jueves, 1 de agosto de 2002

Fritz: Parte 2

Los hombres no suelen obedecer al imperativo moral. Se acomodan en el arte de sobrevivir. Traicionan sus principios y escapan a una definición clara.
( Cora Stephan ) 
 
Era otoño del año 1921 cuando Fritz se despidió de sus padres. Aún no podía suponer que esto sería para tanto tiempo. A su madre le decía:
–Halle no está lejos. Es práctico vivir tan cerca del lugar del trabajo. Puedo dormir en una barraca allí mismo.
De su padre se despidió con solemnidad. Comprendía que se trataba de un momento decisivo en la vida familiar:
El bolchevismo es la nueva teología–dijo el padre–. Ya ha cambiado el mundo y terminará por cambiar también a los hombres. ¡No olvides esto, hijo!
Lo había leido en un ensayo del artista Max Beckmann y quiso dedicar la sentencia a Fritz en el momento de la despedida.
Fritz contestó que sí; pero ya pensó en el trabajo que le estaba esperando.
En realidad, tenía dudas de si era capaz de hacer lo que se esperaba de él. La empresa Balken de Halle era una constructora mediana. Había obtenido el encargo para realizar una construcción importante: sentar los fundamentos para un puente sobre el río Saale. Un trabajo realmente arriesgado para la empresa, ya que dependía totalmente de la fianciación oficial. Había aumentado la plantilla de los trabajadores y había hecho inversiones importantes adquiriendo maquinaria, y ahora no se sabía si el Reich sería capaz de financiar sus compromisos. La vida económica del país se debatía entre la vida y la muerte. Las durísimas condiciones del Tratado de Versalles y la mostruosa deuda interna, debida a la Guerra, ahogaban la lenta recuperación de la economía. El resultado fue la hiperinflación galopante que tuvo un efecto devastador sobre la estructura social y el orden político del Reich. Este proceso ponía en duda los resultados de la democratización reciente y la integración del país en el orden europeo. Ante estas circunstancias, la empresa Balken no podía estar segura de sobrevivir. 
Fritz pronto consiguió un puesto de confianza entre los compañeros y el director ingeniero.
Se adaptó bien y aprendió rápidamente.
Trabajaban en el fondo de una enorme caja metálica que se levantaba en el centro del río donde se colocaría el pilar principal para el puente. Un día el
ingeniero mandó reunir a todos los trabajadores y les explicó el problema que ya todos conocían y que había acompañado el trabajo desde el comienzo:
El Reich estaba imposibilitado de efectuar pagos y los bancos no atendían la solicitud de créditos.
–Eso no es nada nuevo– contestó uno de los trabajadores–. Nos han pagado hace tiempo en dinero que cada día vale menos.
–Yo sé que ustedes ganan ahora menos de la mitad que hace unos años. A mí me pasa lo mismo–, contestó el ingeniero–. Pero ahora la situación es más grave aún. El conflicto en el Ruhr, tras la ocupación de los franceses, consume todas las reservas del Reich. No hay otra alternativa que retrasar el pago de los sueldos hasta que haya dinero nuevamente o abandonar el trabajo que se está haciendo a un tiempo indefinido. El jefe naturalmente quiere seguir con el trabajo.
Después de una acalorada discusión estaban de acuerdo en que el abandono del trabajo era imposible porque echarían a perder todo lo que habían hecho hasta ahora. El problema sería, ¿cómo vivir sin cobrar sus sueldos? Entonces el jefe mismo intervino y prometió poner a disposición un fondo especial para aliviar problemas severos. Además prometió suministrar alimentos.
Al terminar el trabajo los obreros solían discutir la situación política del Reich. Un día llegó uno diciendo:
–Han fusilado a Schlageter.
El caso Schlageter atrajo la atención de los medios durante meses. Las tropas de los Aliados, principalmente franceses, habían ocupado la zona del Ruhr para cobrar directamente los pagos que el Reich se declaraba incapaz de hacer, cumpliendo así las leoninas condiciones de la Paz de Versalles. Los obreros del Ruhr habían reaccionado con una oposición decidida, con huelgas y sabotajes. El Reich financiaba estas actividades generosamente, arriesgándose así a una confrontación militar con los Aliados Occidentales. Por su parte, la joven Unión Soviética no paraba de ofrecerse como posible aliada contra “los abusos del capitalismo mundial“. El viejo Peter siempre había puesto su mirada hacia el Este, diciendo “juntos seríamos invencibles“. Sin embargo, la política oficial del gobierno alemán, consistía en establecer el orden democrático, social y liberal, proclamado en la constitución de Weimar.
Schlageter pertenecía a uno de los muchos grupos o sectas ultranacionalistas que surgieron en esta situación de extrema tensión. Había participado en acciones terroristas, fue condenado a muerte por un tribunal militar francés y ejecutado. Esos sucesos le transformaron en un mártir de la causa nacionalista y revisionista. Entre los numerosos grupos y sectas de la Ultraderecha se había constituido el pequeño Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, dirigido por un excabo de la Guerra, Adolf Hitler. Este grupito que en un principio sólo era conocido en Múnich, sería diez años más tarde la fuerza unificadora del ultranacionalismo alemán.
–A mí no me importa nada un individuo como este Schlageter– decía Fritz.
Se acordaba de lo que había sucedido en su casa. Eran estos golpistas y reaccionarios los que habían hecho pedazos los muebles de su casa poniendo fin a la experiencia socialista en la región.
–No Fritz, estás equvocado– le contestó un compañero mejor informado– .Tenemos que reflexionar y corregir nuestros conceptos. Lee este artículo de “La Bandera Roja“: “¡Luchemos juntos contra el capitalismo explotador francés!“
–El nacionalismo de nuestros compañeros es otra forma de la lucha de clase.
–¿Quieres decir, que tenemos que buscar la unión con ellos, porque tenemos un enemigo común? preguntaba Fritz.
Fritz no podía imaginarse que esto podía ser practicable. Se acordaba de la experiencia que casi le había costado la vida. Pensaba hablar con su padre para aclararse.
Mientras tanto se mantenía a distancia de los comunistas que le rodeaban en Halle. Además, si era una teología como le había dicho su padre, su espíritu práctico y técnico se resistía a someterse a una doctrina que cada vez más parecía que fuera creada e interpretada en el lejano Kremlin.
Debido a la decisión tomada conjuntamente por los obreros y la dirección, el trabajo podía continuar. En esas circunstancias Fritz conoció a la hija del patrón. Como no se les pagaba, frecuentemente Katharina la hija del jefe les llevó comida preparada por ella misma. En situaciones normales, antes de la Guerra, un acercamiento de un obrero a la hija de un burgués, hubiera sido imposible. Pero las estructuras sociales habían sido fracturadas en el curso de esa guerra y el proceso de nivelación social se había hecho irrevocable.
Parece que la iniciativa no partió de Fritz, e incluso los compañeros de trabajo le habían advertido:
–¡Anda con cuidado, que la hija del jefe quiere algo de ti!
A consecuencia de este encuentro en Fritz se despertó el deseo de una mejor formación profesional y de estudios. En Halle existía una escuela de formación técnica y Fritz logró terminar como técnico, maestro en obras de excavación . Era lo máximo que podía alcanzar una persona sin haber aprobado estudios de bachillerato.Por su parte Katharina Balken tampoco poseía estudios universitarios. Su madre hace años que había muerto. Su hermano era un estudiante muy aventajado de la universidad de Marburg. Hans estudiaba economía. Pertenecía a los organizadores de la afamado reunión de estudiantes nacionalistas en Würzburg. Dicho grupo en Marburg había sido prohibido por el gobierno socialdemocrático prusiano por su carácter nacionalista y antisemita. Sin embargo, en la universidad de Würzburg, situada
en Baviera, un movimiento de esta característica encontraba más aceptación. Al señor Balken no le gustaban estas actividades de su hijo Hans:
–Hans, no te metas en política– le decía– ¡Primero y antes que nada, la empresa! Deja esto para otros que no hacen más que malgastar el dinero de sus familias.
Hans respondía recordando el tema que más le interesaba:
–Tú no querrás dejarte gobernar por los judíos. La juventud alemana tiene la obligación de impedirlo.
El señor Balken le ponía el ejemplo del doctor Lengefeld, el abogado judío y amigo de la familia durante largos años. Había sacado a la empresa de más de un apuro cuando esta era más pequeña todavía y había tenido que enfrentarse a duras crisis.
Por eso preguntó a Hans:
–¿Qué están haciendo los judíos en las universidades para merecer el desprecio de los estudiantes alemanes?
La cara de Hans se puso roja de ira:
–No es por lo que hacen, es por lo que no hacen. ¿Cómo podrá renacer Alemania y sanear, si dejamos que nos gobiernen los forasteros? Luchamos contra el espíritu antialemán que tienen ellos–
–¿Y cómo lucháis contra este espíritu antialemán de que hablas? –preguntó el padre.
–Hemos tomado la decisión de que en las organizaciones estudiantiles no deberán ser admitidos estudiantes más que descendientes de alemanes .–
El padre sacudió la cabeza:
–Los judíos que yo conozco son todos alemanes, no hablan más que alemán. Han sido soldados durante la guerra. ¿Qué más queréis?
–Ajá, eso se conoce, se disfrazan; es el arte que dominan para que nadie sospeche de ellos.
Hans estaba furioso.
–¿Y esto?– preguntó el padre señalando hacia una inscripción en la pared del edificio de enfrente:
¡Matad a Walther Rathenau, este cerdo judío!
–¿Es este el resultado de vuestras decisiones para salvar la nación?
Sólo unos días antes de esta conversación, Walther Rathenau, ministro de Exteriores del gobierno de coalición y representante auténtico del espíritu de la República de Weimar había sido asesinado por un grupo de fanáticos.
Rathenau había sido el autor del Tratado de Rapallo que significaba el acercamiento a la Unión Soviética. Pues el Reich debería buscar una alianza para contrarrestar la presión insoportable que ejercían los Aliados Occidentales. Su política pragmática nada tenía que ver con los insultos de antisemitismo y antibolchevismo que le escupían sus enemigos políticos.
Hans rechazó que él tuviera algo que ver con estos métodos violentos y empezó a dar explicaciones sobre su posición antisemita:
–No se trata de prejuicios, sino de un análisis con fundamentos históricos y étnicos.
–¡Déjame de teorías!– le contestó Balken–. Yo te pido que respetes los intereses de la empresa. El gobierno que tú detestas nos está dando trabajo.
–¡Sí, un gobierno de traidores, criminales y judíos!– le espetó Hans.
No cabía duda, Hans estaba impregnado de la ideología antirrepublicana de su época. Su opinión era algo común y corriente en las universidades alemanas, la compartían profesores y un número creciente de estudiantes.
Finalmente había sido revocada aquella decisión discriminatoria que Hans defendía. El gobierno intervino ante el temor de desprestigio de la universidad alemana en el mundo. En el fondo, no solamente se trataba de una pérdida de calidad. Era la renuncia al espíritu libre y humanista representado por quienes habían puesto los pilares de la Universidad Alemana cien años antes, los hermanos Humboldt.
El ambiente cosmopolita y tolerante había sido reemplazado por una mentalidad de mediocre provincianismo con un aire de agresividad y chovinismo.
Sin embargo, el ambiente de resentimiento y odio se apoderó paulatinamente de toda la sociedad alemana.
¿Cómo podía explicarse la declaración del cardenal Faulhaber reprochando a los fundadores de la República de Weimar el crimen de alta traición y de perjurio?
Los obispos protestantes iban más lejos todavía: Condenaron el asesinato del ministro Rathenau, indicando al mismo tiempo que los verdaderos responsables no habían sido los asesinos alemanes sino las potencias extranjeras que habían impuesto a Alemania una paz injusta y humillante:
-El que siembra el odio, pone el arma en la mano del asesino– dijeron.
