miércoles, 29 de julio de 1992

Capítulo 2: Cuando Fritz despertó

oía que su madre ya estaba ocupada en la cocina. Se levantaba y sin hacer ruidos se dirigía al establo y cogía la carretilla. En ella se encontraba un saco y encima estaba la guadaña. Debajo del saco escondía la escopeta. La carretilla tenía ruedas de goma. Al moverla, casi no se oía nada.¡Buena idea del viejo!
La intensa niebla escondía el palacete del Barón. La hierba densa y fresca esperaba el corte de la guadaña cuando Fritz observó una liebre que - como él - se disponía a hacer uso de la propiedad ajena.
Todo habría sucedido como siempre. Tan temprano no solía moverse nadie. Pero esta vez iba a ser diferente: El joven señor, hijo del Junker, estaba de visita en la casa del padre. Recien nombrado teniente iba destinado al frente; había venido a despedirse y había sacado el caballo para disfrutar de la fresca mañana y al montar escuchó el tiro desde tan cerca. Rápidamente se acercó y atrapó a Fritz con las manos en la masa.




–¿Qué tienes ahí? ¡Quita este saco!–
Fritz no se movía. Entonces, el señorito desmontó, quitó el saco. Allí estaba la guadaña.
–¿No te da vergüenza, coger lo que no es tuyo? ¿No conoces los mandamientos?–
–Un poco, sí– contestó Fritz –“No robarás. No desearás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de cuanto le pertenece.
El señorito estaba perplejo. No había esperado una contestación así.
–Vaya, las cosas que sabe el niño. ¡Véte a casa y deja la hierba quieta!–
Y dicho eso el joven Barón montó y desapareció en la niebla.
Fritz segó la hierba. Después cogió la liebre y la escopeta para esconderlas en la carretilla y se marchó a casa. Todavía no había nacido quien le pillara.
Una hora después, en el colegio, el maestro con voz severa se dirigió a Fritz:
–¡Muéstrame si ahora has copiado los diez mandamientos correctamente! --- ¡Bien hecho!–
¿Tenía el viejo un fiel colaborador y lugarteniente?

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