“¡Al polvo, enemigos de Brandemburgo!“
( Heinrich von Kleist, El Príncipe de Homburg)
-primera escena
El padre, la potestad paterna absoluta, representa Friedrich Wilhelm I,
elector de Brandemburgo y rey de Prusia. En el palacete de Wusterhausen la
familia real descansa durante los meses de verano, lugar de martirio para Fritz
y su hermana Wilhelmine. Su padre, el rey, no los quiere: “ Fritz no se peina,
ni viste bien, sólo tiene trato con los franceses, no es afable con la gente.“
Al “Soldatenkönig“ – rey soldado – no le gusta el príncipe heredero quien lee
libros raros y toca la flauta como un simple músico de la corte. Nunca será un
buen soldado como el padre siempre quería. La hermana lo acompaña y por eso los
deja castigados por el menor incidente y a Fritz lo pega hasta dolerle la mano
antes de privarle de comida y de la compañía de su madre, la reina, quien trata
de proteger al hijo.
El hijo, humillado y resentido, simula obediencia.
“Si a mí me hubiesen tratado como yo a tí, me habría escapado. Pero a
tí te falta el valor y el honor.“ Eso habría dicho el mismo padre, quien además
según testigos exigió que renunciara a la sucesión; cosa imposible por la ley,
porque eso era de competencia exclusiva de la Majestad del Sacro Imperio en
Viena.
-segunda escena
Fortaleza de Küstrin – hoy en Polonia – 6 de Noviembre de 1730. El
príncipe Fritz, que ahora tiene dieciocho años, se encuentra detenido después
de un intento de fuga en compañía de su amigo Katte. Aprovechando la mayor
libertad durante un viaje al sur del Reich – los fragmentos del territorio
prusiano se extendieron sobre varias zonas de la geografía centroeuropea – el
príncipe intentó evadirse de la tiranía del padre. Y fracasó.
Se celebró un juicio de guerra contra él y el amigo. Presidía el
tribunal el conde von Schulenburg, antepasado de aquel von Schulenburg quien
sería personaje clave en la conspiración de oficiales de la Wehrmacht contra
Hitler. El rey padre había dado instrucciones:
“Más vale que el individuo muera que no haya justicia en el mundo.“
¿Había insinuado el rey un fallo así del tribunal contra su hijo?
Estaba convencido que la autoridad del rey no admitía perdonar ni ser generoso.
El amigo del príncipe Katte era un simple ayudante en ese delito de
fuga. El hijo era el prófugo, el desertor. Un delito así se penaba en el
ejército prusiano con el “Gassenlauf“ – el paseo - , la flagelación por los
compañeros del mismo batallón, frecuentemente mortal.
El tribunal sentenció a muerte al pobre Katte, respetando la majestad
del príncipe.
Y ahora, en plena noche, un oficial con cuatro granaderos entran a la
celda del príncipe. Piden permiso – llorando – así lo relata el mismo
Friedrich. Lo arrastran a la ventana abierta y le obligan a contemplar, cómo su
amigo es decapitado por el hacha del verdugo. La escena macabra está iluminada
por las antorchas de los soldados.
El príncipe Fritz, después de pasar por delirio y fiebre, jura
obediencia a su señor padre, quien – o milagro – comienza a cambiar de actitud
de tirano que en su ira había mandado confiscar la biblioteca del príncipe, no
para quemar los libros sino, cuidadoso con el dinero, los había mandado a
Hamburgo para la venta. Pero ahora admitió ciertos “caprichos“ como la flauta,
siempre si el reo no descuidara sus obligaciones diarias como soldado y
administrativo del estado. Y sobre eso vigilaban numerosos espías que
procuraban que el reo nunca estuviera solo. Estas eran las circunstancias donde
muy lentamente comenzaba la emancipación del futuro rey, quien diez años
después como sucesor de su querido padre chocaría a todos dentro y fuera de
Prusia con el primer decreto de su mandato: La prohibición de la tortura.
Y en privado, según testigos, su reacción a la muerte del antecesor
era: “ ¡Y ahora se han acabado todas las pamplinas!“
Desde luego, eso sucedió. El príncipe Fritz, ahora rey Friedrich II de Prusia, no se contentaba
con la herencia, arcas llenas de dinero y un ejército de una magnitud impresionante.
