jueves, 14 de diciembre de 2017

Testimonios desde las Ruinas RELATOS PARALELOS

Testimonios desde las Ruinas
RELATOS PARALELOS

Frankfurt Abril  1945, (testimonio de Robert Thomas Pell )

“ Cuando llegamos a Frankfurt nuestro objetivo era la sede principal de la IG Farben. En nuestras instrucciones se nos aclaraba que tenía que ser el edificio más alto de la ciudad y que presidiera su centro comercial . Decidimos comenzar la búsqueda  en el Excélsior frente a la estación principal de trenes de la ciudad; allí encontraríamos el cuartel general de  la T-Force ( Task Force).
Pronto comprenderíamos que tal fue una medida de prudencia importante porque nos dieron una tarjeta de identificación de la T-Force y el Santo y Seña, sin esto de pronto nos habría matado a tiros cualquier soldado nervioso GI (soldado raso) americano. El oficial de guardia nos dio instrucciones acerca de cómo teníamos que proceder y así, preparados nos acercábamos poco a poco a nuestro objetivo que estuvo rodeado de nidos de resistencia alemana. Sin embargo, poco antes de nosotros, los GI habían tomado por asalto el edificio “comenzando a poner orden”, … y en verdad que muy a fondo trabajaban porque la destrucción era indescriptible: todas las mesas volteadas, sillas y ventanas rotas. Muchos documentados regados por el suelo. A modo de aficionados también habían intentado romper las cajas fuertes para acceder a su interior. Nos fue muy difícil transitar a través de este caos de muebles y puertas rotas y entre cadáveres igualmente “rotos” para llegar a nuestro objetivo. Por suerte encontramos finalmente nuestra “cámara de los tesoros”. Todo eso necesitó su tiempo porque los GI habían avanzado a otros objetivos y un sargento con varios soldados tomaron posesión del edificio.”
Robert Thomas Pell, Reise nach Frankfurt 1945, ed. en traducción alemana Eichborn Verlag, Frankfurt am Main 1990. Europa in Ruinen)

(Robert Thomas Pell en misión de la CIA americana encuentra en Frankfurt una infraestructura industri IG en perfecto estado. La empresa LURGI le presenta las obras de emergencia que hacen operativa la producción nuevamente de un momento a otro. El edificio IG Farben (en la foto) será el centro de la administración  del gobierno militar americano en su zona de ocupación. Será devuelto a la ciudad de Frankfurt 45 años después, tras la reunificación alemana en 1989. Actualmente es parte del Campus Universitario de la Goethe – Universität Frankfurt) 



Robert Thomas Pell también echaría una ojeada sobre el resto de la ciudad, o lo que había quedado de ella:

“En este momento quiero dejar algunas palabras sobre las condiciones de vida en la ciudad de Frankfurt. Aproximadamente entre 80% a 90% de la ciudad está destruida, una ciudad muerta. Después del toque de queda desde las siete de la tarde, solo se oyen las botas de los GI, suenan sus pasos a través de una cripta de muertos. No se oye ladrar a ningún perro ni se ve ningún animal. La gente que aún habita entre las ruinas se esconde en sótanos; tal vez poseen algo de agua que recogerán de una u otra cisterna. Luz eléctrica no hay y ninguna institución que pudiera aliviar esa situación. Nosotros habitamos en los restos de un hotel; algunas habitaciones habían sido provisionalmente preparadas. Nos pusieron un pequeño balde de agua en el cuarto. Para otras “necesidades” había que salir a un parque cercano donde algunos soldados americanos habían excavado un agujero. Y la cosa se puso peor, porque gran cantidad de refugiados (expulsados del Este) invadieron la ciudad.
Nosotros mismos nos alimentábamos de raciones del ejército, a veces con una taza de café.”


Frankfurt centro, junto al Dom, la catedral gótica que resistió a las bombas.


Frankfurt Abril 1945, (testimonio de Friedrich Manfred Peter)           

¡Sie kommen!     ¡Ya vienen!

