(No tienen a quién contar su historia).
“¡Qué sorpresa me llevé, durante el festivo banquete, cuando
me habló el embajador brasileño de los indios.”
(El sociólogo/antropólogo Claude Lévi Strauss le había revelado su intención de dedicarse al estudio de los indios brasileños. La respuesta la publicó en Travel Notes, Tristes Tropiques, en inglés – Penguin Book):
“Mi buen hombre, todos ellos han desaparecido hace muchos años atrás. Eso es muy triste y siento vergüenza admitirlo, pero es la historia real de mi país. Durante el siglo XVI los colonizadores portugueses fueron gente brava y brutal y hoy en día no les podemos reprochar que formaran parte de la brutalidad de aquella época; ellos cazaron a los indios, los amarraron a las quillas de sus embarcaciones y los reventaron en pedazos. Así fue cómo los indios fueron eliminados.
Usted como sociólogo podrá descubrir cosas interesantes en el Brasil; pero olvide a los indios, no encontrará ni uno.”
Lévi Strauss, sin embargo, los encontró durante sus viajes de investigación de los años 1930: los Caduveo y a los Nambikwara, por ejemplo. En símbolos que hablan, como el que anexo arriba. ¿Quién los entiende? – Levi Strauss lo intenta. Con gran sorpresa descubre la suma complejidad de esa cultura ignorada por el conquistador europeo.
Y sucede a veces, que de repente la memoria colectiva revienta y brotan los miasmas psicóticos acumulados durante siglos revelando la barbarie histórica viva y vigente. En su famoso libro “Tristes Tropiques” aclara que no existen ni la superioridad adquirida ni la inferioridad innata entre razas y culturas humanas. Las diferencias obvias son marcadas por la pluralidad y riqueza de los seres humanos; todas las culturas son iguales en su valor y en su capacidad de crear vidas paralelas y dignas. Los elementos culturales investigados por él revelan una impresionante sofisticación de la vida indígena del aborigen brasileño, lo compara con la aristocracia europea de la era feudal. ‘Primitivos’ no fueron los indios, ‘primitiva’ fue -y a veces sigue siendo- la mirada del ojo del blanco invasor.
¿Por qué entonces se cortan manos y brazos, se mutilan cuerpos, se intoxica a víctimas inocentes?
En los claros de la selva los victimarios depositaron ropa u objetos contaminados con brotes de enfermedades mortales para los indios, para que la viruela o el sarampión hicieran su labor extinguidor; eliminar a los ‘alimañas’ era la intención y hasta en el siglo XX se realizaban ‘cacerías’ contra ‘la plaga’ de los indios. (Testigos personalmente me lo han confirmado: “Solamente un indio muerto es un buen indio”)
Ningún interés económico, político o militar justifica jamás los linchamientos y los más brutales actos que durante siglos marcaron el encuentro de culturas en el medio de conquistas y prolongada colonización.
¿Cuál es el fin de este destruir, cegar, violar universal e imparable? Los documentos lo revelan, la literatura ha creado figuras impresionantes de crímenes colectivos que superan ampliamente las cifras de asesinatos en masa modernos.
¿Para qué entonces suceden estos hechos? – Para robar, enriquecerse, aprovecharse de superioridad técnica con una supuesta justificación ideológica no hay que descuartizar a las víctimas tal y como se hizo durante las conquistas históricas ejecutadas por las naciones europeas en cuatro continentes y en el suyo propio.
La crueldad siempre es parte de toda conquista, es ejecutada como pretexto de defensa propia para satisfacer deseos de superioridad y a menudo por placer sádico. Las víctimas no merecen compasión ni son contemplados como seres humanos, son reducidos a alimañas dañinas que se eliminan sin arrepentimiento ni dolor. Conquistadores en gran medida se transforman en psicópatas. Consiguen autoafirmarse a través del acto violento, se transforman en poderosos dueños sobre la vida y la muerte. Obedecen a un ritual tan arcaico como la vida misma del hombre. La psicología criminal moderna conoce ese fenómeno y lo encuentra en las mentes de delincuentes asesinos y violadores. Basta que la barbarie se vista de nueva etiqueta, ideológica, material, religiosa para transformarse en algo ‘normal’; para ello los arrepentimientos son raros. La conciencia del hombre se parece a una goma flexible cuando se aparta de la estrella polar que es sinónimo de ‘Dios’ y de sus múltiples circunscripciones que existen. De eso habla tanto el ‘imperativo categórico’ de Manuel Kant como los ‘diez mandamientos’. Nacemos con esa impronta, todas las culturas la poseen cuando son auténticas. Iguales.
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