jueves, 16 de enero de 2020

VIVIR dos veces



“Willkürlich leben kann jeder, so lautet ein bekanntes Wort; 
richtiger ist, dass willkürlich niemand leben kann.”
 (Ernst Jünger. Afrikanische Spiele, frz. Jeux Africains, Hamburg 1936, p. 224)

Yo escribiría esta frase deJüngertanto en la primera como en la última página de mi vida:
“Una frase conocida dice que todo el mundo puede vivir ‘arbitrariamente’. Más correcto es admitir que nadie puede vivir así.”

¡Qué extraño es eso, como la fantasía igual a una fiebre cuando se apodera de nuestra vida y se apodera de ella con un profundo ardor! 
Al final ya solamente parece real lo que es imaginado y lo diario se transforma en un sueño en donde nos movemos de mala gana como sucedería a un actor de teatro cuando confunde los escenarios. Entonces la conciencia trata de encontrar una salida, una solución. 


Yo ahora me pregunto:
  ¿Qué salidas había aquí, en América, cuando yo comencé a despertar en aquella lejana aldea?

… Alguien conmigo en brazos cae desde una escalera de madera. Aterrizamos en un suelo enlozado, negro y blanco. Me levanto y empiezo a andar. Primeros pasos, nada de llanto, pasos a la vida desde una caída.
…Escucho los gritos, matan un cerdo para transformarlo en chorizos, en morcillas y tocinetas. Se bate la sangre en un cubo, que no se coagule, porque la comeremos. Aspiro el olor. ¿Siento el dolor? No lo se. Se repetiría todos los años, el mismo ritual, pobre animal. 
Y voy al colegio, no tengo pantalón largo, las rodillas heladas y en la mochila la tabla de pizarrín. Sobre ella escribo, letras, números. Ya sé leer. Suena la alarma, bajamos al sótano, las bombas caen sobre Frankfurt. No siento miedo sino curiosidad: ¿Qué pasaría si una bomba cayera sobre el colegio? Moriremos, y ¿qué? Seríamos libres. 
Y lo fuimos: un año sin clases, sin el anciano maestro, nazi de profesión. Desapareció cuando llegó su turno, los americanos lo mataron. No sentí nada.
A la llegada de un reemplazo las clases se reiniciarían; tres compañeros murieron por una mina de aquellas que solíamos desarmar. Explotó y los mató.
La nueva maestra, de la lejana Silesia-Polonia- vino a casa y dijo a mi madre: “Manden a ese niño al Gymnasium de Friedberg” Y así sucedió.

…Y yo comencé a soñar y a correr hacia el tren.
“¡vite, vite, Bub!”– grita mi abuela Philomena – “die barrière”.( Era la jerga practicada por nosotros. Con su grito me decía: ¡Corre mi niño, ya está cerrada la barrera, el tren llega ya! Ese tren compuesto de viejos vagones tirados por una exhausta máquina de vapor no esperaba, pero yo lo pillé siempre. Todos los días durante nueve años, seis días de la semana. Corrí y corrí, corre que te pillo. La abuela se quedó atrás, “müde, matt, malade”decía a veces, ella que lentamente se iba muriendo… poco a poco más delgada, más pequeña; muerta cabría en un ataúd para niños. Un cáncer se la llevó, Philomena sangraba de la nariz, a veces caía sobre la labor que hacía…así me acompañaría en sueños. El último, hace dos noches: ¿Cómo estás? Me preguntó y “vite, vite”decía en el sueño. Y yo corría para no perder el tren.
¿De qué me alejaba? ¿De qué me escaparía? Nada preciso, cosas de la fantasía.
“Freue dich, Jerusalem!”tuve que clamar en voz alta en el rol que me asignadara la maestra para comenzar ‘das Krippenspiel’un teatro navideño escolar. Pero a mí no me preocupaba Jerusalén, soñaba con un sitio mucho más lejos: leí y leía todo lo que podía pillar sobre aquel lejano continente sin nombre, cubierto de extrañas fauna y flora, invadido siempre de sol y brisas. Y de regreso en el tren, veía palmeras donde apenas crecían ramas secas cubiertas de frío y nevados sobre los campos estériles del invierno alemán. “Os pillaré” decía y cerraba los ojos para no ver lo que me aburría.

 Muchos años más tarde un tren nos llevaría camino de Colonia, Aquisgrán y Bruselas para subir a un barco en Amberes en Flandes y navegar a Barranquilla (Colombia).
¿Era ese el paraíso soñado por mí durante las fantasías infantiles? Íbamos toda la familia y yo para llegar donde en ese momento no nos esperaba nadie. Y te vi América, era de noche, desperté a los niños: “Estas luces lejanas, esto es América”. En realidad, apenas era la isla de Bonaire, aun no habíamos llegado.
Pero la fantasía se había adelantado, la fantasía ya estaba allí. Yo había dejado atrás la precariedad y la triste soledad de mi infancia. Y ahora definitivamente me había quitado aquella ropa prestada de un familiar  quien la trajo desde los EEUU donde fue prisionero de guerra como soldado alemán.
PW – Prisoner of War –mantuvo la chaqueta -principal atavío de estas prendas heredada- con tinte fuerte, indeleble. La abuela había tratado de borrar todo lo que pudo. Pero a mí, de joven adulto en el colegio, todo el mundo me conocía por el PWque llevaba encima de mi espalda. El prisionero americano más joven fui yo cuando los sueños comenzaron a liberarme.

                   


Me había liberado de esa loza funesta hecha de barro, de frío, de soledad y de dolor ajeno. Había dejado atrás este, mi ojo derecho accidentado en labores domésticas de niño trabajador. Y había corrido y corrido, este cuerpo fue el de un buen atleta…este mismo que ahora se cae ante un soplo de viento.

Algo, sin embargo, conseguí:
El escritor Jünger dice que no, que no es posible cambiar lo real por lo imaginado.
Tal vez eso sea cierto. Pero para mí lo fantástico y lo real se han fundido. Son una y son la misma cosa. La vida me ha coronado de laureles y debo dar las gracias a muchas personas y ellas todas son mi sueño, mi dolor y mi felicidad.
Porque en América me encontré a mi mismo.

Yo, friedrichmanfred enero 2020
       Edición anavictoria

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