El
día siguiente, muy temprano, Fritz estaba entre los que esperaban a
que abriera la oficina de la Braunkohle
Union Bitterfeld.
No eran muchos los que estaban allí esperando, todos viejos, caras
marcadas por el trabajo duro, por los años vividos y por el
cansancio. Chaquetas amplias, largas de colores indefinidos,
pantalones anchos. Todos llevaban una gorra. Fritz se había puesto
la de su padre.Era un muchacho fuerte y parecía mayor de 14 años
que tenía.
–Este
trabajo es durísimo–, observó uno de los viejos dirigiéndose a
Fritz.
–¿Y
usted, por qué viene?– le contestó aquel.
–Aquí
no hay otra cosa, muchacho. Ya no hay jóvenes, nada más quedamos
los viejos que ya casi no servimos para nada.–
El
grupo permaneció callado.Finalmente, otro continuó la conversación:
–Todo
esto es mejor que estar metido en una trinchera en Rusia o en Verdun,
donde están nuestros hijos.–
En
estos momentos pasaba un grupo de prisioneros rusos con pasos lentos.
Llevaban uniformes marrones gastados. Los acompañaba un soldado con
fusil y bayoneta.
–Estos
están peores que nosotros– dijo uno; –son los esclavos, su
trabajo no les cuesta nada.–
–La
comida– dijo otro.
–Sí,
menos que a los caballos. ¡Pobres diablos!–
Fritz
pensó en su padre:¿Le pasaría como a estos? ¿Sería un esclavo en
algún lugar de la Rusia del Zar?
Otro
de entre la cola de los que esperaban se dirigió a Fritz:
–Muchacho,
¡vete de aquí, esto no es para niños! Aquí no quieren aprendices.
¿Qué oficio se puede aprender aquí?–
–Ya
no soy un niño– contestó Fritz –.Yo puedo trabajar.
Y
mostró sus fuertes manos.
Cuando
se abrió la puerta todos se quitaron las gorras.
–Vaya
asamblea de valientes guerreros–, les dijo el hombre vestido con
una bata blanca.
–Y
tú, ¿qué haces aquí?– dijo dirgiéndose a Fritz.
–Busco
trabajo– contestó.
–¿Tienes
16 años?– le preguntó con un tono dudoso.
–Tengo
17– mintió Fritz.
–Bueno,
ya veremos. ¡Todos primero al médico! Pues aquí tuberculosis no
queremos.
Con
tono despreciativo y con un gesto asqueado indicó la dirección
donde encontrarían la oficina del médico de la empresa.
Mientras
sucedía esto en la puerta de la fábrica, en la escuela pública del
pueblo de Mühlbeck, el viejo maestro pasaba lista a sus alumnos:
–¿Fritz
Peter?
--
Silencio
–¿Kurt,
dónde está tu hermano Fritz?
–Está
enfermo– contestó Kurt.
El
maestro empezaba a jugar con la cadenita del reloj de bolsillo. La
cadenita de hierro con la inscripción: “Oro
dí por hierro“
era símbolo de los sacrificios de población. A cambio de los
objetos de oro que poseían se les entregaba este tipo de cadenitas.
Eran de hierro fundido igual que la condecoración militar prusiana,
la cruz de hierro. Como otros millones de personas más el maestro
había entregado los objetos de oro que poseía para socorrer ---
–a
la victoria de nuestras armas– dijo con un tono amargo,
y
siguió:
–Yo
estoy ya jubilado, pero a mi sucesor se lo tragó la guerra.
Los
niños le miraban atentamente y muy extrañados.
–“Dulce
et decorum est pro patriam mori“...–
citó esta frase que había aprendido en el Gymnasium y los niños de
esta escuela popular (Volksschule) no entendieron nada.
–¿Qué
le vamos a hacer? Todo es destino.
Y
en voz alta siguió con la lista:
–¿Gertrud
Peter? ---–
–¡Presente!–
gritó la hermana de Fritz con voz fuerte.
El
médico de la fábrica era un hombre de edad mediana, bastante
corpulento con lentes y un bigote al estilo de la época imperial,
con las puntas largas engomadas y vueltas para arriba.
Después
de un examen breve y superficial, dijo:
–Muchacho,
estás fuerte, lástima que tengas que meterte en esto del carbón.
Podrías ser un perfecto granadero. ¡Buena raza, eh!– y con esto
le daba golpecitos en la espalda.
