viernes, 26 de enero de 2018

La Revolución devorando a sus hijos



La Revolución devorando a sus hijos

Louis Antoine León Saint-Just, (Decize-1767/París-1794) joven político revolucionario francés al que algunos autores llamaron el "Arcángel del Terror" por haber organizado los arrestos y persecuciones de muchas de las figuras más famosas de la Revolución Francesa. Este ferviente discurso que pretendo comentar, está integrado a la obra teatral ‘Dantons Tod’ (La Muerte de Danton), escrita por el autor alemán Georg Büchner, publicada en 1835)

Habla Saint-Just:
“Me parece que en esta Asamblea hay gente con oídos muy sensibles, no soportan oír hablar de ‘sangre’. Tal vez les sirvan algunas consideraciones generales para entender que nosotros no somos más crueles que la misma naturaleza y el tiempo histórico. Es la naturaleza la que sigue impasible y sin hallar resistencia cuando aplica sus propias leyes; el mismo hombre resulta destruido cuando actúa en su contra.
Basta con que cambie el aire, que invada un fuego telúrico, que se presente una crecida ola de mar, una peste voraz, una explosión volcánica o una simple inundación y en consecuencia de ello miles de hombres han de perecer. ¿Y cuál es el resultado final? Pocos cambios para el total de la naturaleza física; nadie lo registraría si no fuera por los cadáveres regados sobre la vía pública.
Por eso os pregunto, ¿Por qué las revoluciones de las ideas han de ser más respetuosas que las físicas?
¿Por qué una idea no debería destruir a su oponente igual que sucede con una la ley física?
¿Un evento tan grande como el nuestro, capaz de transformar la naturaleza moral de toda la humanidad, no debe acaso atravesar el camino de la sangre? El espíritu y alma de este mundo (der Weltgeist’ – el espíritu rector del mundo) en la esfera espiritual se sirve de nuestros brazos del mismo modo que lo hace de volcanes y de inundaciones. ¿Y qué importancia tiene, si la gente muere de una peste o de una revolución?
Los pasos de la humanidad a través de los siglos son lentos, se cuentan por siglos… y detrás de cada paso van quedando los sepulcros de generaciones. Para descubrir el mundo y desarrollar inventos, millones de hombres tuvieron que dar sus vidas. Por eso, cuando la historia acelera sus pasos muchos tendrán que ser sacrificados.

Saint Just



Nosotros hemos llegado a la conclusión de que nadie deberá tener privilegios, ningún individuo ante otro y ninguna clase social selecta sobre otra. Para traducir esta ley social, de golpe, a la realidad se ha necesitado que muchos hombres mueran. En condiciones normales lograr el objetivo habría demorado siglos. ¿Por qué extrañarse entonces de que la Revolución con cada paso dado expulse sus cadáveres?
Voy a agregar algunas observaciones más para prevenir que algunos pocos cientos de muertos no han de impedir nuestros progresos: Moisés llevó su pueblo a través del Mar Rojo y lo dejó en medio del desierto y todos tuvieron que morir hasta que pudiera fundirse la nueva nación.

¡Legisladores! No poseemos el Mar Rojo, ni disponemos del desierto; sin embargo nosotros tenemos la guerra y la guillotina. La Revolución es igual a las hijas de Pelias[i], ella descuartiza la humanidad para rejuvenecerla. De esta inmensa olla de sangre se levantará una nueva humanidad, como tras el diluvio, con fuerza y vigor, como si fuera la primera vez.”
(La Asamblea irrumpe en aplauso frenético)

“Y a todos que llevan el puñal guardado para hundírselo a los tiranos, igual que a Brutus, pedimos que se unan a nosotros, este es el momento solemne.”



(Los diputados se levantan y cantan la Marsellesa)

En ese discurso del jacobino Saint-Just encontramos los argumentos abiertos y pronunciados solemnemente que motivaron a los revolucionarios radicales de la Revolución Francesa durante la era del ‘Terreur’ (1793 – 1794).

El instrumento que deberá ejecutar estas medidas drásticas -equivalentes a la creación de una renovada humanidad- será el ‘Comité Central de Salud Pública’, el medio de la dictadura para imponer los principios de la Revolución sobre el territorio francés. Desde este momento el Reino de Francia será transformado en la Nación Francesa. Y fue el diputado jacobino Georges Danton quien defendió esa medida y la creación del tribunal revolucionario para combatir las tendencias de la contrarrevolución:

“Vamos a dar un ejemplo al mundo de lo que ningún pueblo jamás realizó. El pueblo francés con su voluntad ha creado este gobierno y mal para él, si no defendiese jurando solemnemente!
Nosotros que actuamos a favor de futuras generaciones, nosotros sentimos cómo el mundo entero pone su mirada en nosotros. Con el pueblo está la libertad y el pueblo nos seguirá; nuestros enemigos perecerán.”



