Así cantaban los jacobinos revolucionarios, dispuestos a crear una nueva Francia que se destacaría por su abierta oposición frente a las monarquías tradicionales.
“Voy a acabar con los Borbones”, era el concepto del joven teniente de artillería y jacobino convencido, Napoleón Bonaparte. Para el otoño de 1813 sería, paradójicamente L’ Empereur: emperador de los reyes europeos. Había fundado una nueva dinastía, la napoleónica; conformó matrimonio con una auténtica princesa del viejo régimen, María Luisa de Austria. Había invitado a los aristócratas huidos de Francia revolucionaria para que regresaran, prometiéndoles ser indemnizados. Todos los domingos iba a misa, el Papa de Roma le había acompañado durante la sagrada ceremonia de la coronación (Le Sacre).Había hecho todo lo posible para proteger los intereses católicos en Francia y de todo el continente europeo. Tenía un heredero nacido de la princesa austriaca. Se creía intocable.
Pero ahora y a pesar de todo eso, su misión era luchar por sobrevivir políticamente. La masa popular fuera de Francia le odiaba. Los reyes creados por él le negaban obediencia y el zar ruso y el emperador de Austria al igual que el Rey de Prusia invadirían Francia. Los miembros de su propio gobierno, todos dispuestos a volver la historia atrás: Que gobiernen los Borbones otra vez y el borbón de turno era Luis XVIII.
(La tradición monárquica enraizada es muy poderosa y duradera en las mentes…en el fondo nadie pudo erradicarla, ni el mismo Napoleón).
Entonces, Napoleón, se acuerda de su pasado jacobino;“Levée en masse”.‘Levántate pueblo francés y echa atrás a estos invasores!’ La princesa María Luisa a su lado ya no le servía. Su suegro Francisco I emperador de Austria le había declarado la guerra. Toda Europa, incluidos los miembros de su propia familia, buscaban su hundimiento.
Desde el fondo histórico, el italiano Maquiavelo levantaría su voz: ‘El Príncipe no debe cambiar el discurso político si quiere conquistar o permanecer en el mando.’
Y Napoleón Bonaparte tuvo que pagar el precio de su error. El señor tan despreciado por Napoleón, Talleyrand, sabía que si Francia quisiera en efecto una nueva oportunidad en política tendría que ser sin Napoleón. Y así sucedió.
Conclusión: El aroma del poder había dominado al ‘Empereur’, había erradicado su raíz de jacobino revolucionario. Los ‘vivas’ eran expresión de admiración momentánea. Miles de soldados le otorgaron sus vidas. Ya en su mayoría eran niños, ineptos para manejar un fusil. Pero valientes para dejarse matar por su amado ídolo. Y a este le esperaba la Isla de Santa Helena en el Atlántico Sur. Los vencedores británicos bien supieron qué hacer con su prisionero.
‘Sin su público, Napoleón ya no era nadie’.
Otra conclusióntambién es obvia, en la vida de los políticos actuales no faltan ejemplos de casos similares; el político en el mando suele olvidar con frecuencia sus proyectos y programas de antes. El pragmatismo se impuso en las democracias occidentales y a este suelen obedecer más que menos todos, en cuanto les cae el mando. Ya no es extraño ver a conservadores ejercer papel de revolucionarios y figuras de la izquierda actuar con sabia templanza copiando los elementos contrarios. La estabilidad institucional, el bien deseado, así se consigue. Mantenerse en el mando, disponer de las reservas estatales, esa es la opción.
En las Américas nos lo presenta al pormenor la actual Venezuela. El ‘Bolivariano’ de Chávez difunto no era otra cosa que la alteración permanente pragmática entre fragmentos de programa socialista, capitalista, autoritarismo, etc.
Un pueblo, en su masa ignorante, le siguió fascinado. El heredero no precisa otra cosa que hacerse chavista sin definición, ni programas o reglas.
Una dictadura militar lo protege todo y un concierto internacional lo habilita.
¿En qué isla lejana se puede internar a un gobernante como Maduro?
f---- julio 2020
ed. anavictoria
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