jueves, 30 de julio de 1992

Capitulo 1: Los padres de Fritz


- mis abuelos- eran Friedrich Wilhelm Peter y Eva Motok. El abuelo era carretero que trabajaba en numerosas fincas grandes de aquella región. Había conocido a la abuela durante el trabajo. Ella era oriunda de Polonia y había venido en busca de trabajo en una de estas grandes explotaciones agrícolas. Así hacían muchos hombres y mujeres del este para realizar labores agrícolas. En su gran mayoría estas explotaciones agrícolas de grandes dimensiones tenían como propietarios a aristócratas prusianos, llamados comunmente Junker.





Friedrich Wilhelm Peter tenía siete hermanos más. Todos ellos desaparecerán en diferentes frentes de la primera guerra mundial. Él había hecho su servicio militar en un cuartel del ejército prusiano en Alsacia. Pudo conocer poco de la famosa cocina alsaciana. Para el soldado sencillo no había más que ejercicios monótonos y mala alimentación. Había sentido la aversión y el rechazo de la población alsaciana contra los hombres con uniformes prusianos, símbolo de la ocupación de Alsacia después de la guerra victoriosa de Prusia sobre Francia en 1871.Cuando terminó el servicio, Peter volvió a su casa; sólo traía un cenicero de esta región lejana porque le gustaba fumar puros. Pero en su equipaje también llevaba una escopeta de cazar. Le gustaban las armas y solía practicar la caza furtiva, siempre que había ocasión de hacerlo. Además, la vida monótona del cuartel, el encuentro con los otros soldados, lo habían transformado en un revolucionario. Se consideraba socialdemócrata, justo lo contrario de lo que pretendía aquel servicio militar prolongado: educar a los hombres jóvenes en el amor a la patria y a su joven monarca, el emperador Guillermo II.

Peter regresaba, hecho un rebelde y un decidido defensor de los derechos de la clase obrera. Llevaba bigote y sus ojos azules le brillaban al hablar de aquel mundo nuevo que debía nacer sobre los escombros del pasado. Era un hombre decidido que se enfrentaba con frecuencia a sus respectivos patronos. En el pequeño pueblo de Zschortau, Eva y él se casaron y pronto nació su primer hijo Friedrich o Fritz como lo llamaban. Sin embargo, no vivieron mucho en este lugar, ni en los siguientes, porque el abuelo tenía un carácter fuerte que no toleraba un trato injusto de parte de sus superiores.

Eva, humilde y callada, vivía a su lado. Era morena, de ojos oscuros, con aspecto frágil. Hablaba con un hilo de voz y casi no se le oía. Poco a poco dejó de usar su lengua nativa. Peter no hacía ningún esfuerzo por acercarse en este sentido a ella. Él hablaba en alemán claro y preciso, casi sin cadencia dialectal y ella se amoldaba a él.

¿Tenía la pareja la bendición de la iglesia evangélica? Peter era indiferente en cuestiones de religión. Nacieron ocho hijos, casi todos en distintos pueblos, porque Peter no aguantaba lo que casi todos los demás trabajadores del campo solían soportar: las horas prolongadas de trabajo, el trato brusco y la soberbia o la prepotencia de los que mandaban.

De los ocho hijos, sólo llegarán cuatro a la edad de adultos.

No era una familia común y corriente. Sobre todo, cuando las noches se hacían largas y los días fríos y oscuros. Entonces Peter sacaba la escopeta de detrás del ropero y se iba a la caza furtiva, violando así el privilegio de la nobleza local. Naturalmente prefería cazar sobre los campos del Barón, porque allí había más liebres y venados.

En realidad, ni siquiera trataba de esconder esta actividad ante la gente de su clase. Con risas y orgullo comentaba que “aún no había nacido quien le pille“ y que él le quitaba trabajo al Barón. En realidad, Peter había nacido para ser un señor. Un señor sin tierras, ciertamente.

Sus únicos vasallos eran los miembros de su familia.

Todos los domingos solía tenderse en el sofa. Los hijos le quitaban antes las botas, y le daban masajes en los pies y luego le ponían las pantuflas. Entonces solía encender un puro con mucha precaución y esmero para terminar diciendo después de inhalar el humo:

–¡Esto sí es vida!

¿Dónde estaba su credo socialdemócrata en estos momentos de comportamiento señorial?



