miércoles, 11 de junio de 2008

El Mito de Prusia (2): Obediencia

“¡Al polvo, enemigos de Brandemburgo!“
( Heinrich von Kleist, El Príncipe de Homburg)

-primera escena
El padre, la potestad paterna absoluta, representa Friedrich Wilhelm I, elector de Brandemburgo y rey de Prusia. En el palacete de Wusterhausen la familia real descansa durante los meses de verano, lugar de martirio para Fritz y su hermana Wilhelmine. Su padre, el rey, no los quiere: “ Fritz no se peina, ni viste bien, sólo tiene trato con los franceses, no es afable con la gente.“ Al “Soldatenkönig“ – rey soldado – no le gusta el príncipe heredero quien lee libros raros y toca la flauta como un simple músico de la corte. Nunca será un buen soldado como el padre siempre quería. La hermana lo acompaña y por eso los deja castigados por el menor incidente y a Fritz lo pega hasta dolerle la mano antes de privarle de comida y de la compañía de su madre, la reina, quien trata de proteger al hijo.

El hijo, humillado y resentido, simula obediencia.
“Si a mí me hubiesen tratado como yo a tí, me habría escapado. Pero a tí te falta el valor y el honor.“ Eso habría dicho el mismo padre, quien además según testigos exigió que renunciara a la sucesión; cosa imposible por la ley, porque eso era de competencia exclusiva de la Majestad del Sacro Imperio en Viena.

-segunda escena
Fortaleza de Küstrin – hoy en Polonia – 6 de Noviembre de 1730. El príncipe Fritz, que ahora tiene dieciocho años, se encuentra detenido después de un intento de fuga en compañía de su amigo Katte. Aprovechando la mayor libertad durante un viaje al sur del Reich – los fragmentos del territorio prusiano se extendieron sobre varias zonas de la geografía centroeuropea – el príncipe intentó evadirse de la tiranía del padre. Y fracasó.
Se celebró un juicio de guerra contra él y el amigo. Presidía el tribunal el conde von Schulenburg, antepasado de aquel von Schulenburg quien sería personaje clave en la conspiración de oficiales de la Wehrmacht contra Hitler. El rey padre había dado  instrucciones: “Más vale que el individuo muera que no haya justicia en el mundo.“
¿Había insinuado el rey un fallo así del tribunal contra su hijo? Estaba convencido que la autoridad del rey no admitía perdonar ni ser generoso.
El amigo del príncipe Katte era un simple ayudante en ese delito de fuga. El hijo era el prófugo, el desertor. Un delito así se penaba en el ejército prusiano con el “Gassenlauf“ – el paseo - , la flagelación por los compañeros del mismo batallón, frecuentemente mortal.
El tribunal sentenció a muerte al pobre Katte, respetando la majestad del príncipe.
Y ahora, en plena noche, un oficial con cuatro granaderos entran a la celda del príncipe. Piden permiso – llorando – así lo relata el mismo Friedrich. Lo arrastran a la ventana abierta y le obligan a contemplar, cómo su amigo es decapitado por el hacha del verdugo. La escena macabra está iluminada por las antorchas de los soldados.
El príncipe Fritz, después de pasar por delirio y fiebre, jura obediencia a su señor padre, quien – o milagro – comienza a cambiar de actitud de tirano que en su ira había mandado confiscar la biblioteca del príncipe, no para quemar los libros sino, cuidadoso con el dinero, los había mandado a Hamburgo para la venta. Pero ahora admitió ciertos “caprichos“ como la flauta, siempre si el reo no descuidara sus obligaciones diarias como soldado y administrativo del estado. Y sobre eso vigilaban numerosos espías que procuraban que el reo nunca estuviera solo. Estas eran las circunstancias donde muy lentamente comenzaba la emancipación del futuro rey, quien diez años después como sucesor de su querido padre chocaría a todos dentro y fuera de Prusia con el primer decreto de su mandato: La prohibición de la tortura.
Y en privado, según testigos, su reacción a la muerte del antecesor era: “ ¡Y ahora se han acabado todas las pamplinas!“
Desde luego, eso sucedió. El príncipe Fritz, ahora  rey Friedrich II de Prusia, no se contentaba con la herencia, arcas llenas de dinero y un ejército  de una magnitud impresionante.
Todos estos recursos habría que ponerlos en marcha para engordar el raquítico estado de Prusia. Se apartó del mensaje pietista del padre, pero no del poder y la gloria.
“El primer servidor del estado soy yo“, significa que el estado reemplazaba la figura de la potestad paterna. Friedrich nunca será padre de familia, pero fiel servidor de por vida a lo que consideraba la máxima autoridad: El Estado y sus reglas y leyes que exige la gestión al directivo, máximo servidor. No es el absolutismo de Luís XIV de Francia. Friedrich ha invertido la famosa sentencia “L´état c´est moi!“ en “raison d´état“ – Staatsraison – razón de estado - y esta gobernará en Prusia. Este mensaje político que Friedrich ha dejado grabado en la historia de Alemania ha sido vigente durante muchas generaciones de políticos, para bien y para mal del país. Nos preguntamos: ¿Qué pasará, cuando este servicio lo ejerce la incompetencia, la soberbia, la locura agresiva y la ceguera ideológica?  ¿Obedeceremos a esta autoridad también?
Bajo el mando de Adolf Hitler muchos generales prusianos cayeron en la trampa y prestaron fiel servicio al  gran farsante quien en su despacho hasta el final de sus días mantenía puesto el retrato del Gran Rey: le debían obediencia y cumplían. Y había otros, que despertaron tarde para reeaccionar con desesperación, dieron la vida en su intento de salvar “el Estado“ eliminando al Führer, pero ganaron el honor.

