viernes, 3 de mayo de 2019
Violadasss
Violadas sss
En todas las guerras son violentadas en lo moral, sexual y emocional las mujeres, sean niñas adultas o ancianas. Al parecer de crónicas históricas, son consideradas un premio para el vencedor de turno. Así fue y así sigue siendo a lo largo de la historia de los hombres, que nunca ha sido completamente ‘humana’.
Sin embargo, no es mi perspectiva de historiador la que me impulsa hoy -abril del 2019- a recordar tales terribles hechos; es en cambio mi condición de testigo de la Segunda Guerra Mundial en el territorio alemán y son los hechos tal y como los recuerdo vívidamente, imborrables para la mente de aquel joven pre-adolescente que fui al finalizar la guerra.
La voz de ese, mi pasado, se desató dentro de mi oído interior por estos días, debido a la reciente fiesta de Pascua: el teléfono me trajo desde la Alemania el saludo de la prima Hilde (primera protagonista de los dos casos que narraré)…“Frohe Ostern”…- ¡Felices Pascuas!- nos decimos cada año. Ambos hoy por hoy, ancianos medio sordos y ciegos que casi ya no cabemos en estos tiempos de ciber comunicaciones y de móviles que corren.
Memoria I
-mayo de 1945-
Ella, Hilde se llama. Para aquel tiempo de los hechos que me ocupan vive en el pueblo de Talbach, próximo a los montes de Röhn situados en el centro de Alemania, en un rincón de Baviera. Era una región ‘abandonada’, atrasada, solitaria. Dicen que hasta aquí ‘no llegó Cristo’ porque no había casi gente; muchos se habían ido y desde siempre, el que puede se va. Sin embargo, lucen muy altas las cruces del Calvario en el ‘Kreuzberg’ (montaña de las Cruces) que protestan contra ese destino como advirtiendo: ‘nadie es abandonado’.
La montaña se eleva cerca de mil metros; mi mirada sobrevuela colinas verdes sin indicio de vida y no es raro que caiga algo de nieve en pleno julio; sólo cabras y ovejas buscan pasto. Un paisaje del alma que me sacude y me emociona. Al contemplarlo soy parte de él.
Aquí no había agua corriente, ni luz eléctrica, ni caballos. Todo estaba teñido de color rojo, la piedra rojiza, la arenilla de calles y caminos, rojos, rojos como bañados con sangre. Los brazos humanos y el par de vacas para transporte, arando y tirando de las carretas.
Tal era la economía. Hasta aquí no había llegado nada, ni siquiera los Nazi. Nunca le interesó a nadie saber sobre pueblos que portan nombres tan absurdos como ‘Sterbfritz’ - ¡Muérete Fritz!– o ‘Sparbrot’– ¡Ahorraelpan!... ( ¡Son estos los nombres oficiales!)
Eran territorios de refugio para restos de poblaciones arcaicas, afirman antropólogos. Sin embargo, hasta aquí, hasta esa pequeña ‘Siberia’ alemana llegaron las columnas de tanques americanos en el mes de mayo de 1945. Yo había llegado un tiempo antes a ese territorio. Hasta allí me enviaron, alrededor de mis 10 años de edad, para protegerme de los bombardeos incesantes sobre la ciudad de Frankfurt y alrededores, más específicamente Okarben donde había nacido y crecido con mi familia.
Llegué pues, a esa tierra donde ‘Dios perdió el sombrero’ porque de ahí era oriunda una de mis abuelas y su familia vivía allí.
Allí la conocí a ELLA, a su hermano y a todos los demás. ELLA era una joven alta y bonita, su hermano en cambio bajito y algo feo; yo era quien aún soy.
No presencié la llegada de los americanos; ¿Qué buscarían allí?, ¿cuáles nazis para combatir?