Hans no paraba de enviar artículos de la prensa a su casa. Tenía la costumbre de subrayar las palabras : “traición“, “perjurio“, “humillación“, “crimen“, etc.
La oposición nacional, como se definía la política reaccionaria que estaba dividida en un sinfín de pequeños partidos, hacía creer al público alemán que estaba viviendo bajo el peor de los gobiernos. Bajo la influencia del magnate de prensa Alfred Hugenberg, esa opinión se hacía un eco cada vez mayor entre la población. El credo antiliberal, nacionalista y antisemita estaba a la orden del día; era moderno y sobre todo, había encontrado numerosos adictos entre la juventud burguesa.
Fritz y Hans se encontraron por primera vez cuando fue inaugurado el pilar que finalmente la empresa Balken había logrado sentar en el centro del río Saale. Ahora los constructores del puente podían continuar los trabajos. Se hizo una pequeña fiesta. Hans conocía la historia del puente. Sabía que los obreros se habían comportado con un extraordinario sentido de la responsabilidad. Había oído que su hermana mantenía cierta relación con uno de ellos. Reaccionó con una sonrisa irónica.
–¡Ajá!– dijo cuando se encontraron–. Es usted el hombre que vino de Bitterfeld, ese nido de rojos. ¿Cómo ha hecho para elevarse a un espíritu tan patriótico, tan altruista?
Fritz no contestó. Sabía que Hans despreciaba a los que ganaban el pan con el trabajo de sus manos. Sin embargo, esto no era del todo cierto, Hans admiraba el orgullo y la organización de la clase obrera.
–Tenemos que ganarlos para nuestra causa– decía. La causa era la idea del Renacimiento del Reich, con las características de un estado autocrático e imperialista.
–Siempre tienes que molestar con tus tonterías políticas– dijo Katharina y se llevó a Fritz hacia el buffet–.No le eches mucha cuenta a este– le susurró a Fritz–. Él se cree el redentor de Alemania. Se parece mucho a su madre. Ella era una perfecta pietista de aquí de Halle.
–Entonces, él es un pietista político– contestó Fritz.
–Exactamente, y un fanático. Esto lo dice también papá. Papá siempre vive preocupado por la empresa. Claro, es el primero de su familia que ha logrado tanto.
La empresa de la familia Balken antes era mucho más modesta.
Desde el fondo del grupo de los invitados a la fiesta se oyeron voces:
–¡Abajo Poincaré, abajo Cuno!– Era la voz de Hans que entre risas había pronunciado ese brindis.
Poincaré era el Primer Ministro francés y Cuno el Canciller alemán.
–¡Abajo los Criminales de Noviembre! – se dejó oir una voz chillona: Era el doctor Veit de la “Bitterfelder“ que se encontraba entre los invitados. Había pronunciado el insulto más corriente en contra de los demócratas de la República de Weimar. Fritz enseguida reconoció al médico. Pero el encuentro con él había sido tan breve que no había peligro de que el hombre se acordara de él.
Entonces, el señor Balken tomó la palabra y destacó algunos puntos positivos sobre la actividad del gobierno del Reich. Entre los invitados estaba presente un representante de la Comisión de Obras Públicas del gobierno, y no le gustaba que en su presencia se pronunciara el insulto de los “Criminales de Noviembre“. Un insulto que el demagogo Adolf Hitler difundía a gritos por toda esta República odiada y detestada por él.
Junto al médico se encontraba una señora de pelo rojo que llevaba una falda larga y negra.
Siempre se presentaba así:
–Ruth Schnabel, artista y bolchevique nacionalista.
–Ella es así– explicó Katharina–. Es hermana del famoso director de la orquesta filarmónica de Leipzig. La presencia de ella es indispensable en todos los eventos sociales de Halle.
En realidad, era la persona que representaba algo así como el barómetro social del momento:
La gente apreciaba a la “loca Ruth“. Su voz alta y extrema formaba el coro donde se movían todos los demás.
Fritz se sentía incomodísimo en medio de unas personas que le parecían histéricas. El entusiasmo y las emociones eran generales. El resentimiento se había apoderado del ambiente. Se hablaba de humillaciones y sufrimientos que ninguno de los presentes nunca había sufrido. La exageración retórica era considerada la norma. El mensaje era sencillo y contundente: Francia era culpable del deshonor que sufría la humillada Germania. Fritz empezaba a sentir asco de este ambiente y se acordaba de cómo su padre había pronosticado que el mundo cambiaría y se convertiría en un mundo mejor.
–Habrá pensado en otras personas– dijo Fritz –. No conoce estas gentes.
El padre, aunque creyera en la lucha de clases, nunca había odiado a nadie. Tampoco conocía el orgullo nacional ni el desprecio de otras culturas y costumbres. Fritz recordaba de su casa, cuando su madre les preparaba algo de comer que recordaba su orígen polaco y como les había gustado.
¿Qué les había pasado a toda esta gente para que estuvieran llenos de odio y rencor?
Después de ese encuentro, Fritz decidió dedicarse al trabajo, a la labor de técnico. La técnica, así pensaba, estaba libre de esta ideología confusa.
–Sólo estamos en el comienzo. Unas fuerzas gigantes han comenzado a cambiar el mundo. Con el tiempo será positivo. Todo ha de cambiar– decía Fritz.
Le fascinó la idea. Siempre buscaba ver las cosas por su lado positivo.
Finalmente en 1923 se pudo estabilizar la economía y con ello también, la política de la República de Weimar. Millones de personas habían perdido sus ahorros. Pero la empresa Balken y Fritz no sufrieron ninguna desventaja. La empresa había quedado libre de todas sus deudas. Fritz y su familia no tenían ahorros que pudieran haber perdido.
El corte drástico había liberado al Reich de todas sus obligaciones internas y había creado un gravísimo problema social.4
Sólo Hans proclamaba “el crimen que han cometido los Aliados y sus compinches alemanes contra el pueblo alemán“.
Sin embargo, el padre de Hans ahora podía aumentarle el cheque mensual. Así, por lo menos Hans Balken no debería haberse considerado victima del “dictado de Versalles“. Pero, la realidad objetiva es lo que menos interesa a las personas, cuando sienten la necesidad de ver y vivir en la que ellos han inventado y la que toman por la verdadera. La verdad era, que los aliados vencedores no eran los causantes de la hiperinflación. Era el precio que había que pagar por la montaña de deudas que el Reich había acumulado a través de la Gran Guerra y este precio lo pagaban los más débiles.
Fritz progresaba. Tres años más tarde ya lo vemos como director de obras por toda la región.
La hija de su jefe se había enamorado de él. No conocemos las circunstancias que hicieron posible la formalización de su relación con Katharina o Kaethe como solía llamarse.
En realidad, las diferencias de carácter y formación personal eran extremas. El proletario Fritz, que se podía considerar un muchacho con talento y con suerte, no estaba enamorado perdidamente de la joven y tímida Kaethe que no era, precisamente, una belleza, y que carecía de talentos notables. Ante las dificultades de la vida diaria, Kaethe solía refugiarse en la enfermedad. Sufría de jaqueca, de la verdadera y la imaginada.
Fritz necesitaba la acción profesional. En medio del ruido y de los movimientos de la obra en construcción se sentía feliz. Parece que durante muchos años no hablaron de matrimonio. El padre de Katharina nunca se opuso a este noviazgo. Por contra al hermano Hans no le gustaba esta relación de su
hermana con un intruso. Siempre veía en Fritz un enemigo de clase, tanto social como político. Además, el trabajo realizado por Fritz en beneficio de la empresa, era para él motivo de envidia y aumento de desconfianza.
¿Qué pensarían los padres de Fritz sobre esta novia de su hijo? No se sabe. Para el viejo Peter no era una cuestión de mucho interés. Tomó como una cosa completamente normal que un hijo suyo supiera defenderse bien en la vida. Nunca consideró que otra cosa fuera posible. Que estuvieran trabajando en lo que les gustara, era su criterio principal. El rango social y la respectiva etiqueta no le interesaban. Se movía en todos los medios con soltura natural. Carecía de complejos.
Esta crónica reune todos los elementos para terminar en un final feliz: Un pobre muchacho, hábil e inteligente se abre camino en la vida. Hace fortuna y se casa bien y termina su vida en bienestar y felicidad. Quizá, así podría haber sido la vida de Fritz al otro lado del Océano Atlántico.
Pero Europa y muy especialmente Alemania no permitían un desarrollo de una biografía recta y linear.
Se acercaba el año 1933 y las condiciones de vida para la gran mayoría de los alemanes cambiaron dramáticamente. No era solamente una de tantas crisis más que la vida económica, social y política del Reich durante la República de Weimar logró superar con relativo éxito. Ahora se trataba de una crisis de mayor alcance:
Alfred Döblin escribió las siguientes líneas durante este año aciago:
Existe una disposición en el carácter humano para abandonar la historia real y buscar la perfección definitiva. En ciertas situaciones históricas nacen las intenciones para ello como resultado de un cansancio catastrófico, de la perturbación y de un encierro mentales. La voluntad humana parece entonces como si sufriera descargas eléctricas. Entonces los hombres se alejan de la política tradicional y buscan proyectos cargados de grandes promesas que satisfacen el corazón“5
Eso era la luz que iluminaba al viejo Peter y su proyección persiguió a Fritz durante toda la vida.
Este factor fue definitivo para motivar decisiones y explicar errores. Una característica de la pasión utópica es que puede manifestarse en formas muy diferenciadas en el campo político.
Sus resultados serán contemplados por el mundo con extrañeza y asombro. Alemania, siempre ha sido diferente, como observó su crítico Friedrich Nietzsche.
–Fritz, esto se acabó.
El señor Balken se dirigía a Fritz. Estaban reunidos en la oficina: Hans, Kaethe, el ingeniero jefe y Fritz–. No hay ni trabajo ni créditos, no podemos continuar. Hay que liquidar la empresa.
–Todavía estoy esperando a que lleguen algunas cositas– dijo Fritz –. Hay trabajos pendientes. Hemos tenido situaciones así otras veces.
–Esta vez es diferente– contestó Balken–. El Crash de los bancos nos arrastra a todos.
–El Canciller Brüning regresó de Londres con las manos vacías– observó Hans.
–Este programa de austeridad no es ahorro, trae la muerte económica– dijo Fritz–. Nuestro gobierno solamente acepta créditos a corto plazo. Este dinero no presta ningún servicio aquí. porque enseguida es transferido a Francia para pagar las cuotas por Reparaciones.
–Está claro– contestó Hans–. Primero hay que eliminar Versalles6 . Hay que quitar la mentira de que nosotros fuimos los culpables de la Guerra.
–¿Y qué tiene esto que ver con la bancarrota que sufrimos nosotros y tantos más?– preguntó Fritz–. La gente puede trabajar y quiere trabajar. Pero no hay inversiones para poder trabajar. No soy economista como tú, pero entiendo que esta política es absurda. Si pudieramos producir, ganaríamos para ni siquiera temer los pagos por Reparaciones.
Hans se puso pálido de ira:
–Una consciencia apátrida como esta no la esperaba yo encontrar aquí en la empresa. La plutocracia internacional de los judíos nada más está esperando meterse Alemania entera en el saco.
–A ustedes les gusta sentirse víctimas– contestó Fritz–. Para la gente como tú, toda la culpa la tienen los otros ¿Habéis pensado alguna vez en vuestra propia responsabilidad?
–¿Y qué puedo yo hacer? ¡Díganme!– dijo Balken.
–¡Alemania para los alemanes!– gritó Hans–.¡Productos alemanes, trabajo alemán!
