ver
a su padre implicado como él en el mismo compromiso con el nuevo
orden. Visitó a sus padres, les mostró el flamante Opel y no
hablaron de los viejos tiempos sino del presente:
–Estáis
invitados. Si no participan ustedes lo harán otros.
–El
Rhein, un sueño para todos los alemanes del Este– contestaba el
viejo Peter.
El
Rhein, más que un río, era y es un símbolo de identidad
alemana. Numerosas leyendas y misteriosos cuentos desde los
Nibelungos hasta Romanticismo del siglo XIX manifiestan ese
sentimiento colectivo que cada generación ha renovado a su manera,
dándole imágenes y colores.
¿Qué
sería de la obra de Richard Wagner sin esta referencia de magia y
de encanto?
Y
así vemos a la pareja que el hijo Kurt solía llamar Filemón y
Baucis, sentados sobre cubierta del barco de excursiones KdF. La
pareja que nunca había hecho ningún viaje, contemplaba ahora la
ribera romántica del río Rhein, las colinas suaves cubiertas de
viñedos y coronadas casi todas de la ruina de un castillo medieval.
Peter y Eva. Ambos llevaban sombreros y la foto muestra caras
sonrientes, sencilla alegría. Peter fumaba un grueso puro y
seguramente pasaba por su mente la famosa frase: “Esto es vida“.
Pero, no cabe duda, la seducción que el brujo desde su castillo
había iniciado, comenzaba a funcionar. Nadie, ni dentro ni fuera de
Alemania, sabía que el castillo era de naipes y el brujo era un
simple estafador.
–¡Fritz!
imagínate eso.
Toda nerviosa, Kaethe irrumpió en la oficina. –¡Fritz! Papá ha comprado una casa en los Alpes.
Toda nerviosa, Kaethe irrumpió en la oficina. –¡Fritz! Papá ha comprado una casa en los Alpes.
–¿Por
qué?– contestó Fritz –¿Quiere imitar al Führer? No sé,
si esto conviene a la empresa. Acabamos de salir del pozo en el que
hemos estado con el agua hasta el cuello.
–Anda.
Siempre tienes que criticarlo todo– dijo Kaethe volviéndole la
espalda. A través de la pequeña ventana Fritz contemplaba el
progreso de los trabajos: –“Reichsarbeitsdienst“– decía con
un tono de poco aprecio.
“RAD“.
Este servicio de trabajo obligatorio para todos los hombres jóvenes,
se prestaba antes de hacer el servicio militar, duraba medio año.
Existía un equivalente para mujeres. El gobierno nazi había
reformado todo el sistema educativo. En una oportunidad Hitler dijo:
“Cuando las madres nos entregan sus hijos, ya no los soltaremos
más.“ La educación tenía una sola finalidad: robustecer las
nuevas generaciones bajo los signos del Águila Imperial y de la
Esvástica. Predominaba la educación técnica y paramilitar. No
hay duda que entre la juventud esta reforma encontraba una respuesta
muy positiva. Los jóvenes eran los pilares del régimen. Ejemplo:
un muchachito metido en el uniforme de la Juventud de Hitler
(Hitlerjugend) podía exigir respeto y preferencia ante cualquier
persona civil.
Fritz
contemplaba el trabajo de estos jóvenes inexpertos con disgusto.
Eran los que habían llegado para reemplazar a los hombres
desempleados. El escenario era idéntico a un cuartel: sonaban las
voces de los cabos. El trabajo comenzaba con izada de bandera y
terminaba con el mismo ritual; los jóvenes presentaban armas con
las palas como si fueran fusiles; de altoparlantes sonaban marchas
militares; etc.
Hoy
era un día especial: había cita con la prensa nacional e
internacional. Hans se había vestido de uniforme de la SA:
– Van
a reventar de tanta envidia– dijo. –¿Quién reventará?–
preguntó Fritz.
–Los
ingleses, los franceses, todos ellos–. Hans estaba eufórico–.Vamos
a enseñarles lo que somos capaces de hacer. Esto no lo hace nadie.
