Heinrich
Heine ‘examina’ Italia
En las primeras
décadas del S. 19, años después de la caída de Napoleón Bonaparte, regresaron a
Europa las autocracias. Heinrich Heine
-otro importante escritor alemán- visita Italia y deja una extensa colección de
observaciones y reflexiones acerca de su experiencia en ese país, la que fuera muy diferente a la de los viajeros anteriores
Goethe y Seume. En el capítulo XXVII de sus ‘Reisebilder’ –
impresiones del viajero – encuentro notas que pueden impresionar a los lectores,
sobre todo por la genial ironía de Heine.
A manera de epígrafe, el autor rinde homenaje
a su maestro Goethe con la cita del conocido poema que Heine transcribe al
inicio de su relato de viajero:
“Kennst du
das Land, wo die Zitronen blühn? “Conoces el país de los limones en flor?
Kennst du
es wohl? Dahin, dahin ¿Bien lo conoces?
¡Allá, allá…
Möcht ich
mit dir, o mein Geliebter, ziehn.” estaré contigo amado mío!”
“¡Cuidado…no
debes viajar en agosto, cuando de día el sol te tuesta y de noche te pican las
pulgas!
También te advierto, mi apreciado lector, no
debes usar la diligencia de Correo para ir de Verona a Milán. Yo sí la usé y así partí en una lenta ‘carrozza’ acompañado
por seis ‘bandidos’. Del hermoso paisaje no vi nada porque habían cerrado
puertas y ventanas herméticamente contra la inmensa nube de polvo que nos invadía.
Antes de llegar a Brescia, solamente en dos ocasiones mi vecino levantó un poco
el cuero que cerraba la ventana para escupir afuera. La vez primera vi unos
pinos sudorosos vestidos con sus trajes verdes de invierno sufriendo del calor
sofocante de verano. La otra vez observé el resplandor del sol sobre el claro
espejo de una bella laguna y la silueta de un granadero austriaco que al igual que Narciso
contemplaba su propia imagen en el agua, con alegría pueril mientras movía su
fusil arriba y abajo haciendo como si se dispusiera a disparar.
De Brescia no sé
mucho porque me dispuse a comer un buen ‘pranzo’. Y no hay que criticar a este pobre
viajero por satisfacer las necesidades del estómago antes que las motivaciones
del intelecto.
Sin embargo, el
camarero me informó sobre Brescia y por eso sé que tiene 40.000 habitantes, una
casa de ayuntamiento, 21 cafeterías y 20 iglesias, un manicomio, una sinagoga,
un jardín zoológico, una cárcel y un hospital, además un teatro igual de bueno,
también dispone de una horca para colgar a los ladrones que hayan robado menos
de 100 000 táler. (Quienes roben más de tal suma serán gente importante y no
serán ahorcados sino condecorados).
Hacia la
medianoche llegué a Milán y me fui directo al hotel de un alemán, el Sr.
Reichmann. Unos conocidos me contaron que es la mejor casa en toda Italia y
hablaron muy mal de las posadas italianas y de la abundancia de pulgas en estas.
Sólo se contaban historietas sobre estafas y engaños de los italianos. El Sir
Williams, maldiciendo, me aseguraba que si Europa fuese la cabeza del mundo,
Italia sería el sitio para los ladrones. El pobre ‘baronet’ había tenido que
pagar doce francos por un pobre desayuno. Y en Vicenza le habían pedido una
propina por recoger un guante que se le había caído al suelo. Su primo Tom
afirmaba que todos los italianos eran ladrones aunque no todos robaran. Para ser
más cortés debería haber agregado que las italianas también serían ladronas.
El tercero en este grupo de conversación era
Mister Liver. Yo lo había conocido en su ciudad natal Brighton cuando era un
joven becerro y ahora años después lo volví a encontrar en Milán y ahora era un
‘boeuf a la mode’, un auténtico Dandy, luciendo gestos
‘picosos’; hasta la boca era cuadrangular, la cabeza cuadrada.
Entre estos
conocidos ingleses que volvía para visitar Milán también estaba una tía de
Mister Liver; ella, igual que un alud de nieve, había descendido de los Alpes
acompañada de dos gansitas de nieve blancas, Miss Polly y Miss Molly.
No me acuses de
anglomanía querido lector. Cuando yo hablo de ingleses se trata de algo obvio
porque hoy por hoy son tan numerosos en Italia que nadie los podría ignorar.
Verdaderas manadas de ellos atraviesan el país ocupando los restaurantes,
andando por todas partes para tocarlo todo y verlo todo. Ya no se encuentra un
solo árbol de limones en flor sin una inglesa oliendo las flores.
