dijo
su amigo Karl, –¡toma y lee!– y le pasó el periódico.
Fritz
leyó con mucha atención la noticia sobre la oferta del gobierno de
los sóviets de un armisticio ilimitado a los gobiernos de Alemania y
Austria-Hungría. Todos estaban muy emocionados y después del
trabajo discutían durante largo tiempo sobre la evolución del
conflicto y sobre las probables consecuencias para ellos. Karl estaba
ya cerca de la edad del reclutamiento y las posibilidades de la paz
le llenaban de optimismo.
Casi
eufóricos se ponían juntos en el camino a Mühlbeck discutiendo
todo el tiempo.
Karl
estaba “organizado“. Así se llamaban los que pertenecían al
Partido Socialista Independiente (USPD). Esta organización política
había surgido, primero como una sección, después como partido
propio, a raíz de la división del Partido Socialdemócrata Alemán.
El más antiguo de los partidos socialistas de Europa perdió la
unión, debido a la discusión interna sobre los créditos para
financiar la guerra solicitados por el gobierno al Reichstag, el
parlamento alemán.
–Ni
un marco del pueblo para financiar la aventura imperialista– dijo
Karl.
“No
abandonemos la patria en la hora del peligro“, esto
había sido la línea oficial del partido de August Bebel y Ferdinand
Lassalle.
Karl
era mayor que Fritz y tenía experiencia política. Durante la huelga
había sido activo. Hablaba de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg
como si fueran amigos suyos.
–Karl
y Rosa– decía– ellos son nuestra esperanza.
Siempre
charlando se habían acercado ya a la casa de los Peter y Fritz
decía:
–Ven
y te presento a mi gente.
En
este momento pasaba el gendarme en su bicicleta de servicio. Karl le
saludó con el puño y con ancha sonrisa irónica.
–Vengan
estos rojos– contestó éste y bajaba de la bicicleta–.No canten
victoria antes del tiempo. Ahora les vamos a dar duro a los franceses
y a los ingleses con toda la fuerza.
Ahora
era el gendarme el que levantó el puño para dejarlo caer sobre el
sillín de la bici.
–¿Con
qué fuerza, mi general, les va usted dar? ¿Nunca oyó usted nada de
una victoria pírrica?– contestó Karl.
El
gendarme que no había oído nada de una tal Pírrica, decidió
continuar su camino. No convenía tampoco discutir con gente de tan
dudosa reputación. Se acordaba del Barón quien le había dado este
consejo.
–Ajá,
Fritz, otra cosa se me olvidaba: Dice el Barón que vengas a verle.
Es por tu padre–
dijo
el gendarme cuando pedaleaba ya en otra dirección.
Fritz
se quedó inquieto e intrigado:
–¿Qué
querrá el Barón?–
La
casa de los Peter se escondía casi al lado de la carretera. Primero
tenían que cruzar el río Mulde, un río caudaloso y afluente del
río Elba. Por aquel entonces el río todavía se encontraba en su
cauce de siempre. Pronto este río sería removido de su natural
recorrido para ser encauzado hacia otro lado. El proyecto ya estaba
listo.
–No
van a dejar ni una sola piedra donde estaba antes. Es cuestión de
tiempo y quitarán nuestra casa y todo el pueblo entero– dijo
Fritz.
La
casa era una construcción vieja de andamios con paredes gruesas de
arcilla. Junto a la puerta había un banco donde solía sentarse uno
de los hermanos para observar los gansos y patos que andaban por el
pequeño arroyo que corría delante de la casa. En tiempos tan malos
había que cuidarlo casi todo. La ciudad estaba cerca y la gente
tenía hambre.
Karl
se mostraba sorprendido y algo incómodo en la casa de su amigo. No
había esperado esto.
Un
proletario que tenía tantos libros que llenaban varios estantes era
bastante raro. También las muchachas adolescentes le impresionaron.
En la continuidad de estas visitas se fue estableciendo una relación
amorosa entre Karl y Martha.
Fue
esta una relación no muy complicada y menos romántica todavía. Así
solía ser en el ambiente obrero. Las parejas no buscaban el eterno
amor insuperable. El interés práctico predominaba. La mujer debía
de ser ahorrativa y buena ama de casa. No existía la igualdad entre
las parejas, pero tampoco el sometimiento bajo una ley machista. El
hombre debería poseer un carácter firme y decidido, llevar una vida
sólida, tener un oficio y abstenerse de beber alcohol. La pareja de
proletarios era como la burguesa, con la diferencia de que no tenía
ni aceptaba “la obligación“ de representación, ni el lujo
supérfluo. Karl y Martha deseaban formar alguna vez una familia como
todos los demás. Las familias de los proletarios se formaban muy
temprano.
