Escribe Albert Camus en el ensayo DÉFENCE DE L´INTELLIGENCE (15 de marzo de 1945) que no existe la libertad sin la inteligencia. Y cita una frase atribuida a Hermann Göring, el mandatario nazi más cercano a Hitler: “Cuando me hablan de inteligencia, yo saco mi revolver.”
Pero… ¿a quién dispararía?, ¿a la palabra?... ¿a quien le molesta?, ¿a si mismo?... Göring acabaría tomándose la píldora de veneno antes de que lo ejecutaran en la horca, como había sentenciado el tribunal de Nürnberg.
Durante estos meses de ‘libération’ (1944/45) toda Francia se hundió en un mar de violencia. Odio, revancha, linchamientos invadieron el país que tardaba en recuperar la sensatez que impondría la ‘inteligencia’. Porque cuando ella, la inteligencia, se extingue, comienza la noche de la dictadura, dice Camus. Odio contra odio no libera a nadie.
¿Y el amor contra el odio? La divina virtud cristiana reposaba en la profundidad de las conciencias apagadas durante esa era que merece ser caracterizada solamente por el odio y la violencia; además de caracterizarse una novedosa forma de cubrir y disculpar el mal a través del mecanismo de la obediencia. “Obedientes fuimos”, dijeron los acusados de los crímenes monstruosos en el Este de Europa y en la propia Alemania.
¿Existe una ‘inocencia’ culpable? ¿Fueron cometidos los crímenes más atroces por simples ‘cumplidores’ de un deber impuesto sobre sus voluntades anónimas? Es lo que pretendían hacer creer todos los que imploraron ser considerados hombres ‘normales’. Nunca odiaron a sus víctimas -así lo afirmaron-. Naturalmente no se pudo castigar a setenta millones de alemanes por cumplir, colaborar, consentir o simplemente mirar para otro lado. Millones de franceses también habían colaborado o consentido y sólo unos miles tuvieron que pagar por ello.
Cerca de cuatrocientos años antes de esos gravosos hechos, el humanista Erasmo de Rotterdam había descrito con sabia ironía lo que parece ser ley vital de todos los tiempos:
Los estúpidos, tontos y su estulticia nunca se acabarán: “El elogio de la estulticia” (laus stultitiae) de Erasmo les otorga carácter benevolente. Es perdonada la mala acción cuando es fruto de ignorancia y de estupidez.
Sin embargo, Albert Camus vincula la inteligencia con libertad. Libres no son ni el estúpido ni el convencido cristiano obligado a amar a su enemigo. Para convivir entre los opositores y los resentimientos de unos contra otros registramos la buena voluntad; sólo esa es la que vale. Benevolentes han de ser los que entre ellos no se entienden y tienen múltiples causas de reprocharse. (Vea el escenario actual de Colombia)
Eso no es nada fácil en los momentos de ira y de odio revanchista. Acercar conceptos, negociar intereses solo es posible por medio de la inteligencia.
Amar al enemigo es bonito; me imagino una escena de abrazos y de sintonía mutua. “Pumm” suenan los corchos del champán cuando vuelan. Se rompe la ley seca.
Y se callan las metralletas.
La última escena del drama de Shakespeare “Hamlet” manifiesta una salida que hallo de acuerdo a lo que Camus propone:
Fortimbrás:
Cuatro de mis capitanes lleven al túmulo el cuerpo de Hamlet con las insignias correspondientes a un guerrero. ¡Ah! Si él hubiese ocupado el trono, sin duda hubiera sido un excelente Monarca... Resuene la música militar por donde pase la pompa fúnebre, y hágansele todos los honores de la guerra... Quitad, quitad de ahí esos cadáveres. Espectáculo tan sangriento, más es propio de un campo de batalla que de este sitio... Y vosotros, haced que salude con descargas todo el ejército.
¡Olviden lo que aquí ha pasado! Es ley de vida enterrar los cadáveres.
friedrichmanfred y anavictoria enero 2020
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