martes, 12 de julio de 2016

¿Volver a la normalidad? ¡Olvidemos!

“Tal vez en Colombia no se trata ya de volver a una normalidad perdida sino de inventar por fin una normalidad desconocida. Y esas son las creaciones que no sabe hacer la política, esas son las creaciones profundas, humanas, complejas, curativas, que sólo el arte, con su libertad, su imaginaión, su fantasía, su sentido del ritmo, su intuición y su profundo compromiso con la vida, puede lograr.“  (William Ospina, El Espectador, 10 de julio de 2016)

¿Logrará Colombia esa deseada normalidad?
       ¿Sanarán las visibles y las invisibles heridas que dejaron la violencia y el
        abuso de poder?
                ¿Podrán olvidarse violaciones y las llagas abiertas en las almas de las 
                 víctimas y de los actores causantes?
                      ¿Podrá ser perdonado lo imperdonable?


Leyendo a W.Ospina en la prensa colombiana, reflexiono tales preguntas desde mi perspectiva de individuo alemán que pertenece a la generación de los “Kriegskinder“ – soy un niño de la guerra que ahora tiene ochenta años-.
No escribiré acerca de lo que me pasó personalmente, hablaré de mi generación y de lo que de ella dicen sicólogos observadores actualmetente.
 Sucede que dos generaciones después de los eventos traumatizantes de la Segunda Guerra el público actual comienza a ocuparse de este tema sobre el que un número no cuantificable de alemanes guarda aún en la intimidad de su memoria.
Son experiencias de sueños nocturnos obsesivos y repetitivos, de invasión de recuerdos tenaces que quedaron sepultados durante decenas de años en la oscuridad y que surgiendo de pronto de ella adquieren nueva vida inquietante y actualidad de frente a las nuevas guerras.

La sicóloga alemana Sabine Bode, autora de varios libros sobre el tema manifiesta en una entrevista que no es extraño este retraso del análisis:
“Se trató de forma académica“, dice, “pero se olvidó el aspecto emocional.“

Y reconoce numerosos casos de personas de la tercera generación que jamás vieron escenas de guerra y que aún sufren los traumas retrasados de padres y abuelos. Es importante, dice ella, que los niños emocionalmente crezcan estabilizados y vivan un ambiente de confianza y optimismo en su ambiente familiar. Millones de niños de la guerra no pudieron vivir eso.




Se sintieron reducidos y abandonados a la soledad y a la falta de cariño. Muchos vivieron vida de huérfanos, no encontraron respuesta a su inquietud porque tanto los padres como ellos mismos quedaron igualmente traumatizados por  las escenas de destrucción y violencia que presenciaron. Así, la generación de postguerra, dedicó todo esfuerzo a la reconstrucción material del país, a la formación del propio futuro profesional, a la vida activa como viajeros turistas. La Alemania gracias a ellos, a su ahínco y optimista laboriosidad logró ser “Weltmeister“-  campeona mundial en varios aspectos; en setenta años se hizo próspera,  rica,  vencedora y se cubrió de nuevos triunfos.
Los traumas del pasado fueron mandados a callar o a reposar en el olvido hasta que cualquier noche oscura, el sonido de una alarma de bomberos o de la ambulancia o de  petardos en fiestas callejeras, los despierta como una sacudida de temblor de tierra: y ahora  en una madrugada insomne se recuerda, la vuelta del padre despues de la guerra a la casa transformado en otro ser, sin sonrisa e indiferente, la pobreza familiar, los largos silencios y las continuadas enfermedades. El niño todo eso lo tomó en aquel difícil como normalidad; sólo años después, durante el descenso de la vitalidad debido a la vejez, percibirá que NADA era normal, que por el contrario se trataba de una realidad deformada llena de fantasmas internos y causante de graves dificultades espirituales y sicológicas para todos. Un niño en especial se refugió emocionalmente en los abuelos buscando alguna seguridad.

