sábado, 25 de julio de 1992

Capítulo 4: Fritz se pone a trabajar

El día siguiente, muy temprano, Fritz estaba entre los que esperaban a que abriera la oficina de la Braunkohle Union Bitterfeld. No eran muchos los que estaban allí esperando, todos viejos, caras marcadas por el trabajo duro, por los años vividos y por el cansancio. Chaquetas amplias, largas de colores indefinidos, pantalones anchos. Todos llevaban una gorra. Fritz se había puesto la de su padre.Era un muchacho fuerte y parecía mayor de 14 años que tenía.

–Este trabajo es durísimo–, observó uno de los viejos dirigiéndose a Fritz.

–¿Y usted, por qué viene?– le contestó aquel.

–Aquí no hay otra cosa, muchacho. Ya no hay jóvenes, nada más quedamos los viejos que ya casi no servimos para nada.–


El grupo permaneció callado.Finalmente, otro continuó la conversación:

–Todo esto es mejor que estar metido en una trinchera en Rusia o en Verdun, donde están nuestros hijos.–

En estos momentos pasaba un grupo de prisioneros rusos con pasos lentos. Llevaban uniformes marrones gastados. Los acompañaba un soldado con fusil y bayoneta.

–Estos están peores que nosotros– dijo uno; –son los esclavos, su trabajo no les cuesta nada.–

–La comida– dijo otro.

–Sí, menos que a los caballos. ¡Pobres diablos!–

Fritz pensó en su padre:¿Le pasaría como a estos? ¿Sería un esclavo en algún lugar de la Rusia del Zar?

Otro de entre la cola de los que esperaban se dirigió a Fritz:

–Muchacho, ¡vete de aquí, esto no es para niños! Aquí no quieren aprendices. ¿Qué oficio se puede aprender aquí?–

–Ya no soy un niño– contestó Fritz –.Yo puedo trabajar.

Y mostró sus fuertes manos.



Cuando se abrió la puerta todos se quitaron las gorras.

–Vaya asamblea de valientes guerreros–, les dijo el hombre vestido con una bata blanca.

–Y tú, ¿qué haces aquí?– dijo dirgiéndose a Fritz.

–Busco trabajo– contestó.

–¿Tienes 16 años?– le preguntó con un tono dudoso.

–Tengo 17– mintió Fritz.

–Bueno, ya veremos. ¡Todos primero al médico! Pues aquí tuberculosis no queremos.

Con tono despreciativo y con un gesto asqueado indicó la dirección donde encontrarían la oficina del médico de la empresa.



Mientras sucedía esto en la puerta de la fábrica, en la escuela pública del pueblo de Mühlbeck, el viejo maestro pasaba lista a sus alumnos:

–¿Fritz Peter?

-- Silencio

–¿Kurt, dónde está tu hermano Fritz?

–Está enfermo– contestó Kurt.

El maestro empezaba a jugar con la cadenita del reloj de bolsillo. La cadenita de hierro con la inscripción: “Oro dí por hierro“ era símbolo de los sacrificios de población. A cambio de los objetos de oro que poseían se les entregaba este tipo de cadenitas. Eran de hierro fundido igual que la condecoración militar prusiana, la cruz de hierro. Como otros millones de personas más el maestro había entregado los objetos de oro que poseía para socorrer ---

–a la victoria de nuestras armas– dijo con un tono amargo,

y siguió:

–Yo estoy ya jubilado, pero a mi sucesor se lo tragó la guerra.

Los niños le miraban atentamente y muy extrañados.

–“Dulce et decorum est pro patriam mori“...– citó esta frase que había aprendido en el Gymnasium y los niños de esta escuela popular (Volksschule) no entendieron nada.

–¿Qué le vamos a hacer? Todo es destino.

Y en voz alta siguió con la lista:

–¿Gertrud Peter? ---–

–¡Presente!– gritó la hermana de Fritz con voz fuerte.



El médico de la fábrica era un hombre de edad mediana, bastante corpulento con lentes y un bigote al estilo de la época imperial, con las puntas largas engomadas y vueltas para arriba.

Después de un examen breve y superficial, dijo:
–Muchacho, estás fuerte, lástima que tengas que meterte en esto del carbón. Podrías ser un perfecto granadero. ¡Buena raza, eh!– y con esto le daba golpecitos en la espalda.

