martes, 1 de julio de 2008

El Mito de Prusia (5): Excelencia y banalidad

El visitante de Berlín se encuentra ante el cruce de impresiones que le sacuden:
¿Admirar la excelencia o repulsar la banalidad de la arquitectura de la ciudad?
Todo el centro de lo que durante casi cuarenta años era Berlín occidental, el Berlín del mundo libre y económicamente pudiente, es una muestra de exquisita banalidad. De las ruinas a los supermercados y posteriormente a la elegancia cursi seudoparisina. Nada de todo eso merece la pena si no le importa el “shopping“. Fácilmente se leen las tendencias y modas de la reciente historia de la ciudad, están hechas piedras, o mejor cemento y plástico. La ruina bien conservada de la Kaiser Wilhelm Gedächtnis Kirche, su torre mochada y su nave de sala de concierto, nos enseñan de forma penetrante que aquí ha pasado algo raro que a los herederos impidió reparar estos daños. ¿Pero estos daños, hechos de qué, de un terremoto, bombas, agua o viento? Quiere recordarnos la idea banal que las querras hacen daño y que este daño sea bien visible elegantemente. Sólo a una mente cursí le puede ocurrir utilizar la arquitectura para difundir la moralina penetrante que acompaña el llamado milagro alemán, que está patente al lado del símbolo pacifista invitándote: ¡Paséate y compra, soy toda tuya!

Y si tú, audaz forastero, te atreves a pasear por barrios del Este, donde el socialismo cursi ha dejado sus huellas, donde el cemento y el plástico hablan el idioma de Stalin y proclaman, lo que ya sabíamos antes, que el socialismo triunfa porque es la verdad, entonces llegarás a comprender, qué dificil ha sido para esta ciudad encontrarse a si misma después del apocalipsis sufrido cincuenta años atrás. En medio de las ruinas, el ejército rojo ha dejado a los monumentos de la victoria y a sus muertos. Recordar a muertos, violados y deportados de los vencidos es menos espectacular y políticamente incorrecto.
Berlín, desde la desaparición del muro y de la inesperada unificación, no ha sabido decidirse de qué y de quién acordarse y ha decidido eternizar una confusa discusión sobre lo que hay que hacer sin hacerlo.
Y ahí está el triste ejemplo del Palacio Real: ruina en 1945, demolido por los comunistas  en 1948, reemplazado por el “Palast der Republik“, contaminado y abandonado y demolido y llorado por la nostalgia sociata, está proyectada la restauración del edificio emblemático original, corazón de la ciudad. ¿Pero cuándo, y cómo? – La discusión continúa y mientras tanto Berlín cede espacios vitales a las creaciones excéntricas de arquitectos que se mueven en este mercado universal de la cursilería moderna: por ejemplo el “deconstructivista“ Johnson, quien planificó una “catedral“ para lesbianas y maricones en Dallas, Texas y que embelleció Berlín con su “American Trade Center Checkpoint Charlie“. Un verdadero Charlie entre las creaciones modernas.
Y por todo eso, mi alma lo pide: ¡Ven Friedrich Schinkel, levántate, ayúdales! Hace 150 años que estás muerto, pero me pareces más vivo que todos ellos.
Y Schinkel responde, porque ya conocía este tipo de problemas en su tiempo y en su función como director de planificación arquitectónica en Prusia desde 1838:
Llamaría “barbarie moderna“ lo que ya no es el resultado  de “crudeza, ausencia de buenas costumbres, crueldad, sino refinamiento de formación exteriorizada, pero sin fundamento sólido. Obedece a gustos convencionales de la moda, sin idea y ausente de toda visión original y sencilla. Una barbarie que rompe convenios y tradiciones sólo con el fin de obtener beneficios egoistas.“
¡Oiga, Berlín y pon atención a tu arquitecto maestro, quien ha dejado más de tres mil dibujos que podrían inspirar a generaciones de arquitectos!
Y entre estos proyectos se encuentra la planificación de Berlin Mitte, del centro urbano de la ciudad, que Schinkel diseñó en 1817 y que podía haber servido como guía en el momento de la unificación. No se hizo así, la eterna improductiva discusión lo impedía.

