Carta dirigida a Adam Kober, soldado de
infantería bavara, herido de gravedad durante las últimas campañas ofensivas de
1918 y muerto como prisionero de guerra en un hospital de Rennes (Francia)
cuando finalmente callaron las armas en noviembre 1918.
Querido Adán,
tú ya estás muerto desde hace muchos años. Pero
te escribo esta carta porque te conozco.
Te he conocido desde que yo era pequeño. No te
extrañe que te escriba en español. Así me comunico ahora, y para los muertos
los idiomas ya no tienen importancia. Estoy convencido que entendeis más que
nosotros los vivos.
Te conozco a través de mi abuela materna,
Filomena. Ella es tu hermana mayor. Tú eres el más pequeño.¿Será por eso que
habeis tenido tanta confianza?
Mi abuela siempre vestía de negro, durante toda
la vida. Nunca la conocí vestida de otra manera.
Cuando la pregunté por qué hacía eso me
contestaba:
– Por mis hermanos Adán y Egid; ambos cayeron
en la guerra.
La guerra, tu guerra era la de 1914 a 1918. Era
la primera de las dos grandes guerras europeas, el primer acto de guerras
civiles europeas que cambiaron el mundo en el que vivimos hoy los
sobrevivientes.
¿Sabes que ella tenía dos fotografías grandes
de ustedes dos en la pared del comedor?
Egid y tú Adán, ambos vestidos de soldados del
ejército del Reino de Baviera.
Así te conozco Adán y conozco a tu hermano que
era un poco mayor que tú. Desde luego a tí te conozco mejor por varias causas:
En primer lugar porque tengo el cuaderno que te
servía para anotar tus poemas, canciones y el principio de un diario. Quedó
incompleto porque poco después de haberlo empezado lo dejaste otra vez.
El cuadernillo rojo se ha conservado porque mi
abuela lo tenía guardado igual que el reloj de bolsillo.
A ella se lo mandaron desde Rennes en Bretaña -
Francia. Es allí dónde te llegó la muerte; tuviste 25 años cuando sucedió,
habías sobrevivido cuatro años de combates sangrientos cuando a última hora
fuiste herido de gravedad. Caiste prisionero de los franceses y te llevaron a
Rennes a morir. Desde Ypres en Flandes a Rennes el camino es largo a través de
la fiebre, el dolor y la soledad.
Justo cuando había terminado la guerra, la
muerte se presentó ante tu lecho. Alguien te habrá acompañado en este momento
porque fueron devueltas tus pocas pertenecias a la dirección que tú deberías
haber indicado: la de mi abuela Filomena.
Me he hecho la idea que una voz femenina te
haya dicho el último adios y una mano cariñosa te haya secado el sudor frio de
la frente. Habrás luchado contra la muerte porque querías vivir. Pensarías en
tu novia María, en tu hermano que cuatro años antes, casi al principio de la
guerra, había caido. Pero quisiste que a Filomena le mandaran tus cosas.
¿O era simple casualidad? Era ella la que
siempre te escribía.
Hace muchos años y para probar mis
conocimientos de francés yo fuí a Francia. Fuí también para ver si encontraba
tu tumba. Le había prometido a mi abuela que entonces ya estaba muy enferma que
iba intentar de encontrar el sitio. Estuve en Rennes. Había hecho amistad con
jóvenes de Saint - Nazaire. Pero no te encontré. Otra guerra después de la tuya
había aplastado las huellas de la anterior. Pero estuve cerca del lugar y te
traje un saludo de la lejana patria. Claro que hasta hoy no sé si eso tiene
algún significado para tí. Las patrias son lugares de transición y a tí y a tu
hermano la patria no ha hecho otra cosa que mandaros a morir, a tí y a tu
hermano.
Adán, aunque no te conozca en persona, me
siento muy cercano a tí; en segundo lugar, porque conozco el pueblito donde
naciste y donde viviste; entré en tu casa, en tu cuarto y dormí en tu cama.
Y allí, cuando todavía había mucha gente que se
acordaban de ustedes los dos hermanos, me solía llamar el pequeño Adán (Ädemle
en el dialecto de la región). El dialecto francón, el alemán hablado por la
etnia de los francos tiene un origen común con los francos occidentales que
romanizados constituyeron la nación francesa. Habéis procedido de la misma
familia los que os habeis clavado las bayonetas.
