martes, 21 de julio de 1992

Capítulo 7: –Fritz, revolución en Rusia

dijo su amigo Karl, –¡toma y lee!– y le pasó el periódico.

Fritz leyó con mucha atención la noticia sobre la oferta del gobierno de los sóviets de un armisticio ilimitado a los gobiernos de Alemania y Austria-Hungría. Todos estaban muy emocionados y después del trabajo discutían durante largo tiempo sobre la evolución del conflicto y sobre las probables consecuencias para ellos. Karl estaba ya cerca de la edad del reclutamiento y las posibilidades de la paz le llenaban de optimismo.

Casi eufóricos se ponían juntos en el camino a Mühlbeck discutiendo todo el tiempo.

Karl estaba “organizado“. Así se llamaban los que pertenecían al Partido Socialista Independiente (USPD). Esta organización política había surgido, primero como una sección, después como partido propio, a raíz de la división del Partido Socialdemócrata Alemán. El más antiguo de los partidos socialistas de Europa perdió la unión, debido a la discusión interna sobre los créditos para financiar la guerra solicitados por el gobierno al Reichstag, el parlamento alemán.

–Ni un marco del pueblo para financiar la aventura imperialista– dijo Karl.

No abandonemos la patria en la hora del peligro“, esto había sido la línea oficial del partido de August Bebel y Ferdinand Lassalle.

Karl era mayor que Fritz y tenía experiencia política. Durante la huelga había sido activo. Hablaba de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg como si fueran amigos suyos.

–Karl y Rosa– decía– ellos son nuestra esperanza.

Siempre charlando se habían acercado ya a la casa de los Peter y Fritz decía:

–Ven y te presento a mi gente.

En este momento pasaba el gendarme en su bicicleta de servicio. Karl le saludó con el puño y con ancha sonrisa irónica.

–Vengan estos rojos– contestó éste y bajaba de la bicicleta–.No canten victoria antes del tiempo. Ahora les vamos a dar duro a los franceses y a los ingleses con toda la fuerza.

Ahora era el gendarme el que levantó el puño para dejarlo caer sobre el sillín de la bici.

–¿Con qué fuerza, mi general, les va usted dar? ¿Nunca oyó usted nada de una victoria pírrica?– contestó Karl.

El gendarme que no había oído nada de una tal Pírrica, decidió continuar su camino. No convenía tampoco discutir con gente de tan dudosa reputación. Se acordaba del Barón quien le había dado este consejo.

–Ajá, Fritz, otra cosa se me olvidaba: Dice el Barón que vengas a verle. Es por tu padre–

dijo el gendarme cuando pedaleaba ya en otra dirección.

Fritz se quedó inquieto e intrigado:

–¿Qué querrá el Barón?–


La casa de los Peter se escondía casi al lado de la carretera. Primero tenían que cruzar el río Mulde, un río caudaloso y afluente del río Elba. Por aquel entonces el río todavía se encontraba en su cauce de siempre. Pronto este río sería removido de su natural recorrido para ser encauzado hacia otro lado. El proyecto ya estaba listo.

–No van a dejar ni una sola piedra donde estaba antes. Es cuestión de tiempo y quitarán nuestra casa y todo el pueblo entero– dijo Fritz.

La casa era una construcción vieja de andamios con paredes gruesas de arcilla. Junto a la puerta había un banco donde solía sentarse uno de los hermanos para observar los gansos y patos que andaban por el pequeño arroyo que corría delante de la casa. En tiempos tan malos había que cuidarlo casi todo. La ciudad estaba cerca y la gente tenía hambre.

Karl se mostraba sorprendido y algo incómodo en la casa de su amigo. No había esperado esto.

Un proletario que tenía tantos libros que llenaban varios estantes era bastante raro. También las muchachas adolescentes le impresionaron. En la continuidad de estas visitas se fue estableciendo una relación amorosa entre Karl y Martha.

Fue esta una relación no muy complicada y menos romántica todavía. Así solía ser en el ambiente obrero. Las parejas no buscaban el eterno amor insuperable. El interés práctico predominaba. La mujer debía de ser ahorrativa y buena ama de casa. No existía la igualdad entre las parejas, pero tampoco el sometimiento bajo una ley machista. El hombre debería poseer un carácter firme y decidido, llevar una vida sólida, tener un oficio y abstenerse de beber alcohol. La pareja de proletarios era como la burguesa, con la diferencia de que no tenía ni aceptaba “la obligación“ de representación, ni el lujo supérfluo. Karl y Martha deseaban formar alguna vez una familia como todos los demás. Las familias de los proletarios se formaban muy temprano.