–Esto se llama autarquía, si no estoy mal informado– contestó Fritz con ironía–. Volvamos a los tiempos prehistóricos, a la era de las migraciones germánicas. ¿Es esto la economía del siglo XX ?
Fritz,con la clara visión del técnico, había dado en el clavo. La élite política en Alemania no era capaz de ver el problema deflacionista en sus reales dimensiones. Los conceptos vigentes durante la gran Guerra continuaban. En
consecuencia no se tomaron las medidas necesarias para estabilizar la República.
Hans salió enfadado a la calle.
–A esto hemos tenido que llegar– dijo Kaethe–.¿Adónde irá?
–Seguramente se marchará a Bad Harzburg, donde se reúnen todos los grupos y grupitos de la Derecha– dijo Fritz que conocía las actividades de este sector creciente y dirigiéndose a Kaethe y al Sr. Balken:
–Hans no quiere ver el mundo como es, sino como él lo interpreta.
Efectivamente, parecía que una incapacidad de apreciar la realidad se había apoderado de las mentes y que por eso buscaban el refugio bajo el manto de las diferentes ideologías, y el nazismo era la más prometedora.
Finalmente, una vez más pudieron salvarse gracias a otra medida de emergencia del gobierno de Berlín. El país se encontraba en la situación de un enfermo tirado en la cama en la sección de cuidados intensivos: Su pronóstico era gravísimo y desesperado. Sufría varias enfermedades consideradas mortales y se veía rodeado de falsos doctores que utilizaban veneno en lugar de medicina.
En estos días, Fritz recibió una carta de su padre. Con su pequeña letra clara y legible, Peter le contaba que había cogido la pluma, ya que sus hijos no le visitaban. Se alegraba de que todos tuvieran trabajo cuando eso parecía que era excepcional. Tan mal no lo habrían hecho en casa, si todos ahora se defendían bien, sobre todo Fritz.
–¿Qué quiere tu padre?– preguntó Kaethe. Ella no quería que Fritz tuviera contacto con aquel ambiente que le infundía desconfianza y aversión.
Fritz leyó:
“Si me hubiera dicho alguien hace más de diez años que esta República nos traería justicia social, yo habría contestado: -No, esto no lo va poder hacer-. No posee ni la voluntad ni la capacidad de hacerlo. Pero, si alguien me hubiera dicho que esta República abriría el camino a un régimen peor que el anterior, peor que la autocracia imperialista, yo habría contestado: -No, esto no puede ser-.
Me he equivocado: El Príncipe Heredero acaba de desfilar en uniforme nazi por el centro de Bad Harzburg. ¿Cuándo vendrá a romperme la casa? La esvástica ondea sobre miles de banderas.
¿Dónde están el negro, rojo y gualda de la República? Cierto, la República no era mía, yo quería otra. Pero ahora está desapareciendo, se disuelve sola. No se opone nadie a ello.
Fritz, si pudiera, saldría de Alemania. Y tú, ¡piénsalo! ¡Véte, todavía estás a tiempo! Que nadie se haga ilusiones sobre lo que va a venir ahora: lo prometen todo y nada cumplirán.“
Kaethe interrumpió la lectura:
–Típico de tu padre, el viejo comunista. Si fuera por él, viviríamos en una República Soviética.–
–¡Cállate!– contestó Fritz –tú no entiendes.
En este momento oyeron voces desde la calle.
–Una formación de la SA. Están cantando– dijo Kaethe.
SA marschiert, die Reihen fest geschlossen!“
(SA en marcha.¡Cerrad las filas!)
–Ellos triunfan, y tú hermano andará por medio– dijo Fritz.
Se oyeron unos pasos de botas. Entró el doctor Veit, el médico de Bitterfeld vestido de uniforme marrón, comandante de la SA, la formación paramilitar del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP):
–De paso por aquí, quería saludar a los amigos. Hoy es un gran día, un día memorable.
De abajo sonaba el coro:“!Deutschland, erwache!“ (¡Despierta, Alemania!)
–Sí– dijo el doctor– Alemania ha despertado hoy. No he visto a Hans. Aquí hay sitio para él. Este uniforme lo cubre todo. ¡Que se afilie ya! Puede ser que llegue tarde.
Y así ,como había llegado, pisando fuerte con las botas, desapareció en el mismo modo como llegó.
–Abajo desfila el tiempo nuevo– observó Fritz
–SA en marcha. ¡Cerrad las filas!– sonó la respuesta de la calle. –Oye este estribillo imposible:“Los que fueron nuestros enemigos y cayeron en combate,
ahora son camaradas nuestros desfilando al mismo compás“7
Fritz se acordaba de Beesenstedt:
–Si me hubieran matado, ahora estaría desfilando con ellos: ¡Qué delirios de omnipotencia!
Qué prepotencia tan absurda! Mi padre tiene razón. En Alemania se están apagando las luces, la luz de la razón.
–¿Comienzas ahora a hablar a solas? Salgamos, hay un desfile con antorchas– dijo Kaethe.
Deutschland erwache!“ sonaba el coro.
–Fritz,están ocurriendo cosas grandes– dijoel el señor Balken después de entrar corriendo en la oficina.
–¿Trabajo para nosotros?– preguntó Fritz.
–No, nada de nogocios, ahora. Me lo han dicho con garantías. Las cosas se van a arreglar en Alemania. Habrá un gobierno de concentración nacional. Por fin se acabará este caos.
–¿Quién dirigirá el gobierno?– preguntó Fritz.
–Nuestro hombre, Franz von Papen, Hindenburg lo apoya.
–¿Este caballero andante?– preguntaba Fritz –.¿Cuánto tiempo durará esto?
–Hasta que llegue el nuevo hombre– una voz sonaba desde el corredor.
Hans entró. Gracias a la intervención de Kaethe se le había pasado el enfado con Fritz. Ya sabía que Fritz era un caso incurable. Los rojos no solían cambiar. En el círculo de sus amigos no hablaron más que de la necesidad de utilizar el potencial de la izquierda. Sin este potencial sería imposible intentar la revisión de los resultados de la Guerra. Habría que rehacer el ambiente de Agosto de 1914, cuando la nación había actuado como una sola persona. Para esto se necesitaba al hombre, el hombre pródigo, el gran profeta activo y activador que viniera con sus dones mágicos.
–¿Quién es este nuevo hombre?– preguntó Balken. –Nuestro hombre, Adolf Hitler– contestó Hans.
–¿Por qué nuestro hombre?
–Soy miembro del NSDAP. No me afilié porque esté de moda hacerlo. Estoy convencido de que también es bueno para la empresa. Hay que llegar a tiempo, para no perder el tren. Me recomendó el Dr. Veit.
–¿Se necesita ahora una recomendación?– preguntó Fritz.
–Claro que sí, ¿qué se creen ustedes? Desde que se sabe que su Alteza el Príncipe es miembro también, todos hacen cola y piden permisos para entrar.
Y dirgiéndose a Fritz con ironía:
–A nuestra estrella roja también se lo recomiendo. De los comunistas ahora se están pasando por millares a nosotros. Buena raza se impone, dice el doctor Veit.–
–¡Venga, cállate, eres un oportunista, nada más!– contestó Fritz con calma.
–Y ¿qué?, y ¿por qué no? ¡Dame una alternativa! ¿Alemania Soviética, nos gustaría eso?
Este régimen corrompido se acabó. Se ha muerto solo. ¿Quién ha llorado?
Fritz y todos se callaron. Efectivamente durante el gobierno del centrista Brüning la legislativa, el Reichstag había perdido su función totalmente. El medio para gobernar era el decreto de emergencia respaldado por el anciano presidente von Hindenburg. La República se había transformado en una seudomonarquía .
–Verás como prenderán fuego a Alemania para calentarse en él– dijo Fritz. –Hay que ser de los vencedores– contestó Hans.
Kaethe intervino muy preocupada:
–¿Otra vez estáis peleando?–
–No– dijo Fritz –tu hermano dice que mañana lloverán esvásticas y nuevos trabajos.
Él ya se ha puesto una cruz gamada. A mi me corresponderán los trabajos.
El trabajo era el refugio para Fritz. Las calles de Halle, como en casi todas las ciudades alemanas, se veían invadidas de permanentes desfiles de la SA que con sus cantos marciales, banderas y bandas de música, salmodiando el eterno y estúpido “¡Heil!“8 lograban transformar el país en un escenario de opereta. Cuando no desfilaban ellos, entonces marchaban los comunistas exhibiendo toda la parafernalia y retórica de la lucha de clases.
Por eso, Fritz pasaba los días y gran parte de las noches en la oficina preparando proyectos. Los técnicos y él estaban ilusionados con la idea de la
construcción de un prototipo de autovía que todavía no existía. Entre un grupo de ingenieros habían desarrollado un anteproyecto que ahora reposaba en alguna de las oficinas del Ministerio de Obras Públicas. Por el momento no existía ninguna probabilidad de su realización. Los gobiernos vivían bajo la ley del estricto ahorro para demostrar al mundo entero la injusticia de las condiciones de paz impuestas por los Aliados.
Fritz quería que todo el mundo lo dejara en paz.
Parece que aquel día esto no fue posible. Le anunciaron la visita de una señora Doris Fischer que tenía que hablar con Fritz sobre un tema importante.
–¿Fischer?– decía Fritz.–¿No será del grupo Fischer - Maslow de los comunistas?
–No, ella no es. Soy Doris y no Ruth. Ella es mi hermana. Pero no estás equivocado del todo, camarada.
Fritz estaba sorprendido. No conocía a esta mujer. Lo había saludado como a un viejo compañero. Siempre se había mantenido en la antesala de ese proyecto familiar que era el comunismo. Desde que formaba parte de la empresa Balken, compartiendo la vida familiar burguesa, había suspendido todos los contactos con su hogar político original. Rara vez había visitado a sus padres. No había buscado más el camino de regreso. Mühlbeck no se encontraba lejos de Halle. Con el coche que ahora tenía a su disposición, habría sido cuestión de media hora.
Fritz ofreció una silla a la mujer joven que vestía como un hombre y llevaba el peinado masculino a la moda. Doris fumaba y ofreció un cigarrillo a Fritz. ¡Cómo han cambiado las costumbres durante estos últimos años! pensó Fritz.
La mujer le miraba de frente y dijo:
–Fritz, sin rodeos, dime si todavía eres de los nuestros o no. Conocemos a tu padre. Pero tú estabas perdido durante estos años. A pesar de esto te consideramos un veterano. Estuviste con el grupo de Max Hölz y saliste con vida.
–He tenido suerte, nada más– contestó Fritz.
Fritz se sentía muy incómodo. Él temía esta pregunta. Había tratado de no reflexionar sobre ella.
¿Quién le había mandado a esta mujer? Habrá sido el padre, se dijo. Estaría desconfiado por la larga ausencia del hijo y le preocuparía lo que habría sido de él. Se alegraba por el éxito que tenía su hijo, pero temía por él. Sabía que aquel ambiente estaba lleno de tentaciones.
Fritz permaneció callado durante un tiempo y luego dijo:
–¿Qué iba yo a hacer? Todo se ha acabado ¿o no?
–Entonces estás equivocado– contestó Doris–. El radicalismo es la enfermedad de niñez de la clase obrera. Hay algunos que lo toman por la verdadera revolución. Hoy es diferente.–
–¿Y cuál es la diferencia? ¿El centralismo democrático?– anticipó Fritz.
–Exactamente. Hoy estamos organizados. Precisamente aquí en Halle estamos bien organizados.
Yo y otros más representamos la organización y, de pronto, tú también.
–¡Vaya oferta que me hacen! Ya me amenazaron con hacerme socio de los nazis y ahora esto.
Fritz se retiró un poco.