Pues, a mí en tu pueblo me decían Adán cuando
me llevaron allá a pasar vacaciones o simplemente a quitarme del peligro de los
bombardeos que amenazaban la ciudad de Frankfurt porque ya estábamos en la
segunda guerra la que doblaría con creces la primera.
No sé, si era el parecido físico, la manifiesta
delgadez juvenil, el hecho de estar siempre fabricando algun objeto con un
cuchillito y un pedazo de madera, o la mala costumbre de andar sonámbulo que
siempre había que ir a buscarme para todo.
Así, conocí bien el pueblo de Thulba cuando
todavía tu pueblo era de verdad un pueblo, distante de las vias de
comunicación, lejos del tren y de una carretera transitable. Cuando siendo
mayor en bicicleta tardé entre cinco y seis horas para llegar allá, en compañía
de mi abuelo tardábamos un día entero; usábamos tres trenes y después
caminábamos diez kilómetros a pie. Me parecía siempre un viaje al final del mundo y un regreso a la prehistoria. Me llevaban a cortar hierba
para las vacas y a segar el trigo y la cebada a mano. Aprendí a usar la guadaña
y sé hacerlo todavía. Conocí el pueblo como tú lo has vivido con las numerosas
fuentes de agua en las calles donde la gente mojaba el pan para llevárselo al
campo para la merienda. El pan siempre estaba duro porque no había panadería y
se hacía pan para una larga temporada en cada casa. Las carretillas se movían
tiradas por la yunta de vacas, y no
hacía mucho que había llegado la luz eléctrica para iluminar tenuamente las
cocinas donde se hacía toda la vida activa de la casa. Motor o máquina eléctrica - que yo sepa - no había
ninguna. Las familias de los Kober y Dunkel que yo conocía tampoco poseían
radio.
Hacía como tú, me enscondí en el pajar cuando
no quería que me encontraran. Necesité tiempo para mis sueños y proyectos y
también para buscar cangrejos en el río que se llamaba igual que el
pueblo:Thulba, un riachuelo que corría sobre el lecho de piedras rojizas. Y
rojizo era todo. Era el color predominante. Rojizo era el polvo que cubría las
calles y se transformaba en barro cuando llovía, rojizas eran los campos recien
arados y el color de las casas. Delante de las casas se levanataban los
montones de estiércol de las vacas. De allí se cogía para llevarlo para
fertilizar las pobres tierras arenosas.
Te cuento eso para refresacar la memoria, la
mía y la tuya también.
Las casas rojizas eran construidas de andamios
y barro sobre un fundamento de piedras rojizas. Existían algunas fachadas de
ladrillos rojizos. La excepción la hicieron la iglesia románica que se
encontraba en el centro del pueblo con su torre cuadrada y al lado la enorme
casa curial, que siglos antes había sido una importante abadía. Durante la
guerra de los campesinos en el siglo XVI los rebeldes campesinos la saquearon e
incendiaron. Fue reconstruido pero dejó de ser monasterio. Sin embargo hasta hoy
la voz popular llama el pueblo por el monasterio: Klosterthul.
Pues ese era tu pueblo, hasta que os
convirtieron en soldados y en carne de cañón. Al lado de la iglesia ya existía
cuando yo iba la placa de honor con la lista de los nombres de los numerosos
caidos de este pequeño pueblo con indicación de los lugares donde les había
alcanzado la muerte:
Leí entre la lista de los caidos:
–Kober, Adam y Kober, Egid.
Además, fueron nombrados numerosos sitios:
–Flandes, Verdun, Somme y Marne, Chemin des Dames.
Yo pronuncié estos nombres a mi manera y decidí
averiguar el misterio que escondían. Me imaginaba que eran lugares siniestros
como grandes remolinos de arena que se tragaban a las personas como a unas
hormigas. Muchos años después encontraría estos mismos nombres sobre los
monumentos de los caidos en numerosos pueblos de Francia. Pueblos que se
parecían al de Thulba.
–Somme, Verdun, Chemin des Dames.
En Thulba decidí descubrir esto más a fondo
algún día. Era uno de mis proyectos porque allí, en Thulba, me enteré cómo
había desaparecido tu hermano Egid. Oficialmente fue declarado como
desaparecido. El ejército del Reino de Baviera del que formaban parte los
batallones de Franconia había sido enviado a estos frentes del Oeste desde el
primer día de la guerra. Egid era pionero como correspondía a un profesional
que levantaba andamios y tejados. Otro
soldado de Thulba juraba, hablerlo visto muerto sobre un puente que había sido
levantado por los pioneros para que la infantería cruzara el río Meurte.
