miércoles, 27 de diciembre de 2017

Goethe viaja a Italia

Johann Wolfgang Goethe,  El Viaje a Italia
Die italienische Reise
         
Rom, 1. November 1786
“Ja, ich bin endlich in dieser Hauptstadt der Welt angelangt! Wenn ich sie in guter Begleitung, angeführt von einem recht verständigen Manne, vor funfzehn Jahren gesehen hätte, wollte ich mich glücklich preisen. Sollte ich sie aber allein, mit eignen Augen sehen und besuchen, so ist es gut, daß mir diese Freude so spät zuteil ward.
Über das Tiroler Gebirg bin ich gleichsam weggezogen. Verona, Vicenz, Padua, Venedig habe ich gut, Ferrara, Cento, Bologna flüchtig und Florenz kaum gesehen. Die Begierde, nach Rom zu kommen, war so groß, wuchs so sehr mit jedem Augenblicke, daß kein Bleiben mehr war, und ich mich nur drei Stunden in Florenz aufhielt. Nun bin ich hier und ruhig und, wie es scheint, auf mein ganzes Leben beruhigt. Denn es geht, man darf wohl sagen, ein neues Leben an, wenn man das Ganze mit Augen sieht, das man teilweise in- und auswendig kennt. Alle Träume meiner Jugend seh' ich nun lebendig; die ersten Kupferbilder, deren ich mich erinnere (mein Vater hatte die Prospekte von Rom auf einem Vorsaale aufgehängt), seh' ich nun in Wahrheit, und alles, was ich in Gemälden und Zeichnungen, Kupfern und Holzschnitten, in Gips und Kork schon lange gekannt, steht nun beisammen vor mir; wohin ich gehe, finde ich eine Bekanntschaft in einer neuen Welt; es ist alles, wie ich mir's dachte, und alles neu. Ebenso kann ich von meinen Beobachtungen, von meinen Ideen sagen. Ich habe keinen ganz neuen Gedanken gehabt, nichts ganz fremd gefunden, aber die alten sind so bestimmt, so lebendig, so zusammenhängend geworden, daß sie für neu gelten können.”


“Sí… ¡por fin he llegado a la capital del mundo! Si hace quince años hubiera visto lo que hoy veo y en compañía de un hombre bien instruido, me habría llamado feliz. Ahora he de verlo yo a solas, con mis propios ojos y así está bien, considero una fortuna recibir esa tardía alegría.
He atravesado los Alpes sobre el Tirol, casi volando. Visité a fondo Verona, Vicenza, Padua y Venecia ; Ferrara, Cento, Bologna sólo de paso y a Florencia no la vi. El deseo de llegar a Roma era tan grande que solamente me detuve dos horas en Florencia. Ahora aquí estoy y me siento tranquilo y en paz para todo el resto de mi vida. Porque así es cómo comienza una vida nueva, cuando se ve directamente lo que ya se conocía en parte, casi de memoria. Todos los sueños de mi juventud ahora los veo cumplidos; ahí están los primeros retratos grabados en cobre que yo recuerdo… (mi padre los tenía colgados en su antesala, presentes en los prospectos de Roma que poseía). Y ahora estoy viendo lo que durante tantos años ya había conocido, pintado y grabado sobre cobre y madera, en yeso y corcho. Frente a mí está todo reunido. Por donde camino, todo es conocido y todo es nuevo; cuando algo encuentro en este nuevo mundo es tal como lo esperaba, sin embargo todo es novedoso.
Igual puedo afirmar sobre mis observaciones y mis ideas: no he tenido ningún pensamiento totalmente nuevo, no encontré nada extraño, pero los conceptos ahora son tan precisos, definidos y coherentes que valen por nuevos.”

El escritor Johann Wolfgang Goethe llega a Roma en otoño del año 1786 y permanecerá durante casi medio año allí. El lector o la lectora se dará cuenta que este viaje es diferente a todo lo conocido como experiencia común de viaje actual, también en el tiempo de Goethe era, de otra forma, muy novedoso. Empezando porque muy pocas personas solían “viajar”. Moverse de un lugar a otro era costoso, incómodo y a menudo peligroso. Generalmente se hacía por necesidad económica o espiritual.
Los artesanos agremiados debían, en ese entonces viajar porque eran reglas gremiales ineludibles; los pecadores buscaban aliviar sus conciencias al transformarse en peregrinos; los soldados mercenarios, por su parte completaban su agenda vital buscando la aventura y el botín. Los caminos  existían en Italia especialmente eran lugares plagados de bandidos. Viajar por placer era un privilegio de pocos miles de personas en la Europa de entonces. Se hablaba en ambientes de la aristocracia de una “Kavallierstour” o del “Tour du chevalier”: jóvenes de alto rango social, bien protegidos se movilizaban para hablar después de lo que habían visto y experimentado. En general, eso era una prueba para ser “hombre” y “gentilhombre” y contenía todo lo que eso implicara, además de costar mucho económicamente. Las mujeres no viajaban.
En la era de Goethe comenzaba a cambiar este panorama. El viajero Goethe documenta este cambio. Antes de su viaje Goethe ocupaba la función de  ‘Jefe de Gabinete’ del estado Sajonia-Weimar, un estado en miniatura centro de la actual Turingia alemana. Ya era un escritor conocido y exitoso, pero naturalmente dependía del salario de sus labores (1200 taler). Este ‘funcionario’ sin avisar, ni pedir autorización sale un buen día de Weimar para ir a Italia. Las noticias sobre su vida las enviaría tardíamente desde allí. Los que se quedaron atrás, quedarían atónitos. ¿Quién podría comprender algo tan insólito, desfachatado y peligroso? Pues, sí le aguantaron el arranque al maestro…a veces suceden cosas raras en las vidas humanas.
Goethe volvería cambiado de ese viaje. “No he tenido ningún pensamiento totalmente nuevo” decía. Sin embargo, es como si todo lo pensara por primera vez. Si antes del viaje era talentoso y hábil, después se transformaría en el ‘genio’ admirado por sus contemporáneos y presente hasta hoy en los medios intelectuales. Goethe ha definido el modo de ser ‘alemán’, sin soberbia y grosería ni estrechez nacionalista. Su sombra cubre el país. ¡A cuántos más habrá de abrir los ojos y estimular las mentes…Algunos ejemplos:  Alexander von Humboldt, Heinrich Heine y  Johann Gottfried Seume. (Sobre estos viajeros hablaré más adelante.)
Está claro que los que viajamos en la actualidad nunca podremos ver y sentir lo mismo que el viajero doscientos años atrás pudo observar. Somos lo que en alemán se llama “Nachgeborene”, nacidos tardíos. La industria turística acabó con todas las exploraciones personales e ilusiones, ya no queda nada por descubrir. Solos nos encuentran los mismos paisajes y los monumentos restaurados a la perfección y entregados al comercio como escenarios muertos. Para vencer ese vacío, sólo nos queda leer y agregarle fantasía y una buena dosis de resignación.

friedrichmanfredpeter   diciembre  2017
     edición anavictoria
   


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