No podrán. No nos alcanzarán. Tendremos la mejor red de
comunicaciones del mundo.
–¿Y
a qué servirá?– Fritz no pudo retener su ironía ante el
uniforme que Hans vestía.
–Yo
creí que habías cambiado, eres el mismo– contestó Hans Kaethe
cogió la mano de Fritz:
–¡Ven,
ven conmigo! Hans está de acuerdo. No tienes que quedarte si no te
gusta. ¿Verdad Hans?
Nos
vamos por una semana a la casa que papá ha comprado.
Sin despedirse Hans salió afuera para saludar a un grupo de visitantes.
Sin despedirse Hans salió afuera para saludar a un grupo de visitantes.
De
modo que Fritz y Kaethe abandonaron el lugar donde ondeaban banderas
y sonabann canciones marciales y donde, por el momento, Fritz no
hacía falta. Aquello parecía un campamento militar reglamentado
con la disciplina de cuartel.
–Habría
que leer lo que comunicarán estos periodistas a sus redacciones–
dijo Fritz mirando atrás.
–Admiración¿qué
otra cosa pueden decir?– contestó Kaethe.
En
su camino al sur atravesaron Alemania. Las ciudades y los pueblos
parecían rebosar de vida. Fritz comprendió, por qué la prensa
internacional escribía maravillas sobre este país resucitado.
–No
puedo hacer una sola foto– observó Fritz– sin tener que
fotografiar también una bandera.
–Anda
Fritz– contestó Kaethe– ¡Alégrate como todo el mundo y deja
la política de una vez!
Katharina
se presentó con su pañuelo fino en el coche decapotable que Hans
les había prestado.
Iban
a quedarse una semana en los Alpes, sin embargo se quedaban más
tiempo, pues siempre cuando Fritz llamaba por teléfono, la
contestación era:
–¡Quedaos!
Esto marcha sólo.
Fritz
aprovechó la estancia para remodelar en parte la casa. Colocó una
ventana grande panorámica en el salón, que ofrecía una vista
deslumbrante del paisaje alpino.
–Igual
que el Führer– dijo Fritz–. Berchtesgaden no está lejos de
aquí.
No
se sabe si en este viaje se hablaba de matrimonio. Es probable que
Katharina -así quería que la llamaran y no Kaethe- hubiera sacado
el tema. No se conoce la contestación de Fritz. Sabemos que se
casaron en vísperas de que Fritz se fuera a la guerra, donde se
perderá durante muchos años.
Finalmente
se despidieron de este lugar idílico, sin saber que sólo Fritz lo
volvería a ver, o lo que quedaría de ello, muchos años depués,
y pocos meses antes de su muerte.
–¿Fritz,sabes
una cosa?–
dijo el señor Balken y se llevó Fritz aparte, –Alemania está en bacarrota.
dijo el señor Balken y se llevó Fritz aparte, –Alemania está en bacarrota.
–No
me extraña– observó Fritz–. Nuestros negocios van
fabulosamente bien.
–¡Déjate
de chistes! El amigo Schacht del Banco del Reich ha sido despedido;
ya no podía hacerse responsable de la política ruinosa y
protestó ante Hitler. Ahora este lo ha despedido. El control que
existe lo tapa todo y el público no sabe nada.
–Este
programa desmesurado de rearmamento todo lo absorbe. El Reich debe
tener inmensas deudas. Es un secreto de estado– dijo Fritz
–Sí,
las exportaciones están estancadas. No hay materias primas–
contestó el señor Balken.
–No
hay trabajadores libres disponibles. Todo va a la industria del
armamento– agregó Fritz–. Si no tuvieramos a los muchachos del
servicio de trabajo, tendríamos que suspender la obra.
–Precisamente
eso que dices puede suceder. Por eso te quiero hablar. Van a
trasladar a todos los del RAD a la frontera con Polonia. Me han dicho
que es urgente, por causa militar. No se debe hablar de ello. Pero
Hans ha encontrado una salida. Claro, a mí no me gusta y a ti,
supongo, menos.