–No te amenazamos. Simplemente te lo proponemos. Tu sano criterio político decidirá. ¡Mira a tu alrededor! ¿Qué te queda? ¿No te habrás hecho un “Sozi“ por el éxito profesional que tienes?–
–Son muchas preguntas a un mismo tiempo. Tengo que pensarlo– contestó– .Pero yo también quiero preguntar cosas:¿No es cierto que nuestros enemigos son los nazis ...? ¿Entonces, por qué estas acciones comunes con ellos, el plebiscito contra el gobierno socialdemocrático de Prusia, por ejemplo?
–¡No, no no! Así no es. No caminamos juntos. Puede ser que casualmente vayamos en la misma dirección–. Doris se puso nerviosa–. La respuesta es fundamental: el gobierno prusiano que se llama social y democrático ha renunciado a la revolución socialista, es reaccionario. Nosotros somos un partido revolucionario en una época de regresión y estancamiento. Hay que calentar el hierro antes de ponerlo en el yunque.
–¿Y creen que para esto les sirven los nazis? Son gente que tienen el fusil y la bota militar y la tienen puesta ya sobre nuestra nuca. Además, ¿eso lo comprenderán los obreros?– Fritz se volvió atrás.
–El enemigo que más odiamos es la sinrazón de las masas...... Somos una organización de masas. Pero lo que importa son los cuadros. La vanguardia del proletariado debe tener la rienda con mano firme.
Doris le miraba firmemente:
–Los nazis, querido Fritz, son el sinónimo de la estupidez. Nos pueden ser útiles, útiles como idiotas que son. Pueden ser útiles para destruir la sociedad burguesa.
–¡Ajá!– exclamó Fritz–, el camarada Stalin nos manda saludos. Somos alemanes y no somos rusos.
–Lo que insinúas, no es cierto. La Revolución en la Unión Soviética triunfó. Nosotros, querido hermano, hemos perdido, bien lo sabes. No hemos olvidado Bitterfeld y Beesenstedt.
–¿Por qué no me dejan a mí y se dirigen a mi padre?
–Fritz, tu padre es un comunista soñador. No sirve como organizador en estos tiempos confusos.
–Para esto se necesita el grupo Fischer - Maslow, ¿verdad?– preguntó Fritz. –Así es, y te necesitamos a ti. No te invitamos a una aventura. ¡Venceremos! Doris levantó el puño en alto.
En este momento, Kaethe se asomó por la puerta. –¿Molesto?
–No, señorita, yo ya me voy–. Le entregó una tarjeta a Fritz: –¡Llama pronto! No queda mucho tiempo.
Cuando se había ido, Kaethe preguntó:
–¿Quién es esa?
–Tú no entiendes– contestó Fritz.
La visita de la joven comunista preocupó a Fritz durante mucho tiempo. ¿Era correcto lo que estaba haciendo? En el fondo se había asociado con el enemigo reaccionario. ¿Qué harían personas como Hans Balken cuando tuvieran el poder en sus manos? Había que hacer todo para impedirlo.
Pero¿merecía confianza el grupo Fischer - Maslow?
Frecuentemente el almuerzo con Kaethe no le gustaba. Se acordaba también de la gente que todos los días llegaban en busca de empleo y él no tenía más remedio que decirles que no había. Se acordaba del caso de un hombre, padre de familia, viejo conocido de Mühlbeck. En lugar de un puesto de trabajo le había ofrecido algo de dinero para ayudarle. El hombre había tirado los billetes al suelo y le había escupido a la cara.
¿No debería aceptar lo que Doris Fischer le había propuesto? ¿No viviría entonces de acuerdo con su identidad personal? ¿No era cobarde, retirarse a la función de un técnico? ¿Dependía realmente tanto de él como pretendían los que mandaron llamarle?
Además, se veía claramente que estaban teledirigidos desde la Unión Soviética. Por eso sobre todo le invadieron las dudas. Se acordó del dicho de
Clara Zetkin que había sucedido a Rosa Luxemburg sin tener la talla personal e intelectual para ello: “El analfabetismo de las masas había favorecido el éxito de la Revolución de Octubre.“ Así, la Revolución no tenía que ocuparse de la tarea de eliminar la carga cultural del pasado. Por eso, los aparatchiks modernos no podían integrar una figura como el viejo Friedrich Wilhelm Peter. ¿Habían ido en busca del hijo Fritz, porque su juventud y su oficio de técnico indicaban que era hombre de acción? Hombres activos podían ser útiles. Los intelectuales y los utópicos soñadores decoraban los procesos para conseguir y mantener el control del poder, pero estorbaban.
Aquello era demasiado complicado y Fritz decidió no rendirse ante el arte seductor político de Doris Fischer:
–Voy a quedarme en la antesala y con más razón, mientras la Unión Soviética habita en ella.–
–¿De qué sala me estás hablando?– preguntó Kaethe. –No es nada– contestó Fritz.
Fritz seguía trabajando,pero escuchaba
las voces que desde el fondo irrumpieron en su biografía. Aunque se resistía a oírlas no podía reprimir la sensibilidad y la intuición, herencia del viejo Peter.
La primera voz furiosa era la de Adolf Hitler. El sonido estridente acompañaba los gestos dramáticos del orador desde el escenario de la Ópera Kroll en Berlín. El Reichstag había sido destruido por un incendio feroz. Los bomberos no lograron dominarlo. Así, la cúpula en llamas del parlamento de la República Alemana era fanal y farol de un mensaje siniestro: la muerte de la Democracia Alemana.
Pocos días después, el 23 de Marzo de 1933, Adolfo Hitler, que era canciller de un gobierno de coalición, pidió el voto de los miembros restantes del parlamento (los comunistas habían sido ya expulsados, muchos demócratas detenidos o impedidos de asistir) para aprobar la Ley de Autorización al Gobierno. Esta ley daría a todos los decretos del gobierno el carácter de leyes. Además, suspendía la vigencia de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Así se construía el fundamento de la dictadura nazi:
Señores, ha llegado el momento decisivo (dirigiéndose a los Socialdemócratas), aquí nadie los necesita. Solamente porque respetamos la necesidad de la vida nacional apelamos al Reichstag para aprobar lo que de todos modos nos habríamos tomado. (largo aplauso, muchas veces repetido)“9
Suena la segunda voz. Es la voz ronca y cínica del Presidente del Reichstag, Hermann Göring:
El resultado de la votación es el siguiente: Han sido entregados 535 papeletas. Han votado
No 94 y Sí 441 diputados. ( aplauso, la mayoría de los diputados en pie, cantando)“
La tercera voz es de Josef Goebbels, Ministro de Propaganda:
Ahora somos los dueños del Reich, todo legalmente.“
Muchas personas de la generación de Fritz hacían como él: dedicarse a sus asuntos personales y privados. Sin embargo, no faltaban las voces de admiración y de justificación dentro y fuera de Alemania. Una vez más, las universidades se presentaban como entidades para justificar este proceso de toma de poder en abierta contradicción con la tradición que comprometía a la Universidad en la defensa de la verdad y del derecho humano.
Carl Schmitt, jurista e ilustre sabio de leyes, cercano al filósofo Heidegger, dejó oír su voz de aprobación:
Con esta votación ha sido superado el concepto de ley del estado constitucional. Esta nueva ley es la expresión de la victoria de la Revolución Nacional.“
Fritz, a pesar de no querer ni saber ni oír nada, se sintió perseguido por estas visiones y voces. Siempre aparecían cuando sucedían cosas importantes en su vida. Por primera vez le había pasado en Beesenstedt. Así fue en el mismo momento cuando se hundió en el abismo del peligro de muerte. Subieron del subconsciente como fantasmas, sombras que aparecían y cambiaban de silueta y color. Había pisado el umbral de la muerte sin haber sentido miedo ni dolor. Era como una visión que le daba seguridad y optimismo. De pronto le había invadido la seguridad de que nada tenía que temer.
–La voluntad siempre es optimista– se dijo Fritz mientras se decidía a salir a la calle para dar una vuelta.
Pero su deseo fue interrumpido por el sonido del teléfono. Era la voz de una mujer, Doris Fischer. Le dijo que había cambiado la situación, que olvidara su visita y que eliminara la tarjeta que ella le había dado. Decía que “se iba de viaje“ y con una voz temblorosa agregó:
–Creo que nos hemos equivocado todos y ahora es tarde para rectificar.
Al salir a la calle, Fritz se encontró con el tiempo propio de marzo: lluvia fina y fría, neblina de una luz del día que pronto se acabaría. Una columna de SA salía de una calle para meterse en otra. La nube de banderas rojas que llevaba era como el anuncio de una falsa primavera. La cocina popular instalada en la vecindad no estaba abierta todavía. Había gente formando cola para recibir la sopa regalada a la masa de hambrientos. Cuando pasaron las banderas, algunas manos se levantaron y se oyeron los gritos del ritual:
“Heil“
Los había escuchado tantas veces en la calle, pero ahora le parecía que iban dirigidos hacia él:
“Heil“.
¿Qué significado tenía para él esa palabra? Era una palabra mágica de falsa y dudosa esperanza, de un deseo utópico de un triunfo definitivo y final. El nazismo había encontrado la fórmula para expresar esta magia. Una auténtica arma psicológica.
Ahora, entre las sombras tristes de la calle, en todos los rincones parecía retumbar el eco de este
“Heil“; y todos podían acogerlo para darle el sentido que sus deseos y necesidades le daban.
“Heil“ significaba para el hambriento pan y para el desempleado trabajo; para el enfermo, salud; para el político resentido y frustrado, plenitud del poder. Y para todos, el fin de las frustraciones.
“Heil“:
¿Qué significaba para Fritz? que caminaba entre la lluvia y la niebla. Poco a poco el agua le caló por el cuello y entró por la espalda. Las ramas de los castaños se dibujaban como imensos brazos de fantasmas. Entonces podía oir un murmullo de voces que le decían:
“Heil“ a tí Fritz, que serás un rey de la construcción.
“Heil“ a tí Fritz, que allanarás montañas y rellenarás valles.
“Heil“ a tí Fritz, que perforarás la tierra y construirás viaductos y túneles. “Heil“ a tí, Fritz, que andarás sobre carreteras que tú mismo construirás. –Tonterías– decía–, me estoy poniendo raro y chiflado.
Se pasaba la mano por la cara y decidía regresar. Sentía que el paseo le había hecho bien, y al entrar a la oficina comenzaba a silbar. Le había invadido un raro sentimiento de felicidad aunque el momento era el menos oportuno para ello:
Alemania había dado un paso más hacia el totalitarismo nazi.
En la oficina se encontró con Hans y Kaethe:
–Ven a casa– dijo Kaethe–, te estamos esperando. Papá ha vuelto de Berlín con un hombre del Ministerio de Obras Públicas.
–Sí– continuó Hans–, y tráete el proyecto de la autovía. –Estarás contento– contestó Fritz–, ya tenéis lo que queríais.
–Todo legalmente– contestó Hans–.¡Dejadnos ahora! El Führer prometió: Que nos juzguen dentro de cinco años, nadie va reconocer más a Alemania.–
–Desde luego que no, ya habéis empezado a encerrar a quienes se oponen a vuestros proyectos–
le espetó Fritz.
–¿Otra vez vais a pelear?– intervino Kaethe.
–Nada de esto– dijo Hans –. Tu estrella roja debería estar contento y quietecito. A su viejo no lo hemos encerrado. Tampoco somos tan malos. Y tú, cuídale mucho para que no abra tanto esta boca; pues puede que venga alguien y se la cierre.
–Eres un cerdo– espetó Fritz.
–Fritz, ahora nos pondremos en marcha–
exclamó el Sr Balken cuando Fritz entró por la puerta e hizo las presentaciones: –El señor Schalck del Ministerio de Obras Públicas–. Fritz hizo su reverencia.
