Un fantasma recorre nuestro mundo actual, sus gritos retumban en mis oídos, las multitudes lo siguen. ¿Detrás de qué van? – De una ficción, de un deseo fundamental, detrás de un nada concreto, de una ilusión. ¿ O es algo más que eso, más que un fantasma? ¿Un juego de Parqué? ¿Un rifirrafe entre el poder y los intereses?
Se trata del fantasma llamado La Nación. Pero… ¿Qué Nación?
Desde Platón y Aristóteles, hace miles de años se reconoce y se describe el ‘fenómeno’ social; como animal social el hombre requiere de la vida en sociedad para sobrevivir; es decir es un ‘zoon politicón’. Todos requerimos la convivencia, precisamos de los vecinos y de su conversación. Más aún necesitamos de paisajes, climas, historias en común, buscamos ‘patria’. Es el destino, simple y complicado como todo lo que es humano: nos unimos y nos separamos formando etnias, culturas, razas – amando a unos y odiando a otros, tal nos ordena el instinto que nos habita. “Así somos” y lo confirman con resignación pensadores famosos: desde Vico, Herder, Saint-Simon, Hegel y Marx.
Y ha sido Saint- Simon (el único) que ha definido tal como algo más que un destino práctico, material, histórico: su función es esotérica, tal vez rozando carácter de religión: A partir de cierto nivel organizativo de la sociedad brota la ‘Nación’. Numerosos son los soberanos cuyo soberanía constituye el origen de ‘la Nación’.
Sucedió primero en Europa Occidental Medieval al formarse como naciones España, Francia e Inglaterra. Y siglos más tarde verían la luz Italia, Alemania y otras más allá en el Este de Europa. En un principio careció de teorización; ella sólo llegaría con la Revolución Francesa y la independencia de EEUU.
(Ni en la filosófica Grecia, ni en el Impero Romano se conoció, sólo brotaron signos precoces de esa formación política y social.)
Pero en fin, de la fusión de progreso industrial más organización estatal surgió ‘La Nación’ mostrando su monstruosa cabeza hambrienta deseosa de tragarse las vidas de millones de seres. Toda vez que en la ‘Nación’ hay que creer y a ella hay que someterse y obedecer. Por ella – si fuere preciso- ¡hay que morir! Porque ella se hizo ‘la patrie’ con banderas flotantes y toda la parafernalia de una liturgia secularizada. Para ella, para la ‘Nación’ moderna se llenaron de muerte los innumerables campos de batalla. Con ella nacieron el orgullo nacional y el juramento de obediencia y con ellos la disposición voluntaria del sacrificio de millones de vidas. ‘La Nación’ en su sinfonía de himno y bandera es otra religión y es la más caníbal que jamás existió. Seguramente ninguno de los pensadores de siglos pasados y antes citados, llegó a conocer la dimensión de desgracia que aportó a la humanidad. Pero 80 años después de dos Guerras inspiradas en el ideario de ‘la Nación’ los nacionalistas adeptos están afilando las armas: Gritos que parecen rezos, agresiones físicas. ¿Son inmortales? ¿Cuántas veces más se repite lo mismo?
Me pregunto:¿Puede ser el cosmopolitismo una respuesta adecuada? ¿Qué pasaría si renunciáramos –personas como yo– a estos himnos y banderas, a todo ese falso teatro que nos hunde? Devolver la documentación ‘nacional’. Nada de eso sirvió ni servirá para nada. Eso pienso.
Soy consciente de vivir en contra de este ‘espíritu del tiempo’ renovado, actualizado.
Y no estoy solo.
friedrichmanfred diciembre 2019
edición anavctoria
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