<<En el siglo Veinte, Alemania era la nación dominante, cuando se trataba del rápido decaimiento. Dos veces sucesivos, como embriagada este país se aproximaba a la línea ‘cero’, con todas las consecuencias.
Millones de sobrevivientes debieran haber estado contentos por pasar frío y hambre, ya que otros millones se habían quedado tirados sobre los campos de batalla.
Buscar a los responsables era sumamente sencillo, bastó dirigir la mirada hacia el interior del país: El emperador Guillermo II en el verano de 1914 había colaborado activamente para iniciar una de la guerras más superfluas de la historia. Y a este le siguió – apenas superada el decaimiento de la nación – el Canciller del Reich Adolf Hitler, quien con sus ganas asesinas y suicidas lanzaría el país al abismo por segunda vez. Esta vez definitivamente. Ambos anhelaban la subida y lograban la caída.>>
(Gabor Steingart, Deutschland, der Abstieg eines Superstars, Berlín 2004, p.13)
¿Así de sencillo, se resume lo que podría ser un destino?
¿Así de simple, se podría repetir para acabar en la insignificancia?
Me hago estas preguntas a raíz de estas breves palabras, como sacadas del congelador.
Observando el panorama político actual, todo parece resuelto, ningún cabo quedó suelto, bien amarrados parecen y ligados a los principios fundamentales de un proyecto político liberal, social y humano. “Resucitada de entre escombros, queremos servirte Alemania, patria unida!” Así cantaba el coro en la primera versión de un himno nacional, cuando el país era próxima de ser ‘dos naciones’. Ahora, en el año 2019, ya cumple treinta años de estar unida de ser nuevamente ‘una’, y esa más pequeña, pero bien integrada. Todo resuelto.
¿Es eso cierto?
“Keine Macht für niemand!” – ¡ningún poder para nadie! – eso era la consigna de los fundadores, impuesta por las potencias occidentales vencedoras. Una voluntad externa, una voz dominante, inauguró ese ‘milagro alemán’, transparente en el orden constitucional con un federalismo desintegrador. Aprobado ‘in extremis’ sin aplausos, con opositores resignados e insatisfechos. Y en realidad no es posible definir quien realmente gobierna a Alemania. Y eso dio origen a un sistema de pesos y contrapesos tan equilibrado que el llamado ‘capitalismo renano’ con la marca de su canciller Adenauer, era y es tan capitalista y liberal como socialista y de administraciones autónomas.
“Soziale Marktwirtschaft” – economía social de mercado – se llama esa fundición de principios que en otros horizontes son antagónicas.
Ha nacido lo que se llamaría ‘Marca Alemana’, motorizada por la reconstrucción de ruinas materiales y dejando en el olvido gran parte de ruinas éticas, morales, humanísticas.
¿Quiénes somos? Esa pregunta nunca ha encontrado atención ni respuesta en la gran mayoría de la población. “¡Somos el pueblo!” gritaron los ciudadanos rebeldes de la antigua RDA que como una avalancha desintegró esa manipulada falacia socialista.
Quedó “das Volk” – el pueblo – tremenda palabra mal usada, peor empleada, pervertida por las dictaduras ideológicas. Yo no conozco ‘el pueblo alemán’, sólo acepto una población muy diferenciada de distinto origen histórico, homogenizada por un idioma y una manera de ser y de hacer, pero ninguna ‘etnia’ clara y definible, céntrico en Europa y multicolor de raíz, marcada por profundas divisiones, producidas por la religión, por la vecindad y la cercanía de otros elementos, modas y culturas cambiantes.
De ahí la inestabilidad y de ahí el peligro de recaer en viejos errores ya casi olvidados. ¿Somos destinados los alemanes a presenciar caída tras caída sin jamás aprender nada?
‘Abierta al mundo’ debe ser su mensaje natural a cumplir.
Somos los europeos por nacimiento y destino.
friedrichmanfred y anavictoria julio 2019
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