“A lo largo de los siglos, el hombre se ha agotado creyendo. ¡Ha dedicado tan poco tiempo a dudar! Ha pasado de creencia en creencia, de una convicción a per se otra, y sus dudas han sido tan sólo los breves intervalos entre susentusiasmos. A decir verdad, no eran dudas, sino pausas, momentos de descanso, consecutivos a las fatigas de la fe, de toda fe.”(F.M.Cioran, Cuadernos 1957 – 1972, Barcelona 2000. P. 157)
Todos los entusiasmos fastidian, producen hastío que puede, incluso llegar hasta la repugnancia. ¿Es el destino del hombre ser un creyente que desprecia per sela reflexión? Eso pareciera cuando tanto la historia como la actualidad muestran a tanta gente vagando entre imágenes que exigen adoración. Así fue y así sigue.
Heinrich Heine denunció el entusiasmocomo fuente permanente de error y de injusticia.
En cambio, Friedrich Nietzsche le dio al entusiasmoel beneplácito fundamental.
Cada frase que escribió está cargada de entusiasmoy de profética visión; sus reflexiones no conocen sino de la veneración o de la condena incondicionales. A los montes suizos los contemplaría Nietzsche cargados de emotiva revelación… ningún pastor o campesino de la misma región lo hubiera comprendido, jamás vieron nada de lo que él vio.
¿Por qué necesitamos creencias, fe y entusiasmo para fundir y confundir la realidad con alguna interpretación de ella? Nuestro cerebro está formado así, necesitamos la consolación, y los ideales nos consuelan, nos elevan; por ello somos proclives a que nos invadan doctrinas; verdad o falsedad que se combaten… los combatientes exhaustos de emoción.
Dice el escritor Cioran que a los veinte años leyó filosofía, a los treinta poesía y los cuarenta comenzó a ocuparse de la historia. Significa que con los años vividos nos alejamos de ideas salvadoras, de interpretaciones del mundo real y de creer en ideas de salvación. Todas las teorías encierran el gusanillo de falsear lo real, acomodar y de transformarlo en ideogramas de redención. El joven Friedrich Nietzsche, hijo de pastor protestante, montado en una silla de cocina del hogar, solía predicar a un coro imaginario de creyentes.
Nadie le decía: ¡Bájate de allí y juega con los niños vecinos! El niño ya revelaba su talento, el del entusiasta creyente, original porque siempre se dirigía contra los demás creyentes, cambiando el ‘Creo en Dios’ en el lema ‘Dios ha muerto’.
Durante los siglos pasados el entusiasmose concentraba en la fe en las revoluciones, iluminaba a los que de antemano estaban dispuestos a creer lo que la verdadera doctrina revelara.
Pero ¿dónde están los escépticos, esa minoría de odiados y expulsados del nido sagrado? Hoy los vemos refugiados y hambrientos en los caminos de la desesperación. Ahí van cargados de lo necesario para sobrevivir e inseguros de sí mismos por haber abandonado supuestas verdades atrás; ‘verdades’ que pretendían iluminar las vidas del colectivo.
Hay culturas que han marginado en su totalidad los credos y el entusiasmo -así es la francesa-, y hay culturas con ‘natural’ afectación por los símbolos retóricos de verdades eternas – como la alemana. Afortunados son aquellos que comparten la tradición escéptica de un Michel de Montaigne: “Ce qui n’est pas claire, n’est pas français.”Envidiable antídoto contra los entusiasmos floreados, pero preludio de la ‘libertad’.
friedrichmanfred y anavictoria julio 2018
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