Cinco años después de la orgia devastadora que había devorado Berlín,
en el año 1950 fueron deribados los muros y edificaciones que quedaron del
Palacio Real.
Cierto es que Berlín es más que su Palacio, pero sin él ya casi no es
nada.
Las bombas de los americanos no habían podido acabar con lo que durante
siglos había sido edificado. La obra había comenzado en 1570 y alcanzó su punto
culminante en 1699 con el arquitecto Andreas Schlüter. Pero sólo en 1850 con el
diseño de Schinkel encontró su carácter
sobrio y noble que duraba hasta que le cayeron las bombas. Podía haberse
restaurado lo que quedó, porque parcialmente fue usado después, pero la
voluntad política era totalmente contraria.
La decisión de dinamitar los restos monumentales de lo que era el
centro del estado de Prusia durante siglos, fue tomada por el presidente del
Consejo de Ministros de la República Democrática Alemana, Walter Ulbricht.
Ulbricht era de Sajonia y como secretario general del Partido Socialista
Unido (SED) ejercía de lugarteniente de los intereses imperiales de la Unión
Soviética en Alemania. Había sobrevivido la guerra en el exilio en Rusia, y con
las tropas soviéticas vino de regreso con su equipo para garantizar que en la
zona ocupada por los soviéticos todo iría a voluntad y capricho de los
vencedores.
La desaparición del Palacio, sin embargo, sorprendió a los rusos, que
no eran amigos de negar la historia. Y cuentan testigos que en las visitas
oficiales a Berlín no faltaron comentarios irónicos de mandatarios soviéticos:
“¿Y ahora, dónde está vuestra Plaza Roja?“
Efectivamente, el vacío en el centro de la capital abría el campo para
las típicas manifestaciones masificadas que desde Moscú a Pekín y la Habana
calentaban el ambiente festivo socialista, porque socialismo sin banderines y
desfiles no existe.
Y había espacio para la
construcción del deseado Palast der Republik, un edificio horrible con estética
de una nave industrial, donde se concentraba ahora el poder político de “lo
mejor que en suelo alemán jamás ha existido“. Pues, nada de Prusia, nada de
capitalismo y militarismo, aquí se inventa la historia de nuevo.
De la misma manera se procedía en el centro de Potsdam, donde miles de
aviones de los Aliados a última hora de la guerra habíen reducido a escombros
humeantes lo que era uno de los ambientes arquitestónicos más destacados en
Europa. Ulbricht mandó eliminarlo todo, particularmente la iglesia de la
Guarnición, lugar emblemático de la monarquía prusiana con su cripto donde reposaban
los reyes.
Y encima de este desolado escenario, cantaban coros de niños el recien
compuesto himno de la RDA:
“Auferstanden aus Ruinen,.....“
Resucitados de entre las ruinas,
Y mirando hacia el futuro,
Te serviremos a tí.
Alemania, patria unida.“
Texto y melodía lograron captar deseo e intenciones de muchos alemanes,
pero la realidad dictaba sus propias leyes:
Berlín estaba dividida en sectores y la Puerta de Brandemburgo marcaba
un punto fronterizo. Todavía existía la posibilidad de cruzar esta línea que
dividía toda Alemania y que entre los años 1961 y 1989 se hizo practicamente
intransitable: un “telón de acero“, la metáfora de Churchill, había dividido
Europa.
Y Potsdam era el escenario donde se reunieron los Aliados para trazar
nuevas fronteras sobre el mapa de Europa central y a decidir sobre el futuro de
millones de personas que habitaban esta región. Berlín que se había encontrado
en el centro del estado de Prusia, ahora se hallaba a 80 kilómetros de la frontera con Polonia.
La espada de Dámocles amenazante se había caido, y a Alemania le tocaba pagar por lo que había
iniciado.
El palacete Cecilienhof de Potsdam es un lugar idílico para pasar
hermosas vacaciones. Pero en 1945 perdió esta inocencia. Aquí estuvieron
sentados los amos del mundo a repartirse el botín y a crear un mundo nuevo sin
guerras que terminó en “guerra fría“ y división.
La división irreversible, así parecía, obligaba a los rivales en esta
guerra fría, a redefinir sus posiciones.
La República Federal Alemana con su capital provisional en Bonn se
consolidaba cada vez más como parte integral del mundo occidental. Este proceso
era acompañado de una sorprendente resurrección económica. Gigante económico,
pero enano político eran los epítetos usados con frecuencia para definir esta extraña
situación.
Por primera vez en la historia, esta recortada y mutilada Alemania no se veía rodeada de
sospecha y rivalidad de vecinos que tan pronto podían trasformarse en enemigos.
Alemania occidental era necesaria para formar un baluarte contra el Este, y el
Este eso eran los propios alemanes del otro lado del telón. Una situación no
tan rara, porque Alemania la compartía con Corea e Indochina. Sin embargo, aquí
se trataba del corazón mismo del viejo continente y no era exagerado tildar de
apocalíptico lo que estaba sucediendo. Las circunstancias especiales que
rodearon el muro de Berlín eran grotescos y hoy ya casi parecen increibles.
La República Democrática Alemana con su capital Berlín se encontraba en
una situación muy incómoda. Los dirigentes de esta “Nueva Alemania“ sabían que
no poseían el apoyo de la población que presumían representar. Pronto
comprendían también que el sostén ruso era un valor ambiguo. El 17 de junio de
1953 los tanques soviéticos habían salvado el régimen títere alemán de ser
destronado por un motín popular. Eso no debería repetirse. Las promesas del
paraiso socialista cada vez más se postergaron a un futuro lejano. En la
competencia con Alemania occidental habían perdido la contienda y se
encontraban en situación de pobres hermanstros humillados y aspirantes a
limosnas. Y de diferentes ambientes con el tiempo surgieron distintas
mentalidades. Los del Este y los del Oeste, a pesar de la retórica de la
reunificación, aunque siguieran hablando el mismo idioma, se malentendían.
Y entonces en el Este se acordaban de Prusia. ¿No eran ellos los
verdaderos herederos de aquel estado respetado y hasta venerado por sus logros.
Además, ¿qué era de malo, predicar y hacer valer orden y desciplina en las
relaciones entre los hombres?
Las autoridades comenzaban a reclamar “lo mejor de la historia alemana“
para sí.
¿Por qué – así pensaron –hemos despreciado esta herencia pudiéndola
aprovechar para consolidar nuestro poder? La RDA se autoproclamaba “guardián responsable de todo positivo de la
historia prusiana“ y esto debería
hacerse visible:
El escenario comenzaba a hacerse neoprusiano otra vez. Pero el Palacio
Real había desaparecido.
Y durante una noche oscura las autoridades hicieron aparecer la estatua
ecuestre de Friedrich II, hasta entonces guardada, en su lugar original “Bajo
los Tilos“. Y se prohibió hablar de “Alemania, patria unida“. El himno perdió
su letra. Se inventó la patria socialista, hermanada con la progresía mundial y
solidaria con todo tipo de --istas e
–ismos en el mundo.
Hasta cierto punto la población compartió lo inevitable, ya que
llegaban naranjas de Cuba y arroz de Vietnam.
Pero esta Seudoprusia como todos los artificios políticos no era
sostenible y en 1989 desapareció prácticamente sin dejar huellas.
¿Y qué hay del Palacio Real en Berlín y Potsdam?
Después de largas extenuantes discusiones existen voluntad y decisión
de reconstrucción, ya que el suplente Palacio de la República desapareció.
¿Volverá Berlín a encontrar su centro, por allá después de 2020? No lo
sé, ni lo veré.
Manfred
7/2008
Recordando a
Wolfgang Hilbig
( a leer después de ver la película “ La Vida de los
Otros“ )
Nació en Meuselwitz (Saxonia) en 1941 y murió el
2 de Junio de 2007 en Berlín. Su
abuelo era minero, su padre cayó en
Stalingrado. El pueblo de Meuselwitz se
halla “entre montañas de lodo extraido de las minas, árboles muertos y
viento“.
“El gran talento de este escritor“ según documentos de
la Stasi le sirvió para ser perseguido
hasta su huida a Alemania occidental. Buscó refugió entre los enemigos de su clase. Hilbig era proletario auténtico. No tenía
ningunos estudios y trabajaba como fogonero para alimentar las chimeneas humeantes de la región .
„A mí el generalísimo Stalin me parió,
El amigo de todos los hombres buenos.
Tuve el gran honor de agradecerle mi vida
- y le obedecí.
Y había un llanto en el mundo,
Y lagrimas vivas en la cara de mi madre
Cuando murió.“
Das Provisorium
( no traduzco el título, creo que se entiende)
Este país ha tragado su tiempo,
la antesala de la realidad.
Este país, empapado
de idiotez,
lisiado por vejez, triturado y
consumido por el desgaste,
maloliente como un estercolero.
Este país le
había alimentado con
tiempos pasados, le había sacado
la savia de las
arterias, le paralizaba
los reflejos ; ahí su cerebro
se calcificaba como el mecanismo
de una desgastada máquina de lavar.
Resultó, que él se escapó
-- demasiado tarde.
Versuch über
Katzen
( ensayo sobre gatos )
No, no quedaron huellas de nosotros,
ningún indicio de nuestra rebeldía:
Había pasado esta moda,
el tiempo abandonó esta zona,
y la resistencia murió.
Contemplo lo que me rodea,
con extrañeza:
No siento ni tristeza.
(reencuentro con su tierra natal después de una
amnistía que le permitió volver en 1985 )
Manfred
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