“Cuando uno se pasea de noche por una calle bajo la clara luz de la luna, y de lejos se ve venir a un hombre corriendo en dirección contraria (la calle está un poco inclinada), no le detenemos, aunque esté mal vestido y se le vea débil. Le dejaríamos seguir corriendo, aunque tras él venga otro corriendo y dando gritos.
Porque es de noche y nosotros nada podemos hacer ya que la calle esté inclinada e iluminada por la luz de la luna llena.
Tal vez, estos dos habrán iniciado esa carrera para divertirse; tal vez estos dos están corriendo tras otro, un tercer hombre; tal vez, el primero es inocente y perseguido; tal vez, el segundo quiera asesinar al primero y nosotros seríamos los facilitadores de un asesinato; tal vez, ninguno de los dos sepa nada del otro y cada uno está corriendo para llegar a su cama; tal vez, los dos son lunáticos; tal vez, el primero esté armado.
En fin, ¿No está permitido sentirse cansado para pensar? ¿acaso se hubiera bebido mucho vino? ¡Qué alegría porque al segundo ya ni lo vemos!”
(Franz Kafka, Die Vorüberlaufenden)
Vivimos en esa calle ‘kafquiana’: se han disuelto los lazos de la amistad y, casi que por igual, los de la enemistad. La sociedad bajo la luz de luna llena ha disuelto la conexión entre uno y otro individuo. Cada uno está solo; con desconfianza y sospechando observa a los demás: ¿Quiénes son estos? ¿Qué pretenden hacer?
De nada nos podemos fiar, todo es dudoso o falso, nuestros principios de ‘solidaridad’ resultan caducos.
¿Qué debemos hacer? Kafka menciona las excusas corrientes: ‘sentirse cansado’, ‘haber bebido vino’. El mal está enraizado en cada mente, el conjunto social en declive. Queda el último recurso: La cama y a dormir.
Kafka pone el dedo en la llaga abierta que nos martiriza: andar en pos del ‘paraíso perdido’ es inútil y por eso hay que abandonar la búsqueda. Una consciencia así sentida anticipa la muerte que invade toda la sociedad.
Como mirando el mundo a través de la lupa, así diseña el autor lo que a ‘Uno y Otros’ les está sucediendo. La calle, símbolo de la convivencia se ha transformado en un lugar infectado de peligros.
La ‘Ágora’ democrática ya no es posible. Cada vez más, el coronavirus impondrá su ley creando nuevas reglas; todas brotando de un subconsciente inseguro, temeroso, aislado e infeliz.
friedrichmanfred y anavictoria junio 2020
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