Meses antes, durante el bombardeo nocturno sobre la cercana ciudad de Frankfurt (diez km de distancia) algo sucedía en mi casa. Mi madre, en severo ataque de pánico y casi ausente de sí misma, me arrancó del sueño envolviéndome en la pequeña alfombra que estaba frente a la cama y se dirigió hasta la ventana del primer piso conmigo en brazos  – mientras yo despertaba con gritos y fuertes pataleos de niño grande pues ya era un muchacho con nueve años – ; ella trataba con una fuerza descomunal  lanzar mi cuerpo desde esa altura, hacia abajo y fuera de la casa con lo que supuestamente me salvaría de las llamas imaginadas. Logró abrir la ventana cerrada con cerrojo y puerta de madera, arrancando clavos fijados en la pared con una fortaleza enajenada e increíble. Con los golpes más fuertes que pude sobre su cara logré despertarla en el último momento antes de que me botara ventana abajo. Así fui yo grande, el hombre en la casa. Todos sabíamos que de alguna manera el horror terminaría, y pronto.
Semanas antes habían terminado los bombardeos sobre la cercana ciudad de Frankfurt. Siempre era en la noche cuando la flota aérea de las fortalezas volantes descargaba su mortífera carga sobre el centro de esa ciudad reduciéndolo a escombros o removiendo estos escombros nuevamente con el fuego.
Cosa curiosa: el cinturón industrial de Frankfurt quedaría casi intacto y la producción de armamento prácticamente no sufrió reducción.
Conclusión: los bombardeos tenían como objetivo principal desmoralizar a la población civil:  mujeres, viejos y niños, porque todos los hombres eran soldados en los numerosos frentes de esta guerra ya perdida. Todos estaban suficientemente desmoralizados antes de las bombas. (¿No se habrán equivocado los servicios secretos de los Aliados?)
En abril de 1945 los aviones sobrevolaron de día como abejas en enjambre, cruzaron el cielo abierto sin temor a los aviones-caza alemanes: los Focke – Wulf y los Messerschmidt …ya no eran amenazas en este dominio total del espacio aéreo por parte de la aviación americana o inglesa. En forma esporádica se presentaron combates en el aire. Nosotros mirábamos desde abajo las líneas blancas dejadas por la metralla. Todo eso sucedió fuera del alcance de las baterías antiaéreas FLAK ubicadas en un cerco alrededor de la ciudad; una de ellas se encontraba muy cerca de nuestro pueblo.
Los días eran luminosos, la primavera del año 1945 en todo su esplendor; pero no se oían los pájaros porque sólo se escuchaba el intenso ruido de cientos de motores –cada avión llevaba cuatro – y de explosiones. Los niños buscábamos cartuchos vacíos  regados desde el cielo y algunos logramos reunir una bonita colección de objetos memorables.



Los aviones buscaron otros objetivos más lejanos, ciudades que hasta ahora habían permanecido en un falso sueño de paz y aun estaban enteras.
Días antes, los niños del pueblo unidos bajo el mando de un viejo que había sido soldado en la guerra anterior, tuvimos que salir; Íbamos cargados con palas más grandes que nosotros. Este abuelo nos mandó a escarbar trincheras junto a la vía del tren. La intención era ofrecer refugio a los pasajeros, cuando el tren fuese atacado por los aviones caza, Spitfire o Lightning, que ahora estaban presentes a toda hora. Los niños conocíamos estos nombres. Caían desde las nubes como aguiluchos en busca de botín. En realidad hicimos una sola trinchera – y poco profunda. Éramos niños y nos cubriría, por si acaso … Y así mismo sucedió que precisamente allí tirotearon un tren de carga, perforando la máquina con la metralla; no se podía mover y algunos vagones ardieron. Pero nosotros ya nos habíamos ido. No sé si la trinchera sirvió para algo. La gente del pueblo corrió hasta el sitio para robar todo lo que pudieron. Volvieron con sacos de azúcar, de harina y latas de conserva. Las conservas eran malísimas, las tuve que probar. Era comida para náufragos, un concentrado destinado para equipar submarinos. A mí también me hubiera gustado ir a robar, pero mi abuela me lo prohibió: “¡Eso no se hace!”
No sé si hubo muertos, para cuando llegó la gendarmería la gente había escapado ya.

En otra ocasión y siendo de noche se cayó un avión muy cerca del pueblo; era un aparato He 111 alemán. Creímos que se había llevado nuestro tejado, tanto ruido hizo; todo tembló y luego sonó la explosión muy cerca junto al río. Los niños fuimos los primeros en llegar. Todavía era de noche y los restos ardían. Pero a varios metros de distancia se encontró la cabina con el piloto sentado adentro entero pero muerto. Era como si durmiera, solo el índice del reloj se movía; ambas manos agarraban fuertemente el timón. El cristal de la cabina estaba intacto, el hombre parecía un modelo en un escaparate.
No recuerdo lo que sentí en este momento, sólo sé que observé todo con mucha atención. En realidad aquello era algo normal, a esas alturas yo esperaba y vivía los hechos como una normalidad cotidiana. También algunos americanos habían caído del cielo, en paracaídas, cuando su avión fuera abatido por la artillería. Un hombre del pueblo buscando leña en el bosque cercano encontró a uno colgando de un árbol, porque no se pudo liberar enredado entre sogas y ramas. Lo sacó de allí y tomaron café – dijo- antes de que llegaron los gendarmes.

