domingo, 20 de julio de 2008

El Mito de Prusia (13): Heinrich, el Junker moderno

Era un triste día de noviembre de 1.811 cuando Heinrich von Kleist puso fin a su vida  a orillas de un insignificante lago de Brandemburgo.
Hasta este instante poco había sido publicado de sus escritos y más había  destruido él en autodefés de desesperada resignación. En el momento de la trágica decisión de autoeliminarse había buscado otra vez más la forma de romper la soledad que le acompañaba desde niño hasta soldado y filósofo – poeta. Arrastró a esta oscura muerte a una triste compañera, conocida fugazmente. La muerte así había sido anticipada en sus novelas y dramas. Muchos años más tarde, un curioso investigador encontraría entre papeles y fragmentos literarios un cuaderno del joven estudiante Heinrich, un niño aun, donde aquel describía minuciosamente las diferentes formas de suicidio. En el mismo cuaderno decía que el suicidio era la única decisión válida del hombre por no ser revocable. Mucho ha sido discutido desde entonces, si esta extraña personalidad nació suicida o se hizo, movida por las circunstancias de una vida “demasiado difícil para poder vivirla”.

Su obra literaria repleta de idealismo y de violencia preve sólo esporádicos episodios de felicidad. Así no es extraño que Kleist dijera: “Soy la desdicha para los que me rodean”. Y después de haber arruinado económicamente a su familia, ¿qué más queda que el eclipse mortal?
Su plano de vida: Nada de pesimismo en el joven Heinrich que nació en 1.777, apenas cuatro años antes  de la publicación de la obra más importante de la Ilustración en Alemania: Manuel Kant, Crítica de la Razón Pura. Ambos, pertenecientes a diferentes generaciones, eran prusianos y vivieron con gran atención los eventos de la Revolución Francesa. Su procedencia social era totalmente distinta, Kleist era aristócrata, Kant de descendencia casi proletaria. Sin embargo, los dos sirvieron a su manera a un mismo señor, el Rey de Prusia.
La carrera militar, prevista para todos los von Kleist, fue soportada por Heinrich en un principio como algo inevitable. Nos cuesta trabajo imaginarnos al teniente Heinrich von Kleist delante de su compañía de reclutas. La estrecha limitación de la vida militar le impide lo que más desea hacer: adquirir una formación universal, conocer, observar, aprender. El Siglo de las Luces había iluminado a uno de los Kleist, quien deseaba “ser uno de los grandes de las letras o nada”. Extraño deseo este del Teniente von Kleist, despreciando el cuartel, el uniforme – el vestido del rey – y el noble destino familiar, además la gracia y el sueldo de su Majestad, ya que los Kleist no eran ricos.
Pero Heinrich, iluminado: “He decidido cambiar el destino de mi vida, ¡cueste lo que sea! “- Coûte que coûte, el lema del Rey -. La novia y la hermana no muestran sorpresa ante tal decisión. Renuncian al matrimonio, a la herencia paterna para que el Teniente von Kleist pueda colgar el vestido del rey y regresar a la vida privada, sin perspectiva profesional naturalmente. Y Heinrich se mete en un caos de propósitos, planes y estudios. Todo le atrae desde la filosofía hasta las ciencias y la medicina, todo lo que sea grande y extraordinario.
¿Le importa algo la derrota demoledora del estado prusiano ante los ejércitos de Napoleón? Parece que no. No lo menciona para nada. Es más, ofrece sus servicios a Francia: Quiere viajar y no tiene con qué. Ante el inmenso mar de propósitos e ideas que lo invaden, el mundo exterior casi no tiene importancia. Un joven idealista excéntrico que vive de espaldas a la realidad.
La desilusión radical. Existe un documento que demuestra, cómo las extremas intenciones del joven reciben una derrota. Y esto en la continuidad producirá el auténtico y genial escritor Kleist. “Estoy estudiando a Kant”, escribe a la novia. Y poco después: “He recibido la peor desilusión que jamás puede suceder a un hombre: Ahora sé que no podemos conocer ni saber nada difinitivamente. Vivimos encerrados en nosotros mismos. Todo lo que vemos no refleja sino nuestros propios deseos y creencias. ¡Permanecemos ciegos de por vida!”
Podemos dudar de la competencia del joven e inexperto filósofo Kleist para entender adecuadamente el complejo sistema de la “Crítica de la Razón Pura” de Kant. Una obra tantas veces comentada como pocas veces leida. Pero comprendamos que la reacción de Kleist tiene otra raíz. Se trata de una vivencia real y existencial. La incertidumbre acerca del verdadero sentido del mundo en el cual vivimos no es eliminable por ninguna teoría. Es una experiencia vital, relatada en las vidas de santos, científicos y de criminales. Es una experiencia que borra toda tranquilidad, es radical e indiscutible, repetida y se repetirá en millones de vidas. Es  característico de la modernidad. Y la psicología no tardará de ponerle nombre y buscarle remedios – generalmente inútiles -: frustraciones, angustias, crisis de personalidad, psicosis, síndrome psicopatológico, et., etc.
