Testimonios
desde las Ruinas
RELATOS
PARALELOS
Frankfurt Abril 1945, (testimonio de Robert Thomas Pell )
“ Cuando llegamos a Frankfurt nuestro objetivo era la sede principal de la
IG Farben. En nuestras instrucciones se nos aclaraba que tenía que ser el
edificio más alto de la ciudad y que presidiera su centro comercial . Decidimos
comenzar la búsqueda en el Excélsior
frente a la estación principal de trenes de la ciudad; allí encontraríamos el
cuartel general de la T-Force ( Task
Force).
Pronto comprenderíamos que tal fue una medida de prudencia importante
porque nos dieron una tarjeta de identificación de la T-Force y el Santo y
Seña, sin esto de pronto nos habría matado a tiros cualquier soldado nervioso GI (soldado raso) americano. El oficial
de guardia nos dio instrucciones acerca de cómo teníamos que proceder y así,
preparados nos acercábamos poco a poco a nuestro objetivo que estuvo rodeado de
nidos de resistencia alemana. Sin embargo, poco antes de nosotros, los GI habían tomado por asalto el edificio “comenzando
a poner orden”, … y en verdad que muy a fondo trabajaban porque la destrucción
era indescriptible: todas las mesas volteadas, sillas y ventanas rotas. Muchos
documentados regados por el suelo. A modo de aficionados también habían
intentado romper las cajas fuertes para acceder a su interior. Nos fue muy
difícil transitar a través de este caos de muebles y puertas rotas y entre
cadáveres igualmente “rotos” para llegar a nuestro objetivo. Por suerte
encontramos finalmente nuestra “cámara de los tesoros”. Todo eso necesitó su
tiempo porque los GI habían avanzado
a otros objetivos y un sargento con varios soldados tomaron posesión del
edificio.”
Robert Thomas Pell, Reise
nach Frankfurt 1945, ed. en traducción alemana Eichborn Verlag, Frankfurt am
Main 1990. Europa in Ruinen)
(Robert Thomas Pell en misión de la CIA americana encuentra en Frankfurt una infraestructura industri IG en perfecto estado. La empresa LURGI le presenta las obras de emergencia que hacen operativa la producción nuevamente de un momento a otro. El edificio IG Farben (en la foto) será el centro de la administración del gobierno militar americano en su zona de ocupación. Será devuelto a la ciudad de Frankfurt 45 años después, tras la reunificación alemana en 1989. Actualmente es parte del Campus Universitario de la Goethe – Universität Frankfurt)
Robert Thomas Pell también echaría una ojeada sobre el resto de la ciudad, o lo que había quedado de ella:
“En este momento quiero dejar algunas palabras sobre las condiciones de
vida en la ciudad de Frankfurt. Aproximadamente entre 80% a 90% de la ciudad
está destruida, una ciudad muerta. Después del toque de queda desde las siete
de la tarde, solo se oyen las botas de los GI,
suenan sus pasos a través de una cripta de muertos. No se oye ladrar a ningún
perro ni se ve ningún animal. La gente que aún habita entre las ruinas se
esconde en sótanos; tal vez poseen algo de agua que recogerán de una u otra
cisterna. Luz eléctrica no hay y ninguna institución que pudiera aliviar esa
situación. Nosotros habitamos en los restos de un hotel; algunas habitaciones
habían sido provisionalmente preparadas. Nos pusieron un pequeño balde de agua
en el cuarto. Para otras “necesidades” había que salir a un parque cercano
donde algunos soldados americanos habían excavado un agujero. Y la cosa se puso
peor, porque gran cantidad de refugiados (expulsados del Este) invadieron la
ciudad.
Nosotros mismos nos alimentábamos de raciones del ejército, a veces con una
taza de café.”
Frankfurt centro, junto al Dom, la catedral gótica
que resistió a las bombas.
Frankfurt Abril 1945, (testimonio de Friedrich Manfred Peter)
¡Sie kommen! ¡Ya
vienen!
Meses antes, durante el bombardeo
nocturno sobre la cercana ciudad de Frankfurt (diez km de distancia) algo sucedía
en mi casa. Mi madre, en severo ataque de pánico y casi ausente de sí misma, me
arrancó del sueño envolviéndome en la pequeña alfombra que estaba frente a la
cama y se dirigió hasta la ventana del primer piso conmigo en brazos – mientras yo despertaba con gritos y fuertes
pataleos de niño grande pues ya era un muchacho con nueve años – ; ella trataba
con una fuerza descomunal lanzar mi
cuerpo desde esa altura, hacia abajo y fuera de la casa con lo que supuestamente
me salvaría de las llamas imaginadas. Logró abrir la ventana cerrada con
cerrojo y puerta de madera, arrancando clavos fijados en la pared con una
fortaleza enajenada e increíble. Con los golpes más fuertes que pude sobre su
cara logré despertarla en el último momento antes de que me botara ventana
abajo. Así fui yo grande, el hombre en la casa. Todos sabíamos que de alguna
manera el horror terminaría, y pronto.