–Ahora nuestro esfuerzo y nuestra visión serán recompensados. Este proyecto en el que hemos tenido la oportunidad de colaborar y que nos ha costado tanto esfuerzo y dinero, por fin, lo están estudiando seriamente. Ya lo habíamos dado por perdido. Pero aquí, Fritz, el soñador nos ha estimulado siempre–. Y abrazó a Fritz.
–Pero, ¿va en serio?– preguntó Fritz.
–Asi es– contestó el señor Schalck– y sin demora.
–¿Y la financiación?– preguntó Fritz–. Todo el mundo dice que el Reich no tiene medios para ello.
–Nuestro señor Schacht, director del Banco del Reich, lo hará posible– exclamó Balken–. Donde hay buena voluntad, se encontrará un camino. El señor
Schacht es un gran patriota y ha resuelto ya otros problemas, como todos sabemos.
–Este camino suele ser el papel moneda– contestó Fritz con escepticismo.
–Está usted equivocado mi joven amigo, el valor del trabajo alemán es garantía de todo. Este valor inapreciable lo cubre todo. No hay moneda más firme que ésta– contestó el señor Schalck.
–No se preocupen, el nuevo gobierno garantiza crédito. Dinero no faltará. Este proyecto tiene la preferencia conseguida en lo más alto. Ustedes saben lo que esto significa y me entienden. Queremos un resultado óptimo, inmejorable. Todos deben envidiarnos.
Y así fue. Pronto se encontró Fritz en medio de columnas de trabajadores en mangas de camisa y pantalones bombachos que cavaban la tierra con picos y palas.
“¿Para qué queréis máquinas? Ahí tenéis un ejército de parados que podrán manejar una pala y mover carretillas.“ Fue la respuesta que recibió Fritz cuando iba en busca de mejoras técnicas para su trabajo.
Así, con los medios técnicos de los siglos pasados, una masa de trabajadores allanaba montes y rellenaba valles. Fritz se extrañaba viendo el buen humor de la gente. Muchos de ellos habían aprendido otros oficios. Pocos estaban acostumbrados a este trabajo tan duro. Pero había un optimismo contagioso a pesar de los sueldos tan miserablemente bajos que apenas superaban la ayuda social para el desempleo. El valor del marco alemán en los mercados internacionales perdió drásticamente toda reputación. La deuda externa creció como un alud. Pero el público alemán parecía sufrir un ataque de euforia.
–Parecen borrachos de optimismo– se decía Fritz.
Los hombres a veces cantaban trabajando. Hacía tiempo que no se había visto una cosa así y aunque durante el descanso los hombres no tenían para comer más que pan seco, se oían risas y se contaban chistes. Preguntado por el motivo de su buen ánimo, uno de ellos contestaba:
–Ahora se ve que hay movimiento, se está haciendo algo.
Fritz estuvo ocupado con el trabajo durante todo ese verano, de modo que poco a poco olvidaba las pesadillas que le habían acosado durante el mes de marzo de 1933.
Todo parecía un sueño: un brujo había salido de un bosque encantado para soltar maldiciones y retirarse nuevamente a su escondida residencia. El camino a la casa era precioso. Las montañas de Turingia parecían mecerse bajo la brisa suave del verano. Los pueblos relucían con sus tejados cubiertos de pizarra negra. Manadas de gansos blancos cubrían los lagos y arroyos, engordando para el festín de los asados en otoño. El corazón verde de
Alemania se mecía bajo un manto falso de felicidad. Durante meses no se habló de política.
Fritz, como el Fausto, deseaba que pudiera retener estos momentos y recordaba el texto que había recitado su padre y que había sido escrito en Turingia:
“¡Permanece, oh instante feliz!“
Pero el brujo no permanecía recluido en su castillo encantado. Sus maldiciones se hicieron realidad.
Esta vez, cuando Fritz regresaba a la casa, se había dado cuenta ya que algo estaba sucediendo. Desde los diferentes lugares donde se realizaban las obras para un nuevo tramo de la autovía tenía que pasar por numerosos pueblos para regresar a su casa en Halle. Allí se encontraba también la sede de la empresa que Fritz ahora pisaba pocas veces.
Al cruzar los pueblos de Turingia había observado columnas de la SA que rodeaban comercios, tiendas y almacenes. Había leido lo que estaba escrito sobre las pancartas que exhibieron :
“¡Alemanes, no compren nada a los judios!“
En la Avenida de Dessau en Halle donde se encontraba la sede de la empresa Balken, había una pequeña tienda de comestibles. Fritz hacía tiempo compraba allí la leche o un paquete de puros. A veces conversaba con el dueño. El Sr. Zeitelmann era amable y servicial. También conocía al viejo Peter. Esta vez, cuando Fritz bajó del coche, vio la aglomeración de gente. Se acercó y vio lo que estaba escrito sobre la pared de la casa con pintura negra:
“Yo soy el judío Zeitelmann, robo y engaño a todo el mundo“
Delante de la tienda estaba parado un joven en uniforme marrón de la SA, con las piernas abiertas y las manos colocadas al cinturón. Con la boca apretada y la visera del gorro casi tapándole los ojos.
Los que estaban delante, casi todos eran niños y jóvenes. Fritz no veía a ningún vecino. En la casa de los Zeitelmann no se observaba ningún movimiento. Fritz se imaginaba lo que les pasaría a la pareja de ancianos que estaban solos en la casa.
Por esto se dirigió al vigilante de la SA:
–¿Quién ha mandado hacer esto?– le preguntó.
El hombre no contestaba y dirigió su mirada a lo lejos.
–Yo soy vecino cerca de aquí . ¿Quién hizo esto? ¿No tiene usted un superior quien le mande?–
Por fin el uniformado espetó:
–¡Yo no le debo explicaciones, váyase de aquí!–
Ahora los jóvenes se acercaron. Parecía que algo interesante pudiera suceder.
Entonces se oyó la voz del gendarme. Fritz no lo había visto antes. Había permanecido casi escondido en un rincón.
–No se queden parados aquí, por favor– dijo el gendarme–. No están autorizadas reuniones públicas.
Fritz se volvió hacia él:
–Gendarme, usted ve lo que yo veo. Entonces cumpla con su deber y termine este espectáculo vergonzoso.
Mientras sucedía esto, Kaethe que había salido de casa, lo agarró del brazo y trató de llevárselo:
–¡Ven, vámonos de aquí!
Ahora los jóvenes empezaron a levantar voces gritando, mientras el de la SA parecía despertar de su letargo artificial:
–Voy a denunciar esto. Esto no se va quedar así. ¿Qué se han creído que son? Ya se verá, quien pone orden aquí.–
El gendarme intervino, poniéndose en medio:
–¡Váyase todo el mundo! Aquí no ha pasado nada, nada.
–Por fín– dijo Kaethe, cuando cerró la puerta detrás de ellos.
Fritz estaba lleno de ira. Todo blanco se dejó caer en una silla.
Kaethe no se atrevió a decir nada. Pero el día siguiente le advirtió:
–Fritz, ten cuidado con lo que haces. Tú sabes que ya te tienen apuntado. Mi hermano no puede intervenir siempre.
–Este es Fritz,siempre trabajando–
dijo Balken señalando hacia Fritz que estaba empujando una carreta cargada de guijarros. La lluvia había transformado el lugar de la obra en un lodazal.
–Estos señores desean hablar contigo– dijo Balken señalando a dos hombres vestidos con chubasquero oscuro y sombrero.
–¿Es usted el director de la obra?– preguntaron.
–Sí– contestó Fritz– ¿y quiénes son ustedes?
No recibió respuesta.
–Nosotros buscamos personas que están trabajando aquí sin tener permiso. ¡Mire esta lista!
Fritz estaba prevenido y esperaba que llegaría el día de este encuentro. Sabía que había comenzado a funcionar una nueva organización, la GeStaPo - la policía secreta del estado. El jefe de esta organización era Heinrich Himmler que a su vez dirigía el cuerpo paramilitar de la SS.
Pero estos dos podían ser también simples policías vestidos de civil. Nunca se sabía. Era uno de los misterios del nuevo régimen, jugar al escondite con la sociedad.
–¿Qué puedo yo hacer con esta lista? Aquí trabajan cientos de hombres. Ustedes no esperarán que interrumpamos el trabajo, formemos filas para buscar ahora a los que no debieran estar aquí.
–Cuestión suya, cómo lo hace– le contestó uno.
–No, señores, esto no es un cuartel ni una cárcel. Tenemos el tiempo justo para terminar lo que nos hemos propuesto. Yo soy el director de la obra y ningún carcelero.
El señor Balken se puso pálido y Fritz agarró firmemente la pala que llevaba en la mano.
Ambos hombres se miraron uno al otro y después dieron media vuelta y se fueron sin hablar. Ni siquiera miraron hacia atrás. Si hubiesen echado una mirada de despedida habrían podido tomar nota de otro episodio más del comportamiento nihilista del sujeto Friedrich Peter. Fritz había cogido la pala y con una explosión de rabia la había estrellado contra el suelo en que habían estado los representantes de la nueva autoridad. La pala saltó en pedazos.
–¡Fritz!– exclamó Balken– ¿Qué haces?–, y se marchó nervioso y pálido.
–Mi padre habria hecho lo mismo que yo, si hubiera estado aquí– dijo Fritz ya tranquilo.
Naturalmente la GeStaPo o los que fueran, encontraron a los que habían venido a buscar.
Pocos días después los de la lista faltaban al trabajo. A los judíos les estaba prohibido trabajar. Fritz se acordaba del señor Liebermann que era maestro y ahora no podía dar clases. Trabajaba en la obra aquí. Pensaba que pasaría inadvertido entre esos trabajadores humildes, que no hacían otra cosa que mover el lodo y las piedras de Alemania de un lado para otro. Algunos años
después, en el campo de concentración de Ravensbrueck, el señor Liebermann tendría que hacer lo mismo como un esclavo de la SS: mover el lodo y las piedras del Reich bajo la vigilancia de la SS hasta la muerte.
.
¿Qué pasó con Fritz? ¿No tendría consecuencias el hecho de oponerse a una orden expresa de una autoridad que ni siquiera había presentado documentación?
Un día se comentaba en la casa que había sido detenido el vecino judío, el señor Zeitelmann.
El señor Balken no hablaba. Hans que había tomado practicamente la dirección de la empresa, sólo le hablaba lo más imprescindible. ¿Y Kaethe? Kaethe sufría de jaqueca. Desde el evento que oficialmente fue declarado como “la rebelión del jefe de la SA Roehm“ parecía que las cosas habían cambiado. Esta depuración de la SA había costado muchas vidas. En realidad, se trataba de una purga política realizada sin escrúpulos:
Con el pretexto de haber organizado la contrarrevolución, el brujo capitán había mandado a matar cinco mil colaboradores de su lucha por el poder. Ahora ya no eran necesarios y a los muertos no se les recompensaba los méritos del pasado. Otro brujo, en la lejana Moscú, no tardó en imitar este gran golpe, multiplicando sus víctimas por mil. Era así de fácil: El revolver reemplazaba la ley.
¿Y el público alemán? .... Callado. Algunos se habrían alegrado.
Hans que era muy cuidadoso, colgó el uniforme de la SA hasta que se aclarara la función que iba a tener este cuerpo revolucionario dentro del estado totalitario nazi. Mientras tanto se dedicaba a la empresa que no paraba de crecer gracias al programa de autovías favorecido por el nuevo gobierno.
Por su parte, Fritz sacó otra conclusión:
–Ya tienen bastante ahora con sus propios problemas. A mí me habrán olvidado.
Efectivamente, mucha gente que no era amiga del nuevo régimen, pensaba lo mismo:
–Ya se cansarán. Con el tiempo esto se normalizará. “Todos los guisos calientes con el tiempo se enfrían“, dice un proverbio alemán.
