jueves, 30 de julio de 1992

Capitulo 1: Los padres de Fritz


- mis abuelos- eran Friedrich Wilhelm Peter y Eva Motok. El abuelo era carretero que trabajaba en numerosas fincas grandes de aquella región. Había conocido a la abuela durante el trabajo. Ella era oriunda de Polonia y había venido en busca de trabajo en una de estas grandes explotaciones agrícolas. Así hacían muchos hombres y mujeres del este para realizar labores agrícolas. En su gran mayoría estas explotaciones agrícolas de grandes dimensiones tenían como propietarios a aristócratas prusianos, llamados comunmente Junker.



miércoles, 29 de julio de 1992

Capítulo 2: Cuando Fritz despertó

oía que su madre ya estaba ocupada en la cocina. Se levantaba y sin hacer ruidos se dirigía al establo y cogía la carretilla. En ella se encontraba un saco y encima estaba la guadaña. Debajo del saco escondía la escopeta. La carretilla tenía ruedas de goma. Al moverla, casi no se oía nada.¡Buena idea del viejo!
La intensa niebla escondía el palacete del Barón. La hierba densa y fresca esperaba el corte de la guadaña cuando Fritz observó una liebre que - como él - se disponía a hacer uso de la propiedad ajena.
Todo habría sucedido como siempre. Tan temprano no solía moverse nadie. Pero esta vez iba a ser diferente: El joven señor, hijo del Junker, estaba de visita en la casa del padre. Recien nombrado teniente iba destinado al frente; había venido a despedirse y había sacado el caballo para disfrutar de la fresca mañana y al montar escuchó el tiro desde tan cerca. Rápidamente se acercó y atrapó a Fritz con las manos en la masa.


domingo, 26 de julio de 1992

Capítulo 3: Fritz crece y falla

Todos pensaban que aquella guerra duraría poco tiempo. Se equivocaban. Pasaban los años y la situación para la población se hacía insostenible. Faltaba de todo. Y lo poco que había desaparecía antes de llegar a este pueblo perdido. No se conseguían alimentos básicos para la familia numerosa, ni con dinero.
Los niños no tenían zapatos. En verano iban descalzos y en invierno llevaban unos zuecos de fabricación casera. Cuando se presentaba la ocasión de conseguir un solo par de zapatos de cuero, todos lo querían tener. Sobre todo, Gertrud la mayor de las niñas:
–A mi me toca, soy la mayor. Otras niñas también tienen zapatos.–

Fritz decidía que los llevara Walter, el hermano pequeño y el más débil de todos.

–¡Cállate y no protestes más! La próxima vez te tocará a tí.–

sábado, 25 de julio de 1992

Capítulo 4: Fritz se pone a trabajar

El día siguiente, muy temprano, Fritz estaba entre los que esperaban a que abriera la oficina de la Braunkohle Union Bitterfeld. No eran muchos los que estaban allí esperando, todos viejos, caras marcadas por el trabajo duro, por los años vividos y por el cansancio. Chaquetas amplias, largas de colores indefinidos, pantalones anchos. Todos llevaban una gorra. Fritz se había puesto la de su padre.Era un muchacho fuerte y parecía mayor de 14 años que tenía.

–Este trabajo es durísimo–, observó uno de los viejos dirigiéndose a Fritz.

–¿Y usted, por qué viene?– le contestó aquel.

–Aquí no hay otra cosa, muchacho. Ya no hay jóvenes, nada más quedamos los viejos que ya casi no servimos para nada.–

jueves, 23 de julio de 1992

Capítulo 5: –La tierra da vueltas y gira alrededor del sol – dijo Fritz

Había pinchado una patata en el tenedor y se movía con ella alrededor de la mesa de la cocina. la lámpara encima de la mesa representaba el sol. Dándole vueltas a la patata bajo la luz tibia, esta pesentaba un lado iluminado u otro oscuro:
–Veis, ahora es de día, y ahora de noche– explicaba.
Los hemanos seguían masticando.
–Menos mal que nosotros estamos arriba–, observó Martha.
–Tonterías– gritó Gertrud –. Eso de arriba y abajo no existe. Todo es arriba y abajo al mismo tiempo.
–Claro, porque todo se mueve y da vueltas como las ruedas– dijo Kurt.
– Las piedras más pesadas se mueven– agregó Fritz.
–¿Y la cinta rodante?– preguntó Martha.
Todos se callaron.

miércoles, 22 de julio de 1992

Capítulo 6: –Lo que está en alto caerá – dijo Fritz

Junta a la puerta de entrada de la Bitterfelder Braunkohle Union había una pancarta. Todos habían leído esto antes de que la arrancaran los guardias:

Trabajadoras, trabajadores,

viva la huelga, viva nuestra lucha. El proletariado austro - húngaro se ha manifestado con fuerza: Todo el trabajo fue suspendido en Viena, en Budapest y en todo el Imperio.
Lo que iniciaron nuestros hermanos austro - húngaros tenemos que continuarlo.