Esta crisis de conciencia de Kleist es un verdadero motor para el literato y se traduce en uno de sus textos más hermosos y originales: “Sobre el Teatro de las Marionetas”. La marioneta, según Kleist, es la manifestación del verdadero ser original. Una gracia perfecta caracteriza sus movimientos. Así suele ser también el gesto humano, cuánto más inconsciente, tanto más perfecto. ¿Por qué? Pregunta Kleist. Porque no es afectado por el dominio de la razón y de los escrúpulos de la conciencia. La gracia de la marioneta es bella por naturaleza, es perfecta.
¿Podemos, o debemos, imitar esta perfección? Vivimos la vida a raíz del subconsciente, inconscientemente. ¡No! Porque este regreso sería artificioso, innatural. ¡Aumentarían nuestras desgracias! La felicidad reside detrás de la puertas cerradas definitivamente. ¿Qué hacer entonces?
Puede ser que el mundo sea una inmensa parábola. Después de haber perdido nuestro paraíso original, la perfección y belleza del principio, queda la única esperanza, que a través de la tragedia de nuestros errores, encontremos en la lejanía del futuro una puerta abierta. Esta  trágica esperanza es, a pesar de todo, un proyecto de felicidad futura, escondido tras los desastres de la historia y la vida. Nos queda como única segura inseguridad y es la esperanza del desesperado. Rescatar al hombre por encima y a través de sus desgracias, esto es el auténtico mensaje del escritor Heinrich von Kleist.
Y Kleist aquí tiende visiblemente la mano a su contemporáneo, el filósofo Hegel., quien dice que el hombre sólo tiene existencia y se realiza en el marco de determinada fase histórica. Esta historia disuelve, destruye e hiere, pero - y esto es lo esencial – progresa.
Kleist, cada vez más, trata poéticamente esta experiencia de la violencia, del dolor y de la destrucción y sufre el desprecio de los grandes literatos de su tiempo y es rechazado por el público. Hoy nos parece como un visionario. El más absurdo sacrificio y el humillante desprecio de lo humano son constantes elementos en la obra de Kleist.  Histerismos colectivos, racismo y tortura, amor que se transforma en odio, una verdadera apocalipsis de la destrucción anuncia experiencias que sólo doscientos años después se han cumplido realmente.
Kleist descubrió cuatro generaciones antes que Freud el subconsciente como factor decisivo en el hombre. Su drama de la mitológica amazona “Penthesilea” no es más que una poética lección de psicoanálisis freudiano. Eros y violencia forman una contradictoria unión. Bajo la condición específica de la historia violenta, el impulso erótico adquiere un carácter humillante e inhumano. Ningún teatro ha presentado hasta ahora la escena del drama donde Penthesilea se presenta después de haberse bañado en la sangre de su amante Aquiles. Un espectáculo que anticipa algo de las horribles visiones de Passolini.
La novela “Michael Kohlhaas” es una parábola de la rebelión fracasada por su domesticación. Michael Kohlhaas, perseguido y víctima de un rancio sistema feudal se transforma en violento acusador, ladrón y asesino de sus perseguidores. Pero estos comprenden, cómo pueden cazarlo. Le ofrecen garantías, el derecho, engañando así su sensible sentido de derecho y justicia. Kohlhaas, que ofendió la ley para reclamar su derecho, es finalmente domesticado.
·       Estas son las figuras de Kleist: Rebeldes y grandes conquistadores, personajes mitológicos y sencillos representantes del pueblo, como el juez “Adam” en la comedia “El Cántaro Roto” o la “Negra Teresa” de la novela “Noviazgo en Santo Domingo”. Todos son, sin excepci¡on, figuras derrotadas por la incompatibilidad de sus deseos y de su carácter con las condiciones que encuentran. Pierden, pero luchan por sus causas perdidas, y no es un ciego batallar. Es lo único que permanece vigente depués de la derrota. El final es una dramática manifestación de poesía y belleza.
Heinrich von Kleist es un Junker prusiano que doscientos años después de su muerte estará muy vivo y  capaz de provocar aplausos y no es extraño que en el Paris de los existencialistas Kleist fuera celebrado como uno de los suyos.

Manfred
7/2008

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