Desde luego, nunca se les habría ocurrido escribirse cartas de amor o dedicarse un poema romántico.

El día después del encuentro con el gendarme, Fritz se dirigió a la casa del Barón. Fritz conocía esta casa como casi todo el mundo en el pueblo. Era una finca sólida con más espacio para vacas y caballos que para le representación social del inquilino. Desde el patio, una escalera ancha subía al salón. Fritz ahí se encontró con un gran perro danés ante el cual miró hacia otro lado.

¿Qué querrá el Barón?

El Barón era un hombre mayor, fuerte con cara de campesino. Era apreciado en el pueblo. La transformación de todos los alrededores que las minas habían causado le habían perjudicado más que a los habitantes de Mühlbeck. Gran parte de su herencia familiar había desaparecido ya. Había recibido la firme promesa de que algún día sería recultivado lo que ahora era un desierto lunar. El único hijo, mayor que Fritz, no había ido a la escuela del pueblo. Al principio tuvo un maestro en su casa y luego lo habían mandado a Berlín. La Baronesa conocía todos los pormenores y sucesos de las familias del pueblo. Ella visitaba algunas familias regularmente. No así a la familia de los Peter con la que había una firme aversión, debido a los numerosas conflictos y disgustos del pasado. Además, la familia de Fritz no vivía realmente integrada en el pueblo. Habían llegado de otra parte. El viejo había comprado aquella casa vieja a la salida del pueblo y rehuía todo contacto con el ambiente tradicional del pueblo. Los niños habían sido bautizados, iban al colegio y participaban en la confirmación. La familia no practicaba más relaciones que esas. Naturalmente conocía el Barón las actividades prohibidas de los Peter, padre e hijo mayor. Pues lo que encontraban en tierras del Barón lo consideraban suyo también.

Tanto el gendarme como el Mayordomo le habían insinuado muchas veces que denunciara estos abusos. El Barón había preferido ser prudente:

–¿Qué voy a ganar con esto?– se decía– Un hombre en la cárcel, una familia sin padre, unas cuantas liebres y venados más, y todo el pueblo entero maldiciendo al Junker.

En el fondo, apreciaba cierto grado de independencia o autonomía de la gente. Le gustaban menos los aduladores y los individuos serviciales con dolor de cervicales de tanto agacharse.

Además, consideraba que su posición era firme y segura y no podía imaginarse que una persona como Peter podría serle peligroso. Se equivocaba, como veremos.

Fritz entró en el salón de la casa y se quedó esperando. El Barón entró desde el otro lado y le saludó:

–Así, que tú eres Fritz. Has crecido mucho desde que te ví la última vez. He mandado llamarte en mi función de presidente de la Unión de los Veteranos. Es un honor para mí y para todos nosotros comunicarte, como hijo mayor que eres, que a tu padre lo han condecorado con una alta distinción militar. Su Majestad le ha concedido la Cruz de Hierro - primera clase.

Te felicito y a toda tu familia. Ya sabes que en Prusia el honor de uno es el honor de todos.

Fritz se quedó petrificado. “¿Entonces, en esto estamos, denunciar el militarismo y cubrirse de medallas?“, pensó.

Sin embargo, dijo:

–Gracias, señor.

Dio media vuelta y se fue.

Pero el Barón le volvió a llamar:

–Mi hijo está en Flandes. Tiempo hace que no tenemos noticia de él.

Fritz notaba que al Barón le temblaban las manos.

–Ascendió a capitán– dijo, cuando Fritz ya había salido.

El perro otra vez estaba allí, olfateando y Fritz volvía a mirar para otro lado.

Se acordaba de la canción que cantaban los soldados de otros tiempos:


La Muerte cabalga en Flandes

Te sigue donde tú andes,

Cuando suenan la flauta y el tambor,

¡Cuídate, pequeña flor!


En casa se formó una pequeña revuelta entre los hermanos:

–Ahora me van a comprar unos zapatos– dijo Gertrud.

Durante estos últimos meses del año 1918 todo parecía posible. En noviembre de 1918 Fritz leyó la noticia a su familia:

–El Emperador ha renunciado y se ha ido al exilio.–

–¿Quiere decir esto que se ha escapado?–

–Sí, más o menos esto, se ha fugado.…El mundo será excavado. Todo lo que está en alto, caerá.


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