miércoles, 25 de junio de 2008

El Mito de Prusia (3): La tolerancia

En el año de 1747 comenzó la obra de la catedral católica de Sankt Hedwig en Berlín. Friedrich II había conquistado Silesia y el número de habitantes católicos provenientes de la nueva  provincia aumentó rapidamente. Y pronto se diría que para ser berlinés había que haber sido silesiano antes. Para el rey, eso era un problema administrativo más:
“Todas las religiones tienen que ser toleradas y los fiscales deben cuidar que ninguna perjudique a la otra. Aquí todos deben consolarse a su propia manera ( à sa façon ).“

La razón de estado decidió así y bien conocida estaba  la actitud agnóstica de la majestad:
“Católicos, luteranos, reformados, judíos y otras tantas sectas cristianas viven pacíficamente en Prusia. Si prefiriéramos una a las otras  pronto se formarían partidos y surgirían conflictos violentos. Comenzarían las persecusiones y miles de súbditos abandonarían nuestro país para aportar su saber industrial y su número a nuestros vecinos. Para la política no importa si el príncipe es religioso o no lo es.“
Friedrich no lo era  y castigó severamente toda manifestación de fundamentalismo religioso, pero al mismo tiempo admitió a los jesuitas que fueron expulsados de España.
Y eso ya tenía larga tradición en Prusia: En el año 1685 fue cancelado el edicto de Nantes en Francia que garantizaba el libre ejercicio de la confesión reformada. El cardenal Richelieu expulsó a los que no querían reconvertirse y en la despoblada y paupera Alemania devastada por la Guerra de los Treinta Años eran bien recibidos. El edicto de Potsdam les abrió la puerta en Prusia y el Gran Elector los recibió personalmente. El visitante actual encontrará la catedral francesa en la plaza Gendarmenmarkt en Berlín y podrá oir oficio religioso en francés. En el Berlín de Friedrich los hugonotes formaron hasta 30 porciento de la población.
Sin embargo, no todo era gloria y progreso. La burguesía naciente alemana vio con malos ojos tanta generosidad. Creció la competencia en la industria y en el comercio. Sobre todo, cuando llegaron cada vez más numerosos judíos del Este de Europa.
El estado de Prusia era una construcción fría y artificial, mantenida por el racionalismo ilustrado en beneficio de la aristocracia. Ser generoso no era precisamente una virtud apreciada por la burguesía. Esta, cada vez más, buscará autonomía, en un principio fundada sobre su actividad económica creciente y su papel dominante cultural. Es la moda del romanticismo que cultivan los nuevos ricos en sus salones, no pocos de ellos dirigidos por familias judías influyentes. Y cuando en el año 1812 el decreto de la emancipación abolió definitivamente la discriminación de los judíos, se manifestó la oposición:
“La honesta Prusia se está haciendo un estado moderno, judío.“
Primer escalón de una delirante crecida que terminará en el antisemitismo racista:
“Plutocracia, marxismo y bolchevismo, todo eso creado por los judíos!“
Y a pesar de estas voces y  contrario a lo que dicen investigadores modernos, el historiador judío Hans Joachim Schoeps, firme defensor de Prusia, habla de una simbiosis judío – prusiana durante los siglos 18 y 19 con graves consecuencias posteriores. No hay duda, el estado artificial de Prusia sin identidad étnica ni nacional, sin ideología, fundado sobre la mera racionalidad, ofrecía óptimas condiciones para la vida de los judíos. En ningún otro lugar del mundo había tantos médicos, abogados, científicos, profesores judíos como aquí. Albert Einstein sólo es un nombre entre los tantos que podrían ser mencionados. Aquí se podían realizar plenamente, aunque sufrieran necia discriminación en el ambiente popular.
El estado prusiano los protegía. Es el nacionalismo alemán quien destruye este idilio y la ideología nazi finalmente, maligna flor de este tronco, provocará su destrucción física.
Al perder el elemento judío, Prusia y Berlín perdieron parte integral de su identidad.
Alemania absorbió a Prusia y al absorberla la destruyó.
Hay una fecha siniestra en este proceso destructivo: El día 21 de Marzo de 1933, cuando en  presencia de los grandes de Prusia, el senil presidente y exmariscal  von Hindenburg entrega el bastón de mando al nuevo canciller Adolf Hitler. Sucede esto en un escenario simbólico:
la iglesia de la Guarnición de Potsdam. A partir de este acto, la esencia de Prusia ha desaparecido. Aunque el Führer mantuviera colgado en su despacho del búnker en Berlín la imagen de Friedrich II, Prusia no es más que el pretexto para dictadura, totalitarismo y agresión.
Henning von Treskow, uno de los aristócratas prusianos colaborador en el atentado contra Hitler lo declaró poco antes de ser ejecutado:
“Y si Dios prometió no destruir la ciudad de Sodom si sólo hubiera diez justos en ella, tal vez deje con vida a Alemania, aunque nosotros tengamos que morir.“

Manfred

6/2008

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