Das Märchen vom Schlaraffenland
El
Cuento del país de las Maravillas
Un antiguo
cuento popular alemán
“Vom sagenhaften Schlaraffenland wird erzählt, dass alle Brunnen voll
besten Weines und voll Champagner sind, die jedem nur in's Maul hineinlaufen,
wenn er es hinhält. Die Häuser sind mit Eierkuchen bedeckt, die Wände aus
Lebkuchen, die Balken aus Schweinebraten, die Zäune aus Bratwürsten geflochten.
Dahin würde mancher gerne auswandern, wenn er nur wüßte, wo das Schlaraffenland
liegt.”
Del país legendario de las maravillas se cuenta que en
todas las fuentes brotan mejores vinos y champán que pueden beber todas las
bocas que se acerquen. Las casas están cubiertas de deliciosas tortillas y las paredes elaboradas
con finos pasteles, las vigas son de apetitoso estofado de cerdo y las verjas
entretejidas con excelentes salchichas asadas. Más de un hombre quisiera
emigrar hacia allá, si conociera la ruta a donde está el país de las maravillas.
“Damen haben
es im Schlaraffenland besonders herrlich. Im Walde hängen auf Bäumen die
schönsten Kleider, vom Hemd bis zum Mantel, in allen Farben und Stoffen. Die
Sträucher tragen Perlen, Broschen und Ringe. Feinste Stiefel und Schuhe, Hüte
und Mützen gibt's im Tannenwald. Was
wollen die schönen Frauen mehr?”
En el país de las maravillas las damas tienen una buena
vida, la mejor: en los bosques, de las ramas de los árboles cuelgan los más
bellos vestidos, blusas y abrigos, telas de todos los colores. Sobre los
arbustos crecen perlas, pendientes y anillos. Botas elegantes y zapatos.
Sombreros y cachuchas hay sobre los pinares. ¿Qué más pueden querer las bellas damas?
“Eine Ware scheint auf den ersten Blick ein selbstversträndliches, triviales Ding. Ihre Analyse ergibt, dass sie ein sehr vertracktes Ding ist , voll metaphysicher Spitzfindigkeit und theologischer Mucken”.[i]
“A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas.”
En cuanto al valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que, merced a sus propiedades, satisface necesidades humanas y de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del trabajo humano. Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las formas de las materias naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa.
El carácter místico de la mercancía no deriva, por tanto, de su valor de uso. Tampoco proviene del contenido de las determinaciones de valor. En primer término, porque por diferentes que sean los trabajos útiles o actividades productivas, constituye una verdad, desde el punto de vista fisiológico, que se trata de funciones del organismo humano, y que todas esas funciones, sean cuales fueren su contenido y su forma, son en esencia gasto de cerebro, nervio, músculo, órgano sensorio, etc., humanos. (…)
¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía? Obviamente, de esa forma misma. La igualdad de los trabajos humanos adopta en su forma material un igual y objetivo valor presente en los productos del trabajo; la medida del gasto de fuerza de trabajo humano por su duración, cobra la forma de la magnitud del valor que alcanzan los productos del trabajo; por último, las relaciones entre los productores, en las cuales se hacen efectivas las determinaciones sociales de sus trabajos, revisten la forma de una relación social entre los productos del trabajo.(---)
Lo que se presenta ante los hombres con la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es realmente la relación social determinada existente entre ellos. De ahí que para hallar una analogía pertinente debamos buscar amparo en las neblinosas comarcas del mundo religioso. En éste los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo cuando se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil.
“Dies nenne ich den Fetichismus, der dem Arbeitsprodukt anklebt, sobald sie als Waren
produziert werden und der daher von der
Warenproduktion unzertrennlich ist”.
Ese carácter fetichista del mundo de las mercancías se origina,
como el análisis precedente lo ha demostrado, en la peculiar índole social
del trabajo que produce mercancías.
Comentario:
¿Encontramos aquí, en las palabras
clásicas de El Capital algún tipo de
respuesta históricamente precoz para la inquietante observación del imparable
aumento de la necesidad de consumir?
