-
mis abuelos- eran
Friedrich Wilhelm
Peter
y Eva
Motok.
El abuelo era carretero que trabajaba en numerosas fincas grandes de
aquella región. Había conocido a la abuela durante el trabajo. Ella
era oriunda de Polonia y había venido en busca de trabajo en una de
estas grandes explotaciones agrícolas. Así hacían muchos hombres y
mujeres del este para realizar labores agrícolas. En su gran mayoría
estas explotaciones agrícolas de grandes dimensiones tenían como
propietarios a aristócratas prusianos, llamados comunmente
Junker.
Friedrich
Wilhelm Peter tenía siete hermanos más. Todos ellos desaparecerán
en diferentes frentes de la primera guerra mundial. Él había hecho
su servicio militar en un cuartel del ejército prusiano en Alsacia.
Pudo conocer poco de la famosa cocina alsaciana. Para el soldado
sencillo no había más que ejercicios monótonos y mala
alimentación. Había sentido la aversión y el rechazo de la
población alsaciana contra los hombres con uniformes prusianos,
símbolo de la ocupación de Alsacia después de la guerra victoriosa
de Prusia sobre Francia en 1871.Cuando terminó el servicio, Peter
volvió a su casa; sólo traía un cenicero de esta región lejana
porque le gustaba fumar puros. Pero en su equipaje también llevaba
una escopeta de cazar. Le gustaban las armas y solía practicar la
caza furtiva, siempre que había ocasión de hacerlo. Además, la
vida monótona del cuartel, el encuentro con los otros soldados, lo
habían transformado en un revolucionario. Se consideraba
socialdemócrata, justo lo contrario de lo que pretendía aquel
servicio militar prolongado: educar a los hombres jóvenes en el amor
a la patria y a su joven monarca, el emperador Guillermo II.
Peter
regresaba, hecho un rebelde y un decidido defensor de los derechos de
la clase obrera. Llevaba bigote y sus ojos azules le brillaban al
hablar de aquel mundo nuevo que debía nacer sobre los escombros del
pasado. Era un hombre decidido que se enfrentaba con frecuencia a sus
respectivos patronos. En el pequeño pueblo de Zschortau, Eva y él
se casaron y pronto nació su primer hijo Friedrich o Fritz como lo
llamaban. Sin embargo, no vivieron mucho en este lugar, ni en los
siguientes, porque el abuelo tenía un carácter fuerte que no
toleraba un trato injusto de parte de sus superiores.
Eva,
humilde y callada, vivía a su lado. Era morena, de ojos oscuros, con
aspecto frágil. Hablaba con un hilo de voz y casi no se le oía.
Poco a poco dejó de usar su lengua nativa. Peter no hacía ningún
esfuerzo por acercarse en este sentido a ella. Él hablaba en alemán
claro y preciso, casi sin cadencia dialectal y ella se amoldaba a él.
¿Tenía
la pareja la bendición de la iglesia evangélica? Peter era
indiferente en cuestiones de religión. Nacieron ocho hijos, casi
todos en distintos pueblos, porque Peter no aguantaba lo que casi
todos los demás trabajadores del campo solían soportar: las horas
prolongadas de trabajo, el trato brusco y la soberbia o la
prepotencia de los que mandaban.
De
los ocho hijos, sólo llegarán cuatro a la edad de adultos.
No
era una familia común y corriente. Sobre todo, cuando las noches se
hacían largas y los días fríos y oscuros. Entonces Peter sacaba la
escopeta de detrás del ropero y se iba a la caza furtiva, violando
así el privilegio de la nobleza local. Naturalmente prefería cazar
sobre los campos del Barón, porque allí había más liebres y
venados.
En
realidad, ni siquiera trataba de esconder esta actividad ante la
gente de su clase. Con risas y orgullo comentaba que “aún no había
nacido quien le pille“ y que él le quitaba trabajo al Barón. En
realidad, Peter había nacido para ser un señor. Un señor sin
tierras, ciertamente.
Sus
únicos vasallos eran los miembros de su familia.
Todos
los domingos solía tenderse en el sofa. Los hijos le quitaban antes
las botas, y le daban masajes en los pies y luego le ponían las
pantuflas. Entonces solía encender un puro con mucha precaución y
esmero para terminar diciendo después de inhalar el humo:
–¡Esto
sí es vida!
¿Dónde
estaba su credo socialdemócrata en estos momentos de comportamiento
señorial?