–¿Y tu familia, qué?–

–Mi padre es soldado, en el Este. Tengo cuatro hermanos.–

–¡Buena familia alemana, numerosa, pura, fuerte!– el médico sacudió la cabeza. La respuesta le había gustado.

–Mi madre es de Polonia– continuó Fritz.

–¡Ajá, muchacho!– El médico estalló en una risa ancha y vulgar.

–¡Tu padre, muchacho, es un tío con cojones! Haha! Yo conozco esto. Yo también estuve en esas regiones por ahí, en Posen y Thorn. Yo era un soldado joven y valiente, muchacho antes de esta guerra. ¡Vaya, gusto que nos hemos dado, maldito sea!–

Fritz no contestaba. No había conocido todavía a esta clase de patriotas, groseros y vulgares.

Se sintió incomodísimo y miraba hacia la puerta.

Allí asomaba una cabeza femenina en este momento:

–¡Venga, el desayuno!–

El doctor sacó el reloj de bolsillo. Fritz observó que tenía la misma cadenita que el maestro de la escuela.

–Sí, es la hora– dijo el doctor –. A ver, ¿qué se atreverán a darnos hoy? Aquí, disgustos y luchas todo el día. ¿Y qué te dan a cambio? ..Poco más que pan con mermelada.

Hay que irse al frente para comer bien. Ahí tienen de todo. Y para nosotros, ni las gracias.–


Con esto dio por terminada la entrevista. Salió por la puerta y dijo a los que estaban esperando todavía::

–¡Se acabó por hoy, vuelvan ustedes mañana!–

Y a Fritz:

–¡Tú empiezas a trabajar ahora mismo! Ve y firma el contrato. ¡Allí te explicarán todo!


–¡Arrímate al carbón!– gritó el capataz –. No le tengas miedo. Cambien esta cinta y llenen bien el vagón– la voz del capataz penetró através del ruido infernal.

–¡Deja que este Iván te ayude!– con la mano indicó al prisionero ruso que estaba al lado.

–¡Ten cuidado con él! Todos ellos saben mucho. Hacen lo menos posible, son así.

Fritz se dirigió a su compañero:
–¿Te llamas Iván?

–No, yo me llamo Nicolay– contestó aquel –. Ellos a todos nosotros dicen Iván.

–Yo me llamo Fritz.

–Claro– se rió Nicolay – todos los alemanes se llaman Fritz.

El carbón era la base energética principal de la economía de guerra en Alemania. En el triángulo formado por las ciudades Bitterfeld, Halle y Leipzig se estableció la industria sobre la base del carbón: centrales térmicas para la producción de electricidad e industria química principalmente. La Bitterfelder Braunkohle Union se dedicaba al procesamiento del carbón crudo y su posterior reparto y transporte a los diferentes usuarios. Muy importante era también la producción de carbón para uso doméstico.


El trabajo de Fritz era duro y sucio. Al poco rato él y su compañero estaban cubiertos de polvo y sudor que se mezclaban. Un barro entre marrón y negro cubría los rostros y brazos, y se filtraba por todo el cuerpo através de la ropa.

–¡Despacio!– gritó Nicolay –. El carbón viene sólo.

Con ingenio habían logrado llenar los vagones empleando el menor esfuerzo posible. Entonces había ratos libres para una conversación o una pausa para comer lo que la madre había preparado para Fritz. Este lo repartía.

–¡No los acostumbres a tan buena vida!– gritó el capataz –. Ellos saben pasar hambre, están acostumbrados.

Casi todos los días Fritz se encontraba con otro ruso a su lado. Se entendían más o menos usando fragmentos de alemán o polaco, que posee raíz eslávica común con el ruso. Además, el ruido impedía una conversación más allá del intercambio de signos elementales.

Cuando Fritz llegaba a casa, se lavaba y caía rendido a la cama. Sin embargo, sus sueños estaban poblados con las imágenes de la muerte de su hermano. A veces le despertaba su propia voz y se encontraba sentado en la cama sudoroso y temblando.

Por la mañana su madre le pasaba la mano por el pelo y le susurraba en polaco:

–Todos somos culpables, que Dios nos ayude, hijo mío.–

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