El obispo de Limburg (Alemania) opina que la iglesia católica se encuentra frente a la crisis mayor de su historia. (Así lo manifestó en la reciente homilía del día de la Pascua de Pentecostés.)
Tal declaración constituye un gesto más que significante.
Un ‘terremoto’ sacude la Iglesia de Roma: ¿tendría semejante hecho algo que ver con el principio básico de la existencia de la antiquísima comunidad de Pedro?
“Mi reino no es de este mundo”
Y si así es… ¿cómo ganar seguidores cuando no queda claro cuál es el camino a seguir por la comunidad católica?
La duda ha entrado en el corazón mismo de la misión cristiana. Y eso abre las vías de miles de sectas modernas que lo ignoran todo y se limitan a prometer una seguridad total, infalible.
¿’Aleluyaaa’– todo lo resuelve?
‘Ser o no Ser’ es aquí la cuestión. Esa, la gran duda de Hamlet mueve el mundo con fuerza en la era del coronavirus: ¿Hacia dónde girará esta crisis?
Bien, pero debido a esta experiencia nueva para el pensamiento posmoderno, la Iglesia Católica ha llegado al punto desde el cuál las grandes filosofías de la historia han creado sus mensajes. Con la duda comienza todo.
La duda es la fuerza de la vida.
“Et ne nos inducas in tentationem,
sed libera nos a malo.Amen
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amen”
He ahí expresado el principio de la duda.
Se abre ante mí una nueva duda paralela, conexa, relacionada con el tema del lenguaje y sus momentos: entiendo bien que no coinciden las ideas expresadas en estas dos variantes del Padrenuestro.
En latín se atribuye al mismo Dios la autoría de la ‘tentación’. ¿Quiere Dios poner a prueba la fe del creyente? ¿Entonces, es Dios también el origen del mal?
Por su parte, en español (versión actualizada) Dios es rogado de socorrer al hombre para que este ‘no caiga en la tentación’. ¿Dónde está el origen de esa ‘tentación’?
No está claro: ¿Quién es Dios? ¿Qué hace Dios? ¿Qué hace el hombre?
Por otra parte, mis maestros en el arte de vivir y pensar vienen a mi memoria para relacionarme con una nueva manifestación de mis dudas: en el drama ‘Der Faust’, Johann Wolfgang Goetheatribuye a ‘Mefistófeles’, el Diablo, la misión de tentar al hombre con permiso de ‘El Señor’.
Todo pareciera entonces un juego, una apuesta entre fuerzas mayores.
¿Quién ganará?
El final del drama no formula una respuesta clara: El Fausto muere, ¿Se habrá salvado su alma?
Y el diablo afirma:
“Aquí no pasó nada, todo es como si nunca hubiese existido.”
Un coro de ángeles refuerza:
“Al que siempre se ha esforzado, lo podemos salvar.”
Finalmente recuerdo el acto de redención diseñado por Lutero: La Gracia Divina es la que se impone por encima del teatro del mundo.
¿Se había esforzado el Fausto para merecerla? El drama muestra más bien todo lo contrario. El egoísmo es la marca principal de Fausto, el hombre. Numerosos delitos durante su búsqueda ilustran ese mal hacer. El Fausto no merece ser ‘salvado’. No nos parece justo. Sin embargo, se salvará.
En conclusión, sabemos poco: ¿Quién es y cómo es Dios? Y… ¿quién es y cómo es el Hombre?
¿Dónde está el origen del mal? Nada queda claro.
La misa católica puede rezar las dos versiones del Padrenuestro, en latín o en español. ¿Una contradicción?
Y encima aterriza el Coronavirus en plena actualidad; ¿Parte de ahí la crisis actual del mundo católico que tanto preocupa al obispo de Limburg en su homilía de Pentecostés?
“Veni Sancte Spiritus
Et emite caelitus
Lucis tuae radium.”
friedrichmanfred y anavictoria junio 2020
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