–¿Cuál
es?– preguntó Fritz.
–El Campo de Concentración de Buchenwald no está lejos. –¿Qué quiere decir?– Fritz le miraba con espanto.
–Pues sí, la SS ofrece prisioneros para trabajar.
–Señor Balken, ¿sabe usted lo que está haciendo?
–El Campo de Concentración de Buchenwald no está lejos. –¿Qué quiere decir?– Fritz le miraba con espanto.
–Pues sí, la SS ofrece prisioneros para trabajar.
–Señor Balken, ¿sabe usted lo que está haciendo?
–Sí,
lo sé, es como si uno vendiera su alma. ¿Pero qué le vamos a
hacer? Si no lo hacemos nosotros, otros lo harán. No somos
imprescindibles. Varias veces me lo han dicho ya.
Ambos
callaron durante un largo tiempo.
–Además–
continuaba Balken–, la responsabilidad de ello no es nuestra. Es
suya, de los de la SS. Ellos pondrían aquí una sucursal. Me
imagino que la gente aquí estaría mejor. Somos nosotros quienes
pagamos.
–Pero
no a los que trabajan. La SS presta a sus esclavos contra reembolso.
Valiente porquería.
Y
nosotros seremos la prueba inicial. ¿Se da usted cuenta del negocio
que ha hecho su hijo?–
Fritz
temblaba de ira.
–Fritz,
por Dios, no digas cosas así. No hay alternativa. A ti te tienen ya
puesto el ojo. Yo conozco algunos casos de gente que está detenida
por menos.
El
señor Balken se limpió la frente con el pañuelo.
Fritz
se acordaba de su tiempo en la “Bitterfelder“ y de los
prisioneros rusos. “¿Qué habrá sido de ellos?“ pensaba.
Ahora
le tocaría organizar una situación parecida. De vuelta a su casa
se acordaba del libro que había leido de pequeño en su casa “La
cabaña del tío Tom“. Ahora se imaginaba que tendría que coger
el látigo y golpear a unos esclavos.
–Soy
Friedrich Peter, hijo de un viejo comunista y revolucionario de la
primera hora. Me convertiré en un domador y guardián de esclavos.
Sintió
asco de sí mismo.
Paró
en medio de un bosque. Bajó del coche. Las ramas desnudas de los
árboles eran como los brazos alzados de una masa de hombres. El
viento arrancó algunas hojas. Sentía frío y le parecía
escuchar una larga carcajada burlona.
–La
risa del demonio– dijo para sí.
Cuando
llegó a casa, ya era tarde. Kaethe estaba preocupada.
–Los
señores Hitler y compañía muestran su verdadera cara, decía y
dio un golpe sobre la mesa que saltaron los platos y tazas de la
cena.
–Soy
un cobarde como los demás– gritaba Fritz
La
biografía de Fritz no se puede escribir sin mencionar las voces que
la acompañan. Intervienen y anticipan los hechos reales.
Durante
la noche no podía dormir tranquilo. De nuevo la aparecían las
voces auténticas y documentadas:
La
voz de “El Furor“:
“Los
problemas económicos son solucionables. Sin irrupción en la
propiedad ajena, sin invasión en estados foráneos no es posible.
Danzig no es nuestro objetivo. Se trata de ampliar nuestro espacio
vital hacia el este para asegurar la alimentación. En todo tiempo,
la espada ha abierto el camino para el arado y el poder ha abierto el
camino de la economía.“
La
voz de “Gebell“ ( Goebbels, irónicamente transformado por
François Poncet, “Gebell“ significa “ladridos“)
“Hemos
tenido éxito al haber escondido nuestras verdaderas intenciones.