Nuestra huelga no será ni protesta ni manifestación. Es la lucha por el poder y continuará hasta hallar soluciones a las siguientes demandas:

- el levantamiento del estado de sitio,

- la eliminación de la censura,

- la eliminación de la prohibición de nuestras organizaciones, el derecho a la huelga y de la libre asociación y reunión,

- la amnistía de todos los presos políticos.

¡Abajo la guerra! ¡Abajo este gobierno! ¡Viva la huelga!“

martes, 21 de julio de 1992

Capítulo 7: –Fritz, revolución en Rusia

dijo su amigo Karl, –¡toma y lee!– y le pasó el periódico.

Fritz leyó con mucha atención la noticia sobre la oferta del gobierno de los sóviets de un armisticio ilimitado a los gobiernos de Alemania y Austria-Hungría. Todos estaban muy emocionados y después del trabajo discutían durante largo tiempo sobre la evolución del conflicto y sobre las probables consecuencias para ellos. Karl estaba ya cerca de la edad del reclutamiento y las posibilidades de la paz le llenaban de optimismo.

Casi eufóricos se ponían juntos en el camino a Mühlbeck discutiendo todo el tiempo.

lunes, 20 de julio de 1992

Capítulo 8: “¡Fritz, nos han traicionado!"

Se fue el emperador y se quedaron sus generales“, se podía leer en grandes letras en la carta recien llegada desde Berlín. Eva la había abierto, toda temblando:

–¿Dónde se ha quedado este hombre? En todas partes regresan los soldados, menos él.–

–Es la desmovilización total– dijo Kurt que sabía de estas cosas.

–Se ha quedado pegado en Berlín– espetó Gertrud con rabia.

Efectivamente, así era. F.W.Peter se había quedado en Berlín, donde había llegado desde el Este después de un largo viaje en trenes destartalados. Y aquí, en Berlín, manejaba ahora carruaje y caballos. Había topado con la imprenta del periódico Rote Fahne, el medio de la izquierda revolucionaria y allí prestaba sus servicios. Se puede decir que lo llamaba la vocación y no la necesidad. Su carta era bastante polémica, nerviosa e impersonal:

“No debemos quedarnos en la mitad del camino. La rueda tiene que dar la vuelta completa“,

y agregaba: “Regresaré a casa tan pronto como pueda“.

–¡Qué ideas tiene este hombre! ¡Las otras niñas tienen un padre normal!– Gertrud estaba muy enfadada.

–La guerra pasó y este hombre aún continúa– dijo Eva con resignación.

–Él sabrá lo que hace. No se perderá– agregó Fritz.


domingo, 19 de julio de 1992

Capítulo 9: –Fritz, la tarea será dura y larga –

dijo el viejo sentado a la mesa de la cocina con la cabeza apoyada sobre el puño cerrado.

Otra vez había llegado tarde a cenar. Pero los niños le habían esperado para charlar.

–Reunión de comité– se disculpó.

–¿Otra vez?– preguntó Fritz–.¿No se habían reunido ayer?

–Tenemos paz, pero no ha cambiado nada– manifestó Gertrud muy pensativa.

–¡Cállate tú, ahora tienes zapatos nuevos!– contestó Kurt con sarcasmo.

El padre se encontraba cansado. Además de los trabajos de la alcaldía le citaban con frecuencia a Halle y a Leipzig. La organización del partido avanzaba rápidamente con ayuda de los distintos asistentes de Moscú.

En realidad Peter no tenía una ideología marcadamente marxista. Su actitud de opositor a la autocracia le había llevado hacia una ideología, cuya dimensión y alcance teórico desconocía. Era mucho menos que un experto marxista. Aunque aceptara la necesidad de disciplina y organización, desconfiaba abiertamente de los burócratas y de sus secretarías.

sábado, 18 de julio de 1992

Capítulo 10: –¡Fritz, quédate aquí, no te vayas!

¡Que nadie se vaya!– rogó la madre con las manos plegadas.

Cuando la madre vio que habían comenzado a sacar las carabinas, se puso delante del marido y de sus hijos:
–¿Qué vais a hacer? Sois pocos.
Martha agarró a Karl por el hombro:
–Tú te quedas. No puedes dejarme.

Karl lentamente se soltó.
Todos permanecían callados mientras continuaban los preparativos, llenar las cartucheras de municiones, etc.
–No está nada decidido todavía– dijo Fritz.
–No sabemos exactamente si pasarán por aquí cerca– agregó Karl.
–Tenemos que estar preparados. No nos dejarán tranquilos aquí.–
–He visto una pancarta en Bitterfeld: “se busca a Max Hölz“. Ofrecen 10 000 Marcos.–

Kurt siempre sabía estas cosas.
Eva no se dejó calmar por las palabras que le habían dicho. El momento era dramático y ahora se notaba que la infancia católica no había sido borrada del todo al lado de un hombre no creyente.
–Si os vais para que os maten, yo tampoco voy a vivir más– dijo. Hizo la señal de la cruz y comenzó a rezar en voz baja en polaco.
Todos permanecían callados y era como si todos rezaran también.