-tercera escena
Observemos un clásico de la literatura alemana: “Der Prinz von Homburg“, escrito por Heinrich von Kleist entre 1808 / 1810 y puesto en escena lejos de Prusia y en Viena 1821. Kleist traduce a ficción histórica lo que había sido viva realidad:
El príncipe de Homburg, príncipe heredero del Electorado de Brandemburgo es el comandente de la caballería y desobedece la orden expresa de su padre el Gran Elector durante la batalla de Fehrbellin, ataca al enemigo sueco de frente, y gana la batalla.
Su padre, en lugar de colmarle con elogios y perdonarle la leve insubordinación como un acto de indisciplina debido a la juventud e inexperiencia del príncipe, manda ponerlo en arresto y ordena juicio militar contra su hijo. El tribunal militar cumple con su deber y sentencia que desobedecer una orden ante el enemigo en el código militar tiene un solo fallo: el fusilamiento.
El príncipe, quien no esperaba eso, pide clemencia y mueve todos los registros de su influencia en sociedad para salvar la vida. Parece que así lo lograra.
Entonces el padre le hace venir y el diálogo entre ambos revela lo que en fondo significa la esencia de la obediencia prusiana. El príncipe acepta la muerte como algo inevitable, dejando atrás su temor. La obediencia se ha trasformado en un sútil proceso interiorizado y personalizado. Obediencia surge de la conciencia autónoma y libre. Ha dejado aquí, en esta obra de Kleist, su huella Manuel Kant, el filósofo de Koenigsberg, el prusiano más auténtico en el campo de la filosofía. Kant había elogiado al rey Friedrich en la lejana  ciudad de Potsdam: “Conozco un solo señor que dice, ¡razonen y piensen libremente, pero obedezcan!“
Para el Príncipe de Homburg el mundo trascendental está cerrado, el escepticismo ilustrado le hace verlo así. En el mundo real que le toca vivir, duramente se golpean los intereses y los individuos son llamados a tomar partido. Lo único que posee es la propia conciencia:
“Dicen que allá también hay sol
Que brilla sobre campos más floridos.
Lo creo –
Pero, lástima,
El ojo para ver tanta belleza
Se pudre.“
Lo que queda es, cumplir con el deber; así lo requiere la razón práctica.
Y el príncipe lo cumple en una situación extrema, casi absurdamente exagerada.
Y cumplir con su deber se hace la máxima en esta Prusia de Friedrich. Una virtud que ha dejado como herencia a la posterior Alemania.
¿Y dónde está el placer? Nos preguntamos los sibaritas modernos, ávidos de disfrutar de todo lo que nos da la vida. El filósofo del lejano Koenigsberg respondería:
“Cuando cumples con tu deber no obedeces a una voluntad ajena, cumples con la que ya llevas grabada en tu conciencia, te obedeces a tí mismo. Alegría es, vivir la vida como cumplimiento del deber.“ En cierta forma se sacraliza lo ordinario, la sencillez y la modestia, virtudes prusianas en desuso no sólo en Alemania. Para Heinrich Heine quien criticaba tanto a Prusia por la ausencia de libertades democráticas, es esta la más apreciable marca del cristianismo en una sociedad laica.
Sin embargo, debemos preguntarnos los alemanes: ¿Y qué pasa, cuando cumplir con el deber contradice normas elementales del derecho humano? ¿Seguiremos cumpliendo lo que ordena un mando pervertido? ¿Quién protege nuestra conciencia contra la invasión de una ley pública inmoral?
Una respuesta la dieron los hermanos Scholl en Múnich en 1944, su desobediencia les costó la vida. Rebelarse era la única manera de seguir fiel a la ley moral proclamada por Kant.
La conciencia no se apaga obedeciendo.

