“Suprimir el luto no se debe a la frivolidad de dolientes, se trata de un mandato de la sociedad moderna por cuanto ella reniega del hecho de compartir las emociones por parte de las personas dolientes por la pérdida de un ser querido; en el fondo el punto es negar la presencia misma de la Muerte. Todavía se la acepta como realidad porque hay que morir. Pero ya emergió del escondite donde reposaba la idea de que hay que esconder al gravemente enfermo la real cercanía de su muerte; ocultarlo también ante los demás, temiendo el aborrecimiento que eso pudiera provocar. Es ese el signo característico de nuestra cultura. Las lágrimas del llanto se consideran excreciones, producidos por la enfermedad y tan repugnantes como esa.La Muerte ha sido desnaturalizada, expatriada.”
(Phillippe Ariès, Geschichte des Todes - Historia de la Muerte – dtv 4407, p. 742)
Phillippe Ariés analiza los cambios en la cultura de la Muerte desde la Edad Media hasta los tiempos actuales. Su extensa obra traducida a varios idiomas aclara que no existe normalidad o naturalidad en este encuentro entre vida y muerte. Nacer y morir, como misterios de la existencia son sometidos a interpretaciones históricas, propias de las culturas reinantes.
A nuestra actualidad, dominada por principios de progreso, optimismo, diversión y placer, le resultan abominables esas costumbres pasadas, por ejemplo la exhibición del cadáver pudriéndose o de su esqueleto; la posterior sepultura en la misma iglesia. Todo impregnado de malos olores, gritos y gestos exaltados.
La historia europea conoce tanto de la omnipresencia de la Muerte como signo de la transición hacia una vida indolora y eterna, como de la negación de la Muerte por ser antítesis de la felicidad individual; por ello la proyección medicinal científica, la misma hoy en todos los continentes: La Muerte como un fracaso de la medicina… así la mira la mayoría de la gente común y corriente.
Mi propia experiencia tan cercana a la muerte, ha sido completamente distinta de todo que hasta ahora conocí, leí o de lo que me han sugerido la educación y las costumbres. Solamente puedo dar un breve repaso de lo que me pasó durante la larga inconciencia en el lecho de moribundo y de lo que vi pasar que permanecen como “implantes” imborrables en mente y alma, distintos a sueños o pesadillas. No sé si esta experiencia puede tener importancia para otra persona; para mí sí la tiene porque me aleja aún más de los tópicos de esta sociedad en la que vivo y que cada vez me interesan menos. Recuerdo una frase atribuida al filósofo Wittgenstein: “El temor a la muerte es indicador de una vida falsa, errónea.”
friedrichmanfred diciembre 2019
edición anavictoria
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