Y el día llegó; no recuerdo la fecha exacta del mes de abril de 1945; eran más o menos las cinco de la tarde cuando nos fue anunciada su llegada por Annie Kress. Ella regresó corriendo en bicicleta del vecino pueblo donde había participado en el saqueo de un tren de carga tiroteado allí por aviones caza. También iba un vagón cargado de prisioneros de guerra americanos y la gente habló de muchos muertos y heridos entre ellos.
“Sie kommen”, era el grito común entre la gente y  de las ventanas hacia la calle principal se exhibieron sábanas blancas. Esta señal de rendición  se hizo sin acuerdo previo alguno. Días antes un coche había pasado con un altoparlante que anunciaba la amenaza de muerte para quienes eso hicieran como señal de cobardía. Pero como todos éramos cobardes, el miedo se compartía. Se produjo un gran silencio y pronto escuchamos el ruido de la columna de tanques que se acercaba. “Die Panzerspitze” dijimos, porque todos conocíamos la jerga militar. Sabíamos que antes del grueso vendría el cuerpo explorador para ver si había resistencia o no. Se oyeron ráfagas de ametralladora pesada y temimos lo peor. Sabíamos lo que pasaría si los exploradores encontraran resistencia. Entonces se retirarían para dejar el terreno a la aviación y eso habría sido el fin del pueblo. El avance americano se hacía a paso de tortuga. Ellos a toda costa querían evitar perder vidas de sus soldados, que, tan cerca de la victoria no deberían morir. Pero habían sido ellos mismos que habían tirado sobre la veleta de la iglesia protestante, una banderita de bronce. Las iglesias católicas llevan un gallo para distinguirse. Pero nosotros habíamos bajado a nuestra guarida en el sótano de la casa. Allí habíamos pasado muchas horas durante los bombardeos sobre Frankfurt y ahora se acercaba el ruido de los motores y el chirriar de las cadenas sobre el pavimento de la calle. Miré por la ventanita estrecha y contemplé mi primer americano: sentado en un Jeep con el fusil automático en la mano y mirando hacia arriba a las ventanas. Después vinieron los tanques y de ellos sólo vi como se movían las cadenas. Pasaron… ¡y ya está!, todo quedó como antes, pero ahora todo era diferente. ¿Dónde estaban las autoridades del pueblo? ¿Los funcionarios nazi , Huck y Raibling? Ellos eran jóvenes, pero nunca vieron la guerra. Su guerra era mantener el orden y el respeto al régimen en el propio pueblo. Y ahora se habían escapado con unos cuantos más.
Cuando empezó a caer la noche se llenó la calle de gente. Muchachas polacas y rusas forzadas a trabajar en las fincas pasaron cantando. Los hombres llevaban antorchas improvisadas y los viejos comunistas del pueblo portaron banderines rojos como brazaletes arrancados a una bandera nazi; se presentaron armados de fusiles y pistolas encontradas en las cunetas. Conocía al viejo Apel por las escenas de borracho que solía armar y quién ahora de pronto, se había transformado en un hombre importante. Los comunistas buscaban acción.  Gracias a nuestros amigos franceses, -un numeroso grupo de prisioneros de guerra detenidos en el pueblo-, aquello se redujo a teatro.
Había llegado el día que todos estábamos esperando, pero aun faltaban hechos. Durante toda la noche se oían ruidos de motores; cuando se levantó el día …¡los vimos!... Toda una jauría de carros de combate había cruzado la campiña, a través de los fértiles campos de trigo y remolacha dejando profundos zanjas imborrables durante años. El pueblo no lo habían pisado. Se oyeron ráfagas nocturnas de disparos y en el día que la gente encontró un grupo de soldados alemanes muertos en la cuneta. Unos vecinos habían visto cómo se entregaron sin armas y con los brazos en alto. La respuesta era esa. ¿Por qué?
El historiador británico John Keagan tiene la respuesta probable: Uno de los problemas que conlleva una guerra moderna con carros de combate es …¿qué hacer con prisioneros? La solución más simple es el arma automática. No sé quién se llevó los cadáveres. Uno quedó atrás y fue enterrado en el cementerio del pueblo. Fue una tumba muy cuidada durante años, porque muchas madres veían ahí la imagen de sus propios hijos que jamás volvieron… o esposas pensando en sus esposos. desaparecido en la lejana estepa rusa..


