“Tal vez en Colombia no se trata ya de volver a una normalidad
perdida sino de inventar por fin una normalidad desconocida. Y esas son las
creaciones que no sabe hacer la política, esas son las creaciones profundas,
humanas, complejas, curativas, que sólo el arte, con su libertad, su
imaginaión, su fantasía, su sentido del ritmo, su intuición y su profundo
compromiso con la vida, puede lograr.“ (William Ospina, El Espectador, 10 de julio de
2016)
¿Logrará Colombia esa
deseada normalidad?
¿Sanarán las visibles y las invisibles
heridas que dejaron la violencia y el
abuso de poder?
¿Podrán olvidarse violaciones y
las llagas abiertas en las almas de las
víctimas y de los actores
causantes?
¿Podrá ser perdonado lo
imperdonable?
Leyendo a W.Ospina en
la prensa colombiana, reflexiono tales preguntas desde mi perspectiva de
individuo alemán que pertenece a la generación de los “Kriegskinder“ – soy un
niño de la guerra que ahora tiene ochenta años-.
No escribiré acerca de
lo que me pasó personalmente, hablaré de mi generación y de lo que de ella
dicen sicólogos observadores actualmetente.
Sucede que dos generaciones después de los
eventos traumatizantes de la Segunda Guerra el público actual comienza a
ocuparse de este tema sobre el que un número no cuantificable de alemanes
guarda aún en la intimidad de su memoria.
Son experiencias de
sueños nocturnos obsesivos y repetitivos, de invasión de recuerdos tenaces que
quedaron sepultados durante decenas de años en la oscuridad y que surgiendo de
pronto de ella adquieren nueva vida inquietante y actualidad de frente a las
nuevas guerras.
La sicóloga alemana
Sabine Bode, autora de varios libros sobre el tema manifiesta en una entrevista
que no es extraño este retraso del análisis:
“Se trató de forma académica“,
dice, “pero se olvidó el aspecto emocional.“
Y reconoce numerosos
casos de personas de la tercera generación que jamás vieron escenas de guerra y
que aún sufren los traumas retrasados de padres y abuelos. Es importante, dice
ella, que los niños emocionalmente crezcan estabilizados y vivan un ambiente de
confianza y optimismo en su ambiente familiar. Millones de niños de la guerra
no pudieron vivir eso.
Se sintieron
reducidos y abandonados a la soledad y a la falta de cariño. Muchos vivieron
vida de huérfanos, no encontraron respuesta a su inquietud porque tanto los
padres como ellos mismos quedaron igualmente traumatizados por las escenas de destrucción y violencia que
presenciaron. Así, la generación de postguerra, dedicó todo esfuerzo a la
reconstrucción material del país, a la formación del propio futuro profesional,
a la vida activa como viajeros turistas. La Alemania gracias a ellos, a su
ahínco y optimista laboriosidad logró ser “Weltmeister“- campeona mundial en varios aspectos; en
setenta años se hizo próspera,
rica, vencedora y se cubrió de
nuevos triunfos.
Los traumas del
pasado fueron mandados a callar o a reposar en el olvido hasta que cualquier
noche oscura, el sonido de una alarma de bomberos o de la ambulancia o de petardos en fiestas callejeras, los despierta
como una sacudida de temblor de tierra: y ahora en una madrugada insomne se recuerda, la vuelta
del padre despues de la guerra a la casa transformado en otro ser, sin sonrisa
e indiferente, la pobreza familiar, los largos silencios y las continuadas
enfermedades. El niño todo eso lo tomó en aquel difícil como normalidad; sólo
años después, durante el descenso de la vitalidad debido a la vejez, percibirá
que NADA era normal, que por el contrario se trataba de una realidad deformada
llena de fantasmas internos y causante de graves dificultades espirituales y
sicológicas para todos. Un niño en especial se refugió emocionalmente en los
abuelos buscando alguna seguridad.
¿Por qué no se
estudiaba eso antes, por qué tantos años después?