Semanas antes habían terminado los
bombardeos sobre la cercana ciudad de Frankfurt. Siempre era en la noche cuando
la flota aérea de las fortalezas volantes descargaba su mortífera carga sobre
el centro de esa ciudad reduciéndolo a escombros o removiendo estos escombros
nuevamente con el fuego.
Cosa curiosa: el cinturón industrial de Frankfurt quedaría casi intacto y
la producción de armamento prácticamente no sufrió reducción.
Conclusión: los bombardeos tenían
como objetivo principal desmoralizar a la población civil: mujeres, viejos y niños, porque todos los
hombres eran soldados en los numerosos frentes de esta guerra ya perdida. Todos
estaban suficientemente desmoralizados antes de las bombas. (¿No se habrán
equivocado los servicios secretos de los Aliados?)
En abril de 1945 los aviones
sobrevolaron de día como abejas en enjambre, cruzaron el cielo abierto sin
temor a los aviones-caza alemanes: los Focke – Wulf y los Messerschmidt …ya no
eran amenazas en este dominio total del espacio aéreo por parte de la aviación
americana o inglesa. En forma esporádica se presentaron combates en el aire.
Nosotros mirábamos desde abajo las líneas blancas dejadas por la metralla. Todo
eso sucedió fuera del alcance de las baterías antiaéreas FLAK ubicadas en un
cerco alrededor de la ciudad; una de ellas se encontraba muy cerca de nuestro
pueblo.
Los días eran luminosos, la
primavera del año 1945 en todo su esplendor; pero no se oían los pájaros porque
sólo se escuchaba el intenso ruido de cientos de motores –cada avión llevaba
cuatro – y de explosiones. Los niños buscábamos cartuchos vacíos regados desde el cielo y algunos logramos
reunir una bonita colección de objetos memorables.
Los aviones buscaron otros
objetivos más lejanos, ciudades que hasta ahora habían permanecido en un falso
sueño de paz y aun estaban enteras.
Días antes, los niños del pueblo
unidos bajo el mando de un viejo que había sido soldado en la guerra anterior, tuvimos
que salir; Íbamos cargados con palas más grandes que nosotros. Este abuelo nos
mandó a escarbar trincheras junto a la vía del tren. La intención era ofrecer
refugio a los pasajeros, cuando el tren fuese atacado por los aviones caza,
Spitfire o Lightning, que ahora estaban presentes a toda hora. Los niños conocíamos
estos nombres. Caían desde las nubes como aguiluchos en busca de botín. En realidad
hicimos una sola trinchera – y poco profunda. Éramos niños y nos cubriría, por
si acaso … Y así mismo sucedió que precisamente allí tirotearon un tren de
carga, perforando la máquina con la metralla; no se podía mover y algunos
vagones ardieron. Pero nosotros ya nos habíamos ido. No sé si la trinchera sirvió
para algo. La gente del pueblo corrió hasta el sitio para robar todo lo que
pudieron. Volvieron con sacos de azúcar, de harina y latas de conserva. Las
conservas eran malísimas, las tuve que probar. Era comida para náufragos, un
concentrado destinado para equipar submarinos. A mí también me hubiera gustado
ir a robar, pero mi abuela me lo prohibió: “¡Eso no se hace!”
No sé si hubo muertos, para cuando
llegó la gendarmería la gente había escapado ya.
En otra ocasión y siendo de noche
se cayó un avión muy cerca del pueblo; era un aparato He 111 alemán. Creímos que
se había llevado nuestro tejado, tanto ruido hizo; todo tembló y luego sonó la
explosión muy cerca junto al río. Los niños fuimos los primeros en llegar.
Todavía era de noche y los restos ardían. Pero a varios metros de distancia se
encontró la cabina con el piloto sentado adentro entero pero muerto. Era como
si durmiera, solo el índice del reloj se movía; ambas manos agarraban
fuertemente el timón. El cristal de la cabina estaba intacto, el hombre parecía
un modelo en un escaparate.
No recuerdo lo que sentí en este
momento, sólo sé que observé todo con mucha atención. En realidad aquello era
algo normal, a esas alturas yo esperaba y vivía los hechos como una normalidad
cotidiana. También algunos americanos habían caído del cielo, en paracaídas,
cuando su avión fuera abatido por la artillería. Un hombre del pueblo buscando
leña en el bosque cercano encontró a uno colgando de un árbol, porque no se
pudo liberar enredado entre sogas y ramas. Lo sacó de allí y tomaron café –
dijo- antes de que llegaron los gendarmes.