Tú pasaste por el mismo río y tal vez por el
mismo puente y no sabías nada de tu hermano.
La familia nunca supo más que eso. Tú
continuabas siendo soldado y lograbas sobrevivir hasta casi el final de la
contienda.
¿Fuiste un buen soldado?
Te ascencieron a sargento.
¿Fue por falta de personal?
Por vocación no habrá sido. Me comentaron que
te habías escondido cuando llegó la hora de la movilización y la juventud de
Thulba formaba filas delante del portón
barroco del palacete curial.
Se dice que tuvieron que romper filas para ir
todos a buscarte a tí porque te habías escondido y quisieron evitar tener que
denunciarte por prófugo. Se comenta que te encontraron escondido en el pajar.
¿Sabías qé os esperaba?
Eso me parece a mí, porque lo primero que
escribiste en tu cuaderno rojo son frases de triste resignación:
–Oh, Dios mío, mañana nos toca marchar.
Os llevaron a la ciudad de Bamberg y de allí al
frente en Lorena. Era agosto de 1914. Había comenzado la gran tragedia del
siglo XX y tú estuviste metido en medio de ello, un pequeño grano en este
molino que trituraba vidas y destinos.
¿Has conocido la felicidad a pesar de todo?
Me parece oir que sí. Tus canciones, como
llamaste a los poemas no engañan. Fuiste un niño afortunada. De entre los
jóvenes de este pueblo perdido, donde jamás había salido nadie para estudiar,
lograste poner pie en la escuela de arquitectos en Bamberg. Antes habías hecho
lo que todos los Kober habían hecho durante generaciones, montando andamios,
cortar y combinar troncos de madera, cuando no cultivaban sus pequeños
pedacitos de tierra árida que poseían. Tu inquietud y tu afán te abrieron
camino. Te admitieron al estudio a pesar de la pésima escolarización que te
había tocado y habrías terminado si no te hubiesen llamado a las armas. Ya
habías prestado el servicio militar recortado debido a los estudios cuando el
ejército te absorbió de cuerpo y alma para no dejarte escapar más.
Hay una noticia rara que me sorprendió. Dicen
que te gustaba el vino y preferiste beber agua en lugar de cerveza. Un lujo extraño
para un muchacho pobre de aldea. El vino que conociste era el vino de la región
cercana, que crece en los valles de los ríos Saale y Main y que es un regalo
dejado atrás por el desaparecido imperio romano.
Eras un muchacho curioso, y en lugar de ocuparte
de tu fusil coleccionaste palabras en francés para buscar contactos con
aquellos primos hermanos de vosotros los francos y que ahora eran vuestros
enemigos mortales. Reuniste un pequeño diccionario. Tu hermana Filomena podría
haberte ayudado porque sabía más debido a la cercanía de colonias de hugonotes
en la región de Hesse donde ella vivía.
Pero ustedes como parte de un batallón de
infantería del ejército del Reino de Baviera en unión con los de Prusia,
Württemberg, Hesse y Sajonia ahora se pusieron a combatir y a dejar atrás
civilización y cultura y pronto también las vidas.
Ahora, Adán, para que no me hables a mi sólo
voy a pasar un capítulo de tu diario al español. Supongo que estarás de acuerdo
porque para los muertos las palabras ya no tienen importancia.
Te admiro por la sincerdidad de tu alma y por
eso sigo pensando que has sido un hombre feliz.
¡De lo contrario, dímelo si puedes!
“Movilizados:
El
Emperador nos llamaba y nosotros obedecíamos.
El
dos de Agosto de 1914 nuestro tren se ponía en marcha lentamente bajo los
aplausos y el júbilo de una gran masa humana aglomerada en la estación de
Bamberg. El viaje duraba 23 horas a través de los campos verdes y trigales de
color de agosto. Paramos en muchas ciudades hasta llegar a Lorena donde nos acomodaban
en la ciudad de Morhange. Nos quedaron ocho días en este lugar pacífico y
después seguíamos a Fonteny y Oron. El 17 de Agosto nos mandaron socorrer a la
Tercera División Bavara.
