Desde la
perspectiva del historiador, todo concepto aparece por primera vez en un
preciso momento histórico, desenvuelve y desarrolla una expansiva misión, llega
a su cumbre, pero agoniza para reducirse
en cenizas del ayer. Sin embargo nunca desaparece del todo, porque ningún
elemento que ha dado forma y vida cae en el olvido total.
Así, el Imperio
Romano tiene carácter de “estado“, no de nación; tampoco fueron “nación” la España de los Reyes Católicos o Preußen -
Prusia. Es cierto que un grupo más o menos homogéneo se identificó
emocionalmente con esas formaciones políticas que empiezan a consolidarse hasta
que su origen temporal o casual queda olvidado.
“Natio” en su
significado original no es más que la definición de la geografía de
proveniencia de un individuo, el sitio donde nació.
Solo será un
hecho el concepto “Estado” desde la “Voluntad General“ de Rousseau que define
la soberanía del Estado sobre la base de un fundamento único:
La Nación será,
entonces la expresión política de la voluntad general de los habitantes del Estado.
Ni los habitantes del Imperio Romano, ni los habitantes del reino de Castilla,
ni los de Prusia tenían voluntad propia para definir su convivencia. Las
revoluciones americana y francesa cambian esto definitivamente. Las gentes
dejan de ser “súbditos” y se transforman todos y cada uno en hijos de la
patria: franceses, alemanes, españoles.
Antes no. Para Goethe, por ejemplo, la palabra
patria significa nada más que el lugar donde nació: la ciudad de Frankfurt. Y
curiosamente la entrega de los súbditos al estado era limitada, obligada,
negociada económicamente y nunca fue total.
Con las patrias y las naciones comienza el uso
completo y total de los recursos humanos. Los conflictos, eternamente los
mismos, por poder, influencias, etc. se harán cada vez más mortíferos. “Las Naciones“
a través de sus nacionalismos han tragado más vidas que ninguna otra ideología.
Ahora son las pasiones que desatan: las furias propias del odio, de la
venganza, del resentimiento por los que se enfrentan pueblos, unos contra
otros. Y cada individuo se identifica como parte de su pueblo. No, como sería lo
racional, parte de una población. Como parte del pueblo el individuo no tiene
más remedio que sentir como todos, hablar como todos, creer lo que todos creen
y actuar como todos.
El Estado y la
Nación son conceptos que mutuamente se compenetran.
Cierto es que
ambos son formas de organización de una sociedad y dependen del grado de
evolución material y económico de esta. Los regímenes aristocráticos creaban
los estados, la burguesía es fundadora de las naciones. El socialismo aberrante
nacionalista Nazi define nación como un ente biológico – racista y junto con el
estalinismo crea la versión de la nación totalitaria.
Las dos guerras
mundiales con sus horribles excesos parecían haber descalificado para
siempre el concepto de la nación. Pero,
como el ave Fénix actualmente renace de las cenizas, aunque su presencia real no sea nada más que la réplica tragicómica
del pasado.
Sin embargo aún
le espera larga vida, porque en otras culturas no europeas todavía representa
una fuerza nueva, revolucionaria. La
China poscomunista se entrega al nacionalismo en forma delirante igual que todo
el mundo islámico. Una causa de su fácil difusión triunfante es la ausencia del
esfuerzo intelectual para compartir sus tesis simplistas, otra, el control
social que inspira entre sus adictos: “Detesto a los que no son como nosotros.“
“¡Aquí todos vascos y punto!“ etc., etc.
friedrichmanfredpeter octubre 2016
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