lunes, 7 de marzo de 2016

El odio



EL ODIO
“Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. Alguien ha dicho que el patriotismo es el último refugio de los canallas: los que no tienen principios morales se suelen envolver en una bandera, y los bastardos siempre se remiten a la pureza de la raza. La identidad nacional es el último recurso para los desheredados. Ahora bien, el sentimiento de la identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como una pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. Hace falta alguien para odiar y así, sentirse justificados en la propia miseria. Siempre. El odio es la verdadera pasión primordial. Es el amor el que es una situación anómala. Por eso mataron a Cristo: hablaba contra natura. No se ama a nadie toda la vida, de esta esperanza imposible nacen el adulterio, el matricidio, la traición del amigo…En cambio se puede odiar a alguien toda la vida. Con tal de que lo tengamos a mano, para alimentar nuestro odio. El odio calienta el corazón”[1]




Umberto ECO, narrador,  manifiesta en la voz de un personaje: el agente Rachkovski, miembro de la Ojrana, la policía política de los zares (antecedente de las checas en la era soviética posterior).
En el contexto narrativo…¿a quién deberían odiar  los rusos  para que se cumpla tal misión, la de “encontrar identidad y de justificarse en su propia miseria?
¿Qué puede hacer el régimen para cultivar el odio como una pasión civil?
¿Cómo evitar que este pueblo dirija sus insatisfacciones contra el Zar?
Está claro, el Zar necesita un enemigo  y es inútil buscarlo, entre mongoles y tártaros, como se hizo antaño. El enemigo para ser reconocido se necesita en casa o en el umbral de la casa. Y serán los judíos, claro está. Rachkovski continúa:
“La divina providencia nos los ha dado, usémoslos por Dios, y oremos para que siempre haya un judío que temer y odiar.”
Si el judío no estuviera, el mujik ruso – el campesino sin tierra – sería capaz de dirigir el odio contra terratenientes y contra el gobierno del Zar.
¿Y por qué este odio especialmente contra judíos?
Simplemente  porque en Rusia hay judíos; si estuvieran en Turquía a nadie le importaría y el objetivo de la Ojrana serían otros, los armenios por ejemplo, u otros más como los “caucásicos” en general.

¿Pero, cómo es posible que las autocracias de toda pinta y color logran sacar del odio sus reservas para establecer dominio sobre las masas?, ¿están estas predispuestos a dejarse guiar tan fácilmente?
¿Qué parte aporta el grupo humano,  (nosotros por ej.  respetados lectores) para que el odio misional funcione?

Ser objeto de odio no significa necesariamente poseer características  odiosas en particular,  ni sufrir una perversa venganza colectiva secular, ni cargar con una maldición misteriosa. Es más sencillo, la mayoría social necesita odiar a alguien, a un grupo social presente que porte un distintivo, fácilmente reconocible: hábitos, actitudes, creencias o factores aún más superficiales como el color de pelo, piel, etc. Lo que importa es disponer de argumentos donde colocar el rechazo y odio porque el odio se disfruta, se vuelve pasión. La presencia de los “odiados” es necesaria porque a través de ella la mayoría va confirmando su identidad. Son argumentos que nos recuerdan a Darwin ya que la evolución de la especie humana se desarrolló a través de la categoría tribal y para constituir la tribu era necesario el factor diferenciador:
Siempre  se trató de “los unos” contra “los otros”. Una permanente diferenciación constituye la evolución misma de la especie  humana. ¡Caín y Abel  son nuestros verdaderos antepasados. Sobrevivientes somos… hijos del Odio!
¿Habrá superado la humanidad  este rastro? ¿somos modernos, liberados de leyes bioéticas?



Solemos pronunciarnos con facilidad de lo que no somos ni queremos ser, porque para afirmarnos como checos, húngaros, polacos o alemanes sajones siempre tenemos que definir lo que no somos ni queremos ser nunca y manifestar a quien rechazamos y odiamos. Y no solamente los blancos europeos actúan así, los afroamericanos sucumben a un ritual similar.
Aclarado esto, la masa se opone a la presencia de grupos no deseables: ni siquiera se conoce a estas personas por las que se experimenta incluso pavor; sólo se “sabe” que sin ellos, solitos en casa, estarían mejor. Disfrutarían de la eterna repetición de lo mismo,  estabilidad y cuidado de la identidad propia.
En tales condiciones resulta muy difícil que la masa se entere de que lo que cuidan tan celosamente no es identidad, en realidad es  parálisis e inmovilismo sencillamente. La identidad se ha convertido así en celebrar el ritual repetitivo de si mismos.
La experiencia histórica nos enseña cuán lamentablemente extremo pueden llegar a ser el menosprecio y el odio; se ha llegado a negar estado y derecho de seres humanos a los odiados; el nazismo nos ha dado una lección inolvidable.
Hannah Arendt en su estudio sobre el totalitarismo moderno ha creado un término que es también un concepto: “enemigo objetivo”. Todo régimen totalitario posee y cultiva esa imagen de un enemigo, que no posee características personales, el cliché de un colectivo odioso y detestable basta para justificar leyes de represión que suelen ser aplaudidas por la masa de los seguidores anónimos, y anónimas resultan también las víctimas y sus victimarios que se esconden detrás de banderas y pancartas, tirando piedras y cócteles Molotov con placer y gusto. No se rinden ante ningún argumento, en sus entrañas es donde hallan la motivación de sus actos, que después decoran con razones.
Fácilmente se asocian a este panorama social la envidia y el resentimiento. En lo secreto de esas entrañas, tripas palpitantes de odio se erigen sentimientos que podrían manifestarse así: Odiosa  es aquella gente que recibe sin hacer esfuerzos lo que “a mi” me han negado.
Habrá una limitación para ponerse en el lugar, en los zapatos del otro que sufrirá y será perseguido, es que “nosotros”(se dicen entre sí) no tenemos la culpa de eso. En el actual caso de los refugiados por ej.  muy seguramente algunos casos individuales de fraude y abuso de ayudas recibidas por ese grupo odiado en ciertas regiones de Europa son generalizados y tomados por pruebas para la única conclusión lícita: desprecio, rechazo y odio están justificados.
Quien no lo comparte es tonto o traidor de una causa justa y sagrada, porque no sabe o no quiere preservar la propia identidad contra intrusos.

Consuelo: la mayoría de los gobiernos y actores sociales influyentes no siguen la línea de los ideólogos crecidos que están de moda. En caso contrario pronto viviríamos escenas de deportación masificada de grupos indeseados, y eso sucedería bajo el aplauso de una masa ignorante, plebeya y satisfecha.
¡Pobre Europa! ¿Cuándo te liberarás de los fantasmas bárbaros de tu historia? Sabido es que el odio no se remedia con el amor. Ese mensaje es solo una cuestión de iglesias y seguramente de personas próximas a las ONGs. Sólo buena voluntad.
Es el saber histórico el que nos remite a confíar en la ley, y la ley se inspira en nuestro pasado ilustrado y humanista.
La razón nos indica que si otra vez perdemos la contienda ante la chusma crecida, nos merecemos el olvido, seremos cualquier cosa, botín de ignorancia dominante. Merecedores de reposar en el cementerio histórico.

fmpeter avoeding   marzo de 2016

[1] Umberto ECO, El Cementerio de Praga, Barcelona 2010, p.453.

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