Así como nuestros adversarios en el interior de Alemania hasta 1932
no se dieron cuenta de en qué dirección ibamos y ni de que el
juramento de respetar la legalidad era solamente un truco. En 1933 un
primer ministro francés debería haber dicho ( y si yo hubiera
sido Primer Ministro Francés lo habría dicho):
Este
hombre ( Adolf Hitler) se ha hecho Canciller del Reich. Él ha
escrito <Mein Kampf>.
Este
hombre no puede ser tolerado como vecino. O desaparece, o enviamos
nuestras columnas de tanques.“
La
voz de “Gering“ ( Hermann Göring según F. Poncet. “Gering“
es “de poco valor“ )
“De
los territorios ocupados sólo me interesan aquellos hombres que
trabajan para la industria y la producción de alimentos. Hay que
darles solamente lo suficiente para que puedan trabajar.“
Después
de una noche de insomnio y de pesadillas, Fritz despertó con la
certeza de que Alemania se transformaría en esclavizadora de sus
vecinos y que él Friedrich Peter estaba obligado a formar parte de
ello. Comprendió que para el régimen no existía diferencia
entre la paz y la guerra. El gobierno del Reich se veía siempre en
guerra y la paz solamente era una forma de camuflaje dominado
perfectamente por los nazis.
–La
guerra ha comenzado ya contra débiles e indeseables en el interior
y se volteará hacia afuera, cuando la situación sea favorable y
oportuna–, decía por el camino al trabajo–.El estado se ha
transformado en una organización criminal.
En
el trabajo sucedió lo que había temido.
El
primero con que se encontró fue Hans Balken. Vestía el uniforme
negro de la SS. Esta transformación no extrañó mucho a Fritz.
La SA había quedado en un segundo rango desde hacía tiempo. El
cuerpo de la Revolución Nacional tenía que ceder el puesto al
cuerpo de la Guerra, formado para la organización totalitaria.
Al
lado de Hans se encontraba doctor Veit de Bitterfeld. Él también
llevaba el signo de la SS en la solapa del uniforme.
–Dos
cuervos negros– se decía Fritz.
Hans Balken no le dirigió la mirada a Fritz, pero le dijo:
Hans Balken no le dirigió la mirada a Fritz, pero le dijo:
–¡Tú
y papá sois ahora los responsables aquí. A partir de hoy tengo
otras obligaciones.
–Sí–
agregó el médico–, Hans ha sido promovido al grupo directivo de
la SS por el Reichsführer SS, Heinrich Himmler. Su labor de pionero
finalmente ha sido reconocida. Hans ha sido uno de los primeros que
ha defendido la “Universidad Aria“ contra la avalancha judía.
Ahora se le recompensa este esfuerzo.
Parecía
que Hans crecía un poco al oír estas palabras. –¿Te ha visto
ya tu hermana así?– preguntó Fritz. –No, se llevará una
gran sorpresa– contestó este.
–¿Y tu padre?
–¿Y tu padre?
Balken
se había alejado de la escena y no se despidió de su hijo que
marchaba a Berlín hacia nuevos horizontes.
Fritz
observaba a sus nuevos trabajadores,
vestidos
con trajes de algodón con rayas de color gris y blanco. Los trajes
eran todavía nuevos y poco gastados, pero no servían para
temperaturas de invierno. Llevaban zuecos. No se veían muy
demacrados porque no habían estado todavía mucho tiempo
encerrados en Buchenwald. Todos eran alemanes. Había dos
categorías: los políticos y los delincuentes comunes. Se
distinguían por los triángulos rojos que llevaban unos, y verdes,
los otros. Todos habían sido detenidos y fueron encarcelados sin
proceso judicial. No les amparó ningun derecho, ninguna ley. Ni
supieron hasta cuándo duraría su encarcelamiento. La base de todo
era el decreto ley de emergencia para la Protección de la Nación
de Marzo de 1933. Todavía no había prisioneros de guerra, ni
extranjeros, ni la masa de los judíos que formarían la mayoría
de los encarcelados en los campos de concentración, en época
posterior durante la guerra.