Y el día llegó; no recuerdo la
fecha exacta del mes de abril de 1945; eran más o menos las cinco de la tarde
cuando nos fue anunciada su llegada por Annie Kress. Ella regresó corriendo en
bicicleta del vecino pueblo donde había participado en el saqueo de un tren de
carga tiroteado allí por aviones caza. También iba un vagón cargado de
prisioneros de guerra americanos y la gente habló de muchos muertos y heridos
entre ellos.
“Sie kommen”, era el grito común
entre la gente y de las ventanas hacia
la calle principal se exhibieron sábanas blancas. Esta señal de rendición se hizo sin acuerdo previo alguno. Días antes
un coche había pasado con un altoparlante que anunciaba la amenaza de muerte para
quienes eso hicieran como señal de cobardía. Pero como todos éramos cobardes,
el miedo se compartía. Se produjo un gran silencio y pronto escuchamos el ruido
de la columna de tanques que se acercaba. “Die Panzerspitze” dijimos, porque
todos conocíamos la jerga militar. Sabíamos que antes del grueso vendría el
cuerpo explorador para ver si había resistencia o no. Se oyeron ráfagas de ametralladora
pesada y temimos lo peor. Sabíamos lo que pasaría si los exploradores
encontraran resistencia. Entonces se retirarían para dejar el terreno a la
aviación y eso habría sido el fin del pueblo. El avance americano se hacía a
paso de tortuga. Ellos a toda costa querían evitar perder vidas de sus
soldados, que, tan cerca de la victoria no deberían morir. Pero habían sido
ellos mismos que habían tirado sobre la veleta de la iglesia protestante, una
banderita de bronce. Las iglesias católicas llevan un gallo para distinguirse.
Pero nosotros habíamos bajado a nuestra guarida en el sótano de la casa. Allí
habíamos pasado muchas horas durante los bombardeos sobre Frankfurt y ahora se
acercaba el ruido de los motores y el chirriar de las cadenas sobre el
pavimento de la calle. Miré por la ventanita estrecha y contemplé mi primer
americano: sentado en un Jeep con el fusil automático en la mano y mirando
hacia arriba a las ventanas. Después vinieron los tanques y de ellos sólo vi
como se movían las cadenas. Pasaron… ¡y ya está!, todo quedó como antes, pero
ahora todo era diferente. ¿Dónde estaban las autoridades del pueblo? ¿Los
funcionarios nazi , Huck y Raibling? Ellos eran jóvenes, pero nunca vieron la
guerra. Su guerra era mantener el orden y el respeto al régimen en el propio
pueblo. Y ahora se habían escapado con unos cuantos más.
Cuando empezó a caer la noche se
llenó la calle de gente. Muchachas polacas y rusas forzadas a trabajar en las
fincas pasaron cantando. Los hombres llevaban antorchas improvisadas y los
viejos comunistas del pueblo portaron banderines rojos como brazaletes
arrancados a una bandera nazi; se presentaron armados de fusiles y pistolas encontradas
en las cunetas. Conocía al viejo Apel por las escenas de borracho que solía
armar y quién ahora de pronto, se había transformado en un hombre importante.
Los comunistas buscaban acción. Gracias
a nuestros amigos franceses, -un numeroso grupo de prisioneros de guerra
detenidos en el pueblo-, aquello se redujo a teatro.
Había llegado el día que todos
estábamos esperando, pero aun faltaban hechos. Durante toda la noche se oían
ruidos de motores; cuando se levantó el día …¡los vimos!... Toda una jauría de
carros de combate había cruzado la campiña, a través de los fértiles campos de
trigo y remolacha dejando profundos zanjas imborrables durante años. El pueblo
no lo habían pisado. Se oyeron ráfagas nocturnas de disparos y en el día que la
gente encontró un grupo de soldados alemanes muertos en la cuneta. Unos vecinos
habían visto cómo se entregaron sin armas y con los brazos en alto. La
respuesta era esa. ¿Por qué?
El historiador británico John Keagan
tiene la respuesta probable: Uno de los problemas que conlleva una guerra
moderna con carros de combate es …¿qué hacer con prisioneros? La solución más
simple es el arma automática. No sé quién se llevó los cadáveres. Uno quedó
atrás y fue enterrado en el cementerio del pueblo. Fue una tumba muy cuidada
durante años, porque muchas madres veían ahí la imagen de sus propios hijos que
jamás volvieron… o esposas pensando en sus esposos. desaparecido en la lejana
estepa rusa..
Los
vencedores americanos en 1945
Días después llegó la infantería en
largas columnas. Gente bien nutrida y en sus uniformes prácticos y limpios ,
parecían personas de otro mundo.