Me contaron que ocurrió precisamente en el pueblo de Talbachque se quedaron de parada; una columna de tanques, carros armados, los tripulantes bajados y hospedados en el pueblo, irrumpiendo en júbilo y gritando a cada rato: “Hitler is dead, Germany defeated! ¡War`s over!”La noticia alarmante de la caída de Berlín ejecutada por el Ejercito Ruso así llegó al pueblo de Talbach . Nadie les entendió, por supuesto nadie entendía inglés; tampoco se habían visto nunca aquellos inmensos tanques, mucho menos aquella gente tan rara, soldados americanos, bien uniformados, bien nutridos, masticando chicles.
El padre de Hilda que volvía del campo el día de la entrada victoriosa de los vencedores; venía con su guadaña de segador encima de la carreta tirada por dos vacas (había que segar hierba para las cuatro vacas del patrimonio familiar) ; los soldados quisieron quitarle el instrumento de trabajo…o acaso ¿no podría servir de arma al vencido?
Y con la ocupación comenzó…brotó la fiesta. Sobre el techo de la iglesia románica se colocó una bandera nunca vista antes: ‘Stars and Stripes’.La guerra había terminado, el jolgorio era enorme.
La gente lugareña del pueblosacaba de sus reservas lo que tenían: Pan duro, quesos, Most (vino hecho de pera y manzana) y Schnaps (el aguardiente local hecho de ciruela fermentada).
¿Hubo fuerza, violencia, saqueo? Nooo, es que no había nada que saquear, salvo una cosa: el sexo que acompaña a todos los triunfos de las guerras.
Un soldado ebrio es un ser incontrolable…Hildeera una joven muy hermosa, una alemana ‘atípica’. En fin, poco le debió importar al violador; para ellos se trataba de una Fräuleinmás, seguramente Nazi –o casi nazi -. Shit…no problem. Un botín de guerra para el vencedor.
Nueve meses después Hilde casi adolescente aún, parió a Carlo, un bebé como todos los demás bebés, sólo que más moreno que blanco.
Vuelto a mi región, mis visitas a aquel pueblo se iban haciendo escasas; mis estudios, levantar cabeza en medio de todo eso que es la posguerra de un conflicto de seis años, no era fácil.
Pero el recuerdo de Hilde fue para mí imborrable; tal vez su imagen fuera la irrupción de un amor prematuro de niño.
Hilde se defendió de las miradas acusadoras e indagatorias, de sospechas inquisitorias por su estado de preñez. Aquello que la gente juzgaba ‘anormal’. Hilde se fue aislado poco a poco, crio al niño en medio de un silencio social marcado, quedó sola hasta frente de su propia familia. No fue la única violada, pero las otras con ‘suerte’ no salieron preñadas, pudiendo hacer como si hubiera pasado nada. Los estudios de Hilda eran muy limitados – escuela del pueblo - las posibilidades de salir adelante eran escasas. Por fin, decidió que se iba, a Frankfurt naturalmente.
Ya no era una joven, a Frankfurt llegó una mujer joven, valiente y trabajadora. Carlo, el hijo se quedó allá en el pueblo, viviendo un largo, difícil proceso de adaptación a su comunidad con una mezcla de todo: “¡qué lástima me da el muchacho!” y seguramente la necesidad de refugiarse en la mediocridad y la hipocresía. Carlo se esforzaría por hacerse parecer más ‘bávaro’ que nadie. Con ese atuendo típico importado desde Múnich se destacaba como intruso lejano. Un hombre raro.
Al final el ‘milagro alemán’, ese renacer espontáneo del viejo saber hacer las cosas, esa ‘virtud’ benefició al país entero y también a Carlo.
Hilde con trabajo duro construyó una casa, la mejor del pueblo. El automóvil, las carreteras de acceso lo cambiaron todo. Ya el pueblo no es el mismo, progresando como todos progresaron.
Aunque la historia de mi pariente continuará con asombrosos sucesos, yo en este relato, no voy más allá.
(Muchos sucesos del año 1945, año de victoria y de gloria para unos y de desgracia para otros. Y eso, con la alegría indiscutible de fondo: el nazismo alemán estaba derrotado. Pero por ello los alemanes teníamos que pasar por todo tipo de dramas. No todos iguales como suele suceder.)
friedrichmanfred y anavictoria mayo 2019
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