martes, 2 de enero de 2018

Heinrich Heine 'examina' Italia

Heinrich Heine ‘examina’  Italia

En las primeras décadas del S. 19, años después de la caída de Napoleón Bonaparte, regresaron a Europa las autocracias.  Heinrich Heine -otro importante escritor alemán- visita Italia y deja una extensa colección de observaciones y reflexiones acerca de su experiencia en ese país, la que fuera  muy diferente a la de los viajeros anteriores Goethe y Seume. En el capítulo XXVII de sus ‘Reisebilder’ – impresiones del viajero – encuentro notas que pueden impresionar a los lectores, sobre todo por la genial ironía de Heine.
 A manera de epígrafe, el autor rinde homenaje a su maestro Goethe con la cita del conocido poema que Heine transcribe al inicio de su relato de viajero:

“Kennst du das Land, wo die Zitronen blühn?      Conoces el país de los limones en flor?
Kennst du es wohl? Dahin, dahin                                ¿Bien lo conoces?  ¡Allá, allá…
Möcht ich mit dir, o mein Geliebter, ziehn.”            estaré contigo amado mío!”




“¡Cuidado…no debes viajar en agosto, cuando de día el sol te tuesta y de noche te pican las pulgas!
 También te advierto, mi apreciado lector, no debes usar la diligencia de Correo para ir de Verona a Milán. Yo sí  la usé y  así partí en una lenta ‘carrozza’ acompañado por seis ‘bandidos’. Del hermoso paisaje no vi nada porque habían cerrado puertas y ventanas herméticamente contra la inmensa nube de polvo que nos invadía. Antes de llegar a Brescia, solamente en dos ocasiones mi vecino levantó un poco el cuero que cerraba la ventana para escupir afuera. La vez primera vi unos pinos sudorosos vestidos con sus trajes verdes de invierno sufriendo del calor sofocante de verano. La otra vez observé el resplandor del sol sobre el claro espejo de una bella laguna y la silueta de un  granadero austriaco que al igual que Narciso contemplaba su propia imagen en el agua, con alegría pueril mientras movía su fusil arriba y abajo haciendo como si se dispusiera a disparar.
De Brescia no sé mucho porque me dispuse a comer un buen ‘pranzo’. Y no hay que criticar a este pobre viajero por satisfacer las necesidades del estómago antes que las motivaciones del intelecto.
Sin embargo, el camarero me informó sobre Brescia y por eso sé que tiene 40.000 habitantes, una casa de ayuntamiento, 21 cafeterías y 20 iglesias, un manicomio, una sinagoga, un jardín zoológico, una cárcel y un hospital, además un teatro igual de bueno, también dispone de una horca para colgar a los ladrones que hayan robado menos de 100 000 táler. (Quienes roben más de tal suma serán gente importante y no serán ahorcados  sino condecorados).
Hacia la medianoche llegué a Milán y me fui  directo al hotel de un alemán, el Sr. Reichmann. Unos conocidos me contaron que es la mejor casa en toda Italia y hablaron muy mal de las posadas italianas y de la abundancia de pulgas en estas. Sólo se contaban historietas sobre estafas y engaños de los italianos. El Sir Williams, maldiciendo, me aseguraba que si Europa fuese la cabeza del mundo, Italia sería el sitio para los ladrones. El pobre ‘baronet’ había tenido que pagar doce francos por un pobre desayuno. Y en Vicenza le habían pedido una propina por recoger un guante que se le había caído al suelo. Su primo Tom afirmaba que todos los italianos eran ladrones aunque no todos robaran. Para ser más cortés debería haber agregado que las italianas también serían ladronas.
 El tercero en este grupo de conversación era Mister Liver. Yo lo había conocido en su ciudad natal Brighton cuando era un joven becerro y ahora años después lo volví a encontrar en Milán y ahora era un  ‘boeuf a la mode’,  un auténtico Dandy, luciendo gestos ‘picosos’; hasta la boca era cuadrangular, la cabeza cuadrada.
Entre estos conocidos ingleses que volvía para visitar Milán también estaba una tía de Mister Liver; ella, igual que un alud de nieve, había descendido de los Alpes acompañada de dos gansitas de nieve blancas, Miss Polly y Miss Molly.
No me acuses de anglomanía querido lector. Cuando yo hablo de ingleses se trata de algo obvio porque hoy por hoy son tan numerosos en Italia que nadie los podría ignorar. Verdaderas manadas de ellos atraviesan el país ocupando los restaurantes, andando por todas partes para tocarlo todo y verlo todo. Ya no se encuentra un solo árbol de limones en flor sin una inglesa oliendo las flores.
 Al lado observamos una veintena de ingleses con el libro de guía en la mano para tomar nota acerca de si todas las cosas estaban en su sitio, tal como lo informara el mismo libro. Cuando vemos a esa gente rubia y cara-roja atravesar los Alpes montada en carrozas muy limpias, acompañados de criados y de caballos relinchando, entonces tenemos que pensar que se está viviendo una nueva invasión de bárbaros. Sin embargo, el hijo de ‘Albión’, este ser bárbaro moderno, comparado con el italiano es un bárbaro civilizado, porque el segundo se encuentra en la fase de tránsito entre civilización y barbarie.(…)
Toda la nación italiana está enferma por dentro y las personas enfermas siempre son más finas que las sanas porque solamente el enfermo es un hombre completo ya que sus órganos poseen una historia de dolor y esto les eleva, son esotéricos. (…)
Hay que ver estas caras de dolor cuando los italianos hablan de las desgracias de su patria. En Milán hay mucha oportunidad de contemplar esa desgracia. La gente lleva una herida doliente en el pecho y se estremecen cuando se lo toca. Y con todo eso parecen indiferentes cuando oyen hablar de la re-scatolización de su país y de las guerras contra los turcos. (…)
 Un británico dirigiéndose a su vecino pálido italiano durante la función de la ópera en Milán:
- Parece que a ustedes nada interesa más que la música, ¿cierto?
- Es injusto decir eso, contestó el pálido italiano.
- Italia está sentada encima de solemnes ruinas, y sucede que  hay melodías que provocan que se despierte la antigua solemnidad y no es por la música sino por la memoria que moviliza; eso explica esa enorme ovación que acaba usted de presenciar.”