Naturalmente, no todo está perdido:
Schinkel había descrito el oficio del arquitecto como “enoblecedor de las condiciones de vidas humanas“ y había proclamado el principio de la “utilidad“ como fundamental de la arquitectura. También preveía el peligro de la deformación y degeneración de este principio cuando se independiza de su función humanista en pro de una función ideológica o materialista.
Friedrich Schinkel había nacido en Neu – Ruppin en Brandemburgo igual que el escritor Theodor Fontane y su vida ha sido marcada tanto por viajes de estudio a Italia y Francia como por los encuentros con personajes principales de su tiempo: Era amigo personal de Alexander y Wilhelm von Humboldt y por vía materna familiar de Friedrich Schiller, cuyo obra filosófica “Sobre la gracia y dignidad“ se encuentra entre sus libros y “leido a lápiz“.
Cuenta que la vocación para el arte le llegaba como un rayo de iluminación al encontrarse con el proyecto dibujado por  Friedrich Gilly, director de la  Bauakademie – academia de arquitectura- del  monumento al rey Friedrich II de Prusia, bronce monumental del Gran Rey montado sobre el caballo, que ahora se encuentra  en su sitio original “Unter den Linden“ – La avenida Bajo Los Tilos –
Monumento que había inspirado el suspiro de más de un berlinés en tiempos de RDA y bajo un presidente de consejo de ministros Erich Honnecker:
“¡O Gran Rey, bájate y gobierna nuevamente a tus prusianos.
Y deja que cabalgue nuestro querido Erich en tu lugar!“[1]
En esta academia el joven Schinkel encontró su formación teórica y práctica. Gilly interpretaba la arquitectura como el arte donde se funden la ciencia, la belleza y la útilidad para la sociedad.
Este principio es el de la ilustración, promovida por las numerosas publicaciones, revistas y almanaques que tenía su centro de gravedad en Weimar, la pequeña capital del pequeño ducado, pero grande por personajes como Goethe y Schiller.
Y era en Berlín, donde durante el tiempo de la vida activa de Schinkel se materializaban estos ideales trasformados en piedra, la Puerta de Brandemburgo por Langhans es una manifestación de ello:
En las reuniones de la “Sonntagsgesellschaft“ – la Sociedad de los Domingos – se reunieron más de trescientos socios y la lista de socios se lee como el almanaque de “los famosos“ de esa época: desde los hermanos von Humboldt, políticos y militares como von Stein y Gneisenau, artistas como el mismo Schinkel, Rauch y Schadow, hasta industriales como Borsig, Harkort y Krupp.
Para Schinkel no existía separación entre la filosofía, el arte, la literatura y la actividad industrial. Él mismo es autor de más de sesenta cuadros pintados al óleo. No hay nada que no tocaba su ingenio, desde muebles y tapices hasta proyectos de museos, teatros, almacenes y casas particulares. No ha quedado mucho de todo eso. Pero  ahí está “Die Neue Wache“, edificio dedicada a la memoria de los caidos. El Teatro que preside el Gendarmenmarkt y que ahora es sala de conciertos. “Das alte Museum“ en la “Isla de los Museos“ y la iglesia “Friedrich Werder“ como también la famosa “Bauakademie“, hoy en fase de reconstrucción.
El mensaje de esta inmensa obra no es tanto su importancia material y monumental, sino el valor espiritual que nada esconde detrás sino que es palpable para toda observación sensible.
Utilizar los elementos creados en la antigüedad clásica por griegos y romanos, revivirlos sin intención de copiar nada, en un proceso de creatividad, donde se integran las ideas y los elementos materiales, eso es el concepto fundamental. Difundir la cultura entre la masa humana, hacerla participar a través del encuentro diario con los elementos de la cultura humanista, es ennoblecer y educar el género humano, alejando a la gente de su orígen bárbaro y cambiando su vida en algo mejor y superior a la simple ley natural de la existencia, nacer y morir. Además, es una oferta en libertad, no es una dictadura educativa, un quehacer ideológico, es en suma la belleza que nos enseña ser humanos, más que hominides.
Schinkel hizo más de cien decoraciones para obras de teatro y óperas, entre ellas 20 proyectos para la presentación de la Flauta Mágica de Mozart.
Schinkel detestaba los monumentos idólatras, dedicados al poder y al sometimiento del observador a una doctrina o una verdad absoluta.
Habría sentido horror ante el proyecto de una “Gran Germania“, visión para una arquitectura imperial forjada entre Hitler y su arquitecto preferido Speer.
Nada de eso ha sido realizado. La destrucción de tanto que ya es irrecuperable evitó otro mal peor: el sacrificio del ideal humanista por la soberbia faraónica nazi.
Ellos murieron bajo los escombros del pasado, pero Schinkel vive, aunque le cueste ser escuchado.

Manfred
7/2008



[1] „Grosser König, steig hernieder,
regiere deine Preussen wieder.
Lass in diesen schweren Zeiten,
unsern lieben Erich reiten!“

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