Entre los años de 1800 a 1815 el clima sufrió una importante variación: Llovía y llovía sin parar, así parece.
Los campos de batalla, de Austerlitz, Jena y Leipzig marcados por las muertes de cientos de miles de vidas de soldados se vieron inundados de fango de barro y lodo que hizo casi imposible el movimiento de cañones y de caballería. Unidades de infantería se perdieron porque simplemente no podían moverse.
El emperador Napoleón solía acabar con cinco o seis caballos, extenuados, agotados, muertos. Hasta la última batalla, la de Waterloo, se vio invadida de agua. El soldado corriente empapado de uniforme mojado temblaba de frío. El pan era mojado y los cinco kilos de harinas que a cada granadero francés correspondía formaban una masa líquida en su morral. La pólvora mojada no prendía. Pero ¡Vive l’ Empereur!retumbaba sobre los destrozados trigales de Flandes.
“In Flandern reitet der Tod”– en Flandes cabalga la muerte - cantaban los soldados alemanes.
Los expertos actuales explican que una pequeña era glacial se adueñó de Europa.
Ah, pero en plena helada, el supremo jefe en mando Napoleón estaba enamorado. ¿Fue tan cierto ello? La primera, pero no la única ni la última de sus amores era Josefina, coronada junto a él como emperatriz y ella -si son ciertos los documentos- lloraba mientras fuera del palacete caía el agua sin parar. Josefina era ‘llorona’.
La amada de turno era una auténtica princesa del antiguo régimen, María Luisa de Austria. Ella le dio a Napoleón el deseado heredero que al nacer fue proclamado Rey de Roma. “He fundado una nueva dinastía”, proclamó Napoleón. Cierto era que María Luisa era sobrina de Maria Antonieta, ‘L’Autrichienne’, reina de Francia a quien había guillotinada el juicio de los jacobinos – también por parte del joven Napoleón Bonaparte, revolucionario.
Otros niños nacieron por cuenta de Napoleón, pero esos no tenían importancia, no formarían parte de esa nueva y moderna dinastía napoleónica. Por ejemplo, Marie Walewska de Polonia es recordada como amada de Napoleón y también ella le dio un hijo. Ella aspiraba a que Napoleón cumpliera el sueño sagrado: restituir la soberanía de su patria. ¿Amor o negocio diplomático? difícil de diferenciar. Llovía mucho.
Y miles de lanceros polacos apoyaron las operaciones napoleónicas en toda Europa, la gran mayoría perecería en Rusia, formando parte de ese fabuloso ejército de varios cientos miles de ‘bravos’ que fueron vencidos por el frío, por el barro, por la espesura de la nieve caída.
La historia nos da ejemplos de hombres ilustres, nos pinta sus acciones reclamando admiración. Pero del agua lluvia nadie habla.
¿Y Josefina? Dentro de su confinamiento siguió llorando mientras afuera llovía.
Quiero creer que en la lejana Isla de Santa Helena, el clima fue seco. Menos mal.
f – ed. anavictoria julio 2020
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