Esa voracidad caricaturizada en las
imágenes del País de las Maravillas tiene explicación, aunque esa sea cargada
de las “mil vainas” imprevisibles que son propias del comportamiento de los
hombres. Es simplemente imprevisible lo que definen las personas en un ambiente
determinante como “necesidades” suyas, propias para reproducir sus actividades
laborales. Necesitan objetos, formación, descanso, diversión y viajes y sin
duda alguna, todo eso es mercantil, son mercancías y como tales fueron
producidas por el trabajo social, por trabajo de otros. Los consumidores a la
vez son productores, se mueven entre cosas, las que producen y otras que
consumen. Son productos del trabajo y como tal tienen origen real y material,
son cosas. Pero en la visión del consumidor poseen propiedad misteriosa,
selecta, hasta religiosa. Su consumo eleva al consumidor, le invaden felicidad,
regocijo. Para tantos, consumir es el auténtico sentido de la vida, la
mercancía es deificada.
No es raro entonces encontrarnos ante el
fenómeno de la voracidad, un tema para psicólogos y según Marx para teólogos.
Actualizando la definición ilustrada de Descartes se podrá decir: ¡Consumo – ergo - existo! El consumir
no solamente restituye la fuerza de trabajo, también asegura una existencia
social: ¡El que no consume no existe!
Observemos cómo en la práctica
comunicación social es así. Sólo “existe” – socialmente hablado - quien ha
viajado, consumido determinadas ofertas, participado en actuales modas que impone la sociedad económicamente globalizada
hasta los últimos rincones y a cualquier
hora del día.
Ahora bien, consumir es comprar, comprar
requiere dinero, dinero es la mercancía abstracta de cambio general; esa
mercancía se gana trabajando y trabajar es producir mercancías que luego se
consumen. Esa mercancía flotante llamada dinero, es capital volátil.
Los objetos, las mercancías de uso
corriente, no lo son. Tienen duración como la mesa que menciona Marx. ¿Qué hay
que hacer? para cumplir la función del dinero, cerrar el ciclo de la
reproducción, recolocar el dinero en función de producción.
Sólo hay dos opciones: Una es recortar la
vida de duración de la mesa para obligar a comprar una nueva. La otra es:
inventar nuevos estilos, funciones, modas para reemplazar la mesa por otra “más
moderna”. Todas estas medidas están coordinadas entre operaciones técnicas,
mercadeo y estudios fisiológicos sociales y psicológicos.
Bajo la ley vigente del Capital, el
trabajo como el consumo de mercancías adquiere una velocidad de cambio y de
desarrollo vertiginosa. Solucionar un problema crea otro nuevo, una dinámica
sin límites está moviendo el mundo. Fases de reposo son consideradas de
estancamiento o de retraso. Quien no avanza, progresa, es descartado.
Crisis tras crisis destruyendo capital mantiene
un factor constante, es el de la inovación. Tras cada crisis se renuevan los
factores de la producción.
Consumo, no es más que el eslabón entre el
trabajo y mercancía de cambio; es la veloz transformación de un estado del
capital en otro para iniciar un nuevo ciclo de producción. No es extraño entonces
que numerosos productos elaborados nunca encuentran compradores. P.ej. en el
mercado de productos domésticos, automóviles, ropa, etc. Hay editoriales de libros que se ven
obligados a destruir regularmente más de la mitad de sus productos porque son
invendibles. A pesar de eso, subsisten, porque dinero flotante sobra, busca
inversiones. Inversión hasta puede ser simplemente la destrucción de capital
supérfluo. Los propietarios superrricos, billonarios, nunca saben a qué
producto real corresponde su fortuna, son cifras en el aire. Y no importa en
qué producto se materializarán. Da igual. Dinero crea dinero, los ciclos se
recortan.
¿Crisis? Mientras existe el consumidor
que participa en la ficción, todo parece resuelto.
Se llegó al extremo de circulación
puramente ficticia, es decir mover cifras sin valores reales, y mientras se
cree en eso, funciona. Operaciones fantasmagóricas están a la orden del día. El
capitalismo moderno ha encontrado a
Carlos Marx o Carlos Marx ha previsto el capitalismo moderno que le parece a
pura psicología o religión.
El capitalismo existe, porque la gente
cree en él y porque se sienten seguros
cuando tienen la billetera más o menos llenita para viajar al País de las
Maravillas. Y así seguirá. ¿Hasta cuándo?
friedrichmanfredpeter febrero 2017
anavictoriaoeding edición
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