EL
ODIO
“Es necesario un enemigo para darle al
pueblo una esperanza. Alguien ha dicho que el patriotismo es el último refugio
de los canallas: los que no tienen principios morales se suelen envolver en una
bandera, y los bastardos siempre se remiten a la pureza de la raza. La
identidad nacional es el último recurso para los desheredados. Ahora bien, el
sentimiento de la identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no
son idénticos. Hay que cultivar el odio como una pasión civil. El enemigo es el
amigo de los pueblos. Hace falta alguien para odiar y así, sentirse
justificados en la propia miseria. Siempre. El odio es la verdadera pasión
primordial. Es el amor el que es una situación anómala. Por eso mataron a
Cristo: hablaba contra natura. No se ama a nadie toda la vida, de esta
esperanza imposible nacen el adulterio, el matricidio, la traición del amigo…En
cambio se puede odiar a alguien toda la vida. Con tal de que lo tengamos a
mano, para alimentar nuestro odio. El odio calienta el corazón”[1]
Umberto ECO,
narrador, manifiesta en la voz de un
personaje: el agente Rachkovski, miembro de la Ojrana, la policía política de
los zares (antecedente de las checas en la era soviética posterior).
En
el contexto narrativo…¿a quién deberían odiar
los rusos para que se cumpla tal
misión, la de “encontrar identidad y de justificarse en su propia miseria?
¿Qué
puede hacer el régimen para cultivar el odio como una pasión civil?
¿Cómo
evitar que este pueblo dirija sus insatisfacciones contra el Zar?
Está
claro, el Zar necesita un enemigo y es
inútil buscarlo, entre mongoles y tártaros, como se hizo antaño. El enemigo
para ser reconocido se necesita en casa o en el umbral de la casa. Y serán los
judíos, claro está. Rachkovski continúa:
“La divina
providencia nos los ha dado, usémoslos por Dios, y oremos para que siempre haya
un judío que temer y odiar.”
Si
el judío no estuviera, el mujik ruso – el campesino sin tierra – sería capaz de
dirigir el odio contra terratenientes y contra el gobierno del Zar.
¿Y
por qué este odio especialmente contra judíos?
Simplemente porque en Rusia hay judíos; si estuvieran en
Turquía a nadie le importaría y el objetivo de la Ojrana serían otros, los
armenios por ejemplo, u otros más como los “caucásicos” en general.
¿Pero,
cómo es posible que las autocracias de toda pinta y color logran sacar del odio
sus reservas para establecer dominio sobre las masas?, ¿están estas
predispuestos a dejarse guiar tan fácilmente?
¿Qué
parte aporta el grupo humano, (nosotros
por ej. respetados lectores) para que el
odio misional funcione?
Ser
objeto de odio no significa necesariamente poseer características odiosas en particular, ni sufrir una perversa venganza colectiva
secular, ni cargar con una maldición misteriosa. Es más sencillo, la mayoría
social necesita odiar a alguien, a un grupo social presente que porte un
distintivo, fácilmente reconocible: hábitos, actitudes, creencias o factores
aún más superficiales como el color de pelo, piel, etc. Lo que importa es
disponer de argumentos donde colocar el rechazo y odio porque el odio se
disfruta, se vuelve pasión. La presencia de los “odiados” es necesaria porque a
través de ella la mayoría va confirmando su identidad. Son argumentos que nos
recuerdan a Darwin ya que la evolución de la especie humana se desarrolló a
través de la categoría tribal y para constituir la tribu era necesario el
factor diferenciador:
Siempre
se trató de “los unos” contra “los
otros”. Una permanente diferenciación constituye la evolución misma de la
especie humana. ¡Caín y Abel son nuestros verdaderos antepasados.
Sobrevivientes somos… hijos del Odio!
¿Habrá
superado la humanidad este rastro?
¿somos modernos, liberados de leyes bioéticas?