Todos estos recursos habría que ponerlos en marcha para engordar el
raquítico estado de Prusia. Se apartó del mensaje pietista del padre, pero no
del poder y la gloria.
“El primer servidor del estado soy yo“, significa que el estado
reemplazaba la figura de la potestad paterna. Friedrich nunca será padre de
familia, pero fiel servidor de por vida a lo que consideraba la máxima
autoridad: El Estado y sus reglas y leyes que exige la gestión al directivo,
máximo servidor. No es el absolutismo de Luís XIV de Francia. Friedrich ha
invertido la famosa sentencia “L´état c´est moi!“ en “raison d´état“ –
Staatsraison – razón de estado - y esta gobernará en Prusia. Este mensaje
político que Friedrich ha dejado grabado en la historia de Alemania ha sido
vigente durante muchas generaciones de políticos, para bien y para mal del
país. Nos preguntamos: ¿Qué pasará, cuando este servicio lo ejerce la
incompetencia, la soberbia, la locura agresiva y la ceguera ideológica? ¿Obedeceremos a esta autoridad también?
Bajo el mando de Adolf Hitler muchos generales prusianos cayeron en la
trampa y prestaron fiel servicio al gran
farsante quien en su despacho hasta el final de sus días mantenía puesto el
retrato del Gran Rey: le debían obediencia y cumplían. Y había otros, que
despertaron tarde para reeaccionar con desesperación, dieron la vida en su
intento de salvar “el Estado“ eliminando al Führer, pero ganaron el honor.
-tercera escena
Observemos un clásico de la literatura alemana: “Der Prinz von
Homburg“, escrito por Heinrich von Kleist entre 1808 / 1810 y puesto en escena
lejos de Prusia y en Viena 1821. Kleist traduce a ficción histórica lo que
había sido viva realidad:
El príncipe de Homburg, príncipe heredero del Electorado de
Brandemburgo es el comandente de la caballería y desobedece la orden expresa de
su padre el Gran Elector durante la batalla de Fehrbellin, ataca al enemigo
sueco de frente, y gana la batalla.
Su padre, en lugar de colmarle con elogios y perdonarle la leve
insubordinación como un acto de indisciplina debido a la juventud e
inexperiencia del príncipe, manda ponerlo en arresto y ordena juicio militar
contra su hijo. El tribunal militar cumple con su deber y sentencia que
desobedecer una orden ante el enemigo en el código militar tiene un solo fallo:
el fusilamiento.
El príncipe, quien no esperaba eso, pide clemencia y mueve todos los
registros de su influencia en sociedad para salvar la vida. Parece que así lo
lograra.
Entonces el padre le hace venir y el diálogo entre ambos revela lo que
en fondo significa la esencia de la obediencia prusiana. El príncipe acepta la
muerte como algo inevitable, dejando atrás su temor. La obediencia se ha
trasformado en un sútil proceso interiorizado y personalizado. Obediencia surge
de la conciencia autónoma y libre. Ha dejado aquí, en esta obra de Kleist, su
huella Manuel Kant, el filósofo de Koenigsberg, el prusiano más auténtico en el
campo de la filosofía. Kant había elogiado al rey Friedrich en la lejana ciudad de Potsdam: “Conozco un solo señor que
dice, ¡razonen y piensen libremente, pero obedezcan!“
Para el Príncipe de Homburg el mundo trascendental está cerrado, el
escepticismo ilustrado le hace verlo así. En el mundo real que le toca vivir,
duramente se golpean los intereses y los individuos son llamados a tomar
partido. Lo único que posee es la propia conciencia:
“Dicen que allá también hay sol
Que brilla sobre campos más floridos.
Lo creo –
Pero, lástima,
El ojo para ver tanta belleza
Se pudre.“
Lo que queda es, cumplir con el deber; así lo requiere la razón
práctica.
Y el príncipe lo cumple en una situación extrema, casi absurdamente
exagerada.
Y cumplir con su deber se hace la máxima en esta Prusia de Friedrich.
Una virtud que ha dejado como herencia a la posterior Alemania.
