martes, 1 de julio de 2008

El Mito de Prusia (4): “Der Junker“

La imagen del aristócrata prusiano ha sido difundida por el mundo a través  de la caricatura que el inolvidable actor Erich von Stroheim  imprimía en numerosas películas de Hollywood.
Al público ameriacano le encantaba ver a un estúpido militarote alemán, delgado y tieso como un garrote metido en su uniforme demasiado estrecho y escupiendo frases recortadas como un autómata telegrafista. Con el monóculo puesto que le obligaba a mantener una mueca de imbécil que sólo alteraba cuando las curvas de una bella señorita le provocaban hacer alarde de machismo y el monóculo se le caía. Una figura grotesca de la misma familia que el gato Fritz, “Fritz the cat“,  y ambos sólo con su acento marcado de teutones eran capaces de provocar las risas del público inglés. Con el Junker se logró definir un arquetipo antiheroíco que contrasta notablemente con el generoso y divertido H. Bogart quien luce superioridad moral e intelictual en la película  Casablanca.

Y eso no era muy difícil, porque el  comportamiento torpe del enemigo prusiano casi le autoelimina dejando el campo al macho de verdad con la sonrisa de soberbia en los labios con el cigarrillo puesto. Cigarrillo contra monóculo... no cabe duda cuál de los dos objetos gana la victoria.
La imagen contraria del “Junker“ realmente es la del  Señor von Ribbeck, señor del palacete y de la comarca de Ribbeck en la región del Havelland, cerca de Berlín. Theodor Fontane, autor de una obra muy extensa literaria -caracterizada por su realismo- ha dejado grabado este personaje en la memoria colectiva a través de la balada que lleva el mismo nombre: “Der Herr von Ribbeck auf Ribbeck“. ¿Qué hace este señor, este Junker prusiano, para ser tan memorable?
Pues en el parque de su palacete, (en “el jardín de mi casa“ solían decir estos nobles) crecía un hermoso peral que daba sus frutos jugosos todos los años cuando llegaba el dorado otoño.  Entonces, al señor von Ribbeck le gustaba llamar en el dialecto de la comarca a los niños y niñas cuando estos pasaban para regalarles peras. Así quedó la cosa durante muchos años, hasta que al señor von Ribbeck le tocó morir; antes de morir pidió que enterraran una pera con él en su tumba. Pero ahora, los niños igual a huérfanos se quejaban: “¿Quién nos dará peras ahora?“ 
Efectivamente el hijo heredero no quería ver niños en su parque Y por eso mandó a cortar el árbol.
Y hubo años estériles sin peras, cuando de pronto, lentamente, en el cementerio y sobre la tumba del barón se levantó otro peral.
De nuevo pasaban los niños por aquel lugar y desde la copa frondosa del nuevo árbol se escuchaba el susurro de una voz  que hablaba en plat alemán: “¿Wist´ne Beer?“(¿Quieres una pera?)
Y por eso quedará viva la fama del señor von Ribbeck  porque en  muchos recitales poéticos aparece la balada de Fontane, raro es encontrar  a personas que no se hayan emocionado con ella una vez.

También en la novela “Der Stechlin“ de 1898 Fontane, descendiente de hugonotes como indica el apellido, describe la vida de un Junker prusiano como la ha observado en sus numerosas excursiones a través de Brandemburgo:
En esa región poco poblada donde alteran bosques con cadenas de lagos y campos de trigo, se halla el lago Stechlin, con el  pueblo pequeño del mismo nombre en su orilla. Una iglesia medieval con  muros de piedras irregulares en el centro y con su casa señorial al lado, la del señor von Stechlin. Esta casa monumental se encuentra en el lugar donde antiguamente se levantaba un auténtico castillo que fue destruido durante la Guerra de los Treinta Años al igual que los restos de un monasterio; allí ,en medio de las ruinas, se hallan modestas viviendas para las damas protestantes que ejercen una vida retirada y contemplativa. La superiora, la Domina, es Adelaida von Stechlin, hermana del señor von Stechlin.
El Junker que habita la casa señorial se llama Dubslav von Stechlin, y su nombre Dubslav, pronunciado Dubsvav, indica que nos encontramos cerca de etnias eslavas.
El Junker Dubslav von Stechlin era coronel retirado  y descendiente de gente que ya estaba allí mucho antes que los reyes de Prusia. Pero eso sólo estimulaba su sentido del humor y de la ironía. Le gustaba oir opiniones contrarias a las suyas y mientras más libres y provocadoras mejor. Conocía sus limitaciones, pues había tenido que repetir varias veces el sencillo examen de alférez y por eso oía con gusto las sentencias bien dichas ya que él era escaso de palabras.
Estaba convencido de que la verdad absoluta no existía, aunque respetaba la del pastor y la de un amigo como Baruch Hirschfeld, comerciante judío de la ciudad de Ruppin, quien le prestaba dinero cuando lo necesitaba, -ya que la casa, el cascarrón viejo y sobredimensionado, se tragaba sumas importantes para su mantenimiento-. Para Baruch eso significaba perder dinero, porque Dubslav era mal pagador. Para justificar al deudor ante su hijo, Baruch Hirschfeld solía afirmar: “Siempre nos queda el lago.“ --- “¿ Y qué hacemos con un lago?“ contestaba el hijo.
El barón era viudo hacía mucho tiempo y no se había vuelto a casar. A veces con humor explicaba: “Todos, más o menos, pensamos que allá arriba nos encontraremos otra vez, y¿qué haría yo con dos mujeres?“
La gente decía que se parecía a Bismarck. “Puede ser“ contestaba Dubslav, “ él vive en una casa vieja como esta, pero no tiene un lago como este.“
Pues este lago es su orgullo con las hayas que lo bordean y su presencia de ópalo bajo la luz de la luna. Y naturalmente sus caballos, no había nada más importante. Pasaba largas horas con ellos y por ello no tenía tiempo para la lectura. A Dubslav le acompañaba siempre el mayordomo en casi todos los quehaceres y no solía tomar ninguna decisión sin antes haberlo consultado con este hombre que era de su edad junto a quien se había criado, ya el padre del mayordomo había servido al padre de Dubslav.