Era
de madrugada cuando nos acercábamos a un bosque y fuimos mandados a colocar las
bayonetas. En este momento ya regaron disparos sobre nosotros. Logramos
destruir una unidad enemiga y avanzábamos a un campo abierto sembrado de avena
donde se había hecho fuerte la infantería enemiga. Recibimos un intenso fuego
de fusilería y muchos cayeron, pero los arrollamos y el día 22 cruzamos la
frontera cantando. Podíamos avanzar sin encontrar resistencia hasta el 24
cuando unos aviones enemigos nos sobrevolaron. Ya nos temíamos algo gordo, y
efectivamente cerca de Bleuville nos caían los primeros impactos de la
artillería pesada francesa. Teníamos que cruzar el río Meurte para tomar el
poblado que se encontraba enfrente. El único puente estaba destruido. No
veíamos a ningún enemigo, pero muerte y destrucción masiva regaban sobre nosotros.
Eran los cañones de las fortificaciones de Nancy.
Veíamos
llegar la muerte; la única protección era la cuneta de la carretera; y aquí
teníamos que permanecer hasta que nuestros pioneros construyeran un puente
provisional. Eran estas horas de espanto. Los gritos y lamentaciones de los
heridos, los cuerpos despedazados por todos los lados nos horrorizaban. Muchos
cadaveres de nuestros pioneros flotaban sobre el agua del río. Pero por fin
pudimos cruzar en medio del humo y de las explosiones. Durante la noche del 24
al 25 de Agosto hicimos todo lo posible para protegernos lo mejor que pudimos;
al amanecer llegaron nuevamente los aviones y pronto comenzaba la labor
destructiva de la artillería enemiga. Los nuestros respondieron, pero ante la
superioridad enemiga nada pudieron hacer para cubrirnos. Se retiraron y solos
teníamos que hacer frente durante toda la noche siguiente a los avances de la
infantería francesa. Ellos veían nuestra debilidad y atacaban. No cedimos
porque nos prometieron refuerzos de artillería pesada de Sajonia. Iban a llegar
a las once, pero se hicieron las tres, las cuatro y las cinco y ningunos
Sajones estaban a la vista. Nuestras bajas aumentaron y no hubo más que hacer que retirarnos. Por
fin tocaron a retirada; pero todo el terreno estaba cubierto de denso humo. No
se veía nada. Nos costó un esfuerzo increible pasar otra vez por el puente. En
esta situación era cuando se produjeron más bajas todavía. Sin embargo, en
medio del caos registrábamos las alforjas de los caballos muertos y las
mochilas de los caidos buscando algo de beber. Creíamos morir de sed.
Por
fin me encontraba con otros más junto a un arroyo pequeño de aguas sucias.
Todos nos poníamos a beber tirados al suelo.
Entonces
volví en mí y comencé nuevamente a pensar, en María, en mis padres y hermanos.
Si
me hubieran visto así, como llorarían y denunciarían a los responsables de esta
desgracia. A nosotros ya nos daba todo igual. Habíamos terminado con nuestras
vidas.
Entonces
se presentaron algunos oficiales que nos pusieron en fila. Ahora nos dábamos
cuenta de lo que había sido de nuestra segunda ciompañía, eramos no más de
veinte hombres.
¿Qué
ibamos a comer ahora? Llevábamos días sin probar nada. En un pueblo cercano
encontrábamos lo que buscamos. Las casas estaban todas cerradas. No había
nadie. Nosotros cogíamos solo lo que necesitábamos, lo repartimos y poco a poco
comenzamos a sentirnos felices. Habíamos quedado con vida y comenzamos a
olvidar lo que nos había pasado.“[1]
Adán, aquí cerraste tu diario. Hay muchísimas anotaciones
más que en letra cada vez más pequeña, casi se pierden. Hay una nota
sobresaliente en letras grandes: Vacaciones 23 de Ag. hasta 5 de Sept. de 1915.
Anotaste todas las estaciones de este viaje, todas las paradas del tren. Pocas
personas habrán viajado más intensamente para vivir cada momento de este rato
de libertad provisional.
Las sombras de la historia han tapado tu vida
como la de otros millones más. Tu destino no ha sido espectacular ni
sensacional. Yo creo que tenías la
capacidad para contar lo que te sucedía y pienso que te ha cubierto un manto de
la resignación.