¿Y dónde está el placer? Nos preguntamos los sibaritas modernos, ávidos
de disfrutar de todo lo que nos da la vida. El filósofo del lejano Koenigsberg
respondería:
“Cuando cumples con tu deber no obedeces a una voluntad ajena, cumples
con la que ya llevas grabada en tu conciencia, te obedeces a tí mismo. Alegría
es, vivir la vida como cumplimiento del deber.“ En cierta forma se sacraliza lo
ordinario, la sencillez y la modestia, virtudes prusianas en desuso no sólo en
Alemania. Para Heinrich Heine quien criticaba tanto a Prusia por la ausencia de
libertades democráticas, es esta la más apreciable marca del cristianismo en
una sociedad laica.
Sin embargo, debemos preguntarnos los alemanes: ¿Y qué pasa, cuando
cumplir con el deber contradice normas elementales del derecho humano?
¿Seguiremos cumpliendo lo que ordena un mando pervertido? ¿Quién protege
nuestra conciencia contra la invasión de una ley pública inmoral?
Una respuesta la dieron los hermanos Scholl en Múnich en 1944, su
desobediencia les costó la vida. Rebelarse era la única manera de seguir fiel a
la ley moral proclamada por Kant.
La conciencia no se apaga obedeciendo.
-cuarta escena
El 30 de Diciembre de 1812 se encuentran el el general prusiano von
Yorck con emisarios del zar de Rusia para firmar el tratado de Tauroggen, así
llamado por el lugar cercano a la frontera entre Rusia y Prusia Oriental. El
tratado es punto final de la alianza de Prusia con Napoleón, vencedor sobre un
ejército prusiano que no había conocido adversario serio desde tiempos de
Friedrich II.
Lo muy particular de este tratado es, que desobedece al rey Friedrich
Wilhelm III quien se mantenía en la alianza con Napoleón. El general von Yorck,
antepasado de aquel von Yorck implicado en el atentado contra Hitler, da una
explicación:
“ Tenía que elegir si obedecía a mi rey o a mi patria, y decidí cumplir
con mi deber con mi patria.“
Esta decisión significaba que las tropas prusianas, cometiendo alta
traición, se pasaran a los rusos, y sólo juntos lograron expulsar a Napoleón de
Europa Central.
Pero el suceso es más trascendente: En las palabras del general
prusiano aparecen todos los términos claves de este drama prusiano. Y hay algo
nuevo: aparece el término “patria“.
Esta palabra está grabada en letra mayúscula en la bandera tricolor y
suena en millones de voces cantando “La Marsellesa“. Y no sólo los franceses la
cantaban, su eco recorrió toda Europa. El mundo se había movido y nunca jamás
volverá atrás.
¿Y Prusia? Prusia no era la patria de nadie y mucho menos una nación.
Prusia – mientras existía – era el “Estado“ forjado por sus reyes con el
programa ilustrado de Friedrich II.
Había prusianos en el Este, Sur, Norte y Oeste de la geografía de
Centroeuropa. Había prusianos que hablaban francés, muchos otros – polaco, y el
plat alemán. Había prusianos luteranos – la mayoría, reformados y católicos
silesianos y polacos. Era una construcción multiétnica, plurilingüe y de
múltiples confesiones religiosas. No olvidemos a los ortodoxos rusos en las
filas del ejército. El rey Friedrich II hablaba y escribía casi exclusivamente
en francés. Todos vivían bajo la bandera blanca con el águila negro. Y además,
desde tiempos del electorado la familia real profesaba el credo calvinista en
desacuerdo con la mayoría luterana de sus súbditos.
¿Y si vienen los turcos? se le preguntaba al rey. Y este contestó: “Les
construiremos mezquitas.“ ¡Qué vaticinio
tan acertado! ¡Berlín, óyelo y ponte las pilas!
La razón de estado mantenía unida a Prusia, no el sentimiento
patriótico, ni ningún ideograma trascendental. El espíritu escéptico ilustrado
impedía toda tendencia hacia las utopías.
La patria del general von Yorck, en efecto es “la patrie“, y eso es
algo completamente nuevo y ajeno a la Prusia tradicional. Hasta este momento
las guerras eran cuestiones de estado que no debieran preocupar en demasía a
los ciudadanos. Cuando las tropas rusas ocuparon Koenigsberg durante la guerra de Friedrich II y la zarina
Catalina, los ciudadanos habían jurado lealtad a Catalina. ¿Por qué no? El
asunto no era con ellos. Y Manuel Kant conversaba alegremente con oficiales
rusos y en alemán.