Recuerdo que uno pidió agua a mi abuela. Se quedó un grupo en el pueblo
para registrar las casas buscando soldados alemanes escondidos. También nos
visitaron a nosotros. Mi madre quitó la foto colgada en la pared de mi padre
-vestido de militar-. Fueron dos los que llegaron a nuestra puerta y uno era
negro. El primer negro que yo veía en mi vida. Después se fueron y se
despidieron. Tal vez se acordaban de sus casas allá detrás de las Blue
Mountains. Abrieron la cajita donde mi madre guardaba sus pocas joyas. No se
tomaron nada para sí. ¿Ese milagro lo haría el crucifijo encima de la cama?
Pero este día también estuvo
marcado por una tragedia. Se llevaron al hijo del panadero Saladé, aquel quien
había sido soldadito en una de la baterías antiaéreas. Había desertado y se
refugió en su casa; allí lo escondieron sus padres y ahora los americanos se lo
llevaron. Lo sentaron encima de la delantera de un Jeep. Desapareció para
siempre; nunca llegó a ninguna parte; tampoco se supo quién lo había
denunciado. Durante muchos años los padres no ahorraban esfuerzos ni dinero en
averiguar lo que había pasado a su hijo. Para nada.
Estos son “Krauts” vencidos:
Días después cuando todo parecía
normalizarse, de repente se presentó de nuevo la guerra en el pueblo. Yo los vi
venir. Era un camión militar alemán, SS como después se supo. Pasó raudo por la
calle principal. ¿Dónde se habían escondido? ¿Hacia dónde pretendían huir? No
encontraron la vía hacia el puente sobre el río Nida, cruzaron el pueblo y
llegaron a topar directo delante de los cañones y metralletas de los tanques.
Creo que fue cuestión de pocos minutos;
todos murieron. Durante días quedaron sembrados sus cadáveres sobre la hierba verde
primaveral. También ardió una casa y el resto … ¡silencio! En estos días se
acercaron curiosos y también - ¡qué vergüenza! – saqueadores. Vi una escena que
se me grabó para siempre, una mujer vecina sacó una tableta de chocolate del
bolsillo de un muerto y empezó a comérselo. Aún recuerdo cómo se llamaba y sé
que fue siempre una persona honrada. Sin embargo, yo siempre la miraría en el
futuro con desprecio. Años después, cuando estudié historia, y me enfrenté a
documentos de guerras pasadas, la de los Treinta Años, por ejemplo, comencé a
ver estas cosas con mayor tolerancia. El embrutecimiento es el resultado
inevitable de toda violencia cometida por el hombre. “¡De guerras, pestilencias
y hambrunas, libéranos Señor!” rezaba mi abuela, y yo la comprendí.
Un par de meses después parecía haberse normalizado
nuestra vida, por lo menos la de los niños. Comenzaron las clases nuevamente, y
ahora tuvimos una maestra venida del este, desde Silesia. Ella había optado por
Alemania porque el marido era alemán; cayó en la guerra. Otros familiares
optaron por Polonia y se pudieron quedar allá.
Fue ella quien se fijó en mí y me recomendó para mis estudios en el Gymnasium
en Friedberg. Con eso mi vida tomaría
otra dirección.
Antes de acabar esta etapa sucedió
algo en el pueblo: Los caminos y bosques estaban cubiertos de material
peligroso que la guerra había dejado atrás. Había de todo para montar una guerra
de guerrillas. Y los niños éramos curiosos contra toda advertencia. Como de
costumbre nos saltábamos las prohibiciones. Habíamos perdido el miedo a esas
cosas y la ausencia de juguetes nos hizo jugar con la vida. Las municiones se
podían desarmar quitándoles su carga. Procurando no tocar el detonador aquello era juego de niños. Cosa
sencilla. Mis amigos Ernst, Gundolf y Fritz Raclès activaron una mina,
probablemente antitanque. Me comentaron que tuvieron que recoger sus cuerpos
destrozados de los árboles cercanos. Yo no fui ese día con ellos. Pero la
maestra me obligó a hablar en el sepelio. No recuerdo lo que se me ocurrió
decir con voz quebrada y con un ramo de flores en la mano. Creo que fueron dos
o tres frases. Pero esa fue una lección inolvidable. Recuerdo hasta hoy
exactamente el escenario como una fotografía viva, me sé todos los detalles.
Tanto, que en lengua alemana no podría escribir sobre esto.
Setenta años después me pregunto,
¿debo olvidar todo eso? ¿realmente vale la pena tener todo tan detalladamente
presente? ¿Por qué me persigue en el recuerdo? No fui más él que he sido y nada
volvió a ser nunca como era.
Dos testimonios----
Los comentario, los dejo a mis
lectores
friedrichmanfredpeter diciembre 2017
edición anavictoria
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