sábado, 5 de julio de 2008

El Mito de Prusia (6): Explorar Mundo

- Prusia para el mundo - Alexander
- El mundo para Prusia – Wilhelm

Los hermanos Wilhelm y Alexander von Humboldt, hijos de Junker prusiano y madre hugonote, nacieron en Berlín – Tegel. Alexander, el menor, en 1769 como Napoleón Bonaparte.  El padre murió cuando eran pequeños y la madre decidió educarlos en casa. Encargó a profesores universitarios de esa labor ambiciosa, para ambos: griego, latín y filosofía; para el menor química, física y matemáticas, para el mayor idiomas y literatura.
Eso suponía doce horas diarias, todos los días de la semana.

El menor, con nueve años, instaló un pararrayos en lo alto del tejado de la casa, un invento reciente de Benjamin Franklin, el primero en Europa de entonces, donde todavía solían tocar las campanas para espantar a las tormentas. El mayor mantenía correspondencia con personajes destacados de su época, que no podían creer cuando se enteraban que tenía quince años.
Principios determinantes para las vidas excepcionales  de los hermanos, por cuyos méritos inumerables lugares geográficos llevan el nombre de Humboldt. Sólo uno de tantos: la Humboldt Universität en Berlín.
La vida más espectacular era la de Alexander: estudios de “Kameralistik“ – imprescindible para el alto funcionariado del estado y de ingeniería de minas; con éxitos sonados como joven profesional en ambos oficios.
Sin embargo, más importantes son los encuentros con personajes y eventos de su época que iluminaron su camino: El filósofo Lichtenberg en Göttingen, Georg Forster que había acompañado al explorador inglés Cook en su vuelta al mundo, Goethe y Schiller en Weimar,
y – la impresión fulminante  - el encuentro con la Revolución Francesa en Paris en el año 1790.  Libertad, Igualdad y Fraternidad le acompañarán durante toda la vida.
Y como a Napoleón naturalmente, la suerte, que según el corso, es propia de gente brava.
La muerte de la madre le dejó una importante fortuna y Alexander decidió no cuidarla y aumentarla, sino usarla para ser libre- e idependientemente- explorar “Mundo“.
Que este mundo serían “Las Indias Americanas“, los virreinos e intendencias hispanoamericanas, era pura casualidad. Eran su habilidad y su increible fuerza vital que hicieron posible lo que hasta entonces nadie había logrado, romper el cerco aislante que la administración colonial mantenía firmemente alrededor de su imperio americano español.
Y Alexander en compañía de su secretario Bonpland se pusieron en el camino a Madrid.
Habían abandonado Marsella por la imposibilidad de alcanzar Argelia; una flota británica bloqueba el puerto. Gran parte del camino lo hicieron a pie y en Madrid se produjo el milagro que Alexander cuenta así:
“Decidí abandonar Europa, quiero pasar mis años de juventud activamente. Me fui a Madrid con mis instrumentos y gané la simpatía del rey. ----
Y recomendados por el rey nos dirigimos a Habana y Méjico.-- ¡Qué suerte se me ha abierto!
Me causa vértigo tanta alegría. Pasaremos por las Canarias y la costa de Caracas. La simpatía personal del rey, mi capacidad de conversar fluidamente en español y el noble y servicial carácter español  me hacen esperar lo mejor. ¡Qué tesoro de observaciones podré reunir para mi proyecto de la construcción del cuerpo de este mundo!“
Este entusiasmo le acompañaba durante todo este viaje aunque tuviera que esconder prudentemente su pensamiento crítico ante sus interlocutores amables y serviciales pero de una mentalidad estrecha e inmóvil.
Todo lo contrario de lo que se esperaba, el trópico no minaba su salud ni cambiaba su carácter activo. Así escribió:
“El mundo tropical es el elemento mío, nunca me he sentido más sano que aquí. Trabajo mucho y duermo poco. He pasado por ciudades donde abundaba la fiebre amarilla. Yo no he tenido ni dolor de cabeza.“
“En la selva amazónica como en las cumbres de los Andes he observado cómo se manifiesta la vida tanto en piedras, plantas, animales y en el corazón de los hombres. Y en todas partes me acompañaba este sentimiento tan poderoso adquirido por la visión de la naturaleza que me trasmitió Goethe en Jena. Es como si me hubieran crecido nuevos órganos para ver y sentir.“
Lo que para otros habrían sido penas y sufrimientos en la visión de Alexander se trasformaban en sensaciones nuevas para su filosofía de la naturaleza, de la realidad.
Así, en las noches junto al río Orinoco, Alexander imitando a los indios cubrió el cuerpo desnudo con arena para protegerse contra la plaga de los insectos.
El mensaje de esta vida reflejada en sinfin de episodios es: No hay justificación de la soberbia europea, las culturas humanas en su multiple diversificación todas son admirables, sólo hay una e indivisa humanidad. Y por eso le causaba dolor ver a indios y negros humillados y esclavizados. Rechazó el “servicio“ de cargueros indios dedicados a trasportar a excursionistas blancos sobre sus hombros.
Su incansable afán de ver y de conocer le hizo menospreciar penurias y peligros que le rodeaban. Y efectivamente volvió sano y salvo de esa expedición que más de una vez le podría haber costado la vida. Regresó con cajas llenas de noticias y de muestras materiales de toda clase. Tanto era que la publicación llenaba 34 tomos. Creció su fama especialmente en América donde pronto se le consideraba como el segundo descubridor después de Colón.
Bolívar le puso en el primer puesto. En realidad los hechos no son comparables. La hazaña de la conquista de América obedecía a motivos e intereses completamento distintos. No era el saber sino el poder, y en este sentido el proceso de la conquista aun está vigente tragándose de forma vertiginosa la Amazonía donde desaparecen especies antes de llegarlas a conocer.
Alexander sólo en 1827 regresa definitivamente a Berlín. La publicación de la experiencia americana en Paris había agotado sus reservas. Sin embargo rechazaba toda oferta de una colocación como alto funcionario del estado. No quiso ser ni ministro de educación, ni embajador prusiano en Paris, donde ahora gobernaban de nuevo los borbones. Aceptó dar conferencias que bajo el título “Kosmos“ se daban para un público general que acudía masivamente para escucharle.
Y aceptó la invitación del zar en San Petersburgo a organizar una expedición a Siberia. Alexander que ahora tenía sesenta años enseguida aceptó con entusiasmo este reto.
“No sé nada de ruso, pero estoy dispuesto a hacerme ruso como me había hecho español.“
De aquella expedición volvía cargado de materiales como de aquella a América. Sin embargo, no le quedaba tiempo vital para una publicación semejante.
Su hermano Wilhelm durante todo este tiempo había acompañado con máximo interés las actividades del hermano. Ambos eran republicanos, pero reducidos ahora a ser “demócratas de la corte“ durante esta fase de política reaccionaria que dominaba en toda Europa.
Y moría Wilhelm en 1835 dejando su concepto de libertad en la Universidad que ahora lleva su nombre y que pronto daría sus frutos: 29 premios Nobel.
Alexander murió en 1859, condecorado con el “Pour le Mérite“ prusiano. Dinero no le quedaba y su biblioteca la dejó a sus criados.
Numerosas ciencias modernas consideran a los hermanos Humboldt como sus fundadores.

Me limito a estas breves notas,
un atrevimiento ante el inmenso caudal de conocimientos e ideas.

Manfred
7/2008

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