Solemos
pronunciarnos con facilidad de lo que no somos ni queremos ser, porque para
afirmarnos como checos, húngaros, polacos o alemanes sajones siempre tenemos
que definir lo que no somos ni queremos ser nunca y manifestar a quien
rechazamos y odiamos. Y no solamente los blancos europeos actúan así, los afroamericanos
sucumben a un ritual similar.
Aclarado
esto, la masa se opone a la presencia de grupos no deseables: ni siquiera se
conoce a estas personas por las que se experimenta incluso pavor; sólo se
“sabe” que sin ellos, solitos en casa, estarían mejor. Disfrutarían de la eterna
repetición de lo mismo, estabilidad y
cuidado de la identidad propia.
En
tales condiciones resulta muy difícil que la masa se entere de que lo que cuidan
tan celosamente no es identidad, en realidad es parálisis e inmovilismo sencillamente. La identidad
se ha convertido así en celebrar el ritual repetitivo de si mismos.
La
experiencia histórica nos enseña cuán lamentablemente extremo pueden llegar a
ser el menosprecio y el odio; se ha llegado a negar estado y derecho de seres
humanos a los odiados; el nazismo nos ha dado una lección inolvidable.
Hannah
Arendt en su estudio sobre el totalitarismo moderno ha creado un término que es
también un concepto: “enemigo objetivo”. Todo régimen totalitario posee y
cultiva esa imagen de un enemigo, que no posee características personales, el
cliché de un colectivo odioso y detestable basta para justificar leyes de
represión que suelen ser aplaudidas por la masa de los seguidores anónimos, y
anónimas resultan también las víctimas y sus victimarios que se esconden detrás
de banderas y pancartas, tirando piedras y cócteles Molotov con placer y gusto.
No se rinden ante ningún argumento, en sus entrañas es donde hallan la motivación
de sus actos, que después decoran con razones.
Fácilmente
se asocian a este panorama social la envidia y el resentimiento. En lo secreto
de esas entrañas, tripas palpitantes de odio se erigen sentimientos que podrían
manifestarse así: Odiosa es aquella
gente que recibe sin hacer esfuerzos lo que “a mi” me han negado.
Habrá
una limitación para ponerse en el lugar, en los zapatos del otro que sufrirá y
será perseguido, es que “nosotros”(se dicen entre sí) no tenemos la culpa de eso.
En el actual caso de los refugiados por ej.
muy seguramente algunos casos individuales de fraude y abuso de ayudas
recibidas por ese grupo odiado en
ciertas regiones de Europa son generalizados y tomados por pruebas para la
única conclusión lícita: desprecio, rechazo y odio están justificados.
Quien
no lo comparte es tonto o traidor de una causa justa y sagrada, porque no sabe
o no quiere preservar la propia identidad contra intrusos.
Consuelo:
la mayoría de los gobiernos y actores sociales influyentes no siguen la línea
de los ideólogos crecidos que están de moda. En caso contrario pronto
viviríamos escenas de deportación masificada de grupos indeseados, y eso
sucedería bajo el aplauso de una masa ignorante, plebeya y satisfecha.
¡Pobre
Europa! ¿Cuándo te liberarás de los fantasmas bárbaros de tu historia? Sabido
es que el odio no se remedia con el amor. Ese mensaje es solo una cuestión de
iglesias y seguramente de personas próximas a las ONGs. Sólo buena voluntad.
Es
el saber histórico el que nos remite a confíar en la ley, y la ley se inspira
en nuestro pasado ilustrado y humanista.
La
razón nos indica que si otra vez perdemos la contienda ante la chusma crecida,
nos merecemos el olvido, seremos cualquier cosa, botín de ignorancia dominante.
Merecedores de reposar en el cementerio histórico.
fmpeter
avoeding marzo de 2016
[1] Umberto ECO, El Cementerio de Praga, Barcelona 2010, p.453.
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