Sin embargo, tu sensibilidad ante los sucesos
crueles que te rodearon, me impresiona. Personajes muy famosos de la época se
destacaron a través de una actitud totalmente contraria:
Thomas Mann opinaba que la guerra era necesaria
y útil porque marcaba una cesión en el tiempo para la humanidad que debería
reflexionar sobre las verdades esenciales de la vida. Otros autores vieron
nacer una Europa rejuvenecida y guerrera. Ellos vieron asomarse el Superhombre
nietzscheano de entre los escombros. El filófo Martin Heidegger pudo dedicarse
a elaborar su tesis de habilitación tranquilamente sin ser interrumpido por los
inconvenientes de una guerra que le dejaba indiferente. Cuando se encontraba
con la orden de reclutamiento se enfermaba y logró prestar el servicio primero
como censor de cartas dirigidas al extranjero y como metereólogo
posteriormente.
Del metereólogo militar dependía el empleo de
gas mortal en el frente contra Francia.
La Gran Guerra como dicen los franceses, la
catástrofe inicial del siglo XX, se había llevado millones de vidas como la
tuya. No has conocido las consecuencias de esa aotodestrucción de Europa,
consecuencias que duraron cien años. La muerte en masa, la orgia de violencia
contra humanos, considerados simplemente material bélico, había comenzado y
nietos y bisnietos sufrirían todavía lo que había iniciado el primer tiro de
fusil en 1914.
Sin embargo, Adán, te admiro. No fuiste
oportunista, ni caiste en la red de engaño que a tantos contemporáneos tuyos
les pervertía la razón.
Y no te
digo adios porque sé que de alguna forma misteriosa tienes existencia de la que
sólo me llegó una pizca de noción através del diario que me dejaste.
FMPeter
4.6.03
post scriptum:
Mi hijo Gregor acaba de averiguar la tumba
donde reposa Adam Kober en Rennes / Francia. El internet ha hecho posible lo
que yo no logré casi sesenta años antes.
Adam Kober
Sergeant
1.Bay. 5 JR
09.06.1918
Fr 3500 Rennes
Cimentiere de L'est
Reihe 20 Grab 14
Así, su vida no ha desaparecido del todo y
que esta publicación sea constancia de ello.
friedrichmanfredpeter 10 de mayo de 2014
[1] Lo que Adán no sabía ni sus camaradas era que les estaba designado
un papel estratégico especial. En aquel sector,
en frente de la línea de fortificaciones francesas, no estaba prevista la
invasión militar del territorio francés.
Las
divisiones bavaras debían entretener a los franceses y hacerles creer que por
ahí, a a través de Lorena llegaría el golpe
como en 1870. El plan estratégico Von Schlieffen preveía un golpe de guadaña a
través de la frontera norte de
Francia. Para eso había que violar la neutralidad de Bélgica con el riesgo de
implicar a Inglaterra en el conflicto.
Las
divisiones de élite prusianas en un avance rápido deberían lograr romper el
círculo interior de la defensa
francesa.
Eso sólo era posible si eran lo suficientemente rápidos avanzando y capacidados
materialmente para ello.
Después
de derrotar a Francia deberían dedicarse al enemigo ruso que avanzaba en el
Este.
El plan
fracasó. La guadaña logró penetrar solamente hasta el río Marne. Inglaterra
intervino contra el Reich.
Los
ejércitos se enterraron físicamente en sus trincheras. Después de sólo tres
semanas el Reich había perdido la guerra
aunque ganara muchas batallas más.
Un
gobierno responsable habría buscado el camino de la negociación. Pero tal
gobierno en Berlín no existía.
Adán y
sus compañeros cínicamente eran sacrificados en una estrategia que culminaba en
la batalla de Verdun.
„Agotar
las reservas del enemigo“ era la divisa del general Von Falkenhayn. Se agotaron antes las reservas
de la
población alemana dispuesta a soportar
valientemente todos los sufrimientos que se le impusieron.
Cuánta profundidad emocional y narrativa. Ha sido un placer conocer a tu familiar, querido Manfred. Un abrazo y mi más sincera felicitación; es una joya de relato.
ResponderEliminarAdam es la sustentación de una tesis por la paz. Gracias, Herr Professor! Danke schön.
ResponderEliminarAdam Kober, su vida y su diario y por supuesto también tu texto, constituyen la sustentación de una tesis por el pacifismo. Gracias Herr Professor! Danke schön.
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