Era un triste día de noviembre de 1.811
cuando Heinrich von Kleist puso fin a su vida
a orillas de un insignificante lago de Brandemburgo.
Hasta este instante poco había sido publicado
de sus escritos y más había destruido él
en autodefés de desesperada resignación. En el momento de la trágica decisión
de autoeliminarse había buscado otra vez más la forma de romper la soledad que
le acompañaba desde niño hasta soldado y filósofo – poeta. Arrastró a esta
oscura muerte a una triste compañera, conocida fugazmente. La muerte así había
sido anticipada en sus novelas y dramas. Muchos años más tarde, un curioso
investigador encontraría entre papeles y fragmentos literarios un cuaderno del
joven estudiante Heinrich, un niño aun, donde aquel describía minuciosamente
las diferentes formas de suicidio. En el mismo cuaderno decía que el suicidio
era la única decisión válida del hombre por no ser revocable. Mucho ha sido
discutido desde entonces, si esta extraña personalidad nació suicida o se hizo,
movida por las circunstancias de una vida “demasiado difícil para poder vivirla”.
Su obra literaria repleta de idealismo y de violencia preve sólo esporádicos episodios de felicidad. Así no es extraño que Kleist dijera: “Soy la desdicha para los que me rodean”. Y después de haber arruinado económicamente a su familia, ¿qué más queda que el eclipse mortal?
Su obra literaria repleta de idealismo y de violencia preve sólo esporádicos episodios de felicidad. Así no es extraño que Kleist dijera: “Soy la desdicha para los que me rodean”. Y después de haber arruinado económicamente a su familia, ¿qué más queda que el eclipse mortal?
Su plano de vida: Nada de pesimismo en el
joven Heinrich que nació en 1.777, apenas cuatro años antes de la publicación de la obra más importante
de la Ilustración en Alemania: Manuel Kant, Crítica de la Razón Pura. Ambos,
pertenecientes a diferentes generaciones, eran prusianos y vivieron con gran
atención los eventos de la Revolución Francesa. Su procedencia social era totalmente
distinta, Kleist era aristócrata, Kant de descendencia casi proletaria. Sin
embargo, los dos sirvieron a su manera a un mismo señor, el Rey de Prusia.
La carrera militar, prevista para todos los
von Kleist, fue soportada por Heinrich en un principio como algo inevitable.
Nos cuesta trabajo imaginarnos al teniente Heinrich von Kleist delante de su
compañía de reclutas. La estrecha limitación de la vida militar le impide lo
que más desea hacer: adquirir una formación universal, conocer, observar, aprender.
El Siglo de las Luces había iluminado a uno de los Kleist, quien deseaba “ser
uno de los grandes de las letras o nada”. Extraño deseo este del Teniente von
Kleist, despreciando el cuartel, el uniforme – el vestido del rey – y el noble
destino familiar, además la gracia y el sueldo de su Majestad, ya que los
Kleist no eran ricos.
Pero Heinrich, iluminado: “He decidido
cambiar el destino de mi vida, ¡cueste lo que sea! “- Coûte que coûte, el lema
del Rey -. La novia y la hermana no muestran sorpresa ante tal decisión.
Renuncian al matrimonio, a la herencia paterna para que el Teniente von Kleist
pueda colgar el vestido del rey y regresar a la vida privada, sin perspectiva
profesional naturalmente. Y Heinrich se mete en un caos de propósitos, planes y
estudios. Todo le atrae desde la filosofía hasta las ciencias y la medicina,
todo lo que sea grande y extraordinario.
¿Le importa algo la derrota demoledora del
estado prusiano ante los ejércitos de Napoleón? Parece que no. No lo menciona
para nada. Es más, ofrece sus servicios a Francia: Quiere viajar y no tiene con
qué. Ante el inmenso mar de propósitos e ideas que lo invaden, el mundo
exterior casi no tiene importancia. Un joven idealista excéntrico que vive de
espaldas a la realidad.
La desilusión radical. Existe un documento
que demuestra, cómo las extremas intenciones del joven reciben una derrota. Y
esto en la continuidad producirá el auténtico y genial escritor Kleist. “Estoy
estudiando a Kant”, escribe a la novia. Y poco después: “He recibido la peor
desilusión que jamás puede suceder a un hombre: Ahora sé que no podemos conocer
ni saber nada difinitivamente. Vivimos encerrados en nosotros mismos. Todo lo
que vemos no refleja sino nuestros propios deseos y creencias. ¡Permanecemos
ciegos de por vida!”
Podemos dudar de la competencia del joven e
inexperto filósofo Kleist para entender adecuadamente el complejo sistema de la
“Crítica de la Razón Pura” de Kant. Una obra tantas veces comentada como pocas
veces leida. Pero comprendamos que la reacción de Kleist tiene otra raíz. Se
trata de una vivencia real y existencial. La incertidumbre acerca del verdadero
sentido del mundo en el cual vivimos no es eliminable por ninguna teoría. Es
una experiencia vital, relatada en las vidas de santos, científicos y de criminales.
