El visitante de Berlín se encuentra ante el cruce de impresiones que le
sacuden:
¿Admirar la excelencia o repulsar la banalidad de la arquitectura de la
ciudad?
Todo el centro de lo que durante casi cuarenta años era Berlín
occidental, el Berlín del mundo libre y económicamente pudiente, es una muestra
de exquisita banalidad. De las ruinas a los supermercados y posteriormente a la
elegancia cursi seudoparisina. Nada de todo eso merece la pena si no le importa
el “shopping“. Fácilmente se leen las tendencias y modas de la reciente
historia de la ciudad, están hechas piedras, o mejor cemento y plástico. La
ruina bien conservada de la Kaiser Wilhelm Gedächtnis Kirche, su torre mochada
y su nave de sala de concierto, nos enseñan de forma penetrante que aquí ha
pasado algo raro que a los herederos impidió reparar estos daños. ¿Pero estos
daños, hechos de qué, de un terremoto, bombas, agua o viento? Quiere
recordarnos la idea banal que las querras hacen daño y que este daño sea bien
visible elegantemente. Sólo a una mente cursí le puede ocurrir utilizar la
arquitectura para difundir la moralina penetrante que acompaña el llamado
milagro alemán, que está patente al lado del símbolo pacifista invitándote:
¡Paséate y compra, soy toda tuya!
Y si tú, audaz forastero, te atreves a pasear por barrios del Este,
donde el socialismo cursi ha dejado sus huellas, donde el cemento y el plástico
hablan el idioma de Stalin y proclaman, lo que ya sabíamos antes, que el
socialismo triunfa porque es la verdad, entonces llegarás a comprender, qué
dificil ha sido para esta ciudad encontrarse a si misma después del apocalipsis
sufrido cincuenta años atrás. En medio de las ruinas, el ejército rojo ha
dejado a los monumentos de la victoria y a sus muertos. Recordar a muertos,
violados y deportados de los vencidos es menos espectacular y políticamente
incorrecto.
Berlín, desde la desaparición del muro y de la inesperada unificación,
no ha sabido decidirse de qué y de quién acordarse y ha decidido eternizar una
confusa discusión sobre lo que hay que hacer sin hacerlo.
Y ahí está el triste ejemplo del Palacio Real: ruina en 1945, demolido
por los comunistas en 1948, reemplazado
por el “Palast der Republik“, contaminado y abandonado y demolido y llorado por
la nostalgia sociata, está proyectada la restauración del edificio emblemático
original, corazón de la ciudad. ¿Pero cuándo, y cómo? – La discusión continúa y
mientras tanto Berlín cede espacios vitales a las creaciones excéntricas de
arquitectos que se mueven en este mercado universal de la cursilería moderna:
por ejemplo el “deconstructivista“ Johnson, quien planificó una “catedral“ para
lesbianas y maricones en Dallas, Texas y que embelleció Berlín con su “American
Trade Center Checkpoint Charlie“. Un verdadero Charlie entre las creaciones
modernas.
Y por todo eso, mi alma lo pide: ¡Ven Friedrich Schinkel, levántate,
ayúdales! Hace 150 años que estás muerto, pero me pareces más vivo que todos
ellos.
Y Schinkel responde, porque ya conocía este tipo de problemas en su
tiempo y en su función como director de planificación arquitectónica en Prusia
desde 1838:
Llamaría “barbarie moderna“
lo que ya no es el resultado de “crudeza, ausencia de buenas costumbres,
crueldad, sino refinamiento de formación exteriorizada, pero sin fundamento
sólido. Obedece a gustos convencionales de la moda, sin idea y ausente de toda
visión original y sencilla. Una barbarie que rompe convenios y tradiciones sólo
con el fin de obtener beneficios egoistas.“
¡Oiga, Berlín y pon atención a tu arquitecto maestro, quien ha dejado
más de tres mil dibujos que podrían inspirar a generaciones de arquitectos!
Y entre estos proyectos se encuentra la planificación de Berlin Mitte,
del centro urbano de la ciudad, que Schinkel diseñó en 1817 y que podía haber
servido como guía en el momento de la unificación. No se hizo así, la eterna
improductiva discusión lo impedía.
Naturalmente, no todo está perdido:
Schinkel había descrito el oficio del arquitecto como “enoblecedor de
las condiciones de vidas humanas“ y había proclamado el principio de la
“utilidad“ como fundamental de la arquitectura. También preveía el peligro de
la deformación y degeneración de este principio cuando se independiza de su
función humanista en pro de una función ideológica o materialista.
Friedrich Schinkel había nacido en Neu – Ruppin en Brandemburgo igual
que el escritor Theodor Fontane y su vida ha sido marcada tanto por viajes de
estudio a Italia y Francia como por los encuentros con personajes principales
de su tiempo: Era amigo personal de Alexander y Wilhelm von Humboldt y por vía
materna familiar de Friedrich Schiller, cuyo obra filosófica “Sobre la gracia y
dignidad“ se encuentra entre sus libros y “leido a lápiz“.
Cuenta que la vocación para el arte le llegaba como un rayo de
iluminación al encontrarse con el proyecto dibujado por Friedrich Gilly, director de la Bauakademie – academia de arquitectura- del monumento al rey Friedrich II de Prusia,
bronce monumental del Gran Rey montado sobre el caballo, que ahora se
encuentra en su sitio original “Unter
den Linden“ – La avenida Bajo Los Tilos –
Monumento que había inspirado el suspiro de más de un berlinés en
tiempos de RDA y bajo un presidente de consejo de ministros Erich Honnecker:
“¡O Gran Rey, bájate y gobierna nuevamente a tus prusianos.
Y deja que cabalgue nuestro querido Erich en
tu lugar!“[1]
En esta academia el joven Schinkel encontró su formación teórica y
práctica. Gilly interpretaba la arquitectura como el arte donde se funden la
ciencia, la belleza y la útilidad para la sociedad.
Este principio es el de la ilustración, promovida por las numerosas
publicaciones, revistas y almanaques que tenía su centro de gravedad en Weimar,
la pequeña capital del pequeño ducado, pero grande por personajes como Goethe y
Schiller.
Y era en Berlín, donde durante el tiempo de la vida activa de Schinkel
se materializaban estos ideales trasformados en piedra, la Puerta de
Brandemburgo por Langhans es una manifestación de ello:
En las reuniones de la “Sonntagsgesellschaft“ – la Sociedad de los
Domingos – se reunieron más de trescientos socios y la lista de socios se lee
como el almanaque de “los famosos“ de esa época: desde los hermanos von
Humboldt, políticos y militares como von Stein y Gneisenau, artistas como el
mismo Schinkel, Rauch y Schadow, hasta industriales como Borsig, Harkort y
Krupp.
Para Schinkel no existía separación entre la filosofía, el arte, la
literatura y la actividad industrial. Él mismo es autor de más de sesenta
cuadros pintados al óleo. No hay nada que no tocaba su ingenio, desde muebles y
tapices hasta proyectos de museos, teatros, almacenes y casas particulares. No
ha quedado mucho de todo eso. Pero ahí
está “Die Neue Wache“, edificio dedicada a la memoria de los caidos. El Teatro
que preside el Gendarmenmarkt y que ahora es sala de conciertos. “Das alte
Museum“ en la “Isla de los Museos“ y la iglesia “Friedrich Werder“ como también
la famosa “Bauakademie“, hoy en fase de reconstrucción.
El mensaje de esta inmensa obra no es tanto su importancia material y
monumental, sino el valor espiritual que nada esconde detrás sino que es
palpable para toda observación sensible.
Utilizar los elementos creados en la antigüedad clásica por griegos y
romanos, revivirlos sin intención de copiar nada, en un proceso de creatividad,
donde se integran las ideas y los elementos materiales, eso es el concepto
fundamental. Difundir la cultura entre la masa humana, hacerla participar a
través del encuentro diario con los elementos de la cultura humanista, es
ennoblecer y educar el género humano, alejando a la gente de su orígen bárbaro
y cambiando su vida en algo mejor y superior a la simple ley natural de la
existencia, nacer y morir. Además, es una oferta en libertad, no es una
dictadura educativa, un quehacer ideológico, es en suma la belleza que nos
enseña ser humanos, más que hominides.
Schinkel hizo más de cien decoraciones para obras de teatro y óperas,
entre ellas 20 proyectos para la presentación de la Flauta Mágica de Mozart.
Schinkel detestaba los monumentos idólatras, dedicados al poder y al sometimiento
del observador a una doctrina o una verdad absoluta.
Habría sentido horror ante el proyecto de una “Gran Germania“, visión
para una arquitectura imperial forjada entre Hitler y su arquitecto preferido
Speer.
Nada de eso ha sido realizado. La destrucción de tanto que ya es
irrecuperable evitó otro mal peor: el sacrificio del ideal humanista por la
soberbia faraónica nazi.
Ellos murieron bajo los escombros del pasado, pero Schinkel vive,
aunque le cueste ser escuchado.
Manfred
7/2008
[1] „Grosser König, steig hernieder,
regiere deine Preussen wieder.
Lass in diesen schweren Zeiten,
unsern lieben Erich reiten!“
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