“El rey ha perdido una batalla; ¡los ciudadanos están obligados a
mantener la calma!“
Esto es el texto del comunicado oficial
a la población de Berlín después de la derrota de Jena por las tropas de
Napoleón en 1806.
Una rebelión popular como el dos de Mayo en Madrid contra el invasor,
era impensable e incomprendida. Ahora, la idea de las “patrias“ desatará la
jauría del fanatismo nacionalista y no cederá más.
Así, cuando Prusia se fundió en Alemania y esta se trasformó en
“patria“ y “nación“, Prusia prácticamente había perdido su razón de existencia
y parece que fuera esa la “razón misma de la historia“ que produjera la desaparición de este estado
artificial extraordinario, único.
Y me pregunto, ¿ No sería su modelo una referencia para la construcción
de la buscada solución política para la Comunidad Europea?
Europa, ni patria, ni nación, un estado federal, con su administración
fría y calculada, útil para todos. ¿Funcionaría?
Manfred
6/2008
P.s. Los términos
“patria“ y “nación“:
Desde la perspectiva del
historiador, todo concepto aparece por primera vez en un preciso momento
histórico, desenvuelve y desarrolla una expansiva misión, llega a su
cumbre, pero agoniza para reducirse a
cenizas del ayer. Sin embargo nunca desaparece del todo, porque ningún elemento
que ha dado forma y vida cae en el olvido.
Así, el Imperio Romano tiene
carácter de “estado“, no de nación, igual que la España de los Reyes Católicos.
Es cierto que un grupo más o menos homogéneo se identificó emocionalmente con
estas formaciones políticas que empiezan a consolidarse hasta que su origen
temporal o casual queda olvidado.
Natio en su significado
original no es más que la definición de la geografía de donde venía un
individuo, donde nació. Es el concepto de la “Voluntad General“ de Rousseau que
define la soberanía del estado sobre la base de un fundamento único:
La Nación esto es la
expresión política de la voluntad general de los habitantes del estado. Ni los
habitantes del Imperio Romano, ni los habitantes del reino de Castilla, ni los
de Prusia tenían voluntad propia para definir su convivencia. Las revoluciones
americana y francesa cambian esto definitivamente. La gente deja de ser
súbditos y se vuelven hijos de la patria, franceses, alemanes, españoles.
Todavía para Goethe, la palabra patria significa nada más que el lugar donde
nació, la ciudad de Frankfurt. Y curiosamente la entrega de los súbditos al
estado es limitada, obligada, negociada y nunca total. Con las patrias y las naciones comienza el uso
completo y total de los recursos humanos. Los conflictos, eternamento los
mismos, por poder, influencias, etc., ahora se hacen cada vez más mortíferos.
“Las naciones“ a través de sus nacionalismos han tragado más vidas que ninguna
otra ideología. Ahora son las pasiones que desatan las furias del odio, de la
venganza, del resentimiento. porque se enfrentan pueblos, unos contra otros. Y
cada individuo se identifica como parte de su pueblo y no, lo que es racional,
de una población. Como parte del pueblo no tiene más remedio que sentir como
todos, hablar como todos, creer lo que todos creen y actuar como todos.
El Estado y la Nación son
conceptos que mutuamente se compenetran.
Cierto es que ambos son
formas de organización de una sociedad y dependen del grado de evolución
material y económico de esta. Los regímenes aristocráticos creaban los estados,
la burguesía es fundadora de las naciones. El socialismo aberrante nacionalista
define nación como un ente biológico – racista y junto con el estalinismo crea
la versión de la nación totalitaria.
Las dos guerras mundiales
con sus horribles excesos parecían haber descalificado para siempre el concepto de la nación. Pero, como el ave
Fénix actualmente renace de las cenizas, aunque su presencia real no sea nada más que la réplica tragicómica
del pasado.
Sin embargo aún le espera
larga vida, porque en otras culturas no europeas todavía representa una fuerza
nueva, revolucionaria. La China
poscomunista se entrega al nacionalismo como de una forma delirante todo el
mundo islámico. Una causa de su fácil difusión triunfante es la ausencia del
esfuerzo intelectual para compartir sus tesis simplistas, otra, el control
social que inspira entre sus adictos: “Detesto a los que no son como nosotros.“
“¡Aquí todos vascos y punto!“ etc., etc.
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