Es una experiencia que borra toda tranquilidad, es radical e indiscutible,
repetida y se repetirá en millones de vidas. Es
característico de la modernidad. Y la psicología no tardará de ponerle
nombre y buscarle remedios – generalmente inútiles -: frustraciones, angustias,
crisis de personalidad, psicosis, síndrome psicopatológico, et., etc.
Esta crisis de conciencia de Kleist es un
verdadero motor para el literato y se traduce en uno de sus textos más hermosos
y originales: “Sobre el Teatro de las Marionetas”. La marioneta, según Kleist,
es la manifestación del verdadero ser original. Una gracia perfecta caracteriza
sus movimientos. Así suele ser también el gesto humano, cuánto más
inconsciente, tanto más perfecto. ¿Por qué? Pregunta Kleist. Porque no es
afectado por el dominio de la razón y de los escrúpulos de la conciencia. La
gracia de la marioneta es bella por naturaleza, es perfecta.
¿Podemos, o debemos, imitar esta perfección?
Vivimos la vida a raíz del subconsciente, inconscientemente. ¡No! Porque este
regreso sería artificioso, innatural. ¡Aumentarían nuestras desgracias! La
felicidad reside detrás de la puertas cerradas definitivamente. ¿Qué hacer
entonces?
Puede ser que el mundo sea una inmensa
parábola. Después de haber perdido nuestro paraíso original, la perfección y
belleza del principio, queda la única esperanza, que a través de la tragedia de
nuestros errores, encontremos en la lejanía del futuro una puerta abierta.
Esta trágica esperanza es, a pesar de
todo, un proyecto de felicidad futura, escondido tras los desastres de la
historia y la vida. Nos queda como única segura inseguridad y es la esperanza
del desesperado. Rescatar al hombre por encima y a través de sus desgracias,
esto es el auténtico mensaje del escritor Heinrich von Kleist.
Y Kleist aquí tiende visiblemente la mano a
su contemporáneo, el filósofo Hegel., quien dice que el hombre sólo tiene
existencia y se realiza en el marco de determinada fase histórica. Esta
historia disuelve, destruye e hiere, pero - y esto es lo esencial – progresa.
Kleist, cada vez más, trata poéticamente esta
experiencia de la violencia, del dolor y de la destrucción y sufre el desprecio
de los grandes literatos de su tiempo y es rechazado por el público. Hoy nos
parece como un visionario. El más absurdo sacrificio y el humillante desprecio
de lo humano son constantes elementos en la obra de Kleist. Histerismos colectivos, racismo y tortura,
amor que se transforma en odio, una verdadera apocalipsis de la destrucción
anuncia experiencias que sólo doscientos años después se han cumplido
realmente.
Kleist descubrió cuatro generaciones antes
que Freud el subconsciente como factor decisivo en el hombre. Su drama de la
mitológica amazona “Penthesilea” no es más que una poética lección de psicoanálisis
freudiano. Eros y violencia forman una contradictoria unión. Bajo la condición
específica de la historia violenta, el impulso erótico adquiere un carácter
humillante e inhumano. Ningún teatro ha presentado hasta ahora la escena del
drama donde Penthesilea se presenta después de haberse bañado en la sangre de
su amante Aquiles. Un espectáculo que anticipa algo de las horribles visiones
de Passolini.
La novela “Michael Kohlhaas” es una parábola
de la rebelión fracasada por su domesticación. Michael Kohlhaas, perseguido y
víctima de un rancio sistema feudal se transforma en violento acusador, ladrón
y asesino de sus perseguidores. Pero estos comprenden, cómo pueden cazarlo. Le
ofrecen garantías, el derecho, engañando así su sensible sentido de derecho y
justicia. Kohlhaas, que ofendió la ley para reclamar su derecho, es finalmente
domesticado.
·
Estas son las figuras de
Kleist: Rebeldes y grandes conquistadores, personajes mitológicos y sencillos
representantes del pueblo, como el juez “Adam” en la comedia “El Cántaro Roto”
o la “Negra Teresa” de la novela “Noviazgo en Santo Domingo”. Todos son, sin
excepci¡on, figuras derrotadas por la incompatibilidad de sus deseos y de su
carácter con las condiciones que encuentran. Pierden, pero luchan por sus causas
perdidas, y no es un ciego batallar. Es lo único que permanece vigente depués
de la derrota. El final es una dramática manifestación de poesía y belleza.
Heinrich von Kleist es un Junker prusiano que
doscientos años después de su muerte estará muy vivo y capaz de provocar aplausos y no es extraño
que en el Paris de los existencialistas Kleist fuera celebrado como uno de los
suyos.
Manfred
7/2008
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