Comentario:

He traducido este discurso que el alemán Georg Büchner ha recreado sobre el original en francés del que sólo existen relatos de testigos. Nos queda un escenario teatral, tan singular y famoso que se vende con éxito en Alemania, reproducido en CD

Saint Just justifica en retórica magistral por qué es necesario dar muerte a los enemigos de la Revolución. Sus compañeros de la fracción de los ‘jacobinos’ ahí presentes apoyan sus palabras. Pero poco después, muchos de estos, incluido el ferveroso Saint Just, revolucionario joven y guapo, ídolo de sus correligionarios rebeldes, acabarán siendo acabados, muertos en la misma máquina construida para descabezar con facilidad el mayor número de cabezas: la Guillotina, obra maestra del médico, doctor Guillotin. Esa misma cuchilla que había cortado las cabezas de un rey y de una reina entre tantos, terminará con las vidas de los más activos revolucionarios en uso pleno de su juventud… cabezas colmadas de virtud y de ideales.
Lo que había iniciado la Revolución Francesa en su fase del “Terreur” se repetirá todo y tantas veces en los tiempos posteriores y en todos los continentes. Pocos revolucionarios acabarán sus vidas en una cama tendida, la violencia que crearon acabará con ellos mismos. Quedan los monumentos que replican sus cabezas.

¿A qué es debido eso, que pareciera ser una ley histórica?

Es el ideario de la Revolución, la esotérica belleza de ideas cautivadoras que seduce con fuerza magnética a los seguidores. Hay una magia en las palabras solemnes y en la veneración casi religiosa de ciertos símbolos o gestos que se repiten: las banderas, los uniformes, las manos y brazos levantados, los himnos seudo-religiosos, los escenarios llenos de entusiastas, los discursos repetitivos, largos. Nunca hay debates, no se admiten voces alternativas. La Revolución es un acto dinámico proyectado hacia lo infinito.

El observador alemán Heinrich von Kleist se fijó en el juego de las marionetas. El público del teatro de marionetas sigue con máxima atención los movimientos que parecen bruscos y son relevantes. Todo es simple y hay un encanto en la sencillez, pero lo que parecería torpeza no lo es, es concentración sobre lo esencial. El público, en un momento culminante de tales movimientos exclama un largo ¡AAAAHH! Y el actor detrás del escenario siente que su mensaje ha sido comprendido. Kleist manifestó la idea de que la Revolución Francesa habría comenzado con un gesto, el gesto del conde de Mirabeau quien actuaba en la presidencia del “Tiers-État” (tres estados generales adjuntos a la corona real en los que participaba la burguesía, la aristocracia y el clero) reunido para aprobar los presupuestos..

En un momento dado llega una ordenanza del Rey quien decide que se suspenda la sesión y se retiren los ahí reunidos.  A Mirabeau le llega su cuarto de hora: levantando el brazo derecho vestido con la camisa de encaje elegante de aristócrata –que sobresalía como una bandera-, con solemne pronunciación dijo eso:
“¡No nos vamos de aquí, sólo cederemos ante las bayonetas!”
“¡Bravo Mirabeau! Era ese el momento de la Revolución, comenzó con la manga de camisa de Mirabeau, primer signo, banderín revolucionario.


Otras revoluciones también comenzaron con signos: un zapato pintado en la tela blanca insignia de los campesinos alemanes (1525), en la suya que fue la primera de las revoluciones modernas.


Más modernos son: la ’cachucha’ de Lenin o la boina con estrella del Che Guevara.
A muchos activistas entre inventores y seguidores les ha tragado la Revolución.
Un paso pacífico hacia otro estado renovado en la organización política, social y cultural pareciera ques imposible; así nos lo enseña la experiencia histórica.

Sin embargo, muy lejos…acá en Sudamérica, siglos después de los acontecimientos franceses, los revolucionarios colombianos de las FARC han devuelto las armas, decidieron salir de las selvas, vestir de civil y formar un partido político. Resulta emocionante, una novedad histórica para Colombia y el mundo, ‘larga vida’ a los que lograron salvar la suya, aunque les hayan quitado la vida a otros. Un suspiro de alivio y de esperanza:

Vagar por ideales utópicas es herencia de la humanidad practicada durante siglos, ¿será posible reemplazar eso por un proceso evolutivo y dialogante?

Esta sería mi utopía.


friedrichmanfredpeter enero 2016


edición anavictoria










[i] ‘Las Peliadas’ – mito griego – las hijas Peliadas matan y descuartizan a su padre para rejuvenecerlo cometiendo así involuntariamente un padrcidio.

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