La literatura nos ayuda ha entender mejor la ciscunstancia e identidad del Jünker. El Junker prusiano era un aristócrata de características originales, su función como militar y terrateniente a la vez le garantizaba un elevado rango social. Sin embargo, su protagonismo en política era bastante modesto. El resultado de la Guerra de los Treinta Años era el poder crecido de los principados. El imperio y la nobleza local perdieron. La administración estatal estaba ocupada por profesionales funcionarios, la industria y el comercio dominados por la burguesía. Así, el sector agrario decreciente, pronto parecía una especie de museo social que desde tiempos de Friedrich II cedía lentamente el paso a las nuevas fuerzas sociales, los industriales y la masa obrera.
Sin embargo, la monarquía hizo todo lo posible para contrarrestar esta tendencia. La nobleza fundamentó el estado prusiano y por eso fueron reconfirmados los privilegios sociales de los Junker mientras Prusia existía. Y ellos trataban de hacerse indispensables en las carreras militares y como diplomáticos vigilando con celo que no se inmiscuaran elementos novatos en ese, su territorio.
 Sin embargo, el anacronismo viviente del Junker era obvio.  El último ataque de la caballería prusiana se hizo en Mars–Latour durante la guerra entre Prusia y Francia en 1870 y la juventud aristócrata prusiana murió abatida por la fusilería eficaz del fusil Chassepot francés. Pagar el servicio al estado con sangre era su misión, y no solían preguntar, si la causa por la que tenían que batirse era justa o no. Eso no era asunto suyo, sino de la autoridad suprema a la que se debía lealdad y servicio incondicionales.
Las masas de soldados en sus uniformes grises durante las dos guerras mundiales que seguirían después formaban un ejército proletario y sólo en el cielo abierto, encima de la guerra de las trincheras donde la muerte era anónima, se presentó el último de los Junker, el barón von Richthofen. Allá arriba hizo su guerra particular. La mayoría de los generales ahora ya no eran los egresados de la escuela de cadetes de Berlín y portadores de apellidos sonantes. Y en el año 1944, en la apocalipsis del mundo en el que fueron educados y al que que fielmente le creían, ese grupo de Junker rompió su código de honor y se rebeló contra el poder pervertido. Fracasó su intento de eliminar a su jefe supremo y lo pagaron con sus vidas.
La revolución nazi había eliminado desde tiempo atrás sus privilegios mostrando desprecio por esos reaccionarios.
Y cuando en 1945 fueron expropiados de sus tierras, la época del Junker prusiano definitivamente terminó. Quedaron estas “casas“ sembradas por todo Brandemburgo y por los territorios que ahora son de Polonia y de Rusia. Después de una larga época de menosprecio, abandono y destrucción ahora  se restaura lo que quedó.
Quedan también las chaplinadas de Hollywood y la obra poética de Fontane.
Y a veces la realidad es más sorprendente que la poesía fantástica: Quien ha visto renacer Berlín, también creerá en un peral que nace de una tumba. ¿No les parece?

En la novela de Theodor Fontane el Junker Dubslav von Stechlin muere solo. Había mandado a su mayordomo, a su alter ego, a dormir. El pastor luterano del pueblo de Stechlin dedicó un breve sermón a la memoria del que era el personaje principal del pueblo:
“Era un señor, un aristócrata. Todos lo conocíamos. Pero principalmente era un hombre libre y él lo sabía y se comportaba como tal. No le importaba el dinero y por eso nadie lo envidiaba. No tenía enemigos porque él no era enemigo de nadie. Nada humano le era ajeno. ¿Podemos llamarle cristiano?
Era pacífico y bondadoso, sencillo  y al mismo tiempo era un hombre y un  niño. ¿No era eso lo que predicaba nuestro señor Jesus?“

Manfred
07/2008

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