El cazador furtivo nunca fue descubierto. Pero esto sucedió solamente porque lo impidió el inicio de la Primera Guerra Europea. Cuando llegaron los gendarmes, Peter se había ido ya al frente en Prusia Oriental para ayudar al general von Hindenburg a vencer a las tropas del Zar que habían invadido Alemania. Los gendarmes tampoco encontraron la escopeta - o no la querían encontrar, pues Peter era querido en el pueblo -. El Barón sabía que debía andar con cuidado con un hombre así. Por unos cuantos venados no quería tener problemas con el pueblo entero.



Peter, además, había abandonado las labores del campo. En los años antes de la guerra había logrado un cambio importante. Se había colocado en una imprenta en Bitterfeld. Su carro ya no llevaba patatas o remolachas. Ahora eran papeles y libros. De los restos desechados de la imprenta, Peter reunió poco a poco una biblioteca pequeña que ocupaba varios estantes y empezaba a transformarse en un lector. Parecía que siempre estaba leyendo. Cuando tenía que esperar en alguna parte, se le veía leyendo, sentado en lo alto del carro.

Su jefe, el propietario de la imprenta Schwarz, colaboraba con varias editoriales, y en el fondo, no podía quejarse de Peter si no hubiese sido por su credo político que no trataba nunca de disimular. Sin embargo, no tenía nada en común con un proletario moderno. Parecía un auténtico campesino con una inclinación hacia utopías fantásticas. La gente de su entorno lo consideraba un personaje extraño. Le irritaba, cuando a veces le preguntaban, de dónde era.

¿Cómo era posible, que le tomaran por extranjero, cuando toda la vida había estado allí entre Leipzig, Halle y Wittenberg , como todos sus antepasados también?

Frecuentemente le buscaba gente para que interviniera en un conflicto laboral y Peter no se negaba, ganándose la aversión y el odio de mucha gente de buena posición de la ciudad. Sin embargo, y debido al empleo fijo que había encontrado, la familia había puesto pie firme sobre la tierra. Peter había comprado una casa vieja en Mühlbeck, pueblo vecino de Bitterfeld y allí viviría hasta su muerte.

Pero ahora, en agosto de 1914, Peter se iba a la guerra. En lugar de acarrear papel y libros con su carro de caballos, ahora le tocaba arrastrar cañones de artillería. Lo hizo de mala gana como muchos socialdemócratas que no eran pacifistas porque creían en la necesidad de la revolución armada. Además, el enemigo común era el Zar, el más odiado de entre todos los terratenientes del mundo. Peter veía las cosas como eran y no se hacía ilusiones. Nunca hablaba de aquellas experiencias terribles, de muerte y sufrimiento, tanto de los hombres como de los animales. Peter quería a “sus caballos“ que ahora eran literalmente nada más que carne de cañón.

En casa quedaron sus cinco niños y Eva. Tres habían muerto siendo muy pequeños. Entre los cinco estaba Fritz, el mayor que ahora tenía 14 años. Mucho se parecía al padre: la forma de caminar y la mirada viva y brillante. No había heredado el carácter tranquilo de la madre. Sin embargo, era él quien siempre estaba cerca de ella, quien la entendía cuando decía algo en polaco o medio alemán. Pero, casi siempre eran superfluas las palabras. Un gesto o una mirada bastaban para entenderse. En ciertos momentos cantaban juntos. Los demás niños se llamaban Gertrud, Martha, Kurt, Walter y Alfred.

No sabemos nada de Peter en los diferentes escenarios de la guerra. Se supone que fue un buen soldado y parece que nunca vió un enemigo en combate. Sólo los vió muertos, los otros y los suyos, en largas hileras, pedazos de uniformes marrones o grises y los caballos, despedazados, defigurados.Y entre esta hecatombe también se encontraban todos sus hermanos. Todos ellos muertos y hechos pedazos, reposando entre cadaveres rusos y alemanes. Nicolás de Rusia y Guillermo de Prusia estaban lejos. La realidad no tenía nada que ver con aquellos primos dinásticos y enemigos en guerra en realidad. La guerra era de los Peter y Nicolajev, metidos en sus uniformes sucios y deformados. Peter siempre pensaba:

–¡Yo sobreviviré, a mí no me toca!–

Nunca dudó de ello.

¿Habría pensado a veces lo del cazador furtivo: “Aún no ha nacido, quién me pille“?

Durante los cuatro años sangrientos casi nunca escribió. Cuando escribía se dirigía a su hijo mayor Fritz:

–¡Dale de comer a los conejos!¡ Coge trébol donde el Barón !¡Haz heno para el invierno! ¡No hagáis tonterías con mis cosas, tú ya sabes!–

El viejo era un optimista y siempre acababa diciendo:

–¡Pronto regresaré!–

Y estaba firmemente convencido de ello.

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