El escritor suizo/alemán Max Frisch (Zúrich 1911 – 1991) cuenta la parábola de los Pirómanos:
“Un día cualquiera, en la mañana se presenta un desconocido. Y tú no puedes hacer otra cosa que darle un plato de sopa y un pedazo de pan. El hombre dijo haber sufrido actos de injusticia que algún día tendrían que ser vengados. Sin saber mucho, le das la razón, te callas, después lo confirmas con tus palabras. Tu quieres que te dejen en paz, quieres que te tomen por un hombre bueno, bien educado. Y por eso le ofreces también una cama para dormir porque él ha perdido la suya. Pero el hombre no quiere cama alguna: ‘El desván sería suficiente’.
Y tú le acompañas, le muestras como subir, como prender la luz.
Y de nuevo tú en tu vivienda, leyendo la prensa piensas: ‘No pueden ser todos unos pirómanos’. Hay que tener confianza, no se debe pensar en lo peor. Esa noche no dormirás bien. Pero te tomas una pastilla de dormir y en la mañana siguiente todo parecía igual.”(Max Frisch, Tagebuch 1946 -1949)
Continúa así su vida cotidiana y la presencia del intruso se hace constante y permanente hasta que un día aparece un segundo visitante.
A éste nunca le hubiera prestado el desván para dormir porque no se fiaba de él puesto que el hombre había estado en la cárcel por piromanía.
Sus amigos se manifestaron muy extrañados. Preguntan: ‘¿Qué hacen estos dos individuos en tu desván?’ Nuestro hombre no encontró respuesta. En realidad, ya había comenzado a inquietarse porque desde su desván salía un fuerte olor de gasolina. Preguntó, qué era eso y porqué almacenaban gasolina en su casa. Contestaron tener un proyecto que cumplir y eso le bastaba. El hombre decidió invitarlos a cenar para aclarar el problema, tal vez despedirlos Ellos acudieron a la cita, bebieron vino y al final le pidieron cerillas. El no entendió para que lo querían. Pero se los dio.
Pensó que si fueran pirómanos auténticos vendrían mejor preparados.
“Y en la mañana siguiente, ya lo ves, te encuentras carbonizado, y no podrás extrañarte de esa extraña historia.”
Resulta interesante aplicar esta parábola a la situación que vivimos en la actualidad en varios países de Europa y América. Muchas manifestaciones terminan como actos incendiarios, de piromanía. La causa justa se convierte de un momento a otro en un pretexto más para sembrar el caos y la violencia.
Se descarta a los pacíficos -a las personas de bien- sean blancos o negros. Estos, sin quererlo, alimentan la subcultura de violencia callejera. Sembrar el caos resulta incluso ser considerado útil y necesario.
Desde Mineápolis a Londres y a Paris se extiende un manto de fuegos instalados por una piromanía enraizada en la sociedad multiétnica.
¿Y qué debemos hacer nosotros, personas con camas libres y con desvanes vacíos?
¿Cuál es nuestra función?
Terminar carbonizados, tal vez.
friedrichmanfred junio 2020
ed. anavictoria
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