Desde
luego, nunca se les habría ocurrido escribirse cartas de amor o
dedicarse un poema romántico.
El
día después del encuentro con el gendarme, Fritz se dirigió a la
casa del Barón. Fritz conocía esta casa como casi todo el mundo en
el pueblo. Era una finca sólida con más espacio para vacas y
caballos que para le representación social del inquilino. Desde el
patio, una escalera ancha subía al salón. Fritz ahí se encontró
con un gran perro danés ante el cual miró hacia otro lado.
¿Qué
querrá el Barón?
El
Barón era un hombre mayor, fuerte con cara de campesino. Era
apreciado en el pueblo. La transformación de todos los alrededores
que las minas habían causado le habían perjudicado más que a los
habitantes de Mühlbeck. Gran parte de su herencia familiar había
desaparecido ya. Había recibido la firme promesa de que algún día
sería recultivado lo que ahora era un desierto lunar. El único
hijo, mayor que Fritz, no había ido a la escuela del pueblo. Al
principio tuvo un maestro en su casa y luego lo habían mandado a
Berlín. La Baronesa conocía todos los pormenores y sucesos de las
familias del pueblo. Ella visitaba algunas familias regularmente. No
así a la familia de los Peter con la que había una firme aversión,
debido a los numerosas conflictos y disgustos del pasado. Además, la
familia de Fritz no vivía realmente integrada en el pueblo. Habían
llegado de otra parte. El viejo había comprado aquella casa vieja a
la salida del pueblo y rehuía todo contacto con el ambiente
tradicional del pueblo. Los niños habían sido bautizados, iban al
colegio y participaban en la confirmación. La familia no practicaba
más relaciones que esas. Naturalmente conocía el Barón las
actividades prohibidas de los Peter, padre e hijo mayor. Pues lo que
encontraban en tierras del Barón lo consideraban suyo también.
Tanto
el gendarme como el Mayordomo le habían insinuado muchas veces que
denunciara estos abusos. El Barón había preferido ser prudente:
–¿Qué
voy a ganar con esto?– se decía– Un hombre en la cárcel, una
familia sin padre, unas cuantas liebres y venados más, y todo el
pueblo entero maldiciendo al Junker.
En
el fondo, apreciaba cierto grado de independencia o autonomía de la
gente. Le gustaban menos los aduladores y los individuos serviciales
con dolor de cervicales de tanto agacharse.
Además,
consideraba que su posición era firme y segura y no podía
imaginarse que una persona como Peter podría serle peligroso. Se
equivocaba, como veremos.
Fritz
entró en el salón de la casa y se quedó esperando. El Barón entró
desde el otro lado y le saludó:
–Así,
que tú eres Fritz. Has crecido mucho desde que te ví la última
vez. He mandado llamarte en mi función de presidente de la Unión de
los Veteranos. Es un honor para mí y para todos nosotros
comunicarte, como hijo mayor que eres, que a tu padre lo han
condecorado con una alta distinción militar. Su Majestad le ha
concedido la Cruz de Hierro - primera clase.
Te
felicito y a toda tu familia. Ya sabes que en Prusia el honor de uno
es el honor de todos.
Fritz
se quedó petrificado. “¿Entonces, en esto estamos, denunciar el
militarismo y cubrirse de medallas?“, pensó.
Sin
embargo, dijo:
–Gracias,
señor.
Dio
media vuelta y se fue.
Pero el Barón le volvió a llamar:
–Mi
hijo está en Flandes. Tiempo hace que no tenemos noticia de él.
Fritz
notaba que al Barón le temblaban las manos.
–Ascendió
a capitán– dijo, cuando Fritz ya había salido.
El
perro otra vez estaba allí, olfateando y Fritz volvía a mirar para
otro lado.
Se
acordaba de la canción que cantaban los soldados de otros tiempos:
La
Muerte cabalga en Flandes
Te
sigue donde tú andes,
Cuando
suenan la flauta y el tambor,
¡Cuídate,
pequeña flor!
En
casa se formó una pequeña revuelta entre los hermanos:
–Ahora
me van a comprar unos zapatos– dijo Gertrud.
Durante
estos últimos meses del año 1918 todo parecía posible. En
noviembre de 1918 Fritz leyó la noticia a su familia:
–El
Emperador ha renunciado y se ha ido al exilio.–
–¿Quiere
decir esto que se ha escapado?–
–Sí,
más o menos esto, se ha fugado.…El mundo será excavado. Todo lo
que está en alto, caerá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario