- Prusia para el mundo -
Alexander
- El mundo para Prusia –
Wilhelm
Los hermanos Wilhelm y Alexander von Humboldt, hijos de Junker prusiano
y madre hugonote, nacieron en Berlín – Tegel. Alexander, el menor, en 1769 como
Napoleón Bonaparte. El padre murió
cuando eran pequeños y la madre decidió educarlos en casa. Encargó a profesores
universitarios de esa labor ambiciosa, para ambos: griego, latín y filosofía;
para el menor química, física y matemáticas, para el mayor idiomas y
literatura.
El menor, con nueve años, instaló un pararrayos en lo alto del tejado
de la casa, un invento reciente de Benjamin Franklin, el primero en Europa de
entonces, donde todavía solían tocar las campanas para espantar a las
tormentas. El mayor mantenía correspondencia con personajes destacados de su
época, que no podían creer cuando se enteraban que tenía quince años.
Principios determinantes para las vidas excepcionales de los hermanos, por cuyos méritos inumerables
lugares geográficos llevan el nombre de Humboldt. Sólo uno de tantos: la
Humboldt Universität en Berlín.
La vida más espectacular era la de Alexander: estudios de
“Kameralistik“ – imprescindible para el alto funcionariado del estado y de
ingeniería de minas; con éxitos sonados como joven profesional en ambos
oficios.
Sin embargo, más importantes son los encuentros con personajes y
eventos de su época que iluminaron su camino: El filósofo Lichtenberg en
Göttingen, Georg Forster que había acompañado al explorador inglés Cook en su
vuelta al mundo, Goethe y Schiller en Weimar,
y – la impresión fulminante - el
encuentro con la Revolución Francesa en Paris en el año 1790. Libertad, Igualdad y Fraternidad le
acompañarán durante toda la vida.
Y como a Napoleón naturalmente, la suerte, que según el corso, es
propia de gente brava.
La muerte de la madre le dejó una importante fortuna y Alexander
decidió no cuidarla y aumentarla, sino usarla para ser libre- e
idependientemente- explorar “Mundo“.
Que este mundo serían “Las Indias Americanas“, los virreinos e
intendencias hispanoamericanas, era pura casualidad. Eran su habilidad y su
increible fuerza vital que hicieron posible lo que hasta entonces nadie había
logrado, romper el cerco aislante que la administración colonial mantenía
firmemente alrededor de su imperio americano español.
Y Alexander en compañía de su secretario Bonpland se pusieron en el
camino a Madrid.
Habían abandonado Marsella por la imposibilidad de alcanzar Argelia;
una flota británica bloqueba el puerto. Gran parte del camino lo hicieron a pie
y en Madrid se produjo el milagro que Alexander cuenta así:
“Decidí abandonar Europa,
quiero pasar mis años de juventud activamente. Me fui a Madrid con mis
instrumentos y gané la simpatía del rey. ----
Y recomendados por el rey
nos dirigimos a Habana y Méjico.-- ¡Qué suerte se me ha abierto!
Me causa vértigo tanta
alegría. Pasaremos por las Canarias y la costa de Caracas. La simpatía personal
del rey, mi capacidad de conversar fluidamente en español y el noble y
servicial carácter español me hacen
esperar lo mejor. ¡Qué tesoro de observaciones podré reunir para mi proyecto de
la construcción del cuerpo de este mundo!“
Este entusiasmo le acompañaba durante todo este viaje aunque tuviera
que esconder prudentemente su pensamiento crítico ante sus interlocutores
amables y serviciales pero de una mentalidad estrecha e inmóvil.
Todo lo contrario de lo que se esperaba, el trópico no minaba su salud
ni cambiaba su carácter activo. Así escribió:
“El mundo tropical es el
elemento mío, nunca me he sentido más sano que aquí. Trabajo mucho y duermo
poco. He pasado por ciudades donde abundaba la
fiebre amarilla. Yo no he tenido ni dolor de cabeza.“
“En la selva amazónica como
en las cumbres de los Andes he observado cómo se manifiesta la vida tanto en
piedras, plantas, animales y en el corazón de los hombres. Y en todas partes me
acompañaba este sentimiento tan poderoso adquirido por la visión de la
naturaleza que me trasmitió Goethe en Jena. Es como si me hubieran crecido
nuevos órganos para ver y sentir.“
Lo que para otros habrían sido penas y sufrimientos en la visión de
Alexander se trasformaban en sensaciones nuevas para su filosofía de la
naturaleza, de la realidad.
Así, en las noches junto al río Orinoco, Alexander imitando a los
indios cubrió el cuerpo desnudo con arena para protegerse contra la plaga de
los insectos.
El mensaje de esta vida reflejada en sinfin de episodios es: No hay
justificación de la soberbia europea, las culturas humanas en su multiple
diversificación todas son admirables, sólo hay una e indivisa humanidad. Y por
eso le causaba dolor ver a indios y negros humillados y esclavizados. Rechazó
el “servicio“ de cargueros indios dedicados a trasportar a excursionistas blancos
sobre sus hombros.
Su incansable afán de ver y de conocer le hizo menospreciar penurias y
peligros que le rodeaban. Y efectivamente volvió sano y salvo de esa expedición
que más de una vez le podría haber costado la vida. Regresó con cajas llenas de
noticias y de muestras materiales de toda clase. Tanto era que la publicación
llenaba 34 tomos. Creció su fama especialmente en América donde pronto se le
consideraba como el segundo descubridor después de Colón.
Bolívar le puso en el primer puesto. En realidad los hechos no son
comparables. La hazaña de la conquista de América obedecía a motivos e
intereses completamento distintos. No era el saber sino el poder, y en este
sentido el proceso de la conquista aun está vigente tragándose de forma
vertiginosa la Amazonía donde desaparecen especies antes de llegarlas a
conocer.
Alexander sólo en 1827 regresa definitivamente a Berlín. La publicación
de la experiencia americana en Paris había agotado sus reservas. Sin embargo
rechazaba toda oferta de una colocación como alto funcionario del estado. No
quiso ser ni ministro de educación, ni embajador prusiano en Paris, donde ahora
gobernaban de nuevo los borbones. Aceptó dar conferencias que bajo el título
“Kosmos“ se daban para un público general que acudía masivamente para
escucharle.
Y aceptó la invitación del zar en San Petersburgo a organizar una
expedición a Siberia. Alexander que ahora tenía sesenta años enseguida aceptó
con entusiasmo este reto.
“No sé nada de ruso, pero
estoy dispuesto a hacerme ruso como me había hecho español.“
De aquella expedición volvía cargado de materiales como de aquella a
América. Sin embargo, no le quedaba tiempo vital para una publicación
semejante.
Su hermano Wilhelm durante todo este tiempo había acompañado con máximo
interés las actividades del hermano. Ambos eran republicanos, pero reducidos
ahora a ser “demócratas de la corte“ durante esta fase de política reaccionaria
que dominaba en toda Europa.
Y moría Wilhelm en 1835 dejando su concepto de libertad en la
Universidad que ahora lleva su nombre y que pronto daría sus frutos: 29 premios
Nobel.
Alexander murió en 1859, condecorado con el “Pour le Mérite“ prusiano.
Dinero no le quedaba y su biblioteca la dejó a sus criados.
Numerosas ciencias modernas consideran a los hermanos Humboldt como sus
fundadores.
Me limito a estas breves notas,
un atrevimiento ante el inmenso caudal de conocimientos e ideas.
Manfred
7/2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario