jueves, 23 de julio de 1992

Capítulo 5: –La tierra da vueltas y gira alrededor del sol – dijo Fritz

Había pinchado una patata en el tenedor y se movía con ella alrededor de la mesa de la cocina. la lámpara encima de la mesa representaba el sol. Dándole vueltas a la patata bajo la luz tibia, esta pesentaba un lado iluminado u otro oscuro:
–Veis, ahora es de día, y ahora de noche– explicaba.
Los hemanos seguían masticando.
–Menos mal que nosotros estamos arriba–, observó Martha.
–Tonterías– gritó Gertrud –. Eso de arriba y abajo no existe. Todo es arriba y abajo al mismo tiempo.
–Claro, porque todo se mueve y da vueltas como las ruedas– dijo Kurt.
– Las piedras más pesadas se mueven– agregó Fritz.
–¿Y la cinta rodante?– preguntó Martha.
Todos se callaron.


Gertrud nuevamente rompió el silencio:
–Papá siempre ha dicho que todas las cosas tenían que cambiar, tanto en Alemania como en otras partes del mundo.–
–Y la guerra sólo es el principio–, dijo Fritz –. Lo he leido en un libro sobre los griegos que Papá tiene.
–¿Tú que entiendes de estas cosas?– interrumpió Gertrud.
–“La guerra es padre de todas las cosas“– contestó Fritz con tono solemne.
Todos le dirigieron sus miradas.
–Esto son cosas de Papá. Tenemos que preguntarle cuando venga– dijo Kurt.


En el trabajo siguió todo como siempre. Ahora Fritz pertenecía a aquellos que movían la tierra desde abajo hacia arriba. Todo lo que veía era nuevo. Nunca antes hubo máquinas tan poderosas, capaces de tragarse toneladas de tierra y lodo y devorar una tierra dedicada a la agricultura durante siglos, tal vez milenios. Los campos de trigo y de patatas que se habían extendido hasta el horizonte - interrumpidos a veces por pequeños bosques y lagos - desaparecían. Estos campos extensos con las casas señoriales habían formado aquel paisaje. Los pueblos se encontraban en medio como pequeños islotes dominados por las torres de las iglesias con sus muros románicos. Estas torres que habían logrado sobrevivir la Guerra de los Treinta Años, ahora no paraban de sucumbir bajo el ataque de las excavadoras. Algunos pueblos y casas señoriales quedaban en pie, formando puntos exóticos en un paisaje lunar.
Las inmensas palas avanzaban sin parar excavando a mayor profundidad y lograron arrancar cada vez más carbón de la tierra.
Fritz siempre trabajaba en compañía de un prisionero ruso. Había que mover la cinta de un vagón a otro cuando este estaba lleno. Este era el trabajo más pesado.
Algunas semanas después, cuando Fritz se había familiarizado con esto, el capataz llegó acompañado por otro hombre. Los hombres hablaron y Fritz oyó lo que decían:
–Este es, trabaja bien, puedes llevártelo si quieres– dijo el capataz.
El otro hombre era mecánico y necesitaba a un ayudante o aprendiz. A Fritz no le preguntaron si quería irse. Se suponía que no deseaba permanecer en este trabajo esclavizador y tonto.
Efectivamente, en este momento había comenzado la carrera de Fritz como técnico perito. Dentro de unos años construiría túneles, canales, puentes y carreteras, haciendo de todo lo que mueve la tierra desde abajo hacia arriba.
Pero ahora se despedía de Nicolay, el primer ruso que había trabajado con él:
–¿Por qué he tenido siempre a otro compañero trabajando conmigo durante este tiempo?–
Nicolay hizo el gesto de dirigir su mano a la boca:
–Comida, comíamos– dijo.
Fritz quiso regalarle la chaqueta. El uniforme estaba hecho pedazos. Pero Nicolay no quiso, decía que era soldado. Fritz siempre pensaba en su padre y lo que podría sucederle si cayera prisionero con los rusos.


Esta noche, cuando Fritz regresó a casa, encontró una carta del viejo, papel amarillo, correo militar. Había escrito pocas veces. Sabía que las cartas de los soldados estaban sometidas a la censura. Los hermanos de su padre que habían vivido todos entre Halle, Leipzig y Wittenberg no volverían más de la lejana Rusia. Sin embargo, Eva y sus hijos tenían la certeza de que el padre volvería. Les sonaba todavía la frase del viejo:
–¡Esperad a que yo vuelva!–
Sin embargo, después de la muerte del pequeño Walter todo parecía diferente.
–Fuí yo quien lo subió a la cinta– se dijo Fritz muchas veces. Pero al instante comenzó a buscar argumentos que le disculparan. ¿No le había dejado su padre hacer y probar de todo, segar y tirar con la escopeta?¿Cuándo ibas a aprender a valerte por ti solo, Walter?
Ahora, el trabajo empezó a cambiarle los rasgos de niño. Tenía que ser adulto. No había espacio para la juventud.


La carta de Peter había llegado ya al mediodía. Eva la había guardado para cuando viniera Fritz y leerla juntos. Le gustaba que Fritz se lo leyera. A veces así había hecho el viejo también. Ella sabía que la carta no traía la noticia que todo el mundo temía que sería traída por el gendarme. Así, cuando Fritz se puso a abrirla, todos estaban presentes. Fritz comenzó:
–“Mis queridos todos:
Pronto se acabará esta guerra, que es el padre de todo. No os preocupéis por mí. Todo pasa como me lo había imaginado. Después de esto, el mundo será diferente. Observen el noticiero con atención. Caerá todo lo que está en alto. No temáis nada, porque ha llegado nuestra hora. Nunca más será como era antes.
Fritz,¡cuida los animales y ayuda a tu madre!“–
La carta estaba firmada F. W. Peter, UOffz.
–¿Cómo?– gritó Gertrud –¿Suboficial? Entonces nos darán más dinero. ¡Yo quiero zapatos!–
–¡Pónte los de Walter!– contestó Kurt.
Todos corrieron al patio.

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