Se
trataba, como Fritz había sospechado desde un principio, de una
prueba, de un ensayo para experimentar cómo podría funcionar una
industria de esclavos dirigida por la SS para ampliar el poder
político con la fuerza de la economía. Una economía
monopolizada y sumamente rentable.
Durante
las primeras semanas, el trabajo de los presos se concentraba en la
construcción de barracas que llegaban ya prefabricadas. De todo
esto se encargó la SS. La alimentación estaba a cargo de la
empresa. Al principio los hombres tomaban su nueva situación de
trabajo como una mejoría en comparación con la vida en el campo
de Buchenwald. Parece que lo mismo les pasaba a los soldados de la SS
que los vigilaban.
Para
Fritz era un consuelo tener cierta influencia sobre las condiciones
de trabajo y también sobre la alimentación. El trabajo de estos
hombres era bueno y satisfactorio. La obra progresaba.
Pronto
les digustó este trato a los directivos de la SS en Buchenwald. Un
“Sturmführer“ se presentó donde el señor Balken (Dentro del
cuerpo seudo- o paramilitar de la SS no existían lor rangos
militares tradicionales).
–No
deben vivir aquí como reyes– decía y entregaba una lista sobre
la cantidad de alimentos que correspondía a cada preso. En la lista
se respetaba la organización jerárquica que la SS manipulaba con
astucia. Unos presos privilegiados y bien alimentados vigilaban a los
otros. Por regla general estos vigilantes ( “Kapos“) eran
escogidos de entre los delincuentes comunes.
Fritz
miraba la lista y decía:
–Esto no es otra cosa que una sentencia a la muerte lenta. –Por favor Fritz, no te metas en esto– le advertía el Sr. Balken.
–Esto no es otra cosa que una sentencia a la muerte lenta. –Por favor Fritz, no te metas en esto– le advertía el Sr. Balken.
La
mentalidad de los soldados jóvenes SS era particularmente
complicada. Todos ellos habían sido criados bajo los signos del
nazismo, sea desde sus familias, el ambiente social o el colegio. La
organización juvenil hitlerista y el RAD, el trabajo social
organizado, contribuyeron a crear en ellos una conciencia de elitismo
nazi. Esto era la razón, por la que se habían decidido a ingresar
en este cuerpo, en el lugar del servicio militar ordinario. Sabían
que esta decisión les comprometía de por vida.
Después
venía un entrenamiento particularmente violento, en parte sádico
y un lavado de cerebro en cursillos de ideología nazi que fueron
organizados en los llamados “Ordensburgen de la SS - los castillos
de la Orden bajo la Calavera“. Al final, se realizaba el acto
ritual pseudoreligioso del juramento de sangre con el tatuaje ritual
en el brazo y toda la parafernalia infernal del mito nazi de raza,
suelo y sangre.
Con
grandes aspiraciones se habían presentado a su servicio, en busca
del enemigo de la raza aria.
Pero
se encontraron con un servicio aburrido y deshumanizado, donde el
llamado enemigo normalmente era una persona humillada, indefensa y
reducida en sus capacidades como persona.
¿Qué
hacer? Se volvieron cínicos, despiadados, frecuentemente nihilistas
borrachos. La Orden bajo la Calavera habitaba en una especie de la
antesala del infierno de Dante. En el curso de la guerra el cuerpo de
la SS se extendió a todas las nacionalidades europeas, una legión
racista,>aria<, del terror.
Las
personas que estaban bajo su vigilancia no eran tratadas como seres
humanos. La visión racista del mundo que tenían, les impedía
cualquier aproximación hacia ellos. Los sufrimientos de los presos
les dejaban completamente fríos e indiferentes. Las personas
civiles de la obra, el director, los ingenieros y el técnico no les
interesaban. Sin embargo, los miraban con recelo y desconfianza.
A
los presos les estaba prohibido hablar durante el trabajo entre ellos
y con personas civiles. Cualquier infracción en este sentido fue
castigada con el traslado inmediato al campo de Buchenwald.