Hasta aquí esa cita tan larga que casi no resulta la más indicada para comentarios de mi parte ya que las observaciones del viajero Heinrich Heine hablan por sí solas. Sin embargo, quiero destacar dos aspectos importantes:

Heine encuentra  una Italia en estado ‘postraumático’. Se han acabado las marchas, el entusiasmo de la Revolución que invadió el país desde Francia. Se han callado los cañones y sobre los campos de batalla reina el silencio. Una calma que simula la paz. El texto relata una escena casi cómica de un soldado austriaco que, jugando con su fusil de forma  pueril simula esa victoria de las armas en la que ganaron una guerra pero fallaron en la paz. Son narcisos todos que condenaron  la libertad como libertina, la igualdad como falacia y  la fraternidad como mentira. Volvieron las doctrinas y las verdades dogmáticas, como únicas garantes de la estabilidad y nuevamente se exhibieron coronas y mitras del pasado monárquico. Italia perdió su oportunidad de transformarse en una nación moderna y resignada se entregó a lo de siempre: un estado paralítico/católico, desde luego.
Queda la función de las óperas. La música, el escenario teatral como ejercicio de reemplazar lo que en la realidad está ausente. ‘Pálidos’ lucen los que aun guardan en su corazón el discurso de la Revolución. Sentaditos en la ópera  aplauden con delirio porque se sienten elevados a través de la música y el arte.   

El mundo ha cambiado desde que Napoleón Bonaparte quedara sentado en  una silla de ruedas en la lejana Isla de Santa Helena. ¿Quién ganó? Pues, el mundo se ha hecho británico cantando “Rule Britannia, rule the waves!” y para los  italianos queda el terruño de ‘los ladrones’ como denuncia uno de los viajeros ingleses. Heine con ironía describe este cambio fundado sobre el nuevo reparto de poderes en Europa. Estos viajeros ingleses, groseros y soberbios invasores, son un fiel retrato de lo que era actual en aquel momento. La barbarie ‘civilizada’ se impone porque el dinero ganó y una oleada de nuevos capitalistas se adueña de los rincones de la vieja Europa.
Heine lo observa: Ha nacido un nuevo viajero, el ‘turista’. El ‘Tour del aristócrata’ ha cedido el espacio al burgués con el bolsillo lleno de dinero.
Este dinero proviene de las plusvalías crecidas en las industrias textiles inglesas. “Revolución industrial” se llamó y reemplazó el ideal de la Revolución ilustrada de connotación francesa e idealista. El continente europeo y también Italia cambiarían profundamente.
Con ojo crítico Heine observa cómo deforma el poder del dinero la vida social y la individual de las personas. Ser camarero y mesero para quienes vienen bajando de los Alpes en carrozas brillantes; un embrutecimiento y barbarización inician cual Sobretodo a cubrir por encima todos los hábitos y caracteres civilizados de los italianos. Esa Italia que está naciendo bajo tales circunstancias vive un declive de valores y sus habitantes son conscientes de ello. Reaccionan y confían sus ideales a la ópera. Hasta que un día cualquiera, mucho más tarde, un Garribaldi ha de nacer para intentar de nuevo cambiar las cosas. Heine así lo presentirá sobre el campo de batalla de Marengo.
Heinrich Heine, en el fondo se aparta de ser viajero, no colecciona impresiones espontáneamente, no escribe un diario; tampoco es un idealista en busca de vivencias que enriquezcan su ideario poético- filosófico. Heine es un cronista del tiempo y del espacio. Con él nace una literatura nueva que analiza, observa y abre horizontes para entender mejor los contextos sociales de los viajes.
Viajes como este de Heine permiten además, acercarse a los inicios de la industria del turismo, cuya realidad finalmente acabará con los Viajeros Exploradores. Ese es otro tema.

¡Gracias maestro!

Fmpeter  enero 2018

   Edición anavictoria

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