El
cazador furtivo nunca fue descubierto. Pero esto sucedió solamente
porque lo impidió el inicio de la Primera Guerra Europea. Cuando
llegaron los gendarmes, Peter se había ido ya al frente en Prusia
Oriental para ayudar al general von Hindenburg a vencer a las tropas
del Zar que habían invadido Alemania. Los gendarmes tampoco
encontraron la escopeta - o no la querían encontrar, pues Peter era
querido en el pueblo -. El Barón sabía que debía andar con cuidado
con un hombre así. Por unos cuantos venados no quería tener
problemas con el pueblo entero.
Peter,
además, había abandonado las labores del campo. En los años antes
de la guerra había logrado un cambio importante. Se había colocado
en una imprenta en Bitterfeld. Su carro ya no llevaba patatas o
remolachas. Ahora eran papeles y libros. De los restos desechados de
la imprenta, Peter reunió poco a poco una biblioteca pequeña que
ocupaba varios estantes y empezaba a transformarse en un lector.
Parecía que siempre estaba leyendo. Cuando tenía que esperar en
alguna parte, se le veía leyendo, sentado en lo alto del carro.
Su
jefe, el propietario de la imprenta Schwarz, colaboraba con varias
editoriales, y en el fondo, no podía quejarse de Peter si no hubiese
sido por su credo político que no trataba nunca de disimular. Sin
embargo, no tenía nada en común con un proletario moderno. Parecía
un auténtico campesino con una inclinación hacia utopías
fantásticas. La gente de su entorno lo consideraba un personaje
extraño. Le irritaba, cuando a veces le preguntaban, de dónde era.
¿Cómo
era posible, que le tomaran por extranjero, cuando toda la vida había
estado allí entre Leipzig, Halle y Wittenberg , como todos sus
antepasados también?
Frecuentemente
le buscaba gente para que interviniera en un conflicto laboral y
Peter no se negaba, ganándose la aversión y el odio de mucha gente
de buena posición de la ciudad. Sin embargo, y debido al empleo fijo
que había encontrado, la familia había puesto pie firme sobre la
tierra. Peter había comprado una casa vieja en Mühlbeck, pueblo
vecino de Bitterfeld y allí viviría hasta su muerte.
Pero
ahora, en agosto de 1914, Peter se iba a la guerra. En lugar de
acarrear papel y libros con su carro de caballos, ahora le tocaba
arrastrar cañones de artillería. Lo hizo de mala gana como muchos
socialdemócratas que no eran pacifistas porque creían en la
necesidad de la revolución armada. Además, el enemigo común era el
Zar, el más odiado de entre todos los terratenientes del mundo.
Peter veía las cosas como eran y no se hacía ilusiones. Nunca
hablaba de aquellas experiencias terribles, de muerte y sufrimiento,
tanto de los hombres como de los animales. Peter quería a “sus
caballos“ que ahora eran literalmente nada más que carne de
cañón.
En
casa quedaron sus cinco niños y Eva. Tres habían muerto siendo muy
pequeños. Entre los cinco estaba Fritz, el mayor que ahora tenía 14
años. Mucho se parecía al padre: la forma de caminar y la mirada
viva y brillante. No había heredado el carácter tranquilo de la
madre. Sin embargo, era él quien siempre estaba cerca de ella, quien
la entendía cuando decía algo en polaco o medio alemán. Pero, casi
siempre eran superfluas las palabras. Un gesto o una mirada bastaban
para entenderse. En ciertos momentos cantaban juntos. Los demás
niños se llamaban Gertrud, Martha, Kurt, Walter y Alfred.
No
sabemos nada de Peter en los diferentes escenarios de la guerra. Se
supone que fue un buen soldado y parece que nunca vió un enemigo en
combate. Sólo los vió muertos, los otros y los suyos, en largas
hileras, pedazos de uniformes marrones o grises y los caballos,
despedazados, defigurados.Y entre esta hecatombe también se
encontraban todos sus hermanos. Todos ellos muertos y hechos pedazos,
reposando entre cadaveres rusos y alemanes. Nicolás de Rusia y
Guillermo de Prusia estaban lejos. La realidad no tenía nada que ver
con aquellos primos dinásticos y enemigos en guerra en realidad. La
guerra era de los Peter y Nicolajev, metidos en sus uniformes sucios
y deformados. Peter siempre pensaba:
–¡Yo
sobreviviré, a mí no me toca!–
Nunca
dudó de ello.
¿Habría
pensado a veces lo del cazador furtivo: “Aún no ha nacido, quién
me pille“?
Durante
los cuatro años sangrientos casi nunca escribió. Cuando escribía
se dirigía a su hijo mayor Fritz:
–¡Dale
de comer a los conejos!¡ Coge trébol donde el Barón !¡Haz heno
para el invierno! ¡No hagáis tonterías con mis cosas, tú ya
sabes!–
El
viejo era un optimista y siempre acababa diciendo:
–¡Pronto
regresaré!–
Y
estaba firmemente convencido de ello.
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