Al lado observamos una veintena de ingleses
con el libro de guía en la mano para tomar nota acerca de si todas las cosas
estaban en su sitio, tal como lo informara el mismo libro. Cuando vemos a esa
gente rubia y cara-roja atravesar los Alpes montada en carrozas muy limpias,
acompañados de criados y de caballos relinchando, entonces tenemos que pensar
que se está viviendo una nueva invasión de bárbaros. Sin embargo, el hijo de ‘Albión’,
este ser bárbaro moderno, comparado con el italiano es un bárbaro civilizado,
porque el segundo se encuentra en la fase de tránsito entre civilización y
barbarie.(…)
Toda la nación italiana
está enferma por dentro y las personas enfermas siempre son más finas que las
sanas porque solamente el enfermo es un hombre completo ya que sus órganos poseen
una historia de dolor y esto les eleva, son esotéricos. (…)
Hay que ver estas
caras de dolor cuando los italianos hablan de las desgracias de su patria. En
Milán hay mucha oportunidad de contemplar esa desgracia. La gente lleva una
herida doliente en el pecho y se estremecen cuando se lo toca. Y con todo eso
parecen indiferentes cuando oyen hablar de la re-scatolización de su país y de
las guerras contra los turcos. (…)
Un británico dirigiéndose a su vecino pálido
italiano durante la función de la ópera en Milán:
- Parece que a
ustedes nada interesa más que la música, ¿cierto?
- Es injusto
decir eso, contestó el pálido italiano.
- Italia está
sentada encima de solemnes ruinas, y sucede que
hay melodías que provocan que se despierte la antigua solemnidad y no es
por la música sino por la memoria que moviliza; eso explica esa enorme ovación
que acaba usted de presenciar.”
Hasta aquí esa
cita tan larga que casi no resulta la más indicada para comentarios de mi parte
ya que las observaciones del viajero Heinrich Heine hablan por sí solas. Sin
embargo, quiero destacar dos aspectos importantes:
Heine encuentra una Italia en estado ‘postraumático’. Se han
acabado las marchas, el entusiasmo de la Revolución que invadió el país desde
Francia. Se han callado los cañones y sobre los campos de batalla reina el
silencio. Una calma que simula la paz. El texto relata una escena casi cómica
de un soldado austriaco que, jugando con su fusil de forma pueril simula esa victoria de las armas en la
que ganaron una guerra pero fallaron en la paz. Son narcisos todos que
condenaron la libertad como libertina,
la igualdad como falacia y la
fraternidad como mentira. Volvieron las doctrinas y las verdades dogmáticas, como
únicas garantes de la estabilidad y nuevamente se exhibieron coronas y mitras
del pasado monárquico. Italia perdió su oportunidad de transformarse en una
nación moderna y resignada se entregó a lo de siempre: un estado paralítico/católico,
desde luego.
Queda la función
de las óperas. La música, el escenario teatral como ejercicio de reemplazar lo
que en la realidad está ausente. ‘Pálidos’ lucen los que aun guardan en su
corazón el discurso de la Revolución. Sentaditos en la ópera aplauden con delirio porque se sienten
elevados a través de la música y el arte.
El mundo ha
cambiado desde que Napoleón Bonaparte quedara sentado en una silla de ruedas en la lejana Isla de Santa
Helena. ¿Quién ganó? Pues, el mundo se ha hecho británico cantando “Rule
Britannia, rule the waves!” y para los
italianos queda el terruño de ‘los ladrones’ como denuncia uno de los
viajeros ingleses. Heine con ironía describe este cambio fundado sobre el nuevo
reparto de poderes en Europa. Estos viajeros ingleses, groseros y soberbios
invasores, son un fiel retrato de lo que era actual en aquel momento. La
barbarie ‘civilizada’ se impone porque el dinero ganó y una oleada de nuevos
capitalistas se adueña de los rincones de la vieja Europa.
Heine lo observa:
Ha nacido un nuevo viajero, el ‘turista’. El ‘Tour del aristócrata’ ha cedido
el espacio al burgués con el bolsillo lleno de dinero.
Este dinero
proviene de las plusvalías crecidas en las industrias textiles inglesas. “Revolución
industrial” se llamó y reemplazó el ideal de la Revolución ilustrada de
connotación francesa e idealista. El continente europeo y también Italia
cambiarían profundamente.
Con ojo crítico
Heine observa cómo deforma el poder del dinero la vida social y la individual
de las personas. Ser camarero y mesero para quienes vienen bajando de los Alpes
en carrozas brillantes; un embrutecimiento y barbarización inician cual
Sobretodo a cubrir por encima todos los hábitos y caracteres civilizados de los
italianos. Esa Italia que está naciendo bajo tales circunstancias vive un
declive de valores y sus habitantes son conscientes de ello. Reaccionan y
confían sus ideales a la ópera. Hasta que un día cualquiera, mucho más tarde,
un Garribaldi ha de nacer para intentar de nuevo cambiar las cosas. Heine así
lo presentirá sobre el campo de batalla de Marengo.
Heinrich Heine,
en el fondo se aparta de ser viajero, no colecciona impresiones espontáneamente,
no escribe un diario; tampoco es un idealista en busca de vivencias que
enriquezcan su ideario poético- filosófico. Heine es un cronista del tiempo y del
espacio. Con él nace una literatura nueva que analiza, observa y abre
horizontes para entender mejor los contextos sociales de los viajes.
Viajes como este de
Heine permiten además, acercarse a los inicios de la industria del turismo,
cuya realidad finalmente acabará con los Viajeros Exploradores. Ese es otro
tema.
¡Gracias maestro!
Fmpeter enero 2018
Edición anavictoria
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