Los vencedores americanos en 1945

Días después llegó la infantería en largas columnas. Gente bien nutrida y en sus uniformes prácticos y limpios , parecían personas de otro mundo.  Recuerdo que uno pidió agua a mi abuela. Se quedó un grupo en el pueblo para registrar las casas buscando soldados alemanes escondidos. También nos visitaron a nosotros. Mi madre quitó la foto colgada en la pared de mi padre -vestido de militar-. Fueron dos los que llegaron a nuestra puerta y uno era negro. El primer negro que yo veía en mi vida. Después se fueron y se despidieron. Tal vez se acordaban de sus casas allá detrás de las Blue Mountains. Abrieron la cajita donde mi madre guardaba sus pocas joyas. No se tomaron nada para sí. ¿Ese milagro lo haría el crucifijo encima de la cama?
Pero este día también estuvo marcado por una tragedia. Se llevaron al hijo del panadero Saladé, aquel quien había sido soldadito en una de la baterías antiaéreas. Había desertado y se refugió en su casa; allí lo escondieron sus padres y ahora los americanos se lo llevaron. Lo sentaron encima de la delantera de un Jeep. Desapareció para siempre; nunca llegó a ninguna parte; tampoco se supo quién lo había denunciado. Durante muchos años los padres no ahorraban esfuerzos ni dinero en averiguar lo que había pasado a su hijo. Para nada.
Estos son  “Krauts” vencidos:




Días después cuando todo parecía normalizarse, de repente se presentó de nuevo la guerra en el pueblo. Yo los vi venir. Era un camión militar alemán, SS como después se supo. Pasó raudo por la calle principal. ¿Dónde se habían escondido? ¿Hacia dónde pretendían huir? No encontraron la vía hacia el puente sobre el río Nida, cruzaron el pueblo y llegaron a topar directo delante de los cañones y metralletas de los tanques. Creo que fue  cuestión de pocos minutos; todos murieron. Durante días quedaron sembrados sus cadáveres sobre la hierba verde primaveral. También ardió una casa y el resto … ¡silencio! En estos días se acercaron curiosos y también - ¡qué vergüenza! – saqueadores. Vi una escena que se me grabó para siempre, una mujer vecina sacó una tableta de chocolate del bolsillo de un muerto y empezó a comérselo. Aún recuerdo cómo se llamaba y sé que fue siempre una persona honrada. Sin embargo, yo siempre la miraría en el futuro con desprecio. Años después, cuando estudié historia, y me enfrenté a documentos de guerras pasadas, la de los Treinta Años, por ejemplo, comencé a ver estas cosas con mayor tolerancia. El embrutecimiento es el resultado inevitable de toda violencia cometida por el hombre. “¡De guerras, pestilencias y hambrunas, libéranos Señor!” rezaba mi abuela, y yo la comprendí.
Un par de  meses después parecía haberse normalizado nuestra vida, por lo menos la de los niños. Comenzaron las clases nuevamente, y ahora tuvimos una maestra venida del este, desde Silesia. Ella había optado por Alemania porque el marido era alemán; cayó en la guerra. Otros familiares optaron por Polonia y se pudieron quedar allá.  Fue ella quien se fijó en mí y me recomendó para mis estudios en el Gymnasium en Friedberg.  Con eso mi vida tomaría otra dirección.
Antes de acabar esta etapa sucedió algo en el pueblo: Los caminos y bosques estaban cubiertos de material peligroso que la guerra había dejado atrás. Había de todo para montar una guerra de guerrillas. Y los niños éramos curiosos contra toda advertencia. Como de costumbre nos saltábamos las prohibiciones. Habíamos perdido el miedo a esas cosas y la ausencia de juguetes nos hizo jugar con la vida. Las municiones se podían desarmar quitándoles su carga. Procurando no tocar  el detonador aquello era juego de niños. Cosa sencilla. Mis amigos Ernst, Gundolf y Fritz Raclès activaron una mina, probablemente antitanque. Me comentaron que tuvieron que recoger sus cuerpos destrozados de los árboles cercanos. Yo no fui ese día con ellos. Pero la maestra me obligó a hablar en el sepelio. No recuerdo lo que se me ocurrió decir con voz quebrada y con un ramo de flores en la mano. Creo que fueron dos o tres frases. Pero esa fue una lección inolvidable. Recuerdo hasta hoy exactamente el escenario como una fotografía viva, me sé todos los detalles. Tanto, que en lengua alemana no podría escribir sobre esto.
Setenta años después me pregunto, ¿debo olvidar todo eso? ¿realmente vale la pena tener todo tan detalladamente presente? ¿Por qué me persigue en el recuerdo? No fui más él que he sido y nada volvió a ser nunca como era.

Dos testimonios----
Los comentario, los dejo a mis lectores
friedrichmanfredpeter      diciembre 2017
     edición  anavictoria






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