¿Por qué no se estudiaba eso antes, por qué tantos años después?
Mucho se ha hecho después de „perder“ la guerra (en las guerras todos pierden); tal vez en ningún otro país europeo se hizo más. Alemania pidió disculpas al mundo entero repetidas veces y aún más le piden. Un joven amigo que visita Berlín por un largo tiempo comentaba -al mirar una estrella de David en placa con nombre y apellido frente a cada casa donde habitó un judio-  que el holocausto nazi tal vez fuera de todas las masacres recientes y antiguas de la historia, el genocidio por el que más perdones y penitencias se halla presentado. Sabemos y estudiamos todo lo que se puede saber, de nazismo, holocausto, de vencedores y perdedores, de activistas nazis, de colaboradores y de víctimas, de héroes opositores y de mentirosos. Nada nos faltó de información para iniciar otra vida, la democrática tan admirada hoy por otras naciones.
 Sin embargo, ha sido incompleta esa evolución de las cosas; los sentimientos se callaron. Se investigó lo que se ha querido saber y se callaba lo que no interesó. Fue demasiado duro y difícil soportar la mirada completa hacia trás. Ahora sabemos cuántas angustias, fobias y enfermedades psicosomáticas fueron ignoradas o mal diagnosticadas. Los ancianatos informan sobre la masiva presencia de personas ancianas traumatizadas. Alemania maravillada por la economía se inclinó ante el éxito y homenajeó la modernidad, las miradas de todo el colectivo se dirigieron hacia adelante; nació una nueva misión.[1]
Generaciones después comprendemos que humanamente hemos fallado. La trágica experiencia aún pesa sobre millones de conciencias, y perdura cuando una gran mayoría  de personas nada tiene que reprocharse, nada reprobable hicieron en aquel tiempo y nada han hecho malo después. Sin embargo nos falta lo que ilumina la vida diaria, la sencillez de la felicidad, sentir lo que todos necesitamos para vivir: una resignada conformidad con nosotros mismos,  vivir en paz, apreciar lo que hemos logrado,  superar lo insoportable sin perdonar lo imperdonable.

Y Colombia... ¿logrará lo que en Alemania se perdió?
Encontré tres fotos y me parece que manifiestan en parte una respuesta.
Encontramos a guerrilleros en fila, a guerrilleros encarcelados y a guerrilleros indultados.
--En un principio vivieron la violencia diariamente, fue justificada  y practicada como cualquier cosa, sin remordimientos, sin compasión con valentía machista y tanto misionismo ideológico como era exigido.
--Una vez detenidos y metidos en prisión en durísimas condiciones, están esperando la liberación, se ven a sí mismos víctimas del sistema que combatieron.
--Viven el momento del indulto, serán entregados a sus familias, muchos mutilados, minusválidos llevando marcas imborrables.
¿Qué piensan? ¿Qué sienten?




Sus caras reflejan la profunda desorientación del momento, están traumatizados. Cualquier intento de volver a la vida normal, civilizada, se enfrentará a las escenas de actos de máxima barbarie que presenciaron, iniciaron, practicaron. Sus caras son planas, inexpresivas, ya no sienten nada, ni el propio dolor. ¿Qué futuro se va construir con ellos?  Ahora en la paz cuando se requiere  de un futuro sin el trauma de ellos y sin ellos. ¿A qué pueden contribuir?
Servirán como paradigma de un camino de errores y de profunda perversión de un dogma político que encontró sus primeras víctimas en ellos. Y fueron ellos quienes intentaron transformar en víctimas a los que según sus ideas estorbaran el camino a la „salvación“.
Temo que aun vivirá Colombia por muchos años con llagas sangrientas de su pasado violento.
¡Ojalá me equivoque!
  
friedrichmanfredpeter   julio    2016


[1] Estoy convencido - con perdón de uno u otro lector - que naciones que en este sentido se parecen a Alemania son Israel y Rusia. La historia con sus sombras traumáticas nos une, los hijos de víctimas y los descendientes de victimarios.
Es durísimo por igual vivir con los traumas de la historia. -- Eso nos une. 

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