“A quién llega tarde, le castiga la
vida”,
dijo Gorbachov, el último
secretario general del comité central soviético antes de disolver un régimen político
que había durado 70 años; su homólogo alemán Honecker hizo lo mismo; el estado
alemán de la RDA sobrevivió 40 años escasamente. Y así sucedió en otros
numerosos países europeos.
El presidente electo de
Venezuela acaba de instalar por la vía de una oscura elección una Asamblea
Constituyente con función de un supremo soviet venezolano que comenzará a
funcionar casi exactamente 100 años después de la Revolución rusa de Octubre y
transformará la nación venezolana en una réplica de democracia popular con el
nombre de República Bolivariana. Eufemismos retóricos no faltan para disfrazar
lo que en la realidad es: la dictadura de un comité central sobre la población
indefensa y privada de sus derechos democráticos, parafraseando a Rosa
Luxemburgo en su famosa carta dirigida a Lenin, quien - se supone – nunca la
leyó porque para ser socialista había que creer en el fantasma de la
Revolución.
No hay duda: Venezuela
necesita una profunda transformación para realizar reformas nunca hechas
durante más de doscientos años de existencia.
¿Pero hay que acudir a
modelos caducados, desfasados históricamente?
¿Vale realmente imitar a
lo que obviamente no sirvió?
Mi compatriota apreciado
Karl Marx había advertido que copiar no sirve para iniciar una era nueva. Y es más,
dice que en tiempos históricos los eventos puede que se repitan, pero dicha
repetición será una comedia; en el presente caso: una pintoresca y sangrienta comedia tropical.
¡Pobre Venezuela!
friedrichmanfredpeter 30
julio 2017
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