-cuarta escena
El 30 de Diciembre de 1812 se encuentran el el general prusiano von Yorck con emisarios del zar de Rusia para firmar el tratado de Tauroggen, así llamado por el lugar cercano a la frontera entre Rusia y Prusia Oriental. El tratado es punto final de la alianza de Prusia con Napoleón, vencedor sobre un ejército prusiano que no había conocido adversario serio desde tiempos de Friedrich II.
Lo muy particular de este tratado es, que desobedece al rey Friedrich Wilhelm III quien se mantenía en la alianza con Napoleón. El general von Yorck, antepasado de aquel von Yorck implicado en el atentado contra Hitler, da una explicación:
“ Tenía que elegir si obedecía a mi rey o a mi patria, y decidí cumplir con mi deber con mi patria.“
Esta decisión significaba que las tropas prusianas, cometiendo alta traición, se pasaran a los rusos, y sólo juntos lograron expulsar a Napoleón de Europa Central.
Pero el suceso es más trascendente: En las palabras del general prusiano aparecen todos los términos claves de este drama prusiano. Y hay algo nuevo: aparece el término “patria“.
Esta palabra está grabada en letra mayúscula en la bandera tricolor y suena en millones de voces cantando “La Marsellesa“. Y no sólo los franceses la cantaban, su eco recorrió toda Europa. El mundo se había movido y nunca jamás volverá atrás.
¿Y Prusia? Prusia no era la patria de nadie y mucho menos una nación. Prusia – mientras existía – era el “Estado“ forjado por sus reyes con el programa ilustrado de Friedrich II.
Había prusianos en el Este, Sur, Norte y Oeste de la geografía de Centroeuropa. Había prusianos que hablaban francés, muchos otros – polaco, y el plat alemán. Había prusianos luteranos – la mayoría, reformados y católicos silesianos y polacos. Era una construcción multiétnica, plurilingüe y de múltiples confesiones religiosas. No olvidemos a los ortodoxos rusos en las filas del ejército. El rey Friedrich II hablaba y escribía casi exclusivamente en francés. Todos vivían bajo la bandera blanca con el águila negro. Y además, desde tiempos del electorado la familia real profesaba el credo calvinista en desacuerdo con la mayoría luterana de sus súbditos.
¿Y si vienen los turcos? se le preguntaba al rey. Y este contestó: “Les construiremos mezquitas.“  ¡Qué vaticinio tan acertado! ¡Berlín, óyelo y ponte las pilas!
La razón de estado mantenía unida a Prusia, no el sentimiento patriótico, ni ningún ideograma trascendental. El espíritu escéptico ilustrado impedía toda tendencia hacia las utopías.
La patria del general von Yorck, en efecto es “la patrie“, y eso es algo completamente nuevo y ajeno a la Prusia tradicional. Hasta este momento las guerras eran cuestiones de estado que no debieran preocupar en demasía a los ciudadanos. Cuando las tropas rusas ocuparon Koenigsberg durante  la guerra de Friedrich II y la zarina Catalina, los ciudadanos habían jurado lealtad a Catalina. ¿Por qué no? El asunto no era con ellos. Y Manuel Kant conversaba alegremente con oficiales rusos y en alemán.
“El rey ha perdido una batalla; ¡los ciudadanos están obligados a mantener la calma!“
Esto es el texto del comunicado oficial  a la población de Berlín después de la derrota de Jena por las tropas de Napoleón en 1806.
Una rebelión popular como el dos de Mayo en Madrid contra el invasor, era impensable e incomprendida. Ahora, la idea de las “patrias“ desatará la jauría del fanatismo nacionalista y no cederá más.
Así, cuando Prusia se fundió en Alemania y esta se trasformó en “patria“ y “nación“, Prusia prácticamente había perdido su razón de existencia y parece que fuera esa la “razón misma de la historia“ que  produjera la desaparición de este estado artificial extraordinario, único.
Y me pregunto, ¿ No sería su modelo una referencia para la construcción de la buscada solución política para la Comunidad Europea?
Europa, ni patria, ni nación, un estado federal, con su administración fría y calculada, útil para todos. ¿Funcionaría?