–¿Y
tu familia, qué?–
–Mi
padre es soldado, en el Este. Tengo cuatro hermanos.–
–¡Buena
familia alemana, numerosa, pura, fuerte!– el médico sacudió la
cabeza. La respuesta le había gustado.
–Mi
madre es de Polonia– continuó Fritz.
–¡Ajá,
muchacho!– El médico estalló en una risa ancha y vulgar.
–¡Tu
padre, muchacho, es un tío con cojones! Haha! Yo conozco esto. Yo
también estuve en esas regiones por ahí, en Posen y Thorn. Yo era
un soldado joven y valiente, muchacho antes de esta guerra. ¡Vaya,
gusto que nos hemos dado, maldito sea!–
Fritz
no contestaba. No había conocido todavía a esta clase de patriotas,
groseros y vulgares.
Se
sintió incomodísimo y miraba hacia la puerta.
Allí
asomaba una cabeza femenina en este momento:
–¡Venga,
el desayuno!–
El
doctor sacó el reloj de bolsillo. Fritz observó que tenía la misma
cadenita que el maestro de la escuela.
–Sí,
es la hora– dijo el doctor –. A ver, ¿qué se atreverán a
darnos hoy? Aquí, disgustos y luchas todo el día. ¿Y qué te dan a
cambio? ..Poco más que pan con mermelada.
Hay
que irse al frente para comer bien. Ahí tienen de todo. Y para
nosotros, ni las gracias.–
Con
esto dio por terminada la entrevista. Salió por la puerta y dijo a
los que estaban esperando todavía::
–¡Se
acabó por hoy, vuelvan ustedes mañana!–
Y
a Fritz:
–¡Tú
empiezas a trabajar ahora mismo! Ve y firma el contrato. ¡Allí te
explicarán todo!
–¡Arrímate
al carbón!– gritó el capataz –. No le tengas miedo. Cambien
esta cinta y llenen bien el vagón– la voz del capataz penetró
através del ruido infernal.
–¡Deja
que este Iván te ayude!– con la mano indicó al prisionero ruso
que estaba al lado.
–¡Ten
cuidado con él! Todos ellos saben mucho. Hacen lo menos posible, son
así.
Fritz
se dirigió a su compañero:
–¿Te
llamas Iván?
–No,
yo me llamo Nicolay– contestó aquel –. Ellos a todos nosotros
dicen Iván.
–Yo
me llamo Fritz.
–Claro–
se rió Nicolay – todos los alemanes se llaman Fritz.
El
carbón era la base energética principal de la economía de guerra
en Alemania. En el triángulo formado por las ciudades Bitterfeld,
Halle y Leipzig se estableció la industria sobre la base del carbón:
centrales térmicas para la producción de electricidad e industria
química principalmente. La Bitterfelder
Braunkohle Union
se dedicaba al procesamiento del carbón crudo y su posterior reparto
y transporte a los diferentes usuarios. Muy importante era también
la producción de carbón para uso doméstico.
El
trabajo de Fritz era duro y sucio. Al poco rato él y su compañero
estaban cubiertos de polvo y sudor que se mezclaban. Un barro entre
marrón y negro cubría los rostros y brazos, y se filtraba por todo
el cuerpo através de la ropa.
–¡Despacio!–
gritó Nicolay –. El carbón viene sólo.
Con
ingenio habían logrado llenar los vagones empleando el menor
esfuerzo posible. Entonces había ratos libres para una conversación
o una pausa para comer lo que la madre había preparado para Fritz.
Este lo repartía.
–¡No
los acostumbres a tan buena vida!– gritó el capataz –. Ellos
saben pasar hambre, están acostumbrados.
Casi
todos los días Fritz se encontraba con otro ruso a su lado. Se
entendían más o menos usando fragmentos de alemán o polaco, que
posee raíz eslávica común con el ruso. Además, el ruido impedía
una conversación más allá del intercambio de signos elementales.
Cuando
Fritz llegaba a casa, se lavaba y caía rendido a la cama. Sin
embargo, sus sueños estaban poblados con las imágenes de la muerte
de su hermano. A veces le despertaba su propia voz y se encontraba
sentado en la cama sudoroso y temblando.
Por
la mañana su madre le pasaba la mano por el pelo y le susurraba en
polaco:
–Todos
somos culpables, que Dios nos ayude, hijo mío.–
No hay comentarios:
Publicar un comentario