Todos
los soldados SS gozaban del inmenso poder autoritario que les daba el
cargo que ocupaban, y sobre todo, el temor que infundían sus
uniformes ante el público general.
El
lugar del trabajo se había transformado ahora en un sitio donde se
escondían numerosos peligros. Era un lugar de altísima tensión
psicológica entre vigilantes, vigilados, colaboradores civiles y
directivos.
Sólo
era cuestión de tiempo esperar que sucediera el primer incidente
grave.
La
SS cambiaba el personal con frecuencia, tanto a los presos como a los
vigilantes; y después de la ocupación de toda la República
checoeslovaca, aparecían los primeros extranjeros.
Desde
entonces ya no faltaba el suministro de nuevas víctimas.
–Fritz,
Fritz.
Uno de los presos se había acercado a Fritz y con voz muy baja se dirigió a él:
Uno de los presos se había acercado a Fritz y con voz muy baja se dirigió a él:
–¿No
te acuerdas de mí? Soy de Mühlbeck, Franz Blei.Fui con ustedes a
Beesenstedt, pero me volví antes.¿Te acuerdas?
Fritz
se quedó de piedra. No lo había reconocido. Pero, al oir el
nombre, se acordaba del hombre cuando eran muchachos.
–Yo
conozco a tu padre. Nadie sabe que yo estoy aquí.
Fritz
miraba a su alrededor y vio que estaban solos. Miró al hombre que
llevaba el triángulo rojo con una cinta encima pegada:
---–político
-- reincitente– --, dijo Fritz.
–Sí–
contestó–, me detuvieron dos veces, -- ya estuve en
Sachsenhausen, ahora aquí.
¡Hazme
un favor!– pidió–, avisa a mi gente que estén tranquilos,
diles que estoy bien. Hazlo a través de tu padre. Él se
encargará de ello.
El
preso hacía unos pasos para mirar si alguien los estaba observando:
–Dime también cómo están ellos, mi madre ---
Fueron
interrumpidos. No se sabe cómo pudo suceder:
Un
soldado SS se presentó en el escenario. Era un hombre joven que
había llegado aquel día por primera vez.
Se
dirijió al preso: –¿Número?
El
preso dijo la cifra.
–¡Muestra el brazo!
Allí estaba grabada esta cifra.
–¡A la comandancia esta tarde!
A Fritz no lo miraba. Pero éste, sí miraba al joven SS con rabia:
–¡Muestra el brazo!
Allí estaba grabada esta cifra.
–¡A la comandancia esta tarde!
A Fritz no lo miraba. Pero éste, sí miraba al joven SS con rabia:
Ocurrió
lo que estaba por temer y debido a las circunstancias también era
inevitable. Fritz se enfrentó a este soldado. Pronto acudió otro
más y había suficiente motivo para presentar una denuncia a la
GeStaPo. No faltaron los insultos:
–¡Buitres
negros, valientes sólo con la gorra puesta!
Y las amenazas: Fritz tenía una pala en la mano y la levantaba. Los soldados bajaron los fusiles del hombro.
Y las amenazas: Fritz tenía una pala en la mano y la levantaba. Los soldados bajaron los fusiles del hombro.
Quiso
la suerte que pasara el señor Balken e interviniera: –¡Dios
mío, Fritz, esto ya es lo último!
Fritz
sabía que este incidente debía de tener consecuencias para él y
también para la empresa.
Durante
los días siguientes, todo seguía por su camino normal: el preso
Franz Blei no apareció más, ni tampoco los soldados de la SS que
estaban envueltos en el conflicto. Fritz no hablaba más del
incidente y el Sr Balken tampoco.
En
sus conversaciones con Kaethe, Fritz mostraba el pesimismo y la
desesperación que sentía:
–No
puedo aguantar más esto. El lugar del trabajo se me ha transformado
poco a poco en una cárcel. No estoy detenido todavía, pero me
siento preso y encárcelado también. Además, siento que voy a
ser un peligro para ustedes.