Mucho se ha hecho
después de „perder“ la guerra (en las guerras todos pierden); tal vez en ningún
otro país europeo se hizo más. Alemania pidió disculpas al mundo entero
repetidas veces y aún más le piden. Un joven amigo que visita Berlín por un
largo tiempo comentaba -al mirar una estrella de David en placa con nombre y
apellido frente a cada casa donde habitó un judio- que el holocausto nazi tal vez fuera de todas
las masacres recientes y antiguas de la historia, el genocidio por el que más
perdones y penitencias se halla presentado. Sabemos y estudiamos todo lo que se
puede saber, de nazismo, holocausto, de vencedores y perdedores, de activistas
nazis, de colaboradores y de víctimas, de héroes opositores y de mentirosos.
Nada nos faltó de información para iniciar otra vida, la democrática tan
admirada hoy por otras naciones.
Sin embargo, ha sido incompleta esa evolución
de las cosas; los sentimientos se callaron. Se investigó lo que se ha querido
saber y se callaba lo que no interesó. Fue demasiado duro y difícil soportar la
mirada completa hacia trás. Ahora sabemos cuántas angustias, fobias y
enfermedades psicosomáticas fueron ignoradas o mal diagnosticadas. Los
ancianatos informan sobre la masiva presencia de personas ancianas
traumatizadas. Alemania maravillada por la economía se inclinó ante el éxito y
homenajeó la modernidad, las miradas de todo el colectivo se dirigieron hacia
adelante; nació una nueva misión.[1]
Generaciones después
comprendemos que humanamente hemos fallado. La trágica experiencia aún pesa
sobre millones de conciencias, y perdura cuando una gran mayoría de personas nada tiene que reprocharse, nada reprobable
hicieron en aquel tiempo y nada han hecho malo después. Sin embargo nos falta
lo que ilumina la vida diaria, la sencillez de la felicidad, sentir lo que
todos necesitamos para vivir: una resignada conformidad con nosotros mismos, vivir en paz, apreciar lo que hemos
logrado, superar lo insoportable sin
perdonar lo imperdonable.
Y Colombia... ¿logrará
lo que en Alemania se perdió?
Encontré tres fotos y
me parece que manifiestan en parte una respuesta.
Encontramos a
guerrilleros en fila, a guerrilleros encarcelados y a guerrilleros indultados.
--En un principio
vivieron la violencia diariamente, fue justificada y practicada como cualquier cosa, sin
remordimientos, sin compasión con valentía machista y tanto misionismo
ideológico como era exigido.
--Una vez detenidos y
metidos en prisión en durísimas condiciones, están esperando la liberación, se
ven a sí mismos víctimas del sistema que combatieron.
--Viven el momento
del indulto, serán entregados a sus familias, muchos mutilados, minusválidos
llevando marcas imborrables.
¿Qué piensan? ¿Qué
sienten?
Sus caras reflejan la
profunda desorientación del momento, están traumatizados. Cualquier intento de
volver a la vida normal, civilizada, se enfrentará a las escenas de actos de
máxima barbarie que presenciaron, iniciaron, practicaron. Sus caras son planas,
inexpresivas, ya no sienten nada, ni el propio dolor. ¿Qué futuro se va
construir con ellos? Ahora en la paz cuando
se requiere de un futuro sin el trauma
de ellos y sin ellos. ¿A qué pueden contribuir?
Servirán como
paradigma de un camino de errores y de profunda perversión de un dogma político
que encontró sus primeras víctimas en ellos. Y fueron ellos quienes intentaron
transformar en víctimas a los que según sus ideas estorbaran el camino a la „salvación“.
Temo que aun vivirá
Colombia por muchos años con llagas sangrientas de su pasado violento.
¡Ojalá me equivoque!
friedrichmanfredpeter julio
2016
[1] Estoy
convencido - con perdón de uno u otro lector - que naciones que en este sentido
se parecen a Alemania son Israel y Rusia. La historia con sus sombras
traumáticas nos une, los hijos de víctimas y los descendientes de victimarios.
Es durísimo
por igual vivir con los traumas de la historia. -- Eso nos une.
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