domingo, 1 de junio de 2008

El Mito de Prusia (1): Miles Gloriosus

“Fridericus Rex unser König und Herr,“
cantaban los grenaderos de su gloriosa majestad cuando fueron llamados a presentarse con 60 cartuchos  cada uno contra la alianza aplastante de media Europa y los que lograron sobrevivir – contra toda probabilidad – cantaron victoria.
Y cuando Fridericus Rex – el rey Friedrich II de Prusia – después de haber reinado 46 años en el año 1786 murió, el pobre territorio de lodo y arena que había heredado lo había más que duplicado y el número de súbditos aumentó. Ya era el gran rey, Friedrich der Große.

“Sí, la guerra me gusta“, escribió este señor al principio de su reinado en 1741, cuando parecía que era un escritor y músico con talento, “me gusta la guerra por la gloria y la fama que aporta. Si no fuera príncipe sería filósofo, nada más. Pero en fin, todo el mundo tiene que hacer su oficio como mejor pueda, y yo quiero cumplir bien el mío.“
Y lo cumplía tan bien, que más de cien generales y doscientosmil soldados pagaron con sus vidas esta ambición de hacer las cosas bien hechas.
La máquina militar que tenía a su disposición, no la había creado él. Su padre, der Soldatenkönig – el Rey Soldado – se lo había dejado tan bien preparada y el hijo con maestría sabía usar este instrumento.
Llama la atención, que el rey no acude a la ideología absolutista de la potestad divina para justificar ese hacer sangriento de su rebelión contra la propia máxima autoridad imperial del Sacro Imperio. “¡Ese horrible hombre!“ se quejaba la emperatriz María Teresa en Viena, quien no sabía cómo deshacerse del enemigo. La única manera habría sido, casarse con é; la majestad católica y apostólica con el hereje y apóstata, imposible.
Friedrich se quedaba solo, nunca fue padre y murió en brazos de un lacayo en el lugar donde quería reposar: “Quand je serai là, je serai sans soucis“, en el palacete de Sanssouci en Potsdam. Y ahí está enterrado su cuerpo en la terraza más alta de su viñedo, que no producía más que un vino simbólico, ácido e imbebible por la falta de sol y calor bajo el cielo de Brandemburgo.
Y quedó grabada la imagen del viejo soldado bajito con su uniforme de granadero raso, curvado por los años y la gota, que con su bastón y en compañía de sus perros galgos buscaba la soledad en su campo de vides. Y sólo ellos, sus perros, acompañan sus restos en Sanssouci donde finalmente reposa después de peregrinar a través de pomposos refugios.
En 1991 fue cumplida su voluntad testamentaria: Siendo de noche, ningún oficio, cuatro grenaderos presentes.
Fridericus Rex murió, pero quedó “Der alte Fritz“.

Manfred

6/2008

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