Franz Kafka:
“Por fin a las diez de la noche llegué a esa casa elegante a la que fui invitado. Un hombre -apenas conocido- me había hecho atravesar media ciudad.
‘Aquí estamos’ dije y aplaudí con las manos para señalizar que ahora debiera dejarme solo. Ya varias veces había intentado decírselo hasta que me cansé.
‘¿Subirá usted enseguida?
Me preguntó y sentí como sus dientes crujían unos contra otros.
‘Sí’
Yo fui invitado, eso se lo había dicho ya antes, y me gustaría estar allá y no aguantar acá, abajo, esperando, sin ver más las orejas de mi acompañante y admitir que estaríamos aquí dispuestos a permanecer un largo rato. Ese silencio mío lo compartían las casas alrededor, su imagen oscura llegaba hasta las estrellas. Había transeúntes pasando y sus sonoros pasos no podían ser identificados. Algún disco musical sonaba echando un cante desde alguna ventana. Aquel inmenso silencio sonaba como si fuera propiedad de ellos para siempre.
Y mi compañero finalmente se rindió –en su propia iniciativa que era también la mía–. Levantó el brazo junto a la pared, cerró lo ojos y colocó la cara encima.
Yo, sin embargo, me alejé de esa sonrisa, sentí vergüenza porque este hombre era un estafador, nada más. Y yo lo pensé , porque muchos meses que estaba viviendo en esa ciudad y creía conocer a fondo a los estafadores. Sabía que de noche con los brazos abiertos se acercaban como si fueran dueños de restaurantes. Cómo daban vueltas a las columnas donde uno suele descansar como jugando al escondite. Espiando con el un ojo la calle registran cuando nos ven miedosos desde el borde del sardinel.
¡Qué bien los entendía! Ellos fueron mis primeros conocidos en esa ciudad, la compañía en los pequeños restaurantes. De qué manera continuaban presionando cuando yo ya quería irme, cuando ya no había más nada que atrapar. Su método era siempre el mismo: colocarse delante, de la forma más insistente, tratando de impedir que uno se fuera hacia donde quería ir, ofreciendo como reemplazo otra vivienda y el pecho propio. El menor impulso de sentimiento lo tomaban por el adelanto de un abrazo y se lanzaron hacia ti con la cara delante.
Los chistes viejos los había reconocido después de largo tiempo de conocerlos. Junté las puntas de mis dedos para hacer olvidar la vergüenza que sentí.
Pero mi hombre, igual que antes creía en su estafa de siempre. Contento parecía estar porque llevaba la mejilla enrojecida por el cercano éxito.
“¡Te conozco!”grité yo, le di un golpecito en el hombro. Subí corriendo la escalera y vi cómo los criados arriba se adelantaron para quitarme el sombrero y el abrigo, limpiar el polvo de las botas. Respiré profundamente y muy derecho entré en la sala de la fiesta.”
El lenguaje original habla del estafador como un ’Bauernfänger’–un individuo que intenta engañar a un campesino. Este hombre de pueblo o aldea llega a la ciudad en busca de diversión y aventura. Y ahí ya lo están esperando los que han hecho una profesión el engañar a los inocentes o ignorantes. Kafka relata una experiencia de ese tipo.
“¡Te conozco!” …grita y deja al acompañante en la calle. Quien presumía de una competencia que en el fondo no poseía, es la figura más emblemática de los centros urbanos de la época de Kafka y que todos en mi generación también alcanzamos a conocer. Mi primer encuentro con España en el año 1957 siendo estudiante de filosofía de historia y de lenguas romanas me trajo por ciudades infectadas de estafadores ambulantes, atrevidos y sinvergüenzas. El visitante fácilmente caía víctima de sus artimañas. A cambio de dinero todo parecía permitido.
Pero el caso de Franz Kafka posee una dimensión más allá que la recordada; el hombre errante busca ayuda y no tiene más recursos que los que la sociedad puede ofrecer, pero esa oferta entraña engaño, estafa. Los que se acercan a él lo hacen por puro interés propio, nadie le quiere ayudar en verdad. El estafador posee el arte de simular amistad, amor, placer, etc.
La soledad del caminante es fundamental: “¡Te conozco!” grita Kafka para deshacerse del acoso de esta figura. Kafka posee una mirada telescópica sobre los que se acercan a él y que siempre lo hacen porque buscan ventaja. Detrás de esa amistad simulada reside el desprecio y el odio. ¿De quién se puede fiar quien observa la mano hecho puño o portadora de daga?
Soportar ser una víctima es la única forma de lograr sobrevivir en un ambiente cerrado e impenetrable.
Es natural que Kafka haya ordenado quemar estos textos reunidos bajo el título general ‘BETRACHTUNG’. ¡Qué gran tesoro de observación y reflexión se habría perdido! La vida para Kafka era demasiado difícil para vivirla. La mascarilla que acompaña sus observaciones es un anticipo de La realidad social que hoy vivimos.
f…julio 2020
ed. anavictoria
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