Eran pocos los que querían permanecer en el estado de oposición. Era más cómodo y ventajoso pertenecer a los vencedores.
–Todo con el tiempo se normaliza– dijeron también los trabajadores todos.
Los opositores alemanes empezaban a acomodarse y a arreglarse con lo irremediable.
El señor Zeitelmann apareció otra vez, se le veía cambiado. No miraba más a nadie. La tienda permaneció cerrada. La señora no salió más de casa. Un día amaneció el escaparate roto y tapado con tablas. Meses más tarde los Zeitelmann habían desaparecido. Se dijo que habían logrado emigrar. Y otro mes más tarde, un nuevo propietario, “ario“ como anunciaba el diario regional, abría la tienda. Era curioso, como la prensa se hacía eco de la nueva ideología: la palabra “ario“, que antes no la conocía casi nadie y nadie sabía qué significaba, ahora había reemplazado a la palabra “alemán“. Los vecinos no hablaban ni preguntaban, cómo había sido el traspaso de la tienda. Todos sabían que era un acto criminal cometido entre todos y aprobado por una ley perversa.
Fritz decidió comprar la leche y los puros en otra parte y comenzó a olvidar totalmente estos episodios.
Pero, otra vez inesperadamente se encontró con dos hombres, vestidos de civil, cuando salió de la barraca para observar los trabajos. Con cortesía le pidieron si podían hablar con él. Fritz les indicó que el mejor lugar sería la barraca. Allí les ofreció café, – auténtico–, decía, que en Alemania entonces era una rareza.
Los visitantes esta vez se presentaron y mostraron sus tarjetas de identificación. Fritz no entendió sus nombres.
–Lamentamos– dijo uno–, que usted sea causa de numerosas quejas. Y empezaron a explicarle entre los dos lo siguiente:
Estaban informados sobre los datos más importantes de su biografía y manifestaban su gran satisfacción por el trabajo y la colaboración que Fritz prestaba a un asunto tan importante como la construcción de carreteras para una Alemania que resucitaba.
Tampoco era correcto, lo que muchos elementos hostiles propagaban por el mundo, que la Revolución Alemana se estaba sirviendo de métodos violentos. Todo se desarrollaba dentro de la más estricta legalidad. Claro, que habían tenido que romper las reglas de un sistema corrompido y antinacional. Por esto comprendían su espíritu de rebeldía. Ahora bien, la Revolución Nacional necesitaba la colaboración activa de todos los “Volksgenossen“ (camaradas étnicos, “arios“). Sobre todo, cuando una persona como Friedrich Peter se encontraba en un puesto directivo de responsabilidad.
Fritz escuchó callado.
–No queremos oir confesiones ni promesas– siguió el otro–. Sabemos que usted no tiene carácter para eso. Lo que importa finalmente son los hechos: las
palabras no cuentan. Peligrosa es toda obstrucción, para no hablar de sabotaje que desgraciadamente también se nos ha presentado ya.
En casos así, no tardaríamos en aplicar todo el peso de la autoridad. –Y esta no es pequeña– observó el otro con sonrisa.
–Pero el señor director técnico de una obra tan extensa e importante no arriesgará la suerte de toda una familia ejemplar– dijo el primero.
–Y la empresa no es tan grande......– dijo el otro. –y en ciertas circunstancias......– agregó el primero. –¡prescindible!– continuaba el otro.
Fritz siguió callado...
Se levantaron después del último sorbo de café:
–¡Bueno de verdad! Hace tiempo que no pruebo café– dijo uno.
–La Revolución Nacional sólo nos permite productos nacionales– agregó–, y en el Reich no crece café.
–Lástima– dijo el otro–, porque supongo que ya no tengamos que volver más, ¿no es cierto?
Fritz los acompañó hasta el coche.
–Usted no se montaría en este vehículo– dijo uno....–,tan feo y viejo. –No, él tiene un Opel nuevo y flamante– dijo el otro–,y sólo para él. –Para la novia también, ¿verdad?– dijo el primero con una carcajada. –Fíjate, cómo están las cosas–, dijo el otro.
–Sí– contestaba Fritz–, no hay justicia en este mundo.
Cuando Fritz regresó a casa encontró a todos alegres y contentos. Kaethe no tenía jaqueca y preguntó enseguida:
–¿Qué tal el día?
–Como siempre– contestó Fritz.
Fritz comprendió enseguida que lo que hoy había sucedido había sido preparado por detrás de las cortinas. Balken y el hijo habían tejido los hilos
para eliminar las nubes que se acercaban a la empresa y a su colaborador más importante.
Fritz se levantó pronto de la mesa:
–No tengo mucho apetito hoy, voy a trabajar otro rato.
Fritz colaboró y no quiso enterarse
de muchas cosas. No sabía lo que les había pasado a los Zeitelmann. Durante años los había saludado casi a diario. Juntos habían conversado sobre el tiempo y los resultados de la liga de futbol.
Un día cualquiera habían desaparecido y la gente decía que habían emigrado. ¿Era cierto?
¿Qué había pasado a tantos otros que habían desaparecido y jamás regresaron al trabajo?
Muchas otras cosas no quiso saber. Se dio cuenta del ascenso imparable del personaje macabro Adolf Hitler, que el embajador francés había caracterizado con el apodo de “el Furor“ (der Führer) en un juego de palabra muy acertado.
“El Furor“ tenía éxito, un éxito, que sólo unos años antes nadie habría creído que fuera posible. Tenía éxito también gracias a la colaboración de personas como Fritz. No hay duda de ello.
Había llegado el año 1938 y habían pasado los cinco años de plazo que “el Furor“ había puesto como años de prueba. Y en efecto, Alemania se había transformado tanto que ni la reconocerían sus propios progenitores, si los hubiese tenido. Y durante este año sucedió que las carreteras que habían surgido velozmente como por obra de magia, tuvieron su primera gran prueba, su inauguración. Ahora se comprendía, por qué habían sido construidas tan aceleradamente, y por qué habían tenido esta máxima preferencia desde todo lo alto, y por qué no se ahorraban costos ni esfuerzos para construirlas cuando no había ni tráfico para llenarlas. Bajo el beneplácito de las potencias occidentales que cedieron al chantaje de “el Furor“ las columnas de tanques y camiones cargados de soldados invadieron la república vecina Checoeslovaquia o Bohemia como suelen llamarla los alemanes. Invadieron aquel país para ocupar la zona de los Sudetes, territorio mayoritariamente poblado por alemanes.10
Las autovías eran flamantes. Por delante iban los tanques, detrás los camiones y , aquí viene la sorpresa, al final, Fritz. No iba sólo en el Opel. Había muchísimos coches más que querían hacer acto de presencia en evento tan sensacional. Ante el público de Europa y del mundo se había reformado el Tratado de Versalles a favor de Alemania. El precio lo pagaron los checos.
Era un triunfo más del “Furor“ , no sólo en el campo de la política internacional sino en el estríctamente nacional o nacionalista que habían compartido hasta los comunistas.
¿No había logrado este régimen hacer realidad el sueño secular de los alemanes:
la autodeterminación?
Fritz pasaba con su coche a través de pueblos que parecían físicamente cubiertos de banderas rojas con la esvástica. En el lugar que había sido la frontera, se celebró la fiesta de unificación que continuaba hasta la ciudad cercana de Eger. Fritz iba acompañado de Kaethe y de la familia de su hermano Alfred que había sido invitado para participar en este viaje. Alfred con su mujer y el hijo pequeño habían ido en tren desde Frankfurt donde vivían a Halle, para reunirse con Fritz y Kaethe. Así sucedió que en medio del grupo, se encontraba el autor de estas líneas, un niño con recuerdos muy vivos de este evento.
La ciudad de Eger (Cheb en checo) estaba desbordada de un ambiente festivo. En las calles bailaba la gente. ¿Quién de nosotros podía ver el engaño? Que los tanques no se quedarían allí, ocupando los Sudetes como estaba acordado en el Tratado de Múnich, que “el Furor“ iba a más y mucho más lejos. Pero de esto, más adelante.
No olvidemos a Fritz. Fritz estaba radiante de felicidad. A través de su trabajo, había hecho cambiar el mundo. ¿Era esto un cambio a mejor? Todos los que allí bailaban, serían expulsados y deportados pocos años después, sencillamente por ser alemanes y haber optado por el derecho de autodeterminación. Al final de la Segunda Guerra, a partir de 1945 la rueda de la Historia se volvería contra Alemania y contra todos los alemanes, que eufóricos en este momento celebraban un triunfo que todos consideraban un derecho. El “Decreto Benes“, proclamado por el Presidente de Checoeslovaquia, Eduard Benes, en 1945, pondría fin a la presencia milenaria de la comunidad alemana en Bohemia: tres millones y medio de personas serían declaradas personas “non gratae“ y expulsadas de sus hogares. En el fondo, el nazismo seguiría gobernando sobre las mentes más allá de las fronteras alemanas. Pero de esto, más adelante.
El “Heil“ se había generalizado y universalizado tanto que lo gritaban no sólo los alemanes sino también la gente en otras naciones europeas. Un observador americano comentaba este hecho con asombro, porque temía que la población pudiera sufrir calambres en los brazos y deformaciones en las cuerdas bucales. Y no vamos a hablar aquí de los Juegos Olímpicos de 1936.
Ante el concierto de aduladores internacionales por los logros inauditos de la Revolución Nacional Alemana, la represión interior modificaba sus métodos. Ya que su causa había vencido, el régimen ahora trataba de convencer con ayuda de métodos de publicidad moderna muy americanos.
Muy sabiamente “el Furor“ había lanzado el lema “a los enemigos, o hay que destruirlos o convencerlos“ Ahora, después de tantos logros nacionales e internacionales, había llegado la hora de acordarse de los viejos resentidos y amargados, que habían permanecido sentados detrás de las puertas de sus casas con las frentes arrugadas y los puños cerrados.
Había sido Hans, quien se había acordado de los viejos Peter, los padres de su posible cuñado Fritz.
-Fritz, ¿porque no invitas a tus padres para que participen en el programa “Kraft durch Freude“ KdF (La alegría da la fuerza)? La organización KdF fue fundada con la misma intención que manifestaba su nombre. Y Fritz le hacía caso. Tal vez quería ver a su padre implicado como él en el mismo compromiso con el nuevo orden. Visitó a sus padres, les mostró el flamante Opel y no hablaron de los viejos tiempos sino del presente:
–Estáis invitados. Si no participan ustedes lo harán otros.
–El Rhein, un sueño para todos los alemanes del Este– contestaba el viejo Peter.
El Rhein, más que un río, era y es un símbolo de identidad alemana. Numerosas leyendas y misteriosos cuentos desde los Nibelungos hasta Romanticismo del siglo XIX manifiestan ese sentimiento colectivo que cada generación ha renovado a su manera, dándole imágenes y colores.
¿Qué sería de la obra de Richard Wagner sin esta referencia de magia y de encanto?
Y así vemos a la pareja que el hijo Kurt solía llamar Filemón y Baucis, sentados sobre cubierta del barco de excursiones KdF. La pareja que nunca había hecho ningún viaje, contemplaba ahora la ribera romántica del río Rhein, las colinas suaves cubiertas de viñedos y coronadas casi todas de la ruina de un castillo medieval. Peter y Eva. Ambos llevaban sombreros y la foto muestra caras sonrientes, sencilla alegría. Peter fumaba un grueso puro y seguramente pasaba por su mente la famosa frase: “Esto es vida“. Pero, no cabe duda, la seducción que el brujo desde su castillo había iniciado, comenzaba a funcionar. Nadie, ni dentro ni fuera de Alemania, sabía que el castillo era de naipes y el brujo era un simple estafador.