–No
digas tonterías– contestó Kaethe–, aguanta un poco como todo
el mundo. Ya vendrán tiempos mejores. En última instancia, mi
hermano no es tan mala persona y nos sacará de un apuro.
–Esto
es lo peor para mí– contestó Fritz.
La
noticia que de nuevo cambiaría su vida, la había escuchado en la
madrugada:
“Columnas
de tanques avanzan en un amplio frente sobre el territorio de
Polonia.“
–Ya
está– dijo Fritz, ya están cumpliendo lo que desde que llegaron
al poder habían planificado:
van
a prender fuego al mundo y aquí aparecerán pronto los esclavos
nuevos, los prisioneros de guerra polacos.
Fritz
pensaba en ese país que no conocía y en su madre. ¿Qué
sentirá Eva en este momento?
A
la salida de la oficina tomó una decisión:
–Me
presentaré en la oficina de reclutamiento. Seré soldado como
millones de alemanes más y salgo de aquí, de esta trampa sin
salida.
Cuando
se presentó en la oficina de reclutamiento en Halle, le dijeron que
tomaban nota y que le avisarían. Con casi cuarenta años había
pasado ya la edad reglamentaria de reclutamiento. Pero esto no
importaba, decían, hasta de los campos de concentración se
habían presentado solicitudes para ingresar a la Wehrmacht, el
ejército regular. Pero había que ser cuidadoso con eso. Muchos
querían escapar a los problemas que tenían con las autoridades
del gobierno nacionalsocialista.
–Nosotros
nos mantenemos en nuestras tradiciones–, dijo el sargento. –Somos
prusianos y no nos interesan los credos de la gente. Aquí hay de
todo.–
Con
un gesto indicó hacia un retrato de la oficina que representaba
Federico II de Prusia.
Fritz
permanecía callado.
–Además–
decía el sargento–, usted es un especialista en su materia y su
caso será tratado con preferencia.
Cuando
se enteró Kaethe de todo esto, le dio un ataque de llanto y de
desesperación.
Pero
después de unos días de jaqueca, finalmente se calmó. Quizá
la causa fuera el hecho de que Fritz le proponía casarse y así se
lo pidió a su jefe y futuro suegro.
En
vísperas de la boda Fritz recibió dos cartas certificadas:
–Una
es de la oficina del reclutamiento en Halle y la otra de la
comisaría de la Kriminalpolizei, de la policía ordinaria–
decía Fritz–. Unos me quieren hacer soldado y los otros quieren
meterme en la cárcel.
Efectivamente,
alguien había movido hilos, para evitar que el caso del conflicto
con los SS acabara donde la GeStaPo. La policía ordinaria tomaría
el asunto como una infracción de orden público. Así le explicó
un abogado. La GeStaPo no lo habría citado, se lo habrían llevado
enseguida.
Raro
fue la coincidencia con el caso de su padre: aquel se escapó a los
gendarmes porque se marchó a la guerra de 1914.
–La
vida es un columpio– dijo Fritz y se presentó a la oficina de
reclutamiento y no a la policía La policía ordinaria no podía
arrestar a ningún soldado.
Así
vemos, al fin, Fritz y Kaethe beber su copa de vino espumoso del
Rín.
Champán
no había. El ejército alemán no había destapado todavía las
cuevas de Francia.
Fritz
vestía el uniforme de los pioneros. Su destino le llevaba de nuevo
a excavar la tierra. Todavía no sabía que esto sucedería lejos,
en Rusia. Poca gente asistían a la boda. Hans se había quedado en
Berlín. Estaban los padres de Fritz endomingados, solemnes, como en
una postal.
–La
historia no ha terminado– dijo el viejo.
Fritz
brindó especialmente con su madre y lugo tiró su copa por la
ventana y Eva hacía lo mismo, costumbre entre polacos. Sonrieron:
–¡Na
Zdrowie!–
Continuará
FMPeter
Agosto de 2002!
Agosto de 2002!
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