El historiador Arnold Ludwig Heeren escribió en el año 1816:
“La Confederación Alemana (Der Deutsche Bund con 38 estados miembros) es el centro del sistema estatal europeo. De forma directa o indirecta roza con los principales estados europeos en el este y oeste. Y no podrá ocurrir nada que a los alemanes sea indiferente. Pero a sus vecinos tampoco podrá serles indiferente cómo esté constituido ese Estado central en Europa.
Y si este Estado fuese constituido como una gran monarquía y dispusiera de todos los recursos materiales que Alemania posee, entonces ¿qué seguridad podrían tener ellos?
Porque entonces, ¿resistiría ese Estado a la tentación de ganarse la hegemonía sobre Europa? Una monarquía absoluta en el centro de Europa significaría la tumba de la libertad de los demás.”
El sueño de la revolución democrática de 1848 en Alemania había sido precisamente ese: una nación alemana de “cuatro mares”. Un hecho así, las demás naciones europeas nunca lo hubieran tolerado. Esa es la convicción de la mayoría de los historiadores europeos. Una Alemania grande sería una amenaza para los demás; aunque no hiciera nada especial le correspondería automáticamente predominio sobre las naciones vecinas.
Lo cierto era en la realidad alemana que a partir de la Guerra de los Treinta Años las divisiones internas, las numerosas fronteras entre grandes y pequeños parcelas políticas habían creado una neutralidad que convenía mucho a los vecinos: “¡Mientras más Alemanias haya, mejor!”.
Pero justo en esa coyuntura surgió Prusia y la Puerta de Brandemburgo se hizo rival del Arco de Triunfo de Paris. Toda Europa se transformaría bajo el signo alemán a partir del siglo 19.
Viéndo las cosas desde esa perspectiva histórica, Alemania misma es el problema de los demás, sin necesidad de que en primer lugar se avoque el análisis de los cambiantes regímenes políticos.
Stalin vencedor declaró en Potsdam en 1946, de forma casi que clarividente, esto:
“Los Hitler van y vienen, los alemanes se quedan.”
Había que estar prevenidos contra ellos. Y así se hizo, se dividió el país, se redujo notablemente el territorio alemán, se construyeron pactos con el fin de “quedar nosotros arriba y ellos abajo” afirmó Churchill, otro de los vencedores.
¿Qué vigencia tiene recordar todo esto actualmente, en el año 2019?
Lo “políticamente correcto” sería decir: Ninguna importancia tiene eso, es solo historia. Se ha fundado La Unión Europea, todos los miembros comparten un destino igual; todos los miembros poseen los mismos derechos y el mismo poder. Alemania es uno más entre otros. Sin embargo, estamos presenciando una ‘renacionalización’ en la política de las naciones europeas. ¿Adónde conducirá eso?
Desde lo alto de la cúpula del Reichstag mi mirada gira sobre un mar de edificios, lejos se distingue la cúpula reconstruida del Palacio Real Prusiano; se marca el verdor de los árboles de la Avenida de los Tilos y la Puerta de Brandemburgo.
Por la mañana pasé frente a la estatua ecuestre de Federico II y me quité el sombrero. No hay duda este es un paisaje concentrado de poder histórico y real.
Y me viene a la mente la frase de Hamlet: “Ser o no Ser”, porque encuentro que esa era aquí la cuestión. El ritmo de los sucesos dramáticos y trágicos parece flotar en el aire otoñal y las banderas crujen con el viento.
¿Adónde vas, patria mía?
friedrichmanfred diciembre 2019
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