–¡Fritz! imagínate eso.
Toda nerviosa, Kaethe irrumpió en la oficina. –¡Fritz! Papá ha comprado una casa en los Alpes.
–¿Por qué?– contestó Fritz –¿Quiere imitar al Führer? No sé, si esto conviene a la empresa. Acabamos de salir del pozo en el que hemos estado con el agua hasta el cuello.
–Anda. Siempre tienes que criticarlo todo– dijo Kaethe volviéndole la espalda. A través de la pequeña ventana Fritz contemplaba el progreso de los trabajos: –“Reichsarbeitsdienst“– decía con un tono de poco aprecio.
“RAD“. Este servicio de trabajo obligatorio para todos los hombres jóvenes, se prestaba antes de hacer el servicio militar, duraba medio año. Existía un equivalente para mujeres. El gobierno nazi había reformado todo el sistema educativo. En una oportunidad Hitler dijo: “Cuando las madres nos entregan sus hijos, ya no los soltaremos más.“ La educación tenía una sola finalidad: robustecer las nuevas generaciones bajo los signos del Águila Imperial y de la Esvástica. Predominaba la educación técnica y paramilitar. No hay duda que entre la juventud esta reforma encontraba una respuesta muy positiva. Los jóvenes eran los pilares del régimen. Ejemplo: un muchachito metido en el uniforme de la Juventud de Hitler (Hitlerjugend) podía exigir respeto y preferencia ante cualquier persona civil.
Fritz contemplaba el trabajo de estos jóvenes inexpertos con disgusto. Eran los que habían llegado para reemplazar a los hombres desempleados. El escenario era idéntico a un cuartel: sonaban las voces de los cabos. El trabajo comenzaba con izada de bandera y terminaba con el mismo ritual; los jóvenes presentaban armas con las palas como si fueran fusiles; de altoparlantes sonaban marchas militares; etc.
Hoy era un día especial: había cita con la prensa nacional e internacional. Hans se había vestido de uniforme de la SA:
– Van a reventar de tanta envidia– dijo. –¿Quién reventará?– preguntó Fritz.
–Los ingleses, los franceses, todos ellos–. Hans estaba eufórico–.Vamos a enseñarles lo que somos capaces de hacer. Esto no lo hace nadie. No podrán. No nos alcanzarán. Tendremos la mejor red de comunicaciones del mundo.
–¿Y a qué servirá?– Fritz no pudo retener su ironía ante el uniforme que Hans vestía.
–Yo creí que habías cambiado, eres el mismo– contestó Hans Kaethe cogió la mano de Fritz:
–¡Ven, ven conmigo! Hans está de acuerdo. No tienes que quedarte si no te gusta. ¿Verdad Hans?
Nos vamos por una semana a la casa que papá ha comprado.
Sin despedirse Hans salió afuera para saludar a un grupo de visitantes.
De modo que Fritz y Kaethe abandonaron el lugar donde ondeaban banderas y sonabann canciones marciales y donde, por el momento, Fritz no hacía falta. Aquello parecía un campamento militar reglamentado con la disciplina de cuartel.
–Habría que leer lo que comunicarán estos periodistas a sus redacciones– dijo Fritz mirando atrás.
–Admiración¿qué otra cosa pueden decir?– contestó Kaethe.
En su camino al sur atravesaron Alemania. Las ciudades y los pueblos parecían rebosar de vida. Fritz comprendió, por qué la prensa internacional escribía maravillas sobre este país resucitado.
–No puedo hacer una sola foto– observó Fritz– sin tener que fotografiar también una bandera.
–Anda Fritz– contestó Kaethe– ¡Alégrate como todo el mundo y deja la política de una vez!
Katharina se presentó con su pañuelo fino en el coche decapotable que Hans les había prestado.
Iban a quedarse una semana en los Alpes, sin embargo se quedaban más tiempo, pues siempre cuando Fritz llamaba por teléfono, la contestación era:
–¡Quedaos! Esto marcha sólo.
Fritz aprovechó la estancia para remodelar en parte la casa. Colocó una ventana grande panorámica en el salón, que ofrecía una vista deslumbrante del paisaje alpino.
–Igual que el Führer– dijo Fritz–. Berchtesgaden no está lejos de aquí.
No se sabe si en este viaje se hablaba de matrimonio. Es probable que Katharina -así quería que la llamaran y no Kaethe- hubiera sacado el tema. No se conoce la contestación de Fritz. Sabemos que se casaron en vísperas de que Fritz se fuera a la guerra, donde se perderá durante muchos años.
Finalmente se despidieron de este lugar idílico, sin saber que sólo Fritz lo volvería a ver, o lo que quedaría de ello, muchos años depués, y pocos meses antes de su muerte.
–¿Fritz,sabes una cosa?–
dijo el señor Balken y se llevó Fritz aparte, –Alemania está en bacarrota.
–No me extraña– observó Fritz–. Nuestros negocios van fabulosamente bien.
–¡Déjate de chistes! El amigo Schacht del Banco del Reich ha sido despedido; ya no podía hacerse responsable de la política ruinosa y protestó ante Hitler. Ahora este lo ha despedido. El control que existe lo tapa todo y el público no sabe nada.
–Este programa desmesurado de rearmamento todo lo absorbe. El Reich debe tener inmensas deudas. Es un secreto de estado– dijo Fritz
–Sí, las exportaciones están estancadas. No hay materias primas– contestó el señor Balken.
–No hay trabajadores libres disponibles. Todo va a la industria del armamento– agregó Fritz–. Si no tuvieramos a los muchachos del servicio de trabajo, tendríamos que suspender la obra.
–Precisamente eso que dices puede suceder. Por eso te quiero hablar. Van a trasladar a todos los del RAD a la frontera con Polonia. Me han dicho que es urgente, por causa militar. No se debe hablar de ello. Pero Hans ha encontrado una salida. Claro, a mí no me gusta y a ti, supongo, menos.
–¿Cuál es?– preguntó Fritz.
–El Campo de Concentración de Buchenwald no está lejos. –¿Qué quiere decir?– Fritz le miraba con espanto.
–Pues sí, la SS ofrece prisioneros para trabajar.
–Señor Balken, ¿sabe usted lo que está haciendo?
–Sí, lo sé, es como si uno vendiera su alma. ¿Pero qué le vamos a hacer? Si no lo hacemos nosotros, otros lo harán. No somos imprescindibles. Varias veces me lo han dicho ya.
Ambos callaron durante un largo tiempo.
–Además– continuaba Balken–, la responsabilidad de ello no es nuestra. Es suya, de los de la SS. Ellos pondrían aquí una sucursal. Me imagino que la gente aquí estaría mejor. Somos nosotros quienes pagamos.
–Pero no a los que trabajan. La SS presta a sus esclavos contra reembolso. Valiente porquería.
Y nosotros seremos la prueba inicial. ¿Se da usted cuenta del negocio que ha hecho su hijo?–
Fritz temblaba de ira.
–Fritz, por Dios, no digas cosas así. No hay alternativa. A ti te tienen ya puesto el ojo. Yo conozco algunos casos de gente que está detenida por menos.
El señor Balken se limpió la frente con el pañuelo.
Fritz se acordaba de su tiempo en la “Bitterfelder“ y de los prisioneros rusos. “¿Qué habrá sido de ellos?“ pensaba.
Ahora le tocaría organizar una situación parecida. De vuelta a su casa se acordaba del libro que había leido de pequeño en su casa “La cabaña del tío Tom“. Ahora se imaginaba que tendría que coger el látigo y golpear a unos esclavos.
–Soy Friedrich Peter, hijo de un viejo comunista y revolucionario de la primera hora. Me convertiré en un domador y guardián de esclavos.
Sintió asco de sí mismo.
Paró en medio de un bosque. Bajó del coche. Las ramas desnudas de los árboles eran como los brazos alzados de una masa de hombres. El viento arrancó algunas hojas. Sentía frío y le parecía escuchar una larga carcajada burlona.
–La risa del demonio– dijo para sí.
Cuando llegó a casa, ya era tarde. Kaethe estaba preocupada.
–Los señores Hitler y compañía muestran su verdadera cara, decía y dio un golpe sobre la mesa que saltaron los platos y tazas de la cena.
–Soy un cobarde como los demás– gritaba Fritz
La biografía de Fritz no se puede escribir sin mencionar las voces que la acompañan. Intervienen y anticipan los hechos reales.
Durante la noche no podía dormir tranquilo. De nuevo la aparecían las voces auténticas y documentadas:
La voz de “El Furor“:
Los problemas económicos son solucionables. Sin irrupción en la propiedad ajena, sin invasión en estados foráneos no es posible. Danzig no es nuestro objetivo. Se trata de ampliar nuestro espacio vital hacia el este para asegurar la alimentación. En todo tiempo, la espada ha abierto el camino para el arado y el poder ha abierto el camino de la economía.“
La voz de “Gebell“ ( Goebbels, irónicamente transformado por François Poncet, “Gebell“ significa “ladridos“)
Hemos tenido éxito al haber escondido nuestras verdaderas intenciones. Así como nuestros adversarios en el interior de Alemania hasta 1932 no se dieron cuenta de en qué dirección ibamos y ni de que el juramento de respetar la legalidad era solamente un truco. En 1933 un primer ministro francés debería haber dicho ( y si yo hubiera sido Primer Ministro Francés lo habría dicho):
Este hombre ( Adolf Hitler) se ha hecho Canciller del Reich. Él ha escrito <Mein Kampf>.
Este hombre no puede ser tolerado como vecino. O desaparece, o enviamos nuestras columnas de tanques.“
La voz de “Gering“ ( Hermann Göring según F. Poncet. “Gering“ es “de poco valor“ )
De los territorios ocupados sólo me interesan aquellos hombres que trabajan para la industria y la producción de alimentos. Hay que darles solamente lo suficiente para que puedan trabajar.“
Después de una noche de insomnio y de pesadillas, Fritz despertó con la certeza de que Alemania se transformaría en esclavizadora de sus vecinos y que él Friedrich Peter estaba obligado a formar parte de ello. Comprendió que para el régimen no existía diferencia entre la paz y la guerra. El gobierno del Reich se veía siempre en guerra y la paz solamente era una forma de camuflaje dominado perfectamente por los nazis.
–La guerra ha comenzado ya contra débiles e indeseables en el interior y se volteará hacia afuera, cuando la situación sea favorable y oportuna–, decía por el camino al trabajo–.El estado se ha transformado en una organización criminal.
En el trabajo sucedió lo que había temido.
El primero con que se encontró fue Hans Balken. Vestía el uniforme negro de la SS. Esta transformación no extrañó mucho a Fritz. La SA había quedado en un segundo rango desde hacía tiempo. El cuerpo de la Revolución Nacional tenía que ceder el puesto al cuerpo de la Guerra, formado para la organización totalitaria.
Al lado de Hans se encontraba doctor Veit de Bitterfeld. Él también llevaba el signo de la SS en la solapa del uniforme.
–Dos cuervos negros– se decía Fritz.
Hans Balken no le dirigió la mirada a Fritz, pero le dijo:
–¡Tú y papá sois ahora los responsables aquí. A partir de hoy tengo otras obligaciones.
–Sí– agregó el médico–, Hans ha sido promovido al grupo directivo de la SS por el Reichsführer SS, Heinrich Himmler. Su labor de pionero finalmente ha sido reconocida. Hans ha sido uno de los primeros que ha defendido la “Universidad Aria“ contra la avalancha judía. Ahora se le recompensa este esfuerzo.
Parecía que Hans crecía un poco al oír estas palabras. –¿Te ha visto ya tu hermana así?– preguntó Fritz. –No, se llevará una gran sorpresa– contestó este.