Manfred
6/2008

P.s.  Los términos  “patria“ y “nación“:

Desde la perspectiva del historiador, todo concepto aparece por primera vez en un preciso momento histórico, desenvuelve y desarrolla una expansiva misión, llega a su cumbre,  pero agoniza para reducirse a cenizas del ayer. Sin embargo nunca desaparece del todo, porque ningún elemento que ha dado forma y vida cae en el olvido.
Así, el Imperio Romano tiene carácter de “estado“, no de nación, igual que la España de los Reyes Católicos. Es cierto que un grupo más o menos homogéneo se identificó emocionalmente con estas formaciones políticas que empiezan a consolidarse hasta que su origen temporal o casual queda olvidado.
Natio en su significado original no es más que la definición de la geografía de donde venía un individuo, donde nació. Es el concepto de la “Voluntad General“ de Rousseau que define la soberanía del estado sobre la base de un fundamento único:
La Nación esto es la expresión política de la voluntad general de los habitantes del estado. Ni los habitantes del Imperio Romano, ni los habitantes del reino de Castilla, ni los de Prusia tenían voluntad propia para definir su convivencia. Las revoluciones americana y francesa cambian esto definitivamente. La gente deja de ser súbditos y se vuelven hijos de la patria, franceses, alemanes, españoles. Todavía para Goethe, la palabra patria significa nada más que el lugar donde nació, la ciudad de Frankfurt. Y curiosamente la entrega de los súbditos al estado es limitada, obligada, negociada y nunca total. Con  las patrias y las naciones comienza el uso completo y total de los recursos humanos. Los conflictos, eternamento los mismos, por poder, influencias, etc., ahora se hacen cada vez más mortíferos. “Las naciones“ a través de sus nacionalismos han tragado más vidas que ninguna otra ideología. Ahora son las pasiones que desatan las furias del odio, de la venganza, del resentimiento. porque se enfrentan pueblos, unos contra otros. Y cada individuo se identifica como parte de su pueblo y no, lo que es racional, de una población. Como parte del pueblo no tiene más remedio que sentir como todos, hablar como todos, creer lo que todos creen y actuar como todos.
El Estado y la Nación son conceptos que mutuamente se compenetran.
Cierto es que ambos son formas de organización de una sociedad y dependen del grado de evolución material y económico de esta. Los regímenes aristocráticos creaban los estados, la burguesía es fundadora de las naciones. El socialismo aberrante nacionalista define nación como un ente biológico – racista y junto con el estalinismo crea la versión de la nación totalitaria.
Las dos guerras mundiales con sus horribles excesos parecían haber descalificado para siempre  el concepto de la nación. Pero, como el ave Fénix actualmente renace de las cenizas, aunque su presencia real  no sea nada más que la réplica tragicómica del pasado.
Sin embargo aún le espera larga vida, porque en otras culturas no europeas todavía representa una fuerza nueva, revolucionaria.  La China poscomunista se entrega al nacionalismo como de una forma delirante todo el mundo islámico. Una causa de su fácil difusión triunfante es la ausencia del esfuerzo intelectual para compartir sus tesis simplistas, otra, el control social que inspira entre sus adictos: “Detesto a los que no son como nosotros.“ “¡Aquí todos vascos y punto!“ etc., etc.

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