–¿Y tu padre?
Balken se había alejado de la escena y no se despidió de su hijo que marchaba a Berlín hacia nuevos horizontes.
Fritz observaba a sus nuevos trabajadores,
vestidos con trajes de algodón con rayas de color gris y blanco. Los trajes eran todavía nuevos y poco gastados, pero no servían para temperaturas de invierno. Llevaban zuecos. No se veían muy demacrados porque no habían estado todavía mucho tiempo encerrados en Buchenwald. Todos eran alemanes. Había dos categorías: los políticos y los delincuentes comunes. Se distinguían por los triángulos rojos que llevaban unos, y verdes, los otros. Todos habían sido detenidos y fueron encarcelados sin proceso judicial. No les amparó ningun derecho, ninguna ley. Ni supieron hasta cuándo duraría su encarcelamiento. La base de todo era el decreto ley de emergencia para la Protección de la Nación de Marzo de 1933. Todavía no había prisioneros de guerra, ni extranjeros, ni la masa de los judíos que formarían la mayoría de los encarcelados en los campos de concentración, en época posterior durante la guerra.
Se trataba, como Fritz había sospechado desde un principio, de una prueba, de un ensayo para experimentar cómo podría funcionar una industria de esclavos dirigida por la SS para ampliar el poder político con la fuerza de la economía. Una economía monopolizada y sumamente rentable.
Durante las primeras semanas, el trabajo de los presos se concentraba en la construcción de barracas que llegaban ya prefabricadas. De todo esto se encargó la SS. La alimentación estaba a cargo de la empresa. Al principio los hombres tomaban su nueva situación de trabajo como una mejoría en comparación con la vida en el campo de Buchenwald. Parece que lo mismo les pasaba a los soldados de la SS que los vigilaban.
Para Fritz era un consuelo tener cierta influencia sobre las condiciones de trabajo y también sobre la alimentación. El trabajo de estos hombres era bueno y satisfactorio. La obra progresaba.
Pronto les digustó este trato a los directivos de la SS en Buchenwald. Un “Sturmführer“ se presentó donde el señor Balken (Dentro del cuerpo seudo- o paramilitar de la SS no existían lor rangos militares tradicionales).
–No deben vivir aquí como reyes– decía y entregaba una lista sobre la cantidad de alimentos que correspondía a cada preso. En la lista se respetaba la organización jerárquica que la SS manipulaba con astucia. Unos presos privilegiados y bien alimentados vigilaban a los otros. Por regla general estos vigilantes ( “Kapos“) eran escogidos de entre los delincuentes comunes.
Fritz miraba la lista y decía:
–Esto no es otra cosa que una sentencia a la muerte lenta. –Por favor Fritz, no te metas en esto– le advertía el Sr. Balken.
La mentalidad de los soldados jóvenes SS era particularmente complicada. Todos ellos habían sido criados bajo los signos del nazismo, sea desde sus familias, el ambiente social o el colegio. La organización juvenil hitlerista y el RAD, el trabajo social organizado, contribuyeron a crear en ellos una conciencia de elitismo nazi. Esto era la razón, por la que se habían decidido a ingresar en este cuerpo, en el lugar del servicio militar ordinario. Sabían que esta decisión les comprometía de por vida.
Después venía un entrenamiento particularmente violento, en parte sádico y un lavado de cerebro en cursillos de ideología nazi que fueron organizados en los llamados “Ordensburgen de la SS - los castillos de la Orden bajo la Calavera“. Al final, se realizaba el acto ritual pseudoreligioso del juramento de sangre con el tatuaje ritual en el brazo y toda la parafernalia infernal del mito nazi de raza, suelo y sangre.
Con grandes aspiraciones se habían presentado a su servicio, en busca del enemigo de la raza aria.
Pero se encontraron con un servicio aburrido y deshumanizado, donde el llamado enemigo normalmente era una persona humillada, indefensa y reducida en sus capacidades como persona.
¿Qué hacer? Se volvieron cínicos, despiadados, frecuentemente nihilistas borrachos. La Orden bajo la Calavera habitaba en una especie de la antesala del infierno de Dante. En el curso de la guerra el cuerpo de la SS se extendió a todas las nacionalidades europeas, una legión racista,>aria<, del terror.
Las personas que estaban bajo su vigilancia no eran tratadas como seres humanos. La visión racista del mundo que tenían, les impedía cualquier aproximación hacia ellos. Los sufrimientos de los presos les dejaban completamente fríos e indiferentes. Las personas civiles de la obra, el director, los ingenieros y el técnico no les interesaban. Sin embargo, los miraban con recelo y desconfianza.
A los presos les estaba prohibido hablar durante el trabajo entre ellos y con personas civiles. Cualquier infracción en este sentido fue castigada con el traslado inmediato al campo de Buchenwald.
Todos los soldados SS gozaban del inmenso poder autoritario que les daba el cargo que ocupaban, y sobre todo, el temor que infundían sus uniformes ante el público general.
El lugar del trabajo se había transformado ahora en un sitio donde se escondían numerosos peligros. Era un lugar de altísima tensión psicológica entre vigilantes, vigilados, colaboradores civiles y directivos.
Sólo era cuestión de tiempo esperar que sucediera el primer incidente grave.
La SS cambiaba el personal con frecuencia, tanto a los presos como a los vigilantes; y después de la ocupación de toda la República checoeslovaca, aparecían los primeros extranjeros.
Desde entonces ya no faltaba el suministro de nuevas víctimas.
–Fritz, Fritz.
Uno de los presos se había acercado a Fritz y con voz muy baja se dirigió a él:
–¿No te acuerdas de mí? Soy de Mühlbeck, Franz Blei.Fui con ustedes a Beesenstedt, pero me volví antes.¿Te acuerdas?
Fritz se quedó de piedra. No lo había reconocido. Pero, al oir el nombre, se acordaba del hombre cuando eran muchachos.
–Yo conozco a tu padre. Nadie sabe que yo estoy aquí.
Fritz miraba a su alrededor y vio que estaban solos. Miró al hombre que llevaba el triángulo rojo con una cinta encima pegada:
---–político -- reincitente– --, dijo Fritz.
–Sí– contestó–, me detuvieron dos veces, -- ya estuve en Sachsenhausen, ahora aquí.
¡Hazme un favor!– pidió–, avisa a mi gente que estén tranquilos, diles que estoy bien. Hazlo a través de tu padre. Él se encargará de ello.
El preso hacía unos pasos para mirar si alguien los estaba observando: –Dime también cómo están ellos, mi madre ---
Fueron interrumpidos. No se sabe cómo pudo suceder:
Un soldado SS se presentó en el escenario. Era un hombre joven que había llegado aquel día por primera vez.
Se dirijió al preso: –¿Número?
El preso dijo la cifra.
–¡Muestra el brazo!
Allí estaba grabada esta cifra.
–¡A la comandancia esta tarde!
A Fritz no lo miraba. Pero éste, sí miraba al joven SS con rabia:
Ocurrió lo que estaba por temer y debido a las circunstancias también era inevitable. Fritz se enfrentó a este soldado. Pronto acudió otro más y había suficiente motivo para presentar una denuncia a la GeStaPo. No faltaron los insultos:
–¡Buitres negros, valientes sólo con la gorra puesta!
Y las amenazas: Fritz tenía una pala en la mano y la levantaba. Los soldados bajaron los fusiles del hombro.
Quiso la suerte que pasara el señor Balken e interviniera: –¡Dios mío, Fritz, esto ya es lo último!
Fritz sabía que este incidente debía de tener consecuencias para él y también para la empresa.
Durante los días siguientes, todo seguía por su camino normal: el preso Franz Blei no apareció más, ni tampoco los soldados de la SS que estaban envueltos en el conflicto. Fritz no hablaba más del incidente y el Sr Balken tampoco.
En sus conversaciones con Kaethe, Fritz mostraba el pesimismo y la desesperación que sentía:
–No puedo aguantar más esto. El lugar del trabajo se me ha transformado poco a poco en una cárcel. No estoy detenido todavía, pero me siento preso y encárcelado también. Además, siento que voy a ser un peligro para ustedes.
–No digas tonterías– contestó Kaethe–, aguanta un poco como todo el mundo. Ya vendrán tiempos mejores. En última instancia, mi hermano no es tan mala persona y nos sacará de un apuro.
–Esto es lo peor para mí– contestó Fritz.
La noticia que de nuevo cambiaría su vida, la había escuchado en la madrugada:
“Columnas de tanques avanzan en un amplio frente sobre el territorio de Polonia.“
–Ya está– dijo Fritz, ya están cumpliendo lo que desde que llegaron al poder habían planificado:
van a prender fuego al mundo y aquí aparecerán pronto los esclavos nuevos, los prisioneros de guerra polacos.
Fritz pensaba en ese país que no conocía y en su madre. ¿Qué sentirá Eva en este momento?
A la salida de la oficina tomó una decisión:
–Me presentaré en la oficina de reclutamiento. Seré soldado como millones de alemanes más y salgo de aquí, de esta trampa sin salida.
Cuando se presentó en la oficina de reclutamiento en Halle, le dijeron que tomaban nota y que le avisarían. Con casi cuarenta años había pasado ya la edad reglamentaria de reclutamiento. Pero esto no importaba, decían, hasta de los campos de concentración se habían presentado solicitudes para ingresar a la Wehrmacht, el ejército regular. Pero había que ser cuidadoso con eso. Muchos querían escapar a los problemas que tenían con las autoridades del gobierno nacionalsocialista.
–Nosotros nos mantenemos en nuestras tradiciones–, dijo el sargento. –Somos prusianos y no nos interesan los credos de la gente. Aquí hay de todo.–
Con un gesto indicó hacia un retrato de la oficina que representaba Federico II de Prusia.
Fritz permanecía callado.
–Además– decía el sargento–, usted es un especialista en su materia y su caso será tratado con preferencia.
Cuando se enteró Kaethe de todo esto, le dio un ataque de llanto y de desesperación.
Pero después de unos días de jaqueca, finalmente se calmó. Quizá la causa fuera el hecho de que Fritz le proponía casarse y así se lo pidió a su jefe y futuro suegro.
En vísperas de la boda Fritz recibió dos cartas certificadas:
–Una es de la oficina del reclutamiento en Halle y la otra de la comisaría de la Kriminalpolizei, de la policía ordinaria– decía Fritz–. Unos me quieren hacer soldado y los otros quieren meterme en la cárcel.
Efectivamente, alguien había movido hilos, para evitar que el caso del conflicto con los SS acabara donde la GeStaPo. La policía ordinaria tomaría el asunto como una infracción de orden público. Así le explicó un abogado. La GeStaPo no lo habría citado, se lo habrían llevado enseguida.
Raro fue la coincidencia con el caso de su padre: aquel se escapó a los gendarmes porque se marchó a la guerra de 1914.
–La vida es un columpio– dijo Fritz y se presentó a la oficina de reclutamiento y no a la policía La policía ordinaria no podía arrestar a ningún soldado.
Así vemos, al fin, Fritz y Kaethe beber su copa de vino espumoso del Rín.
Champán no había. El ejército alemán no había destapado todavía las cuevas de Francia.
Fritz vestía el uniforme de los pioneros. Su destino le llevaba de nuevo a excavar la tierra. Todavía no sabía que esto sucedería lejos, en Rusia. Poca gente asistían a la boda. Hans se había quedado en Berlín. Estaban los padres de Fritz endomingados, solemnes, como en una postal.
–La historia no ha terminado– dijo el viejo.
Fritz brindó especialmente con su madre y lugo tiró su copa por la ventana y Eva hacía lo mismo, costumbre entre polacos. Sonrieron:
–¡Na Zdrowie!–
Continuará FMPeter
Agosto de 2002!

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